miércoles, 31 de mayo de 2017

La vida en rojo


Pasaron esta madrugada en La 2 "La vida en rojo" (Andrés Linares, 2008). La grabé y la he visto con algún altibajo (era hora de la siesta...) hoy. Le propinaron todo tipo de improperios cuando su estreno, y no hay para tanto: la prueba está en que enseguida quedé desvelado, siguiéndola intrigado. Basada en una novela de Isaac Rosa, el que fue recibido como nuevo valor de la literatura española por Juan Goytisolo, fue dirigida por Andrés Linares, histórico director y escritor de cine comunista.

Plagada de actores notorios: José Luis Gómez (como profesor universitario de los 60), Pilar Bardem (abuela buscando por sitios de reclusión a su nieto, estudiante detenido y apaleado), Ingrid Rubio (la novia, también comprometida políticamente), Miguel Ángel Solá (de comisario del TOP), dicen que cayó en los tópicos maniqueos del tema, que deben ser la persecución de los activistas políticos, las sesiones de apaleo a conciencia en la comisaría, el papel fiscalizador de las porteras y la postverdad avant la lettre por la que los torturadores pasaron luego por gente de gran profesionalidad, que no habían herido ni a un pajarito y a los que se les debía agradecimiento por su pundonor. Toda una opresiva, deprimente atmósfera que me ha recordado, y de ahí el mérito que le atribuyo, la película.

lunes, 29 de mayo de 2017

El cine Phenomena

Junto al ambigú. Al fondo, una de las escaleras a la sala.
Por una cosa o por otra, no había visto aún ninguna película en el cine Phenomena. Vencida la desgracia de haber cogido en un día de huelga de metro el H8 (para seguir una de esas rectas –en este caso horizontal- que se han dibujado para las líneas de autobús los técnicos contratados por TMB, empeñados en pensar que esto es Manhattan, cuando hay zonas en las que tal recta es imposible), lo que me ha hecho estar a punto de no llegar a la sesión, hoy ha sido mi estreno en la sala.
La cortina, esperando abrirse para desvelar la pantalla.
Y debo decir que, satisfecho, repetiré la experiencia, porque recuerda mucho lo que era ir al cine, a un buen cine.
Vestíbulo.
Dicho esto, algo te hace dudar de la gente. Había relativamente poco público para ver la película de mi sesión, pero no era de extrañar, teniendo en cuenta que era un lunes. Al salir, la sorpresa es que la expectación para la sesión siguiente era enorme. Una cola que llegaba hasta el lejano chaflán de la calle, y lo superaba limpiamente, en lo que iba a ser seguramente un lleno absoluto. Lo que no entiendo de ninguna manera es que se trataba de una “sesión sorpresa”. Es decir: toda esa gente no sabía qué iba a ver. ¿Y si ya la han visto? ¿Y si no les apetece? Un amigo al que me he encontrado, habitual de la sala, que sabe de qué va el paño, me ha contestado:
La cola de la sesión sorpresa arranca a andar.
“Van precisamente por eso de la sorpresa. Si les dicen de qué película se trata, no acudirían, y la taquilla sería de unos ocho o nueve espectadores, en vez de este lleno esperado.”
La cola interminable llegando al cine, donde les van a pasar una película de la que no saben ni su nombre.

El desmayo de Fanny Ardant en el Dictionnaire Truffaut


Para preparar una charla sobre Truffaut he leído el “Le dictionnaire Truffaut” que Antoine de Baecque y Arnaud Guigue editaron, con entradas de 22 autores, en 2004. En él se da un repaso a todos los detalles de sus películas, demostrando lo engarzadas que están entre sí y con su vida. Entre ellos, éste del desmayo del personaje de Fanny Ardant, que tanto me impresionó en la revisión de “La femme d’à coté”, y que me indujo a escribir la nota que publica hoy “La Charca Literaria”:

Los ojos vendados


Película sobre la tortura, el teatro, los atentado ultras, los recuerdos más íntimos, anoche me puse a ver (y ya no pude dejarla de ver) "Los ojos vendados" (Carlos Saura, 1978), que había grabado el otro día, y de la que apenas recordaba que pese a todos esos temas, sólo la asocié en su día a un fin de etapa algo cruel de Saura con Geraldine, entonces su compañera sentimental, y aún actriz principal en el film. Y que pensé entonces que el realizador no mantuvo el nivel que representaron para mí sus anteriores trabajos.

