lunes, 29 de enero de 2018

La ciudad y el cine

Me preguntaron desde la Societat Catalana de Geografia un tema que, partiendo del cine, fuera adecuado para dar ahí una conferencia. Para curarme en salud solté a bote pronto como propuesta de tema “La ciudad y el cine”, pues la ciudad es muy cinematográfica y ha sido estudiada desde todas sus aristas por la geografía. Al poco tiempo me di cuenta del berenjenal en el que me había metido, pues la cosa da para abordajes múltiples, recopilables en auténticas enciclopedias. Entonces rebajé las expectativas, cambiando el título a un práctico “Algunes visions de la ciutat al cinema”.
Todo este prólogo es para decir que la SCG ya esta anunciando (ver a continuación) a sus socios que el próximo jueves 15 de febrero, a las 18,30h, daré esa charla, ilustrada con fotografías y secuencias y, como la entrada –y la salida- es libre (quiero decir: sin taquilla), pues si alguien no tiene nada que hacer ese día a esa hora y quiere pasarse a curiosear en algún momento, pues que será muy bienvenido.
El texto de la convocatoria, con detalles:
“Societat Catalana de Geografia.- Propera activitat:
Dijous 15 de febrer de 2018, a les 18:30 h
Sala Nicolau d’Olwer de l’Institut d’Estudis Catalans c. del Carme núm. 47, Barcelona,

Presentació de la conferència: «Algunes visions de la ciutat al cinema», a càrrec de Juan Manuel Garcia Ferrer, enginyer industrial i llicenciat en Geografia i Història.
Hi ha veus que es lamenten de l'escassa utilització del cinema com a eina dels geògrafs per tal d'entendre el fet urbà i la seva evolució. Sense entrar a desenvolupar aquesta asseveració, la sessió pretén fer una aproximació no exhaustiva a les relacions entre cinema i ciutat.
Durant la conferència es mostraran fotografies i seqüències de films sobre el tema, agrupades en tres capítols. Un primer cronològic, que senyalarà uns quants moments del cinema en el que la ciutat ha estat gran protagonista dels films predominants. Un segon, que dona una ullada a com alguns gèneres cinematogràfics ens han mostrat la ciutat. Per últim, un capítol que es podria allargar a voluntat, repassant certes sensacions transmeses sobre la ciutat en molts films.”

domingo, 28 de enero de 2018

La isla de Robinson Crusoe

Por este punto, con aproximadamente esta vista, acaba el documental.
Pues sí: Yo también siento atracción por las pequeñas islas en medio del océano, con la condición de que no estén desiertas. Atracción para visitarlas, intentar entender por qué vive ahí algún centenar de personas, captar en directo su pequeña historia. No por vivir un tiempo en ellas, porque entonces, como dijo anoche Patricio Guzmán, te das cuenta de que no hay casi cosas para ver (o filmar) o, como dice Miguel Sánchez Ostiz, quieres marcharte y no tienes luego ningunas ganas de volver.

La cadena La Sept Arte ofrecía a realizadores producirles un documental sobre el sitio del mundo que escogieran con tal de hacer él mismo de cámara y sonidista, hacerlo en primera persona y que no fuera a base de entrevistas. Patricio Guzmán, dice que influido por su lectura, a los trece años, del libro de Defoe, escogió hacerlo de la Isla de Robinsón Crusoe. Ayer, aprovechando su estancia en Barcelona para pasar por la ECIB y la Filmoteca, aceptó la invitación del cine Zumzeig para presentar "La isla de Robinson Crusoe" (1999), el documental de 41 minutos resultante y efectuar luego un largo y al final (cuando habló de los misterios del documental y de lo esencial del montaje) interesante coloquio.

Es muy divertido todo el inicio del documental. Uno diría que dilata la presencia de la isla para crear un cierto misterio sobre ella en el espectador. Él dice que recogió fielmente lo que fue pasando desde que le autorizan el proyecto, y ahí entran avionetas que deben aplazar una y otra vez el viaje por exceso de viento, frustrado viaje a Valparaíso para intentar tomar un barco (con subida en uno de esos rudimentarios funiculares y estancia en uno de sus cafés), visita a bibliotecas y detallado trayecto en vuelo y por mar con la acertada (¿inventada?) descripción de los pasajeros para constituirlos en atractivos protagonistas.
Patricio Guzmán, dispuesto ayer a presentar su película en un Zumzeig lleno mayoritariamente de gente joven.
Juan Fernández, la capital y única población de la isla. Guzmán explicó que hace unos años fue arrasada por un tsunami.
Luego la isla, sus gentes, los escasos restos que dejó el personaje que sirvió de base para la novela, otros momentos de su historia... No demasiado, pero ya me gustaría que en la televisión ofrecieran periódicamente piezas de este estilo, como aseguró Guzmán que le gustaría que le encargaran otras a él (tiene una parecida dedicada a Julio Verne), para poderse desintoxicar un poco entre tanto documental de carácter político o de más alcance.
El libro que Miguel Sánchez-Ostiz escribió sobre la isla y sus pobladores (históricos y recientes) tras pasarse en ella un mes recorriéndola de pe a pa.



