lunes, 25 de febrero de 2019

Green Book


No me dejo convencer, en general, por esas películas norteamericanas que arrastran multitudes. Pero por aquí surgió la recomendación de “Green Book” (2018), dirigida por alguien tan alejado de mis preferencias como Peter Farrelly y como ayer domingo, tras comida, digamos, familiar, surgió el planteamiento de hacer la digestión en un cine, “a la antigua”, y se daba la oportunidad de un horario cómplice, pues allí fuimos.
Si la película hubiera acabado aproximadamente por su mitad, casi que me habría convencido del todo, confirmando la mano que tienen esa gente para convencer a su audiencia. Se ve entonces a un Viggo Mortensen muy divertido en su caracterización, confirmando que se puede hacer pasar por italoamericano o lo que le echen, todo gestos muy bien ensayados de patán auto convencido de sus habilidades, dentro de un personaje comiendo con fruición a todas horas, lleno de prejuicios, etc. Y dejándote ir te maravillas de cosas como esa ambientación de los primeros años 60, con todo un señor puente cruzado por coches de la época, una banda sonora que te destaca lo mejor de esos años, etc. Ese cine que ha conquistado todo el mundo, vaya.
La película se va contentando con convencer por su ambientación y construyendo escenas divertidas sin otra línea de preocupación, pero llega aproximadamente la media parte de la película y aparece entonces una música melodramática de esas que se suelen poner en este tipo de películas para dar a notar que se está presenciando un momento realmente melodramático, que te hace preguntar si realmente siempre todo debe desembocar en lecciones morales bienpensantes...
El otro día un amigo me dijo que andaba definiendo lo que caracterizaba a una “road movie”... para demostrar que ninguna de las que le quieren hacer presentar como tales son road movies. Acordamos tanto que en ellas el itinerario era imprescindible como ese cliché tan del cine hollywoodiano de que los personajes que han seguido el trayecto deben acabar profundamente cambiados al final del mismo. No cabe duda: ésta es una (previsible, como toca) road movie ortodoxa.
Pero su música -salvo la de acompañamiento melodramático de que hablaba- me da que está muy bien.
Y la de las escenas de las supuestas representaciones musicales -con piano Steinway o sin él- mejor, aunque no se encuentren por la red:

viernes, 22 de febrero de 2019

La transposición de Stalker


Quizás la mejor traslación y transcripción que he leído del destemplado ambiente del "Stalker" de Tarkovski. Situándolo en la Central de Aliaga, en el Maestrazgo, por cierto. Hoy, Lluís Bosch en La Charca Literaria.

jueves, 21 de febrero de 2019

Adieu polet!


Un hombre mayor y otro joven se dirigen con malas intenciones hacia el ayuntamiento de Ruan, pasando por delante de la Abadía de Saint Ouen, donde una chica vestida de novia permite suponer que va a casarse o acaba de hacerlo en esa iglesia. Poco después se produce un tiro dentro del ayuntamiento, llegan los policías (Lino Ventura, Patrick Dewaere) y esa misma gente que atendía a la celebración de la boda (incluida la novia, a la que deben corresponder ese ramo de flores y vestido blanco que casi sólo se intuye, cortado, a la izquierda de la foto sobre la escena que he encontrado) se agolpa junto a las vallas para ahora seguir atentamente ese nuevo espectáculo.
Esto que he explicado, que es totalmente secundario, una acción que se desarrolla en la escena solo como fondo del hilo principal de la narración, me ha servido para establecer en mi cabeza un paralelismo con la enorme popularidad, con la reacción del público de la época (1975) ante una película como “Adieu poulet” (Pierre Granier-Deferre), que he escogido para ver después de comer de entre las grabaciones efectuadas en la tele estos últimos meses, pensando que podía ser un buen paliativo del enervante sonido de helicóptero que hoy amenizaba el día.
No puedo más que admirar la pericia de Granier-Deferre para hacer ir siguiendo la trama, usando hasta el extremo esos arquetipos que tanto Lino Ventura (solitario, duro, un -como le dice su ayudante- soñador que aún cree en el honor en una sociedad corrupta) como Patrick Dewaere (joven despreocupado, ligón, aún no pervertido por el dinero y su posición) representaban tan bien, tan a gusto de su público.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Berenice Abbott: a View of the 20th Century