En la visión actual, descubrir a su hermano Antonio como figurante, reencontrar tres escenas yo diría que rodadas en los parajes de Melques, donde hizo "Elisa, vida mía", su anterior película, y otra en María de Molina, en la casa de "Cría cuervos", la previa, y por tanto enfrente de la casa donde vivía entonces. Y reencontrar también los engranajes de un cine en esa época imprescindible para muchos, entre los que me encontraba.

(Entre paréntesis: ¡qué pocas y malas fotos de la película se encuentran por internet!)
Sólo encuentro esta foto en blanco y negro, cuando en el film la imagen era en color. Yo diría que la casa del fondo es la de "Elisa, vida mía". O es todo un espacio muy parecido.

domingo, 28 de mayo de 2017

Hombres y trabajos


Durante un tiempo estuve buscando –con muy escasos resultados- películas que pudieran conformar un ciclo sobre “los ingenieros y el cine”. La de hoy en la Filmoteca (“Hombres y trabajos”, Aleksandr Macheret, URSS, 1932) aporta la figura de un ingeniero cuando menos peculiar: Es un americano que se dirige en tren, con gafas de concha, pipa, chaqueta y pantalones –de golf- de tweed, oyendo un gramófono, a la URSS, invitado para supervisar una de sus enormes obras de la época, en este caso una gran presa.
Mr. Cline es en el fondo un cretino que se ríe de la pancarta con la que se cruza el tren (¡Proletarios del mundo, uníos!”) y de los atrasos del modo de trabajar de los rusos, con una malísima disposición y usos de su maquinaria. El capataz Zakharov, un pobre hombre sin demasiados estudios, que dirige una brigada “de choque”, retado por Cline, tiene la idea de que sus hombres estudien como maquinistas en el largo trayecto de ida y vuelta en tren al trabajo, en vez de holgazanear. Con un poco de temeridad y arrojo, ni que decir tiene que sumando a la racionalidad americana el potencial revolucionario bolchevique –como reconoce finalmente el mismo ingeniero americano- acaban produciendo más rápido que éste. Si no fuera porque sabemos como acabó la historia,viendo películas como ésta saldríamos con la convicción de que a estos chicos no hay quien los pare.
La película se pone de lo más interesante en el par de ajetreadas reuniones en una especie de teatro, en las que con discursos y orquesta, valoran lo efectuado, se premian mutuamente y se asignan nuevos planes. Pero casi siempre se desarrollla en las gruas de la presa (con un aspecto similar a la brutal del Dnieper), y con unos divertidos diálogos de imágenes a base de ágil montaje por los cuales las diferentes máquinas, sus movimientos y sonidos, van expresando el estado anímico de los personajes.

66 scener fra America y Nye scener fra Amerka

Me pidió Esteve Riambau que diera una segunda oportunidad a las películas de Jorgen Leth, a quien juzgaba un cineasta interesante, después de que yo dijera que su último film, en el que teóricamente reflexiona sobre el erotismo, me parecía más bien la visión para una revista de papel couché. Esta oportunidad ha llegado esta tarde, y he ido a la Filmoteca –en dura competencia con una película china de los años 30 (de la que ha habido una sesión con el maestro Pineda al piano que se ve que ha estado muy bien) y una comedia musical rusa de 1944- a ver un programa doble de sus documentales: “66 scener fra Amerika” (1981) y una nueva versión posterior del tema, “Nye scener fra Amerika” (2002). Ha estado bien.

La primera iba a ser una visión de los Estados Unidos del momento. Los recorre de punta a punta –con preponderancia de Nueva York y todo el sur-, sacando en cada punto una muy corta secuencia, normalmente en plano fijo, conceptuada mediante voz en off. Cuadros “genuinamente americanos”, con casas, carreteras, sky lines, anuncios, se suceden, apareciendo también de tanto en tanto un taxista, un escritor, o (en el caso de plano fijo más prolongado) Andy Warhol (que se zampa una hamburguesa) presentándose a sí mismos ante la cámara.