jueves, 25 de enero de 2018

Fantasmagorías del deseo

Salvador Foraster y Carolina Sourdis.
En casa nunca funcionó el UHF (más tarde La 2). No había forma de orientar la antena para que diera una buena señal de ese canal. Era una porra, porque por ahí pasaban las mejores películas, que no se podían grabar en condiciones. Aún así alguna vez lo hicimos con alguna joya que guardé, aunque luego se comprobaba que el cartucho de vídeo resultante era casi invisible.
La sesión de hoy de la Filmoteca me ha recordado lo anterior. Era otra sesión de "Fantasmagorías del deseo", un ciclo sobre cine y psicología (aunque viendo el programa cada vez veo que esto de la psicología debe abarcarlo todo) organizado por La Casa de la Paraula. Pasaban un par de películas colombianas: "Paraíso" (Felipe Guerrero, 2006) y "Fragmentos" (Carlos Santa y Herib Campos-Cervera, 1999). Ésta última han pasado en un formato (enviado por sus realizadores) que más bien parecía un refrito pirata del original, lleno de píxeles, razón por la que el público se ha ido retirando a sus hogares, hasta dejar la sala prácticamente vacía. Una lástima, porque la película es un montaje, con intencionalidad política, de todos los trozos que se han salvado de la historia del cine colombiano hasta los años 50, y entre los primitivos se intuía alguna imagen impagable.
"Paraíso" tampoco es que se viera a la perfección, pero por lo menos se podía seguir. Proyectada en primer lugar, más dura, viene a continuar temporalmente las apropiaciones de películas colombianas donde lo dejó la otra, mezclando imágenes diversas con otras rodadas para la ocasión. En las dos se sienten las dictaduras militares, las partidas contrarias, los contrastes entre una supuesta vida cosmopolita (sobre todo en "Fragmentos") y otra de supervivencia en las viviendas de autoconstrucción de los alrededores de la ciudad o bien lejos de ella ("Paraíso"). Una secuencia nos ha acercado de una forma increíble a lo que debió ser el pan de cada día en amplias zonas del país: los de las guerrillas retirándose, el ejército intentando una emboscada. Otras están llenas de derribos, vertederos, miseria.
El "Paraíso" es, claro, Colombia, aunque las imágenes presentadas dejan claro que es, en todo caso, un paraíso que no se deja compartir y que a lo largo del siglo XX ha tenido mucho más de inhóspito que otra cosa.
Carolina Sourdis, que es quien ha escogido los films ha resumido su intención reconocida: Poesía y memoria. Y, para acabar con poesía, está bien hacerlo como "Paraíso", con la divertida de Jaime Jaramillo Escobar:
Jaramillo
"La digestión de la pulpa del coco demora cuarenta días y cuarenta noches. Ni mucho, ni poco.
Al plátano hartón de cáscara roja le falta un grado para ser veneno. Compadre, no coma coco. Si se ha comido banano y se toma ron, muerte segura. Nadie comió. Ni yo tampoco.
La pepita de la pitahaya si la comes no la muerdas, si la muerdes no la tragues; si la tragas, allá tú. La pepita de la granadilla si la tragas se te embucha. Para que no se te embuche, mejor que no comas mucha. La pepita de la granada no es como la de la granadilla. La pepita de la guayaba no es como la de la granada. Y la pepita de la papaya no es como la de la guayaba. Es como la de la papayuela, pero más dulce. 
Si es más dulce es más sabrosa, si es más sabrosa es más cara. Para que no sea más cara no compre papaya ni compre nada.

La pepita de la guanábana es como la de la chirimoya. Y ambas son como la de la calabaza. Cuando a uno le dan calabazas no le dan chirimoya ni le dan papaya. 
Las pepitas de la guama se usan para hacer zarcillos, quiero decir que se utilizan como pendientes, o mejor dicho lo que quiero decir es que los chicos se las cuelgan de las orejas.

