viernes, 31 de marzo de 2023

Clorindo Testa


Tenía el encargo de decir si se oían carcajadas en la sala del Festival D’A en el que pasaron anoche “Clorindo Testa” (Mariano Llinás, 2022). Pues bien, lo confirmo. Se oyen varias (la mía más sonora debió corresponder a esa calificación de los artistas conceptuales como “esos tipos que tiran cosas al piso”), como también se oyeron aplausos a su finalización, y eso pese a que por el final se me hizo un poco pesada, debido a sus mismos excesos.
Al final resultará ser cierto lo que dice el propio Llinás en la película, que se trata de un encargo sobre el arquitecto brutalista con el nombre del título, amigo de su padre, quien escribió un librito sobre su faceta de pintor. Y que, entonces, Llinás hace en ella todo lo que promete no hará nunca: mostrarnos (muy bien, como siempre El Pampero muestra la ciudad) sus edificios (Hospital Naval Central, Biblioteca Central, Banco de Londres, Centro Cívico La Rosa), hablarnos de su padre, etc.

Otra vez cine dentro del cine, como en otras muchas de sus películas hace también aparecer en la película a toda su familia real (divertidísima su madre o la crítica con doble sentido que le hace su mujer e intérprete principal de “Trenque Lauquen”, Laura Paredes) y artística, y utiliza la música (aquí Charles Trenet) de forma extraordinaria. 

Trenque Launquen

Magnífico, en su continuo mostrarse nada expresivo, Ezequiel Pierri.

La búsqueda botánica… y algo más.¡Qué suerte tenemos con El Pampero!

El Festival D’A programó un pase con los 250 minutos de “Trenque Launquen” (Laura Citarella, 2022) y, al saber que coincidía con la cena que yo mismo había convocado, me obligó a cometer la grosería de anunciar que no asistiría a la misma. Pero es que la ocasión era única y ayer, pese a la sólo media entrada, se demostró que de extraordinario rendimiento. Y es que se pudo ver una vez más el talento que hay en El Pampero, ese grupo de amigos y de producción cinematográfica del que Laura Citarella forma parte.
Empieza pausada la película, como enredada en esa malla de poblaciones y carreteras de la provincia de Buenos Aires que recorren los dos actores que, en un coche de un lado para otro, parecen buscar una misma mujer, Laura.
Y va paulatinamente abriendo la curiosidad del espectador, que espera esas lentas pistas que van dosificándose, aclarando, pero poco, lo que está pasando.
Tiene “Trenque Launquen”, participando en ese juego de la aparente clarificación, una estructura a base de capítulos, que van apareciendo, con su número y título en una especie de intertítulos. Varios de ellos surgen tras un brusco corte de la escena previa, silenciando la música (uno de los indudables aciertos) que la animaba y definía y, dentro de este grupo, unos cuantos cortes resultan ser al mismo tiempo, paradójicamente, un raccord, que lleva de lo que se está diciendo o sucediendo al capítulo de su aclaración.
Quizás la mejor de todas las historias que narran estos habilísimos creadores de historias sea -supongo que todo el mundo estará de acuerdo- la de la apasionante relación epistolar descubierta por la protagonista (interpretada por una de las actrices de “La Flor”), que puede hacerla encontrar un sitio preferente entre las hermosas películas que hablan de correspondencias. La pasión que desvelan las cartas descubiertas es tan fuerte que hasta se traspasa a los que las descubren.
Me recordó la película en su encadenamiento de historias a “El manuscrito encontrado en Zaragoza”, pero en este caso se trata siempre de vueltas a la misma historia, en un continuo adelante y atrás, vistas las cosas desde diferentes puntos de vista, en un recorrido circular (como la laguna que da nombre al municipio) en el que cualquier acotación oída en un principio será posteriormente retomada y expandida.
Valdría ya sólo por ese retrato de la ciudad de Trenque Lauquen (“todo bulevares”), que nos es enseñada exhaustivamente, o después en ese lento recorrido en comunión con el paisaje casi de western en que se convierte por el final el film, para hacerle un sitio en la historia (más allá de la del municipio de Trenque Lauquen…).
Pero es que está llena de variopintas cosas, como los inventos del TBO o el placer de ver una escena rodada en la hora bruja por el simple placer de rodar un puente singular de la zona. Y los conocedores podrán ayudarme a sacar las coincidencias de ciertas cosas que van apareciendo. La deambulación inicial con el coche recuerda mucho a las búsquedas que emprendía Mariano Llinás para encontrar algo que le solicitaba Matías Piñeiro en su correspondencia fílmica y ¿qué otra película del grupo? ¿Es la playa de ésta como la de Ostende o La mujer de los perros? ¿Dónde he visto yo esa entrada en la solitaria y decrépita pulpería cuando perdida -era una mujer de la alta burguesía la protagonista y se trataba de una película sobre su toma de conciencia de la represión política-? ¿Era en una de las “Historias extraordinarias” la circulación, como la final, por ese mundo de canales y lagunas rodeadas de cañas de la provincia?
Y así podríamos seguir, dando vueltas nosotros también a esta estimulante película.