Me suelen gustar las películas que van en busca de un “20 años después”. En este caso las diferencias no son abismales. Formalmente, pasamos al formato panorámico, y los cócteles de Sardi’s parecen estar hechos, con el nuevo barman, menos medidos que los anteriores, cambiando el orden de añadido de sus ingredientes y combinación. Quizás Leth frecuenta ahora –veinte años después- más ciertos planos poéticos, como los reflejos en el agua, o unos cuantos en las que sus protagonistas son las nubes. Y los Cadillac clavados en la tierra en Texas han recogido en este tiempo bastantes más pintadas que en el documental exterior. Pero todo presenta una cierta continuidad. Quizás porque, pese a lo que decía el programa de mano, aún no se había topado con la caída de las torres gemelas en NY.

Un posible cometido de un cineasta es, por qué no, éste: Recolectar, hasta el infinito, esas imágenes que nos chocan, esos puntos de referencia sobre el sitio visitado que captamos.

viernes, 26 de mayo de 2017

Tren de noche


Estaba casi llena la sala grande de la Filmoteca para ver “Tren de noche” (“Pociag”, Jerzy Kawalerowicz, 1959). Una sorpresa, tratándose de cine de arte y ensayo del nuevo cine polaco, por mucho que en esta ocasión bajo un esquema livianamente policíaco. Viendo el spot del ciclo he caído: ¡Lo promociona Scorsese!

La primera secuencia nos ofrece un plano en picado, casi cenital (1ª foto) de los aledaños de una estación. Una multitud desordenada accede, en su mayor parte, al tren que les va a llevar a la playa, a las vacaciones. Por el final se reproduce un plano similar (5ª foto). Toda esa gente ya no actúa cada una a su aire, sino que tienen un (cruel) cometido común. Éste es un ejemplo –podrían ponerse otros- de lo estudiada que está toda la planificación de la película, con un Kawalerowicz demostrando una pericia técnica increible, pues un 90% del film sucede en los estrechos espacios de un coche cama, con espejos, literas y otros obstáculos que, lejos de hacerle fracasar en sus intenciones de retratar toda una comunidad, parecen actuar para él como un aliciente.

Con banda sonora a ritmo de jazz, de un tipo diferente, siempre asociado a los personajes, en el tren se empiezan a oír conversaciones sobre un asesino que ha huído. Pero eso es la excusa argumental, muy bien trenzada. Lo más interesante está en la definición de la personalidad de los viajeros de ese tren, con dos mujeres dudando entre varias opcciones (una visceralmente, otra más en plan vodevil), o un médico atormentado, mostrando, como quien no quiere la cosa, la presencia en un segundo plano de jerarquías como la milicia, la iglesia, y hasta la judicatura. Un tren, por cierto, de una sociedad comunista, pero con clases: Nuestros pasajeros van en primera, bien tratados y protegidos de las masas de segunda.