La pasan otra vez en la Filmoteca el viernes 1 de marzo y puede ser un complemento magnífico para la exposición sobre Berenice Abott que acaba de inaugurarse en la Fundación Mapfre, donde estará hasta mayo, para pasar luego a la sede de Madrid. En todo caso, tras verla hoy, puedo asegurar que actúa como tremendo acicate para programar lo más rápidamente posible una visita a las salas de la calle a Diputación.
Uno de sus retratos de Paris: El de James Joyce.
Estoy hablando del documental “Berenice Abbott: a View of the 20th Century” (Kay Weaver y Martha Wheelock, 1992), que explica muy bien sus tres etapas como fotógrafa: 1/ Aprendizaje del oficio en Paris siendo ayudante de Man Ray y conociendo a todos los artistas que vivieron ahí en el periodo de entreguerras, lo que le facilitó hacer su famosa serie de retratos. 2/ Quedar asombrada por la vitalidad de Nueva York y dedicarse a documentar sus enormes cambios. 3/ Acabado el proyecto anterior, salto mortal para pasar a documentar la ciencia, trabajando para el MIT.
NY
También explica muy bien su actuación para salvar y dar a conocer las fotografías de Eugène Atget o cosas muy poco conocidas, como sus sorprendentes inventos para facilitar su trabajo (ingeniosos y dúctiles soportes para la cámara, chaqueta llena de bolsillos para todos los elementos del fotógrafo,...).
La Penn Station, con su desconsolado lamento por su destrucción en el documental.
Pero por lo que da gusto de verdad, la gran aportación del documental, es que cuenta con la propia Berenice Abbott, quien ya con sus noventa años a cuestas, pero con una sencillez y lucidez impresionante, va desgranando sus memorias e ideas y ofreciendo una serie de reflexiones a tener en cuenta, como esa definición del arte que pergeña hablando de la fotografía de Atget (“seleccionar lo que vale la pena”) o su admisión de la vejez, un proceso que va tan lento, dice, que nos cuesta llegar a reconocerlo.
Padeciendo, según confiesa, vértigo, una de sus famosas fotografías de NY, hecha armada de valor.
En un momento del film, Berenice Abbott dice, con mucha razón, haber vivido prácticamente todo el siglo. Es así. Sus fotos nos devuelven, radiantes, la imagen, las sensaciones, de todo el siglo XX.
El paso a documentar aspectos científicos.
El centro de gravedad de la llave inglesa mostrado por la fotografía. Un científico se maravilla en el documental de qué fácilmente supo visualizar las propiedades de una media aritmética.

martes, 19 de febrero de 2019

Jeanne Moreau l’affranchie


Programada ayer en TV5Monde, donde supongo que volverá a pasarse, “Jeanne Moreau, l’affranchie” (Virginie Linhart, 2017) tiene una apariencia y estructura muy standard (ensamblaje de variadas entrevistas, incidencia en la vida sentimental de la actriz, voz en off de narrador conduciendo el relato). Explica, sin embargo, unas cuantas cosas de inusitada intensidad. Menciono aquí un par de ellas.
La primera: Vi hace poco de nuevo, en la Filmoteca, “Moderato Cantabile” (Peter Brook, 1960). En ella, el personaje interpretado por Jeanne Moreau, mal casada con el director de la fábrica local, tendrá un affaire con un obrero, interpretado por Jean Paul Belmondo. Me entero ahora, por este documental, que durante el rodaje de la película éste último tuvo un grave incidente conduciendo su coche, llevando como acompañante a Jérôme, el hijo de ella. Belmondo salió ileso, pero Jérôme pasó 17 días en coma en el hospital, durante las que siguió rodándose. La mujer hastiada del pueblo y de su marido en la ficción tiene unas escenas en las que su único apoyo frente a todo eso es su hijo, de una edad aproximada a la de Jérôme…

La segunda es más festiva. Le preguntan cómo conoció a François Truffaut. Ella contesta que fue en Cannes, donde estaba con Louis Malle, su pareja de entonces. Viéndolo venir por los pasillos del Palacio del Festival, Malle le dijo eso típico de “¡Ven, que te presento a un amigo!”. Es muy curioso cómo evoca ella el encuentro y sus consecuencias, informando a la vez de un par de características de Truffaut muy suyas:
- “Allí estaba él, con su manera hipócrita de mirar a las mujeres. Al poco tiempo me dio su número de teléfono y consiguió el mío, sin que Louis se diera cuenta. Empezamos los dos a vernos comiendo un día a la semana. Tuffaut comía siempre lo mismo, hasta que le salían granos y entonces cambiaba de plato.”