Trae el corozo una nuez, trae la nuez una almendra, pero la almendra de la nuez no es como la nuez del corozo. Si no se entiende que no se entienda. (...)"

miércoles, 24 de enero de 2018

Cine en zapatillas


Un amigo cineasta vino con su pequeña cámara de vídeo (entonces no tan pequeña) cuando Teresa regresó a casa tras tener a nuestra primera hija, Ginebra. Mientras hablaba con nosotros grabó todos los pequeños acontecimientos que creía descubrir en ese cuerpecillo. Esa pieza, junto con una previa en la que grabó el paseo que dimos el fin de semana anterior, con Teresa enormemente embarazada, constituyen los primeros capítulos de lo que llamé mi "Film familiar".
Todo lo demás de "Film familiar" es mío, pues Teresa me regaló al cabo de un mes una de esas cámaras, que para entonces ya se habían popularizado. Con ellas grabé desde los primeros pasos de mis hijas hasta el más sofisticado (nunca demasiado) de nuestros viajes, muchos ya con una cámara más miniatura. Esto fue así hasta que lo que se popularizaron fueron las pequeñas cámaras fotográficas digitales y tuve una de ellas como regalo. Como en realidad utilizaba en los viajes la cámara de vídeo para hacer una enorme cantidad de planos cortísimos fijos, captando la enorme cantidad de imágenes que no me habrían permitido tomar las cámaras fotográficas analógicas de entonces, paulatinamente, o más bien casi de sopetón, como tanta gente, fui dejando la cámara de vídeo en un armario y la sustituí por una de fotos, o directamente, para descansar, hice algún viaje sin cámara. Se acabó el "Film familiar".
Supongo que ésta ha sido una historia repetida por mucha gente de mi generación. Pero en algún momento también quise trascender la cosa familiar. Mi amigo cineasta siempre insistía para que me pusiera a hacer ese "Las cosas de Teresa" que tanto había dicho que iba a hacer. Fue pasando el tiempo, hasta que nos subieron tanto el alquiler del "piso americano" donde vivíamos (un set perfecto para la película) que nos vimos forzados a cambiar de casa. Fue entonces cuando, antes de abandonarlo, de forma precipitada y de esbozo (lo cual suele ser mucho mejor) me puse a grabar planos por el piso mientras en la voz en off iba explicando la película pensada o cómo se recogía su acción en una u otra de sus habitaciones.
Me parece que "Las cosas de Teresa" no la hice en zapatillas, porque iba por casa calzado con zapatos, pero podría ser de lo más cercano de mi producción a ese "Cine en zapatillas" del que nos habló ayer en la Casa Elizalde, dentro del programa de este año del Miradocs del BEC, Pere Alberó.
Pere Alberó empezó su conferencia comentando la cierta incoherencia que veía titulando lo que se anunciaba como una "Máster Class" con el tan prosaico nombre de "Cine en zapatillas", pero aclaró rápidamente el concepto, a base de la proyección de varios excelentes ejemplos.
Ese cine de las pequeñas cosas que el cineasta tiene a su alrededor se encargó de demostrarnos que ya existía en lo primero de Louis Lumière. Nos pasó una de sus piezas iniciales, una de sus mínimas historias, tan bien encuadradas y planificadas, en la que una niña que está aprendiendo a caminar se desplaza por la acera de la casa familiar, tiene una duda, tropieza y cae. Como el subrayó, ante tanta saturación de imágenes asaltándonos por todos lados, qué maravilla regresar a la mirada fresca, virginal, de Lumière. Hasta llegó a decir que él procura iniciar sus clases con un "reseteado" de este tipo, para que sus alumnos se limpien de tanto equipaje desgraciado.

Habló entonces de dos líneas de cineastas que elevan este tipo de cine "banal", próximo, de lo que tienen a su alrededor, a la categoría de gran cine. Por un lado los que dejan las tomas de estas piezas tal cual, sin articularlas. Por otro aquellos que articulan a través de ellas todo un relato, en muchas ocasiones expresando la conciencia de una herida.
En el primer caso situó a Jonas Mekas, del que citó su frase, tan significativa, y que algo habrá tenido que ver con el cambio de rumbo del cine actual: "Necesitamos películas menos perfectas y más libres".

Del segundo puso un trozo de las "Cartas de un cineasta a su hija", de su magnífica "Trilogía de la Cabaña", felizmente editada recientemente en DVD con subtítulos en castellano. Luego un trozo de las películas iniciales de Noemí Kawase, en el que se apreciaba su esfuerzo por registrar, para que no desaparecieran como habían desaparecido sus padres, las cosas que tenía junto a sí. Y así.

