Era su segundo día en la Filmoteca, a donde hoy iba a presentar su primer largometraje, "Ditirambo" (1967). Gonzalo Suárez ha estado derrochando simpatía e historias a raudales durante la introducción al film y el coloquio. Había, no obstante, poca gente en la sala Chomón. Ha empezado, irónico, agradeciendo a la organización lo bien que había distribuido al público por una sala tan grande, hasta dar la apariencia de llena. Y en seguida, a una pregunta de Esteve Riambau que le lanzaba el trapo del inicio de su carrera de galán con la película, ha desvelado que en realidad había empezado mucho antes, haciendo en el María Guerrero, en una obra de William Saroyan, "un papel premonitorio de borracho".
Ya que había retrocedido hasta su juventud, ha seguido llegando hasta a la guerra civil. Ha explicado que tildaba a las bombas, a refugiarse de la metralla bajo la mesa de "normal", porque no tenía comparación posible, al no haber vivido otra cosa. Y ha concluido que lo que ya le pareció totalmente "anormal", en cambio, fue la postguerra. Eso -ha rematado- fue lo que le abocó a inventarse la realidad.
Para acabar con el tema del teatro, ha confesado que ya no va demasiado, porque cuando va siente el impulso de gritar, cada dos por tres un "¡Corten, otra!" Con el cine, en cambio, vio que podía alcanzar un instante...
En cuanto a la película, yo diría que es la de ficción de la Escuela de Barcelona que mejor se ve hoy en día. En el resto de películas pasas unos baches aburridísimos, periodos grandilocuentes de lo más ridículos, hasta que de repente salta una chispa que te convence. Con "Ditirambo" no pasa eso. Fue pagada por el Presidente del Inter. No sabía hacer cine, cosa que ha dicho que aún hoy le resultaría saludable, y quizás eso le da ese aire voluntarioso que convence. Él lo ve claro: "Si la tuviera que rehacer hoy en día, perdería algo en el camino".
Tiene una estructura de serie negra y rezuma por todos lados lo que dispensaban sus primeros relatos. Ditirambo va a ver a un personaje, que le da una pista para llegar a un segundo personaje, quien a su vez... Y eso mezclado con evocaciones de los grandes mitos, premoniciones oníricas que fatalmente se cumplirán, etc. Posee una escena inicial de una fuerza estética y narrativa enorme, y una final, casi de cuento de hadas, que ha confesado que le sigue emocionando, y que, ciertamente, iría la mar de bien para la época que estamos viviendo.
Y aparece la Barcelona de entonces: el puerto, Luis Ciges, Català Roca haciendo de viejo boxeador, Carmona, Jaume Picas, el tío Alberto...
En el coloquio, y como lo ha explicado en público yo creo que no se enfadará si lo divulgo, ha hecho una evocación de sus amigos muertos que ha llegado hondo, y ha explicado que está tentado de escribir algo relativo a sus agendas antiguas, ligando los números de teléfono -ya casi todos de personas muertas- con los números que los nazis marcaban a los prisioneros de los campos de concentración.