domingo, 17 de febrero de 2019

Trinta lumes

Para ser sinceros, pese a la recomendación de unos amigos con los que suelo coincidir bastante en gustos, no las tenía todas conmigo yendo a ver “Trinta Lumes” (Diana Toucedo, 2017), presentada por su directora y parte del equipo en el Zumzeig. Por suerte, salí del cine la mar de contento, emocionado, todas mis dudas disipadas.
Fue quizás “El cielo gira” (Mercedes Álvarez, 2005) el film que abrió un camino luego seguido por tanto nuevo realizador, vendido a las armas del documental: Según el esquema marcado por esa película, el autor (la autora) echa una mirada al mundo rural, tan diferente al urbano en el que vive, porque ha ido al pueblo de sus ancestros, que se está muriendo por abandono y muerte de sus últimos habitantes.
Algo así le está pasando a esos “treinta hogares” a los que hace mención el título de esta película, que son explorados por alguien que vive en el mundo urbano (Diana Toucedo procede de la Escac y vive en Barcelona desde hace años). Pero varios elementos liberan la película de un “déjà vu” que, a primera vista, podrías decir que iba a invadirte.

Toucedo no tiene problema alguno en explicar que, aunque gallega, no guarda parentesco alguno con el Courel, la remota región gallega donde se ha rodado la película. Sus planos panorámicos de espectacular paisaje entre montañas, los envueltos por los ruidos y tamizadas luces de los castaños o los rayados por una fuerte lluvia o nevada, nos revelan que ha ido allí porque se ha sentido atraída por un lugar que veía iba a impregnar para bien su film. Por otra parte, para redondear el retrato de las diferencias, tras un largo proceso de rodaje y montaje, vio llegado el momento de hacer entrar a lo fantástico en el documental. Escogió entonces primar las escenas rodadas que recogían las andanzas de una niña de 12 años, Alba, que es la que lleva la (escasa) narración con su voz en off, y su compañero Samuel. Sí: un documental con voz en off que lo convierte, junto a otros detalles, en ficción.
En el coloquio Diana Toucedo dijo ser, antes que nada, montadora. Al poco de empezar la película hay pruebas de que se trata, además, de una buena montadora: ha habido unas pocas escenas que, como todas las demás, mezclan los trabajos de la vida cotidiana con ecos de muertos; una niña pequeña canta con su madre, yendo en coche, una canción sobre un pollito y justo a continuación, tras un corte, un primerísimo plano nos muestra una gallina que va a ser desplumada para ser cocida...
Algunos efectos de la parte sonora del film ayudan a reflejar ese plus de film fantástico que lo invade, pero también, en unos pocos momentos su música nos lleva, irremisiblemente, a dedicarle una mirada llena de cariño.

Siento una gran curiosidad por saber a qué película se enfrentará como proyecto futuro Diana Toucedo. Mientras tanto, veo que el lunes y miércoles la vuelven a pasar en los Cinemes Girona y, si va gente, quien sabe si seguirá más días.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Ex libris: The New York Public Library