El apasionante encuentro de esa historia de amor a través de esas misteriosas cartas.

Reconstruyendo posibles historias.

Trenque Lauquen, todo bulevares, a la que le han hecho una inesperada película para toda su historia. Ahora se convertirá en secreto llegar de culto, a visitar.



 

martes, 28 de marzo de 2023

Model

En la agencia, recogiendo datos y aconsejando a un candidato a modelo.

El perfil de Manhattan, con las torres gemelas en un extremo. A continuación una banda tocando por la calle su música, seguido de una serie de vistas del centro de la isla, hasta que la cámara se queda quieta ante un bello edificio del Upper West Side, bastante bajo, de ladrillo, que luego sabremos se trata de una agencia de modelos. Así comienza “Model” (Frederick Wiseman, 1980; en Filmin).
Pocos temas más lejanos de mis intereses y apostaría que igualmente de los de Frederick Wiseman y, sin embargo…
Entrevistas con candidatos de ambos sexos a modelos, sofisticadas sesiones de fotografías para las más famosas revistas de moda o anuncios de las mejores marcas, rodajes de spots publicitarios seguidos en todos sus detalles (es verdad que repetitivos) y un desfile de alta costura se suceden en la película.
Gente caminando por las aceras de la ciudad, contemplando escaparates. Vendedores ambulantes, etc. van enlazando las escenas. En una sesión de fotos, un extraño y forzado plano en contrapicado nos muestra el Mao de Andy Warhol (que aparece en persona, participando en una conversación posterior) colgado en una pared.
Otros cortes de este detallado registro de este trabajo corresponden a vistas de coches pasando por las calles y autovías de NY. En una de ellas he reconocido al Hospital Metropolitano, protagonista de su documental anterior “Hospital”. Quizás sea sólo un aprovechamiento de recurso ya filmado, pero me inclino más a pensar que se trata de un recordatorio de que todos estos laboriosos esfuerzos dispensados en este mundo en el fondo tan superficial, ocurre, se desarrolla, manteniendo en el olvido la brutal perentoriedad social que reflejaba ese otro film.

De una sesión de fotografía.

Rodaje de un spot publicitario.
 

lunes, 27 de marzo de 2023

Hospital

Un médico del metropolitano llama para protestar -como se ve hace continuamente- al hospital desde donde le han traspasado una paciente, poniendo en serio peligro su vida.

Hay a quien le gusta ver series de hospitales, y se dejan engañar con las discusiones esas sobre si será mejor este tratamiento de choque que aquel otro, y cosas así.
Yo les recomendaría que se dejen estar de estas edulcoradas historias y se inyecten en vena -eso sí sería un tratamiento de choque- “Hospital” (Frederick Wiseman, 1970; en Filmin).
Un primo mío hizo varias guardias nocturnas, como prácticas de estudios de medicina, en la Pere Camps durante un periodo de los más moviditos de Barcelona, donde quedó curado de espantos. Lo he recordado mientras veía, en el documental, los distintos casos a los que ha de responder el equipo del Hospital Metropolitano de NY en sus limitadísimos espacios, en los que por momentos se agolpan máquinas, médicos, pacientes, policías y en ocasiones hasta algún curioso, estorbándose unos a otros.
Si hay un tema que aflora en casi todos los casos captados por la cámara de Wiseman, es el de los zarpazos de la pobreza, y si se saca alguna conclusión del film, tras superar hasta alguna operación en vivo, es la de la existencia de unos problemas sociales de aúpa, que estamos lejos de atenuar.
Wiseman acaba -como no debe descubrirse el crimen del hospital, explicarlo no es spoiler- rodando una misa a la que acuden varios pacientes del centro. En ella el sacerdote lanza un sermón en el que, como todo consuelo para los que han ido a seguirla, les conmina a dar “gracias a Dios, por Dios”.
¡Manda…!
No acabo la expresión que utilizó e hizo popular un ministro del PP para que no me censuren los mecanismos de esta santa casa.