viernes, 19 de enero de 2018

La Strada en Les fantômes du souvenir


El otro día dejé caer por aquí que ciertos payasos melodramaticos me dejaban con mal cuerpo y, sorprendentemente, descubrí que era un sentimiento bastante compartido. Lo curioso es que hace unas noches he empezado la lectura de las memorias de Serge Toubiana, el que fuera director de Cahiers du Cinéma y más tarde de la Cinemateca francesa, quien parece padecer de algo similar.
El libro ("Les fantômes du souvenir", Éditions Grasset, 2016) creo que me va a deparar -de hecho ya lo está haciendo- muy buenos momentos, pues lo noto muy bien escrito y toca temas que me tocan muy de cerca, con las sensaciones sobre el cine en primer término. Pero vayamos a la casualidad que provoca estas líneas:

En el primer capítulo (que titula "La strada") explica el recuerdo que le dejó la primera vez en que sus padres le llevaron a un cine, en su Túnez natal. Fueron a ver la película de Fellini y, como me pasó a mí, confiesa que (traducción libre) le “causó un miedo increíble y suscitó una repulsión profunda". Y sigue:

"No soporté a Giulietta Messina disfrazada de clown triste, interpretando Gelsomina, personaje pobre de espíritu con unos enormes ojos saltones. Tampoco me gustaba Anthony Quinn en su papel de feriante, inflando sus músculos para liberarse de la cadena con la que se había rodeado el torso (...). En mi recuerdo era sin duda este universo del circo ambulante, solitario y desarticulado, el que rechazaba." Y, más adelante: "De esa visión del film de Fellini nació mi desconfianza con respecto al circo, sinónimo de tristeza."

jueves, 18 de enero de 2018

Les jours où je n'existe pas

Las provisiones con las que se hace el protagonista del relato cuando vuelve a existir.
Con Luis Miguel Cintra explicando la historia de ese hombre que sólo vive la mitad del tiempo, pues vive un día, para desaparecer el siguiente y volver a aparecer al otro, la película "Les jours où je n'existe pas" (Jean-Charles Fitoussi, 2002) adquiere un aire decididamente portugués, que aún acentuaba más la creencia de que su productor había sido Paulo Branco, hasta que ahora veo que Paulo Films era la marca de otros productores, franceses para más señas.
Un París no muy usual.
Es una película inédita en España, la primera de su realizador, proyectada hoy en la Filmoteca dentro del ciclo "Cine y psicoanálisis", que ya desde hace unos años organiza La Casa de la Palabra.
Martín Grinberg, que es quien la ha escogido, ha hecho luego una prolija divagación, no sé si psicológica, pero que recordaba a revistas de esas que proliferaban por los años 80, de la que he entendido que interpreta el film como una definición del cine y su instrumento máximo, el montaje, justo por los planos inmediatamente anterior y posterior a las desapariciones del protagonista del relato.

Yo no he llegado hasta ahí. He visto en el cuento explicado, eso sí, los trastornos que puede suponer esa periódica desaparición y consecuente pérdida de vida en momentos que el mundo del que se es ajeno -y quizás con él tu enamorada- sigue su curso. El personaje del relato intenta suplir su ausencia con la lectura de los diarios, aunque nunca le satisfacen. Yo, personalmente, que también duermo cada día unas cuantas horas sin enterarme de nada y que también creo que he pasado buena parte de mi vida como si no existiera, me he tomado muy en serio, eso también, los ejercicios que intentaba el inexistente parcial los días en que existía para darse cuenta que el tiempo pasa en ocasiones lentamente y no siempre pues de la forma velocísima con que notaba (él y un servidor) que se le escapaba.

Como bien ha indicado Salvador Forasté en el coloquio, un diálogo de por el final de la película evoca ese deseo que expresaba en ocasiones Buñuel, de volver en el futuro de tanto en tanto de la tumba, leer unos cuantos diarios para ver cómo han evolucionando las cosas por aquí y volverse de nuevo. Justo el que constituye el esqueleto de uno de los últimos libros de Jean-Claude Carrière.
Película curiosa ésta, con un París y otros escenarios no habituales, que hace entrar ganas de ver las posteriores de Fitoussi. Por la sala han hablado de similitudes con el cine de Eugene Green. Yo también, a parte del tono de algunos Oliveira, he visto volar por ahí a Raúl Ruiz.

Elle s'appelait Françoise...