Es curioso comprobar que si buscas en Google imágenes de la película “Ex Libris: The New York Public Library” (Frederick Wiseman, 2017), que ayer se pasó por la Filmoteca, te aparece como resultado una buena cantidad de bellas fotografías de las salas de lectura de la biblioteca de la 5a avenida con la 42th.
¿Por qué curioso? Pues porque no aparece ninguna de ellas en el film, o en todo caso sólo un ridiculo porcentaje y nunca las más espectaculares. Y se trata entonces de escenas casi minoritarias en el film respecto a las correspondientes a conversaciones sobre estrategia de gestión, entrevistas con escritores y activistas, discusiones sobre cómo conseguir más recursos públicos o privados o bien sobre cómo incidir para cubrir parte de las necesidades de la sociedad desprotegida neoyorquina. No se encuentran en Google imágenes de todo estos últimos tipos de secuencias, pese a que ocupan la mayor parte de los 197 minutos del documental.
Me he sentido algo culpable y temía por la reacción de un amigo, confeso admirador de las buenas películas de ficción, pero a quien los documentales le parecen siempre de un nivel de exigencia y por tanto valor muy inferior, a quien convencí para ir a verla. Amante de los libros, como nos pasaba a tantos otros espectadores iba un poco sorprendido de que se le pudiera sacar más de tres horas de jugo a la presentación de esa institución por otra parte tan interesante del centro de Manhattan, pero algo convencido de gozar durante la proyección del silencio y recogimiento de sus grandes salas de lectura, de ver entronizar al libro.
Resulta que no es en absoluto así. Primero porque no se habla exclusivamente del edificio de la NYPL que todos conocemos, sino de toda la red de bibliotecas repartida por la ciudad de esa institución publico/privada. Segundo porque, como he caído a media proyección, el título del documental debe comportar un significado ambivalente. Está, por un lado el ex-Libris, el sello que marca en las primeras páginas del libro su pertenencia, claro. Pero ese ex nos está diciendo también, aunque pase desapercibido en un primer momento, la tesis y en lo que hace hincapié todo el rato el documental: Las bibliotecas se habían preocupado anteriormente de poner a disposición, para su consulta y lectura, libros. Pero ahora se trata de otra cosa: de la educación de y servicio integral a su comunidad. Es decir: ex-libris; anteriormente-libros.
Empieza todo, sin embargo, muy bien, y te dices que vas a ver otra maravilla de esas de Wiseman, convenciéndote por acumulación, pero también por la inteligencia y sensibilidad con la que va haciendo la selección de sus horas y horas de grabación sobre las actividades de la institución a la que le dedica cada una de sus películas. Hay un plano exterior de la sede principal de la NYPL. Vemos que estamos inequívocamente en Nueva York (taxis; más adelante, en otros planos de exteriores entre escenas, dos o tres veces sus atronadores coches de bomberos). Al franquear la puerta de la biblioteca, nos encontramos en el hall con una serie de gente de pie que ha acudido a la convocatoria (anunciada claramente como gratuita) de un conferenciante responsable de la Fundación Ciencia y Razón. Está advirtiendo a su público sobre los absurdos disparates que sostienen ciertos miembros de religiones. Y a continuación, en una serie de planos cortos, uno se llega a hacer una idea sobre el tipo de consultas recibidas por el personal de quienes quieren analizar un determinado tema o, demostrando el humor de Wiseman, vemos la enormemente ecléctica lista de títulos que solicita un usuario de la biblioteca.
Pero luego casi todo el resto del metraje está decidido a perseguir y machacar una única idea: Los libros se han convertido en pantallas, lo que era antes un analfabeto puede equipararse ahora por su exclusión con la persona sin acceso a Internet, y el buscar la inclusión en el nuevo paraíso del conocimiento de su vecindario es una de las tareas fundamentales de las bibliotecas. Ahora ya no se trata de ofrecer libros, sino de ayudar a la educación integral del vecindario, a cubrir lo mejor posible todas sus curiosidades.
Hay dos motivos que han hecho que sitúe esta película de Wiseman por debajo de otras muchas de las que ha realizado. Ambas inciden en contradecir el teórico método de trabajo que desarrolla en estos casos.
El primero sería que se suele decir -él mismo se encarga de ello- que monta un dispositivo por el que, de forma “neutral”, va grabando durante meses todas las actividades que se efectúan en la institución analizada. Luego está un buen tiempo seleccionando y editando las grabaciones, pero debe ser en último lugar el espectador el que, a la vista de lo que de forma detallada le ha ido presentando Wiseman, deduzca una serie de cosas que le ofrecen un bastante completo retrato de ella. Pero aquí la selección de secuencias se hace evidentemente sesgada: no sólo apenas queda nada centrado en los libros, aunque seguro permanecen como corazón de la NYPL, sino que tampoco muestra prácticamente nada de sus almacenes, sus sótanos, las personas encargadas de servicios auxiliares que tanto aparecían en sus otros documentales. Pero es que además no es al espectador al que se le deja deducir las cosas. Es el mismo Wiseman el que, con su selección, está repitiendo una y otra vez la lección sobre las loables tareas por las que se desvelan los gerentes y el personal de la NYPL. Y ahí se puede señalar a todo un reiterativo discurso sobre la inclusión, la enorme preocupación social de la gerencia y todos sus trabajadores,... Vamos, que me da la impresión de que le ha quedado un trabajo muy escorado hacia las estrategias comunicativas de los gestores del ayuntamiento del Centro.
El segundo motivo pondría en evidencia la misma integración del
dispositivo técnico que despliega Wiseman en sus rodajes para captar las actividades que van sucediéndose. En una ocasión, alguien presenta en un auditorio, con grandes alabanzas, a una pianista que va a ofrecer un pequeño concierto. Pues bien: el plano siguiente nos muestra un trozo del concierto. Lo hace, no obstante, con una posición de cámara que, lejos de adaptar la ubicación más discreta (la que teóricamente, como suele decir Wiseman, la hace pasar lo más desapercibida posible, sin incidir en absoluto en la actividad que se registra), deduces que estaría tapando por completo al público. Es decir: nada de rodar lo que va pasando. Ese pequeño concierto que vemos se ha efectuado única y exclusivamente para su grabación por Wiseman.

