sábado, 28 de agosto de 2021

El último caballo

La emulación de la escena de “Amanecer” que ideó Edgar Neville. A la izquierda, Bucéfalo llevado de las riendas por Conchita Montes. Por la derecha, Fernando Fernán Gómez y José Luis Ozores anulados por las fuerzas públicas. El caballo y la fuerza pública no sé, pero los demás habían ingerido alcohol de lo lindo en “La Cruzada” cuando tienen esta escena de amor por su Bucéfalo.

Plano inicial de Alcalá de Henares, sede del cuartel de Fernando. En la banda sonora suenan unos toques perceptivos de corneta.

Fernando y José Luis, con sus enseres, regresan a la vida civil, pasando por delante de la Universidad.

En “Amanecer” (F. W. Murnau, 1927), la pareja reconciliada paralizaba con su abrazo toda la circulación rodada de la plaza de la gran ciudad, ocasionando un fenomenal atasco. Edgar Neville, que debía haber visto la escena, hizo su transposición, con los limitados medios de que disponía, en “El último caballo” (1950), representando en un único decorado nocturno una repleta de coches Gran Vía madrileña. Poco importa si el objeto de amor que ocasiona el atasco es aquí un caballo.
He vuelto a ver la película de Neville, que siempre me dejó, desde que la pesqué en un pase televisivo, un buen recuerdo. Ahora me he fijado bien en ese Alcalá de Henares donde acaba la mili el personaje de Fernando Fernán Gómez y desde donde se lleva al gran Madrid a su compañero de faena, el caballo Bucéfalo, para que no acabe sus dias corneado en una plaza de toros.
La película se plantea como la batalla entre un mundo antiguo inevitablemente destinado a desaparecer y la ciudad moderna, con sus enormes edificios, su vida hostil, sustituidos los animales por los coches.
Es muy divertido ver, entonces, ese Madrid de 1949, con sus signos de modernidad, claro, pero que hoy lleva hasta a una cierta nostalgia: Después de abandonar un Alcalá de Henares que parece ilustración de “El Lazarillo de Tormes” (unos niños, haciendo de toro, picador y su caballo, hacen pensar en el más que posible trágico destino de Bucefalo. Fernando va a caballo campo a través hasta Madrid, sin que ningún polígono industrial o de viviendas le salga al paso. Por la noche, buscando donde alojar su montura, pasa por un Arco de Cuchilleros vacío, totalmente cerrado, acabando en un posible y rústico patio de la Cava Baja. A la mañana siguiente, su pensión recuerda a una corrala. En su trabajo de oficinista y en el de su amigo que interpreta el buenazo de José Luis Ozores de bombero, imperan los déspotas (ahora el trabajo, sí lo hay, sigue siendo esclavo, pero ha cambiado tanto el estilo de mando…).
También está la película repleta de militares, serenos, guardias urbanos, policía armada con el atuendo y correajes de los grises, y autoridades varias que impiden apelar a la nostalgia. Es curioso, de todas formas, este Neville. Aristócrata franquista, del bando nacional, ¿pues no hace que el trío protagonista -falta mencionar a la muy vivaracha Conchita Montes ejerciendo de florista- moje sus penas en un tascorro que lleva por nombre nada menos que “La Cruzada”?


Fernando informándose con un cochero de la Cava Baja.

Bucéfalo, Fernando e Isabel, la florista.

 

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