El hombre erótico


Jorgen Leht contempla en la cubierta de un barco que remonta el Amazonas a una bella desconocida, y piensa lo que podría hacer con ella, mientras se pone a diluviar. Es la escena del prólogo de "El hombre erótico" ("Det Erotiske Menneske", 2010) y quizás la que realmente trasmite ese sentimiento erótico que quiere investigar y definir. Dándole vueltas llego a la conclusión de que es porque es la única en la que se le plantea una posibilidad erótica de futuro, mientras que todas las demás no hacen sino buscar un teórico reflejo de lo ya vivido muchos años antes.
La chica del barco por el Amazonas, antes de la lluvia.
El interesante juego cinematográfico que surgía de esas "Cinco condiciones" (2003) impulsaba a ir a conocer las películas de este extraño personaje (cineasta, poeta, seguidor del Tour de France,...), y este prólogo era prometedor. Previamente, en la presentación, ha explicado que le propusieron hacer un film sobre el sentimiento erótico, que le llevó doce años pensar en momentos sensuales que había vivido, y que finalmente se puso a reflejarlos en el film -aunque luego, en realidad, no se viera ninguno de ellos, más allá de variadas imágenes "de qualité". Y también ha leído un texto en el que se preguntaba si era erotismo esto o aquello, y la última pregunta que se ha hecho era si era erotismo cuando ella hace una tortilla.
La mujer de Dakar, con un vestido de elegante colorido.
Pero no ha aparecido luego en la película nadie haciendo una tortilla, ni nada parecido. Se ha visto a Leth recorrer medio mundo, haciendo un casting tras otro para ver quién podía reproducir mínimamente las sensaciones que tuvo cuarenta años atrás. Se han visto escenas con mucho grano, otras con una definición perfecta, en otros momentos la pantalla dividida en todo un mosaico de pantallas,... Pero siempre chicas en poses resultonas, sin poner inconveniente en salir desnudas, mucha imagen en resumen como de papel couché, en una completo viaje por habitaciones de hotel de Asia, África y América Latina.
Cuando se ha puesto poético repetitivo algún que otro espectador se desesperaba, pero él se ha quedado para mirarse a sí mismo y su obra atentamente, de principio hasta el final, un final que se le ha echado encima de sopetón, cuando iba rápido a pasar por el lavabo, porque la edad no perdona. He aprovechado el momento para escaparme, escaleras mecánicas arriba.

martes, 23 de mayo de 2017

Esquizo


He confirmado vía internet, antes de salir de casa, que realmente hicieran en la Filmoteca esta tarde “Esquizo” (Ricardo Bofill, 1970), con la anunciada presentación de Antoni de Moragas y Serena Vergano, no fuera a ser que desde el momento de imprimir el programa algo se hubiera movido. Pero resulta que, en el último momento, Moragas ha imitado a uno de sus queridos toreros históricos (él dirá cuál) y ha dado la espantá. Y ha sido una verdadera lástima, al margen de toda una jugada, porque según me ha comentado luego Esteve Riambau, había preparado un pen-drive con fotografías que hizo durante el rodaje, en calidad de miembro del Taller de Arquitectura, y podría haber comentado con su siempre divertido tono y acertado criterio lo que se cocía por detrás de todo lo que finalmente se ve.
Por suerte Serena Vergano sí ha acudido a la cita, y nos ha explicado lo que íbamos a ver como surgido de un proyecto del Taller de Arquitectura para el barrio de Moratalaz de Madrid, “La ciudad en el espejo”. Ella y otros actores evolucionaban haciendo una performance en la oficina del proyecto en Madrid, como medio de atraer al público que se acercase, y esa performance constituye buena parte del metraje. Ha centrado también el tema del film (ese “Reportaje de ficción sobre la arquitectura de un cerebro” que señala el título inicial), explicando que es una indagación sobre la esquizofrenia, aportada por muchas voces y figuras era el centro de todo. “Nunca como actriz –ha finalizado- se me exigió más a mi cuerpo”.

Que Serena Vergano –guapísima entonces y ahora- creyó y sigue creyendo en la película, para la que lo entregó todo, está claro. Lo que yo no tengo tan claro es si ese entusiasmo y honradez existía también en el proyecto cinematográfico de Bofill. La película –dura, difícil de aguantar en su misma performance de cuerpos que se entrelazan, parecen subir y bajar paredes, mientras coros de voces en off van desarrollando pensamientos asociados, la mayor parte de las veces inconexos- tiene –un efecto muy de la época- varias imágenes choque (la apertura de un cráneo hasta aparecer un cerebro, un niño con prótesis en vez de piernas, enormes tijeras cortando unas uñas, escenas de manicomio y de matarifes y desguazadores en un matadero de cerdos), que uno se pregunta si no están ahí, más que nada, para impresionar. También se distingue la voz de José Agustín Goytisolo en una parte inicial en la que se entiende más su participación, y hasta me ha parecido descubrir la del propio Bofill.