Pasé por momentos, sobre todo por la mitad del largo film, en que me cansaba ya un poco tanta cháchara socialmente concienciada. Ese discurso tan buenista, siempre tan políticamente correcto que lo inunda todo. Anhelaba entonces alguna escena que tuviera realmente al libro como protagonista, del estilo que iba buscando. Pero nunca llegó. Me tuve que contentar con los cortos planos de exterior “ambientales”, un auténtico descanso momentáneo frente a las voces previas, siempre en esa dirección.
Mi amigo ha salido echando chispas del documental. A ver cómo hago ahora para que deguste “La danza” o “The National Gallery” y vea que, aparentemente siguiendo el mismo método, Wiseman es en cambio capaz de ofrecer, manteniendo su postura ideológica, pero sin machacar ideológicamente al espectador o sin publicitarlo en exceso a viva voz, la idea de la belleza que puede llegar a desprender el trabajo de una institución.

lunes, 11 de febrero de 2019

Stanley Kubrick en el CCCB

Una primera foto de Kubrick publicada en la revista “Look”.
Tenía miedo de que la exposición sobre Stanley Kubrick, que ya lleva en el CCCB desde octubre y está planificado que se cierre el 31 de marzo, fuera una de esas típicas itinerantes espectáculo, que va vendiéndose al mejor postor por aquí y por allá.
Es cierto que la muestra, bastante extensa, hecha con reconocibles medios, ha viajado por todo el mundo y que va cosechando éxito tras éxito de visitantes. Hace un par de semanas, por ejemplo, yendo una tarde de domingo a ver una película en el Xcèntric, quedé absolutamente sorprendido por la cola que pacientemente, esperaba ocupando todo el patio, la rampa descendiente y buena parte del hall del CCCB. No era un público habitual del Centro y no iban al Xcèntric. Es verdad que los domingos por la tarde el CCCB es de entrada gratuita, pero no deja de ser un éxito inusitado para una sala de exposiciones de la ciudad. Quizás sólo el Caixaforum consigue cosas de éstas.

Eso me acrecentó mi suposición sobre que la exposición podía ser de esas que no desentonarían en un parque de atracciones. Pero por suerte no es así. Sí que contiene alguna que otra maqueta -por lo demás muy atractiva- sobre todo del “2001. Una odisea del espacio” y algún que otro disfraz, pero no deja de ser un recorrido muy bien trazado y documentado por todas las películas de Stanley Kubrick, con un prólogo inicial muy interesante sobre su inicio de reportero gráfico para la revista “Look”.

Igual corresponden a sus dos comisarios alemanes, pero me ha parecido reconocer la mano del adaptador español de la exposición, Jordi Costa, en muchas de las cartelas introductorias de cada sección.

domingo, 10 de febrero de 2019

Tickets


He visto el primer episodio de “Tickets” (2005), la película también dirigida por Abbas Kiarostami y Ken Loach, centrada en un accidentado viaje en tren. No me ha parecido, en absoluto, una película despreciable.
Ermanno Olmi escoge para protagonizar su episodio a Carlo delle Piane y resulta claro que se identifica con él, haciéndole expresar y mostrar sus comportamientos, recuerdos, deseos, cuando ya se siente, irremisiblemente, viejo. Le hace decir en una escena del film, precisamente, que se encuentra en una edad, la vejez, en la que debe “esconder sus sentimientos para no resultar ridículo”.

sábado, 9 de febrero de 2019

El señor Liberto y los pequeños placeres

También en Filmin, “El señor Liberto y los pequeños placeres” (Ana Serret, 2017). Entre otras muchas cosas, un discreto pero efectivo (sin expresarlo nunca oralmente) homenaje a las cuidadoras de personas dependientes.
Las manos de Liberto, intentando coger, comprobar la consistencia de un trapo, de un brazo, de una mano, me llevaron al gesto que constantemente, una y otra vez reproducía también mi madre.
No sé qué podría ser el equivalente, en mi caso, a las antiguas filmaciones de Súper 8 que se van viendo.

