martes, 3 de agosto de 2021

La sonriente Madame Beudet

En las escenas iniciales, que hablan de la vida provinciana, aparecen los canales de una ciudad que pensé podía ser Annecy, pero otras de las imágenes me hacen dudar. Ésta es una captura de pantalla que acabo de hacer de la magnífica escena final. La pareja que aparece se acaba de cruzar, después de aparecer una frase sobre la costumbre y la vida de provincia, con un sacerdote en lujosa sotana.



Germaine Dulac en la Filmoteca, y con “La sonriente Madame Beudet”, que algunos sitúan como su mejor película. Después de haberla visto ayer, no seré yo, desde luego, quien les lleve la contraria, porque creo que es la que más me ha gustado de entre todas las películas de todo tipo que he visto estos últimos años.
Siendo de 1923, la sorpresa es doble o triple. Por sus formas, totalmente alejadas de ese paradigma previo de la caja teatral con sus personajes. Por su tema y protagonismo: es increíble pensar que en esa época el film expresara el sentimiento de vacío de ella en su matrimonio y el estado depresivo en el que la postraba su situación, más normal de encontrar en un film actual. Por su perfecta estructura: son sólo 38 minutos que acaban con unos maravillosos planos en exteriores, con una calle adoquinada, los personajes totalmente descentrados, dando pie a captar ese desesperante sentimiento de condena circular.
En los primeros minutos destacan cantidad de primeros planos de elementos de detalle, que agilizan enormemente la captación de la trama y le ofrecen un dinamismo inusitado: manos, piano con partitura de Debussy, libro en lectura, muestra de tejidos observada, anuncios, oreja de señora escuchando tras la puerta,…
Justificando la inclusión de su directora en la vanguardia cinematográfica y en el mundo surrealista, se visualizan en el film varías ensoñaciones, por las que los pensamientos parecen encarnarse.
Pero lo que quizás resulte más interesante es la utilización de determinados elementos de atrezzo para dar a entender lo que se debate en la película: ese jarrón con flores que el marido se empeña en dejar centrado y su mujer intenta siempre colocar descentrado, mostrando de ese modo su disparidad de carácter y pensamientos; esos visillos que cubren las ventanas por las que ella, encuadrada con una estética perfecta, mira con ansiedad; esa muñeca que, separándose su cabeza del cuerpo, muestra su fragilidad; esa pistola de las recurrentes y estúpidas bromas del marido, sembrando intranquilidad.
Cada mes debería haber en la Filmoteca, y así lo intenta la programación, que lo logra algunas veces y otras no, el pase de una película muda de esta categoría. La magnífica decisión adoptada es que se proyecte con acompañamiento de música en directo. En esta ocasión fue (volverá a estar ahí en la sesión del próximo sábado) a cargo de la pianista Anahit Simonian, que se lució en su empeño. Como la película es muy corta, la acompañaron del “Étude cinégraphique sur un arabesque” (Germaine Dulac, 1929) y previamente Anahit nos deleitó, con la pantalla y sala aún a oscuras, interpretando la partitura del “Arabesco” de Claude Debussy, que comentó al principio le estaba esperando en el mostrador de la librería musical a donde se dirigía para comprarla.
Sesión memorable.


Ella rechaza la invitación del marido de ir a ver el “Fausto”, que se le aparece en sus ensoñaciones.

Y se queda tocando piezas de Debussy, una música que aburre a su marido.

Sobreimpresiones.

Ella, ante el triple espejo.

Y a la ventana.

 

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