lunes, 22 de mayo de 2017

The train goes East

Perdido tontamente el tren en una estación, deben emprender un azaroso viaje, por varios medios.
Cansado de ir de aquí para allá, estaba tentado anoche de olvidarme de “Poezd idiot na vostok” (“The Train Goes East”, 1948), que hacían en la Filmoteca, cuando he leído que Georges Sadoul, no muy proclive a estas cosas, decía genéricamente de Yuli Raizman, su director, que “Demasiado poco conocido fuera de su país, es con el americano Frank Borzage uno de los rarísimos cineastas que ha sabido traducir a la pantalla la intimidad amorosa, la calurosa confianza de una pareja”. Con estos mimbres (que dice hoy el increíble editorial de un medio en otra época tan ponderado como El País), había que ir a verla.
La fiesta en el vagón restaurante para celebrar el fin de la guerra y la victoria.
Quizás las miradas de intimidad definitivas entre la pareja, pese a que se intuyen desde un primer momento, no se dan hasta durante una de las canciones del film: Los y las que han sido aplicados estudiantes hasta hace poco, se dirigen en tren, joviales e ilusionados, a tomar posesión de su primer trabajo, y se dan cuenta que entre la pizpirreta siempre alegre y rubia y el apuesto, uniformado y cuando no lleva su gorra lacado capitán de la marina, hay algo.
Estamos en 1945 y todo el film muestra una URSS pletótica por su victoria en la guerra, que les va a dejar ya ponerse definitivamente a construir un estado que ven como suyo, siempre dentro del respeto por los líderes (brindis y pancartas al camarada Stalin), superiores jerárquicos y ancianos.
Un número cómico, que empieza en una estación con unos ininteligibles altavoces, a la manera de los de "Les vacances de Mr. Hulot" de Tati.
Ya en los títulos iniciales avisan de que veremos una “comedia lírica”, por las dos o tres canciones que pautan el accidentado viaje de Moscú a Vladivostock de la pareja protagonista. Predominan, con alguna transparencia por el bosque y siempre con unos vivos colores de lo más contrastados, las maquetas de trenes, barcos y potentes fábricas, sobre todo a medianoche, pero también se ven a plena luz del día muchas locomotoras, trenes, fábricas en reconstrucción y abarrotadas estaciones, porque todo el país –pletórico como el día- está reubicándose tras el trastorno de la guerra.
Para acabar de guisar todo, ella está siempre –pese a unos lagrimones delatores- risueña, como todo el país y película, con sus personajes cómicos o entrañables, y todo se sigue la mar de bien.
La vuelven a hacer el martes 30. En un ciclo (“De los Romanov a Putin”) que nos proporciona una buena manera de recuperar parte de un cine sólido, popular, que nunca habíamos podido ver.

viernes, 19 de mayo de 2017

El cine Los Ángeles de Santander

Recuerdo haber tenido algo así como una extraña visión al cruzar una calle. En una bocacalle vi un cine de esos de antes, bastante especial, con anuncio de neón, y que además parecía en activo. Le hice una foto rápida, que con los nervios salió borrosa. Al día siguiente, en una tienda vendían un dibujo del cine Los Ángeles, que así se llamaba, como un icono más de la ciudad... Cuando volví a pasar, más de día, le hice otra foto, de más lejos, aunque ya no presentaba la magia de la primera visión.


Esta semana el diario traía una noticia, tras un laborioso estudio: el cine más barato de España era el Los Ángeles de Santander. Queda dicho.

Louis Malle le rebelle


Vi hace poco "Louis Malle, le rebelle" (Pierre-Henri Gibert, 2016), un documental sobre el director francés, centrado únicamente en su biografía como cineasta, dejando al margen a sus Candice Bergen y demás.
No es que fuera precisamente una maravilla, empezando por su mismo título, pero sí que hacía pensar en su tesis: que siempre planteó su cine -quizás excepción hecha de "¡Viva María!"- buscando un tema con el que sacudir un poco al espectador. ¿Hay que recordar que su "Lacombe Lucien" fue la primera película en enseñar una Francia de la resistencia con visos de realidad? ¿Que su film autobiográfico hablaba directamente del incesto? ¿Que su "Adiós, muchachos" no era, como confesión, nada complaciente? Etc.
Salió de una de las familias más adineradas de Francia, pero se aplicó a remover las costumbres y consciencias, a base, además, de un cine extraordinariamente popular. No es mal empeño, y no estaría mal contar ahora con unos cuantos Louis Malle.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Liza (La cagna)


