Como me ha caído un trabajito relacionado con “La piel quemada” (Josep Maria Forn, 1967; en Filmin), la he vuelto a ver.
Es verdad que tiene de tanto en tanto (las juergas, por ejemplo) unos actores sobre-interpretados y que acusa el defecto de alejamiento que provoca siempre la ausencia de sonido directo, pero siempre me ha parecido una de las películas sobre emigración de su época más defendible.
Su visión actual me ha gustado especialmente al observar que buena parte de sus logros se debe a aspectos de su planificación cinematográfica. Ya en sus iniciales títulos de crédito ofrece un raccord magnífico: la cámara ha estado ofreciendo imágenes de playa, de turistas y otros bañistas tomando el sol. El que parece va a ser otro plano de torso bronceándose vemos que corresponde, en realidad, al de un obrero de la construcción, cargando una hormigonera: será de esa piel quemada de la que se va a hablar.
Estructurada toda ella en secuencias paralelas, por un lado vemos cómo se desenvuelve José (Antonio Iranzo) en Lloret de Mar y, por otro, el larguísimo viaje que emprenden su hermano, mujer y dos hijos pequeños desde su casa -una cueva adecentada- en Guadix, hasta la Costa Brava para ir a vivir con él.
Dentro de cada banda de secuencias, hay una serie de flashbacks muy elegantemente enlazados que nos permiten conocer sus historias previas y las condiciones en que se desarrollaron.
La España del desarrollismo, las migraciones interiores, incluso los sentimientos encontrados sobre éstas y el propio catalanismo, ahí están, bien servidas.