Parte de la hermosa cosecha parisina, este librito que no me pude resistir a llevarme de una alta pila de la librería Gallimard del Boulevard Raspail, confieso que un poco avergonzado por la elección, primando la ligereza sobre otras más sesudas piezas. Lo puse, discretamente, entre medio del botín, ocultando la fotografía de su faja con las dos hermanas Dorleac llamando la atención a distancia.
El texto de Catherine Deneuve resulta ser una entrevista en la que veinte años después de la muerte en accidente de auto de su hermana (yendo al aeropuerto de Niza, como en la ficción de "La noche americana" el personaje de Jean-Pierre Aumont) habla de ella por vez primera. Aunque ofrece aportaciones interesantes para conocer más sobre el carácter de la efímera actriz, dado su origen entendámonos: tiene más de páginas de revista de peluquería que otra cosa.
El de Truffaut, que es el que aporta al conjunto el título de "Elle s'appellait François..." ya lo conocía, porque es, desde luego, el más divulgado (todo el libro, contrariamente a la novedad que creía estar comprando, había sido publicado por otra editorial -Canal Plus- en 1996). Lo escribió Truffaut un año después de la muerte de Françoise Dorleac, aún golpeado por el hecho, pero lo suficiente recuperado para poder expresar en él todo el deslumbramiento que ella le había producido. En él explicaba cómo una y otra cez intentaba convencerla “de que no tenía nada que temer de los años que se suman a los años y que el tiempo trabajaba para ella".
El de Patrick Modiano, mucho más extenso, es una auténtica joya, por el que vale la pena la compra del libro. Se llama "Le 21 mars, le premier jour de printemps", y en él Modiano evoca los diferentes admirados encontronazos en obras de teatro, en películas, con esa estrella fugaz que fue François Dorleac. Siempre dando cuenta de la impresión personal, del engarce con su inicial trayectoria personal que esas visiones fueron teniendo.
Nicole, retratada por Pierre Lachenay en una escapada, en la ficción de "La peau douce"
(Catherine Deneuve. "Elle s'appelait Françoise..." Coordinado por Anne Andreu. Éditions Michel Lafon, 2017)

miércoles, 17 de enero de 2018

María Moliner tendiendo palabras


Entre varios compromisos para la tarde de hoy me he decidido finalmente por mantener el que me ligaba al pase en la Filmoteca del documental "María Moliner. Tendiendo palabras" (Vicky Calavia, 2017), junto a gente que adoran al personaje.
Ha estado brillante en la presentación Carme Riera, valorando la faceta de Maria Moliner, más desconocida, de bibliotecaria y organizadora de bibliotecas, aplicando la regla de Ortega y Gasset de lo que quieras para ti hacerlo para todos, como también, por otra parte, su impresionante humildad (recordando en este caso a Teresa de Jesús, explicando que lo que escribía no tenía ningún mérito, pues sólo recogía al dictado). También, claro, su faceta de mujer, pues de otro modo no se entendería la dedicatoria "A mis hijos y a mi marido, por el tiempo que les robé".
El documental, que ejerce con sus entrevistas y planteamientos de aragonés, tiene el acierto estructural de agrupar los temas que trata como si fueran voces del diccionario. De hecho, hasta los entrevistados son presentados como voces: "Fulanita de tal. f. Filóloga." Empieza desarrollando muy bien todo el tema de su biografía (familia, infancia, juventud y su etapa con las bibliotecas, hasta el estallido de la guerra civil). Colocado al principio de este bloque, aunque ya corresponda a la etapa de su elaboración del diccionario, es el divertido recuerdo de su hija explicando cómo su padre volvía de trabajar y se pasaba alrededor de la mesa de la filóloga, observando por encima de su hombro sus papeles, para regresar con la conclusión: "¡Todavía está en la 'A'!"
Luego, a mi entender, cuando entra en el desarrollo de su diccionario y a partir de ahí a dar una valoración global del personaje, cae en el defecto de querer aprovechar lo grabado en las buenas entrevistas logradas, con personas muy bien escogidas, con lo que entra en una repetición de conceptos diría que excesiva, que reclamaría una poda... dolorosa, porque lo que se debería dejar fuera estaba muy bien dicho, pero hace entrar, de otro modo, en la reiteración.
El personaje es, en cualquier caso, fascinante. Todos sabemos más o menos de la heroicidad de esta "ama de casa" trabajando durante 15 años hasta publicar su famoso y tan alabado "Diccionario de uso del español". Menos teníamos idea de su labor como organizadora de bibliotecas por toda la geografía española. En una entrevista se nos explica que en 1936 la República puso en marcha 5500 bibliotecas... muchas de las cuales desaparecieron, quemados sus libros y ellas mismas, en la postguerra.
Pero en lo que se hace más hincapié es, qué duda cabe, en el diccionario, y las cosas que se dicen y lo que se lee de él me ha hecho apuntarlo como próximo auto regalo. Lo malo es la duda surgida viendo el documental y la discusión posterior en el coloquio: ¿Qué comprar: La edición inicial de Gredos (que sólo se encuentra en libreros de viejo) o la "actualizada" - y según algunos tergiversada- por RBA? Vicky Cavalía ha reconocido disputas entre los herederos por esta cuestión y, desgraciadamente, que el costo que representaría hace imposible que aparezca en el mercado una aplicación para tabletas y móviles a la que tanto partido se le podría sacar.


domingo, 14 de enero de 2018

La maison des bois

El soldado francés vigilando al piloto y avión alemán abatidos.