Un travesti lamentándose en el hospital.

Tras un intento de suicidio. Presenciaremos -aviso para almas delicadas_ hasta una enorme vomitada.

Transmitiendo su incapacidad a un paciente que debiera ser atendido por otros servicios.


 

Titicut Follies

Las Titicut Follies, que abren y cierran el documental.

Llegada de presos con enfermedades mentales atribuidas llegando al hospital.

Un recién llegado confiesa estar mal (ha violado a una niña, y no es la primera vez) a un médico que mecánicamente va escribiendo su declaración.

Es bien sorprendente su inicio -una festiva canción de varietés, interpretada por un coro en un escenario-, en un documental que sabes sobre una prisión psiquiátrica norteamericana.
Pero la siguiente escena ya niega cualquier posibilidad de equivocación o de dulcificación. El presentador del show luce en ella el uniforme de guardián, y junto a otros, obliga a unos cuantos hombres, en general con la evidencia de la enfermedad mental en sus rostros, a desnudarse y recoger las prendas que vestirán como uniforme de presos de la institución.
“Titicut Follies” (1967) fue el primer largometraje documental de Frederick Wiseman, quien a partir de entonces se auto-impuso el trabajo de radiografiar las más diversas instituciones de todo el orbe, siempre procediendo del mismo modo: rodar todo lo posible, todas las acciones que se pueda, sin evidenciar su presencia, pero sin ocultarla. Seleccionar luego las escenas que mejor definan lo documentado. Los resultados son siempre, en su caso, espectaculares.
Había visto bastantes documentales de Wiseman, con lo que conocía la fuerza de su cine, pero este primero suyo, que marca ya su estilo y resultados, es posiblemente el más brutal de todos, sobre todo por la naturalidad con que refleja se producen los más inhumanos atropellos a los allí residentes.
Los guardianes hacen circular desnudos por todas las dependencias a los internos, que duermen en unas celdas cerradas herméticamente y no contienen ni un solo mueble. Se burlan constante y cruelmente de quienes merecerían una consideración y cuidado. Vemos cómo un médico, mientras sigue fumando, introduce en vivo una sonda por la nariz a uno de ellos para alimentarlo a la fuerza. Oímos reflexiones cargadas de lógica que son tomadas por el pito del sereno.
Una nota final señala que la autoridad judicial ha obligado a la película a informar que ha habido cambios y mejoras en el hospital desde 1966, que debió ser el año de rodaje. No creo que la nota alivie a nadie del desasosiego que va dejando, sin pausa, escena tras escena, el film.
Un film, por otra parte, que ya he inscrito como de la mejor valoración entre los enormes documentales sobre instituciones mentales que he visto nunca. A la altura de los de Depardon, por ejemplo, si bien quizás más desesperante.
Empezaba a descreer de Filmin, cuando nos ha agasajado con una buena muestra, numerosa, de documentales de Wiseman. Hay que agradecérselo en lo que vale. Y sus suscriptores felicitarnos. Con ellos amortizamos de largo la cuota anual.

Rutinas diarias. Pasean a los reclusos/pacientes, desnudos, por toda la institución. Alguien limpia la desnuda celda.

Un hombre repite a voz en grito un discurso que incluye a todos los famosos personajes políticos del momento y la historia.

La atroz escena de la sonda, casi insoportable.
 

domingo, 26 de marzo de 2023

Rohmer en Ombres Mestres

Éric Rohmer a los 71 años. Su último largometraje lo hizo a los 86.