La fuerza de la razón


Filmin desempolva un hallazgo arqueológico: una entrevista de Roberto Rossellini con Salvador Allende, al año siguiente de su llegada a la presidencia de Chile.

Causa una cierta impresión ver la solidez con la que argumenta sus respuestas, entender directamente de su voz cuáles eran los planes que constituían la “vía chilena hacia el socialismo” y saber los enormes conflictos internos con los que tuvo que luchar su gobierno y cómo de cruelmente acabó todo. Pero quizás aún más oírle hablar tan esperanzada pero cándidamente sobre el hombre del siglo XXI...

lunes, 4 de febrero de 2019

Eustache en La Closerie des lilas

C de “Closerie des Lilas (La)” en el Dictionnaire Eustache. Lo escribe Rémi Fontanel. Hablando del atractivo que tenía Montparnasse en artistas e intelectuales, va citando la nómina de los frecuentadores de la inicialmente taberna y aún hoy famoso restaurante: Zola, Cezanne, Gautier, los Goncourt, Lenin, Apollinaire, Tzara, Breton, Modigliani, Aragon, Sartre, Éluard, Beckett, Dalí, Sagan, Gréco, Gainsbiurg,... para decir que a todos ellos se les colocó una placa con su nombre. Vamos, el equivalente al “Hemingway (no) cenó aquí” de Cuchilleros.
Continúa Fontanel en su entrada diciendo que “Jean Eustache perpetua la tradicion. Entre 1975 y 1979, cena en La Closerie casi todas las noches. Ambiente acogedor, luz tamizada, La Closerie des Lilas es su cuartel general (...): la misma mesa (en frente de la barra, idealmente situada para no perderse nada de las idas y venidas de los habituales), las mismas consumiciones (irish coffee o whisky según las horas o su humor)”
Y acaba: “En ‘Mes anées Eustache’, Evane Hanska cuenta que un día, cuando fue en busca de la mesa de Jean Eustache, tuvo que contentarse con la historia de Jean Pierre Leaud. Éste le explicó que, habiendo constatado que no existía ninguna placa de cobre en el lugar donde solía colocarse Eustache, decidió reparar el olvido inscribiendo con un bolígrafo su nombre directamente en la misma madera. Dos meses más tarde, cuando volvió, quedó sorprendido al ver que se había añadido una placa. A título póstumo, Eustache se convirtió así en propietario de una mesa: una forma para La Closerie des Lilas de honorar su memoria”.
Me parece una bella historia...
(La fotografía de La Closerie des Lilas la he sacado de cntraveler.com). Y me voy, claro, cantando: “Quand je vais sur la floriste, je n’achète que des lilas,...”