Llevo siete días administrándome, casi como prescripción de salud mental y de cualquier otro tipo, un episodio diario de "La maison dels bois", la serie de televisión que Maurice Pialat rodó en 1971.
Consecuencias del pic-nic.
Hoy ha llegado su final, con el episodio que, según cuenta su montadora en los extras del pack de DVD, era el que menos agradaba a Pialat, que también lo explica en una entrevista de 2003 así mismo incluida. Según Martine Giordano lo hizo obligado por el guión, pero sin encontrarle casi ningún aliciente personal. Pialat, por su parte, señalaba que estaba lleno de convenciones, que no era en absoluto necesario y que la serie se habría podido acabar mucho mejor con el final del episodio anterior. Por mi parte, entendiendo lo que dicen y añadiendo además que se trata del episodio con más diálogos en una versión original que apenas he podido descifrar, diré que me ha servido para dejarme huérfano como Hervé, el niño protagonista, resignado -a la fuerza obligan- él a crecer y vivir lejos de la casa del bosque en la que tan feliz fue, yo a vivir el día a día sin un Pialat que echarme al gaznate.
Lectura de la correspondencia.
Ya di cuenta por aquí de la emoción y expectativas abiertas por el primer episodio. Anoto ahora, a vuela pluma, alguna cosa sobre los siguientes:
En el segundo parece que Pialat se de cuenta de que dispone de tiempo, por lo que no tiene por qué precipitarse y se permite alargar los planos, haciéndonos vivir el momento. El tercero es, sobre todo, el episodio de un pic-nic de la familia junto a un río, para el que Pialat tomó como referencia ratificada por Giordano la de "Une partie de campagne" de Jean Renoir, pero también el episodio en que más hace su aparición el humor, con esa discusión entre las dos madres de niños refugiados que van a visitarlos precisamente un día en que no las esperan. El cuarto episodio es, sin dudarlo, el de la guerra. Las topas moviéndose de un lado a otro aparecen hasta en los títulos de crédito, impresionados siempre sobre un par de planos especiales, que suelen dar cuenta del tema principal del episodio. El quinto es el del conocimiento de una gran pérdida, justo después de que toda la población deba evacuar con sus pertenencias básicas sus casas... para regresar a ellas al poco tiempo. Por último, el sexto episodio es el de la alegría del armisticio y el de las despedidas, remachado, como señalo al principio, en el séptimo y último.
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La maison des bois según Pialat.
Como ya hablé al referirme al primer episodio de las características genéricas de toda la serie, que en general quedan confirmadas con su visión, lo que cabe ahora sería hablar de alguna escena precisa de la película, que da toda ella el tono y voluntad del film en su conjunto. Una muy especial sería la del final del cuarto episodio, que también es destacada en las entrevistas extras del pack: Previamente ha habido un combate aéreo, contemplado por todo el pueblo, entre dos cazas, uno alemán y el otro francés. El avión alemán es abatido y cae a un campo de cultivo, al que acuden corriendo críos y ancianos, hasta quedar paralizados y en silencio al dar con el cadáver del piloto alemán inclinado sobre el volante. La escena que quiero mencionar viene luego. La cámara recoge un plano general sobre el campo de cultivo en el que se ve, al fondo, el avión alemán abatido, custodiado por un soldado francés haciendo guardia. La cámara va acercándose, lo que nos permite ver que encima del avión está extendido, semicubierto, el cadáver del piloto alemán. Sigue el acercamiento de la cámara y, cuando todo haría prever que nos quiere enseñar en primer plano el rostro del muerto, vemos que lo que llama su atención es en realidad el rostro del soldado francés ahí plantado, sin duda un pueblerino metido a faenas militares.
El sacristán llega a la zona de picnic donde han acudido todos los ocupantes de la casa del guardabosques.
Hay más escenas destacables. Una de ellas la tengo apuntada esperando que me sirva para escribir un artículo para "La charca literaria", en esa sección de "Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine". Pero quizás lo más destacable es el tono general, que evidencia las razones por las que una ingente masa de espectadores, en absoluto habituados al cine moderno, quedaran atrapados en su día por la humanidad de la historia. Una historia sacada de un folletín seguramente infumable. De esos que Pialat, en una entrevista, decía que desearía que le encargaran rodar continuamente durante toda su vida.
La camiseta y el sombrero de los que llegan y sacan a pasear en barca, para asemejarse a "Une partir de campagne".