Éste vuelve a ser un recordatorio, pero ya se acaban con él: el próximo martes 28 de marzo, a las 18h en punto, en la Associació/Col·legi d’Enginyers (Via Laietana, 39), una sesión de esas raras del Cineclub Associació d’Enginyers, un Ombres Mestres dedicado a Éric Rohmer, última sesión del ciclo de este año.
Hay que aprovechar, porque nos han asignado el Auditori Pompeu Fabra, la de los grandes acontecimientos de la casa.
Dos posibilidades:
A/ Fuiste de los que no te perdías ninguno de los estrenos de Rohmer en el Arcadia y su contemplación te daba, además de una satisfacción especial, ocasión para discutir de temas, personajes y situaciones.
B/ No coordinabas con Rohmer o no llegaste nunca a considerar el suyo, como nos pasó a muchos, un cine familiar, ni siquiera elogiable.
En uno u otro caso, yo diría que puede ser interesante asistir a la sesión:
A/ Para recordar escenas de sus películas y, quizás, verlas con una idea de conjunto, incidiendo en dos o tres puntos de vista.
B/ Para oír unos cuantos razonamientos que intentan mostrar su valía como -pese a opiniones dejadas ir sin reflexión, que hablan de literatura o teatro filmado- una de las obras cinematográficas mejor planificadas cinematográficamente.
Y se acabó la publicidad.

Haydée preparándose un té ante la presencia de Patrick. A ver si nos da tiempo de hablar de la relación de Rohmer con el té.

Juntos pero no en el Cuento de Primavera.

No es Godard jugando con los colores, sino Rohmer en una escena en la que dos bien conocidos por la costumbre se revelan y explican todo.

Y la preparación de una secuencia clave en "Les 4 aventures de Reinette et Mirambelle".
 

sábado, 25 de marzo de 2023

Siete Jereles en el In-Edit

Hoy, en el Festival In Edit, en los cines Aribau de Barcelona, Gonzalo García Pelayo presentará la última película que ha realizado con Pedro G. Romero, "Siete Jereles".
¿Alguien gusta de Jerez, de los caballos, del flamenco, del cine o incluso de los drones por una vez no reñidos con este último? Pues entonces yo no me lo perdería. Y además en pantalla grande.
Parece que por la web no hay ya entradas disponibles, pero dice él mismo que alguna seguro que sobrará a última hora. Si existe seguro que él procurará agenciarla para que el lleno corresponda a lo que se ofrece. Gran acontecimiento. Para mí una de las grandes películas del momento.
No hay ninguna descripción de la foto disponible.
 