Lo ha dicho, como siempre divertido, el mismo Jean-Claude Carrière en la presentación de “Liza” (“La cagna”, 1972) en la Filmoteca, en homenaje a los ya 20 años de la muerte de Marco Ferreri: Escribió el guión sin saber nunca de qué iba. Si se lo preguntaba a Ferreri, sólo obtenía silencios, o sonidos guturales, por respuesta. Sólo en una ocasión se avino Ferreri a dar explicaciones, aunque fue únicamente una palabra, muy bien deletreada: “Bestialità”.
De lo que tienen las personas de comportamientos animales sí que va “Liza”, pues Catherine Deneuve sustituye a la perra de Marcello Mastroianni en la isla desierta a la que va a parar ella durante un rodaje, sientiéndose atraida por ese dibujante de cómics alejado de todo, que se presenta como Robisnon Crusoe. Pero sobre todo lo que tiene la película (además de un cierto aspecto visual algo descuidado, con sus flous, movientos de óptica, etc) es ese aire de los primeros años setenta, que parecían que iban a acabar con la familia, las relaciones humanas tradicionales, todo. Claro que lo que cuenta la crónica rosa es todo lo contrario: Ahí arrancó la relación sentimental (así se dicen estas cosas) de la pareja...
Hay un par de escenas no rodadas en la Isla de Cavallo, sino en París. Una es precisamente en el ya entonces cerrado mercado de Les Halles, cuyo agujero sería el escenario de la próxima película de Ferreri, “No tocar a la mujer blanca”, siendo la mujer blanca, precisamente....Catherine Deneuve. La otra, mucho más significativa de una época, es en el Café de Flore. Michel Piccoli le está hablando a Mastroinanni de la China (el gran tema político del momento) y de su preocupación por el “después”. No ha acabado aún la frase que encadena con otra: “¿Tú has visto lo bien que está esta negra?”


viernes, 12 de mayo de 2017

Fai bei sogni


Siempre me gustó Bellocchio. Esos mamporros a la familia, la iglesia, la institución militar, me parecían bien dados, y me hacían poner de su parte con energía. Pero en sus últimas películas, él ya cercano a octogenario, viéndolo como uno de los pocos cineastas de mi juventud felizmente activo, y todavía haciendo ir a ver con interés sus películas, el vínculo se acrecentó. En su última estrenada, "Fai bei sogni", descubrí las razones profundas por las que me pasaba. E intenté escribirlas a partir de una escena que me llegó al alma. Hoy aparece en "La Charca Literaria" el artículo que me salió.

jueves, 11 de mayo de 2017

Mirades del cine. L'altre cara dels festivals

La fotografía del cartel.
Pases de prensa, corresponsales...


En el Institut Français de Barcelona, “Mirades de cine. L’altre cara dels festivals”. Fotografías de Agustí Argelich sobre “les coulises” de varios festivales de cine, franceses y españoles: Salas y ruedas de prensa, todas esas cosas. Pero también fotografías de actores de todo pelaje en la alfombra roja o, simplemente retratos más o menos personales de bastantes actores. Apresurados unos, del momento. Más calmados, con mayor disponibilidad de tiempo, en algún certamen español.
Invitados.
Y retratos de actores.
No siempre del rostro.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Cruce de caminos

Los cuatro amigotes
Hice cambiar a Teresa la fecha del teatro para poder ver esta película, que intuía podía ser de lo mejor del ciclo “Inéditos chinos en femenino” que hoy se iniciaba en la Filmoteca, y ahora me veo obligado a justificar el interés de la sesión. ¿Cómo decirlo? “Cruce de caminos” (“Shi zi jie tou”, Shen Xiling, 1937) viene a ser como un “El séptimo cielo”, pero rodado e interpretado no por Borzage, Janet Gaynor y Charles Farrell, sino por un tronado grupo amateur.
Rlla, en tranvía

Oscila entre el dramón desatado (como correspondería a unos estudiantes que, acabada su carrera, no encuentran empleo en el convulso Shanghai de los años 30) y la comedia burlesca más tirada (con amigo tonto para encauzar las escenas cómicas) y vuelta a empezar, sin solución de continuidad. Tiene planos deslumbrantes, y hasta algún encuadre, sobreimpresión o movimiento de cámara interesante, sí, pero luego todo se echa a perder por la tontería y exceso en el que se refocilan sus actores.
Em la fábrica, como supervisora