miércoles, 10 de enero de 2018

Sous le nom de Melville

La imagen típica de Jean-Pierre Melville, con sus Ray-Ban oscuras y su sombrero de ala ancha tira un poco para atrás...
Si hoy he ido a la sesión Melville de la Filmoteca no era para ver su primer film, el cortometraje "24 heures de la vie d'un clown" (1946), porque me dan grima los retratos sentimentales de payasos, sino para ver "Sous le nom de Melville" (Oliver Bohler, 2008), porque me pierden los documentales que te ayudan a formarte una idea sobre éste o aquél personaje o situación.
Luego ha resultado que el corto se pasaba aceptablemente, ya que primero entraba en las preocupaciones de Melville sobre el mundo de la noche y la farándula y luego hacía un recorrido por la vida de barrio parisina de interés, pero yo seguía excitado ante la perspectiva del documental posterior.
Estaba previsto que lo presentara un sobrino de Melville pero, como un incidente ha impedido su desplazamiento, ha sido Esteve Riambau, que se había preparado la sesión para hacerle preguntas productivas, quien ha abierto la sesión, explicando divertidas anécdotas sobre su vida y rodajes oídas a Tavernier y otros, llevando muy bien al público hacia el esbozo de un cineasta y personaje en verdad singular.

El documental confirma con creces esa idea. Para ello cuenta con entrevistas de gente valiosa, que le fue muy próxima, como Philippe Labro, amigos de juventud, sus sobrinos, Volker Schlöndorff o el mismo Tavernier, que le hizo de asistente. Labarthe, por ejemplo, hace una acotación muy certera cuando cuenta que todos los gangsters de Melville, aunque estuvieran sus películas realizadas en épocas ya muy tardías, iban vestidos y se comportaban como gangsters de antes de la guerra. Y así van afinando, entre unos y otros, el perfil de este hermano pequeño de un socialista histórico que, en medio de la guerra, tomó la decisión de, cuando ésta acabase, montar un estudio y ponerse a hacer cine, como así hizo.
"Sous le nom de Melville", se llama el documental, porque, claro está, y como él mismo explica en una entrevista montada en el film, adquirió ese nombre debido a su admiración por el escritor de "Moby Dick". De hecho, sus nombres tienen una importancia fundamental en el retrato. Durante la clandestinidad pasó sucesivamente por los de Cartier y Nano. En otra entrevista, cuando el periodista le llama héroe por su comportamiento durante la guerra, él dice que ni hablar. Que si hizo lo que hizo, fue porque se llamaba Grumbach. Que de no ser por eso él habría sido sin duda un Lacombe Lucien. Dicho esto por ese hombretón de aspecto algo desagradable, con sus eternas gafas de sol y su clara tendencia gaulista, te dices que está siendo absolutamente sincero.
El payaso de "24 heures de la vie d'un clown" en su casa. Su perro le hace de bolsa de agua caliente.
Toda la parte inicial, en que se descubren aspectos no muy conocidos de su infancia y juventud, me han parecido de un gran interés. Luego, entrada la película ya de lleno en algo que debía ser de un interés máximo, como su participación en la II Guerra Mundial, he detectado paradójicamente un bajón, que me da la impresión que se prolonga hasta el final. Hay en todo ese trozo aportaciones preciosas (como la de su preferencia por rodar en estudio porque para él el cine es algo alejado de la realidad, o esa aseveración de que la gran mayoría de las citas con las que arranca todas sus películas, pasando por ser de grandes autores, son de su autoría, completamente inventadas) pero, aunque el documental acabe completando la escena que se abrió al inicio, yo diría que no consigue redondear del todo la propuesta.

martes, 9 de enero de 2018

No compteu amb els dits



Por fin ayer vimos en el MACBA "Poesia Brossa", que estará ahí hasta el 25 de febrero. Como ya mucha gente ha hablando de la exposición, me detendré sólo en el "No compteu amb les dits", la película que hizo en 1967 Pere Portabella a partir de una serie de temas de Brossa, componiendo una pieza de 35 minutos que aún vista hoy sorprende.
Es una mezcla astuta entre dos tipos de escenas. Por un lado presentaciones banales, con modelos de una modernidad que aquí sólo se vislumbraba en el papel couché y en el cine, a las que sólo les falta las músicas de "nivel de vida" que Portabella incorporó en proyectos posteriores. Por otro lado, cosas de mayor calado aunque bastante camufladas (la guerra de Vietnam era de esa época y a eso casi se llega). Con esos dos componentes que actuando por contraste en ocasiones dicen mucho más que lo que aparenta, el metraje está estructurado como pequeños filmets, sin aparente conexión entre sí, como los que pasaban en la espera o pausa publicitaria de los cines de la época, separados por cortinillas de animación.
En las fotos, dos de las escenas más significativas cuando menos por su impactante fotografía (dirigida por Luis Cuadrado) de un blanco y negro muy contrastado. En una de ellas Mario Cabré (con una cara de susto que no sé muy bien si obedece a lo que le pedía Portabella o bien refleja el miedo que estaba pasando al no entender nada de lo que le pedían hacer) se dispone cautelosamente a tomar una ducha. En la otra, perteneciente a la escena que más me impactó en su momento, porque además yo vivía por el barrio, un cura (al que previamente hemos visto bajar las escaleras de los Josepets y entrar en una barbería de la manzana de la Plaza Lesseps arrasada posteriormente por la ronda de General Mitre) se dispone a que le corten el pelo.
Quien pase por la exposición que calcule el tiempo para dedicar su tiempo al film y no saldrá decepcionado.