Compartido con: Tus amigos
Amigos
¿Recapitula Gonzalo Garcia-Pelayo y por eso le presenta “Siete Jereles” (Pedro G. Romero y Gonzalo Garcia Pelayo, 2022) retrocediendo por las calles de Jerez de la Frontera, mientras se cruza con gente que avanza normalmente? El caso es que vuelve, en ese año de rodar cine por todo el mundo, a Andalucía, a Jerez, y se envuelve, se arropa con sus músicas.
Caballos corriendo libres en penumbra, luces de la ciudad al fondo. Son los caballos jerezanos los que nos llevan al interior de sus calles, sus cascos resonando por los adoquines y otros pavimentos, mientras se presentan los títulos de crédito. Corte y aparece Jerez en el blanco y negro de un documental o programa (¿”Rito y Geografia del Cante”?) de por 1970. Y, sucediéndose con rapidez, vemos placas de calles jerezanas con nombres asociados al flamenco. Vaya por delante que mi abuelo era de Jerez de la Frontera. La conexión emotiva con la película, conseguida en sólo unos pocos, preciosos, minutos. Más tarde reflexioné sobre la sorpresa y emoción que se habría llevado si, en un ejercicio imposible con el tiempo, se la hubiera podido proyectar…
Esta mañana me he dicho que disponía de un momento para ver un trozo de “Siete Jereles” y así no retrasar más su visión esperando disponer de las dos horas que dura. Pero, una vez iniciada con ese espectacular encadenado de cosas que presenta, ¿a ver quién es capaz de dejarla a mitad? La he visto hasta el final, retrasando todo lo demás.
Gonzalo continúa caminando hacia atrás y, como el avance de los siete caballos sigue, ves claro que se producirá el encuentro, que tiene lugar en la Peña La Bulería. Allí José de los Camarones -el que tan bien sabe anunciar el género en venta- inicia los cantes e interpretaciones musicales -hay hasta guitarras eléctricas- que van sucediéndose en una continuidad perfecta durante todo el resto de la película.
Reconforta ver cómo tiene lugar ese encadenado, con una cámara que se mueve continua, pero majestuosamente. Ahí, al principio, ves al cantaor y la cámara te lleva a otros… que acabando su intervención se levantan y tienen una salida grupal del edificio en el que estaban que me ha recordado a cómo salen del estudio todos sus ocupantes al empezar “Annette”. Más adelante, por ejemplo, ¡cómo irrumpe la cámara en el teatro y entran en juego las tres chicas violinistas y el contrabajo para seguir más tarde con otros en ese mismo espacio! O, avanzado ya el film, saliendo de otro de los increíbles escenarios -una iglesia con su dorado retablo iluminado- atravesar la cámara en retroceso (como GGP, si bien aquí da la impresión de que es, más que nada, para adquirir perspectiva) su portal e ir pasando sin frenar del cante de uno a otro cantaor que van apareciendo y siendo dejados atrás en su camino, hasta que unos truenos anuncian un cambio de tercio, que se materializa con la lluvia posterior, en una de las opciones de ese montaje realizado por Sergi Dies, de quien supe por vez primera como montador de Joaquín Jordá. En resumen: una serie de tours de force escenográficos como para que ya nadie pueda decir que, de esa manera, es fácil hacer 10+1 películas en un año: todo lo contrario.
¿Va la cámara siempre en retroceso? No, porque hace otro tipo de movimientos, pero nunca se tiene la sensación de una cámara incisiva, que te quiere obligar a ver esto o aquello. Todo parecen encuentros fortuitos, felices encuentros a los que lleva el azar, en una noche fantástica, que tiene ese halo de irrealidad que suelen acarrear las noches acertadas.
Otro protagonista de la función es el dron, que eleva la cámara hasta contemplar -siempre de noche, recuérdese- los patios con vida, iluminados, de la ciudad. Seguramente consciente de las críticas que muchos ponemos al uso excesivo del dron últimamente, una escena de la que no puedo evitar ver su ironía nos presenta una ceremonia de ascensión a los cielos de uno de esos aparatejos, ante las alabanzas casi a capela del coro que luego oímos, pero vemos quedarse en el patio desde el que ha ascendido, tomados desde la cámara del mismo dron en cuestión.
Los siete jereles corresponden a los siete aspectos de Jerez presentados por la película , que aparecen anunciados en siete carteles numerados. Pero hay también uso de frases para acentuar algo, a las que tan aficionadlo es Gonzalo Garcia Pelayo, aquí concentradas en intertítulos de fondo rojo. Una, por ejemplo, es ésta que he anotado:
“En todas las partes del mundo
sale el sol cuando es de día
y a mí me sale de noche
Hasta el sol va en contra mía”
Está colocada tras la aparición de los dos hermanos Garcia-Pelayo, Gonzalo y Javier, quienes, recordando y paseando por Jerez, llegan a la casa de su infancia.
Quizás haya que recalcar otra vez que la noche es otra de las grandes protagonistas de la velada, pues nada está rodado de día. Pasean por la noche hasta las que se confiesan diurnas, mientras un letrero recalca:
“El sol cuando es de noche”
También va la cámara en retroceso cuando pasa entre los miembros de la banda municipal en formación, bajo unos soportales, seguramente improvisados ante la aparición inesperada de la lluvia. Y, en ese momento, viendo los rostros de los diferentes músicos de la banda tocando, me he imaginado la ilusión que les hará verse (y que les vean los suyos) en una película que será ya para siempre la película de Jerez.
Más cosas: nombres. La película está firmada por Gonzalo Garcia-Pelayo y Pedro G. Romero, quien hace un cortísimo cameo y además es quien firma el guión. Está, desde luego, emparentada con otra hecha por ambos al alimón, “Nueve Sevillas”, con lo que ya tiene película GGP de sus dos ciudades andaluzas, o de las tres, pues también está, aunque diferente, “alegrias de Cádiz”. Viendo “Siete Jereles” y su perfección visual, creo que es de justicia también destacar el nombre de su director de fotografía, Alex Catalán.
Poco frecuentador de actuaciones de flamenco, la película me ofrece la oportunidad -la suerte- de conocer a gente como Diego Carrasco, en este caso rodeado de lo que me recuerda a los comparsas estilo carnaval de Cádiz. O a muchos otros para mi anónimos artistas, que cantan cosas como ésta:
“Hay estrellitas del cielo
que yo las cuento y no están cabales.
Faltan la tuya y la mía
Que son las principales”
Viendo, por el final, en lo que un intertítulo señala como “la noche de los proletarios”, a un modesto y sorprendente cantaor y bailarín, allí evolucionando pegado a la puerta de una casa, recupero el lápiz y, yendo a la impresión global causada, escribo:
Un monumento.