Si tuviera que quedarme con algo, yo lo haría indudablemente con sus cortas escenas documentales en exteriores. Las modernas casas años 30 que van apareciendo en los títulos de crédito iniciales, la bulliciosa Nanking Road –repleta de tranvías- de Shanghai, su Bund –por el que, en un momento, se ve entrar, causando un cierto estremecimiento, un barco de guerra-, algún chino diríase que salido de “El Loto Azul” del Tintín. Pero es posible que casi todas esas escenas, muy alejadas de los pobretones interiores de estudio, hasta tengan otro origen. Sólo una de ellas puede asegurarse que está efectuada por el equipo de la película: la protagonista se pasea por entre las modernas máquinas de una fábrica de hilo.
No es una imagen de la película, pero para dar una idea...

También, en otro orden de cosas, me quedaría con cosas que hablan de un sistema cinematográfico popular, con una cierta estructura. Justo tras los títulos de crédito aparecen presentados muy graciosamente, uno a uno, los actores; o bien luego, que hay un par de canciones. Ricard Planas, que parece ser quien ha seleccionado los 16 títulos que se presentarán en esta tanda de copias restauradas por la Cinemateca de Beijing, ha comentado que esas dos canciones eran obligadas en todas las producciones de la época, porque era con lo que sacaban más dinero. Para entender lo populares que llegaban a ser –ha seguido- baste decir que el himno nacional chino actual procede de una película de esa época.

sábado, 6 de mayo de 2017

A severe young man

El encuentro tras la reja, fuera de la gran casa.
No sólo de D’A Film Festival vive el hombre: ¡También están los films soviéticos de la Filmoteca! Y el de hoy (“A severe young man”, “Strogiy yunosha“, Abram Room, URSS, 1935) era en verdad singular. Singularidad por la que, en parte, ha causado desconcierto al público, entre el que me encontraba.
No es una de esas muestras del gran arte del montaje soviético, y así damos en seguida con unas escenas, que parecerían de cine mudo, con planos cortados abruptamente, sin mucha progresión. En contraposición, cuenta –sobre todo inicialmente, casi siempre en exteriores- con unas imágenes soberbias. Lo sorprendente (y es la segunda película del ciclo en que pasa) es que son imágenes de lujo y sofisticación. Baste pensar en las mesas llenas de manjares y en la suntuosa escalera de acceso a la casa, que la película utiliza más que frecuentemente.
La suntuosa escalera.

En la trama, un famoso cirujano, al que el gobierno le cede una lujosa mansión junto al mar, que disfruta disfruta junto a su joven –y, entre nosotros, muy corpulenta- esposa, acompañados ambos por una especie de impresentable Charlot gordo de ayudante. Reciben a un joven técnico que está analizando y publicando las virtudes que deben acopiar los soviéticos, y éste queda prendado de ella.
El primer encuentro ente esa posible nueva pareja es significativo. La cámara lo recoje desde dentro del terreno de la mansión, a través de una enorme verja modernista. Quedan ambos fuera de la reja, con todo un mundo de libertad para ellos.
Algo así como la Academia, pero en la URSS.
Luego ella ya no se baña en el mar, casi no aparece esa paradisíaca casa, y todo suele suceder en interiores. En dos ocasiones en una especie de escenario de teatro, con un ballet cogido desde arriba y con una operación del cirujano como espectáculo. Las otras, en escenas que ligan con la Grecia Clásica, que difuminan posiblemente para que tengan el tono onírico –algo enojoso- requerido.
El cirujano, que aquí se parece a Stalin. A ver si ese fue el real motivo de la prohibición...
La película fue prohibida en la URSS porque parecía comportar influencias occidentales. Pero yo más bien creo que, con buen criterio, no acabaron de ver muy claro ese discurso final sobre el poder a ceder a los sabios en la sociedad sin clases, y esa necesidad de igualar a los mejores, por mucho texto de Marx sobre el amor no recíproco que, como salvoconducto, insertara.