La maison des bois

Pialat, de maestro.

A la extraordinaria retrospectiva reciente de Maurice Pialat en la Filmoteca se le podía poner un único pero: No exhibía "La maison des bois" (1971). Quiere decirse que uno ha tenido que contar entonces con unos días en París y unos Reyes por el medio para hacerse con ella. Anoche empecé a degustarla, pues cayó el primer episodio. Un primer episodio que promete, de buenas a primeras, que la serie será de las mejores experiencias cinematográficas que me depare este nuevo año de 2018.
¿Qué aporta este primer episodio?
Primero de todo, un ambiente. De una época (la de la Primera Guerra Mundial) y un escenario (el mundo rural francés, por el que parece que apenas haya pasado la revolución de 1789).
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En segundo lugar, aunque está claro que al menos para mí eso es lo esencial, una buena recopilación de temas y esencias Pialat. Un Pialat que aparece además, ya a las primeras de cambio, como intérprete de su propia película, en el papel de maestro de una escuela a la que regresa, durante un permiso militar, el antiguo titular. Pero es un puro Pialat, pese a tratarse de una adaptación de una novela por otro guionista, por otros motivos:
Pialat llegaba a "La Maison des bois" con la única experiencia contrastada de la realización de sus cortometrajes y de su primer largometraje, "L'enfance nue", que tenía a un niño conflictivo como protagonista principal. Al menos en este primer capítulo el mundo de la infancia está también muy bien representado, cuando no ocupa el punto de vista del film. Primero en la escuela en la que el maestro Pialat les hace recitar un texto sobre el necesario amor a la patria, invitando a cada uno de ellos a ser un "un niño trabajador y bueno, para convertirse, cuando sea grande, en un buen ciudadano y un valiente soldado". Luego en el bosque, con las correrías de los niños refugiados en el pueblo para huir de la guerra. Por último, en la casa del guarda y los juegos de uno de ellos con sus provisionales "hermanos", en los que no faltan las representaciones de batallas entre alemanes y franceses.
El regreso desde la escuela a la casa del guardabosques.

No sólo aparecen niños, que quede claro. Hay también, por ejemplo, ese marqués que se convierte en viudo por un accidente de su mujer. De forma natural preside la ceremonia del funeral y del entierro, quedando clara su soledad y que es la primera autoridad, con dominio sobre un pueblo al que una escena posterior en un bar nos indica que dirige en plan absolutamente caciquil. Están también, sobre todo, esos geniales característicos que nunca sabremos qué hacía Pialat para encontrar y para convencerlos de que actuaran en sus films. La escena en el aeródromo militar, llena de bromas y vinos, nos muestra unos cuantos. Pero si hay uno que destaca, ese es el sacristán, con todas sus probaturas del vino de misa, con ayuda de los monaguillos.
Los juegos por el bosque. El de la derecha yo diría que aparecía también en "L'enfance nue"

Otra característica que hace de este primer capítulo un Pialat genuino es, claro está, su forma cinematográfica. He contabilizado una escena impecable. Un espléndido travelling acompaña a una pareja que se aleja de la tumba dónde están enterrando a la marquesa, pero la deja irse por la derecha, mientras se detiene en un corrillo de pueblerinos, que empiezan a especular sobre la muerte de esa chica casada con un hombre mucho mayor que ella. Pero es una excepción. En general este episodio -y supongo que toda la serie irá por ahí- está lleno de movimientos de cámara nada elegantes, con zooms y cortes muy bruscos de planos, siguiendo esa máxima de Pialat de buscar prioritariamente la eficacia en la narración, aunque sea a costa de la belleza formal.
El magnífico sacristán haciendo probaturas del vino de misa.

En la última escena, un niño, y nosotros con él, entra en el chateau y es descubierto por el altivo marqués, dándose entonces a la fuga. No sé cómo he tenido la sangre fría de apagar el monitor y esperar a mañana para recibir una segunda dosis.

Los juegos de guerra.