domingo, 3 de febrero de 2019

El venerable W

Primero hablemos de la presentación de la película que hizo Barbet Schroeder ayer en la Filmoteca, porque fue una de las incitadoras de que saliera con mal cuerpo de la proyección. Se pasaba su última película por el momento, “El venerable W.” (2017).
El film, que ya dio qué hablar en su paso por el Festival de Cannes, intentaba analizar las maneras del monje budista Wirathu, un diabólico personaje (en la línea de sus anteriormente tratados Idi Amín Dadá o el abogado Vegès) que, diciendo querer salvar su Birmania, incitaba al odio contra los musulmanes del país.
¿Qué dijo Schroeder en su presentación en la sala grande de la Filmoteca? Primero se centró en cosillas técnicas, como que la rodó con una camarita de esas pequeñas, pero con una sensibilidad tan grande que podía grabar de noche la luna.
Luego, ya, explicó cómo logró camelar a su protagonista para que se dejara entrevistar. Como había hecho con el dictador ugandés, le conquistó por su punto más débil, el de su enorme autoestima: le convenció en seguida de que el conocer las leyes que había conseguido se legislasen en Birmania podían ayudar a un futuro gobierno francés (de Marine Le Pen) a cómo afrontar la inmigración.
Cuando tenia buena parte de la grabación acabada, le avisaron de que debía tener cuidado, pues habían visto que no se contentaba con recabar la versión del carismático monje, sino que también había grabado a musulmanes. Viendo en peligro sus vidas, se marchó del país, para dejar pasar un tiempo hasta que la situación se calmase y regresar para terminarla, pero ya no le dejaron. Optó entonces por instalarse en la vecina Tailandia y pagar el viaje de la gente a la que quería entrevistar. La situación, mientras tanto se había ido empeorando y la proliferación de teléfonos móviles le permitió incluir en el film grabaciones sobre la violencia desatada, que aumentó ya con el film finalizado.
Pero lo más interesante -y a la vez aterrador- de la presentación de ayer de Barbet Schroeder estuvo en la explicación de sus motivos para hacer el film y su constatación final, una vez hecho: Se encontraba en una fase fastidiada de su vida y quiso ir a recuperar su encuentro con el budismo, cuyo espíritu había tenido una importancia grande años antes en su vida. En vez de el propugnado amor universal se encontró con un ejemplo de los males del mundo contemporáneo, porque vio que no estaba hablando del lejano combate de los budistas contra los musulmanes y más concretamente contra los Rohingias. Estaba hablando también de los terribles procesos que están teniendo lugar en nuestro Occidente. Del nacionalismo, del populismo, de cómo se incita al odio contra otro grupo de habitantes del mismo país. La película es un ejemplo del aterrador uso de los nuevos medios. En Birmania, la propagación de las proclamas de Wirathu, como el fuego que prendió enseguida en las poblaciones robingyas, se hizo, además de con pasquines que identificaban los comercios de los otros, por ejemplo, mediante el Facebook. El odio, las falsas verdades, las exageraciones, se escamparon primero por unos DVD artesanalmente montados y distribuidos, que luego difundían sus contenidos por FB. Como en Occidente.
Finalizado el film hasta un millón de personas habían tenido que huir de su país, porque sus vidas estaban en serio peligro. Lo más aterrador: Dijo Schroeder que si se hiciera ahora mismo una encuesta entre la población el 90% de la misma estaría de acuerdo con ese tipo de actividades contra los musulmanes.

La película empieza con sus títulos de crédito sobre las imágenes y con la jovial música de lo que recuerda a una publicidad turística. Se ve a una alegre familia atravesando en moto un puente en un día luminoso. Cuando llegan al otro extremo, viéndose unos típicos templos budistas, la música afloja y cambia drásticamente, pasando de la alegría a la pesadumbre.
Entramos entonces directamente en harina. Wirathu empieza a explicarnos sus teorías, que van durante toda la primera parte del film a darnos la impresión de una mecha que va a prender fuego, como así fue, a todo. Los musulmanes, dice, son como unos depredadores peces que, lanzados a las aguas de un bello lago, acaban destruyendo toda la vida que tenía.
No la veo, como cine, como una película redonda. Toda la progresión inicial, con las declaraciones de Wirathu sentado frente a una biblioteca, sonriendo ante su propio éxito, que sí, es demoledora. Me dejó quizás una desazón superior a toda la parte final, en la que la violencia, los asesinatos, las imágenes de gente golpeada y quemada captados por el Iphone se hacen masivas, hasta momentos difícilmente soportables. Si algo tiene la película es traspasarte el convencimiento de lo cerca que está una situación de odio propagado como ésta, la rotura de puentes, la criminalizarían del que se considera que no es como uno, del absoluto desastre. Basta una muerte y la espiral irreversible hacia la tragedia está servida.
En el coloquio final alguien preguntó a Schroeder qué había pasado con su propósito de regreso a un cierto espíritu benefactor que en algún momento de su vida tuvo el budismo. Lo explicó muy bien: fue, dijo, otra de sus ilusiones perdidas, pues ya ha perdido y odas las ilusiones que tenía. Y explicó otra que conservaba desde su infancia, la del anarquismo español. No hace mucho estuvo estudiando un poco a Durruti y llegó finalmente a una lamentable misma conclusión.
Esteve Riambau dijo en la presentación que lo que íbamos a ver era, para él, un film de terror. Creo que estaría del todo de acuerdo con él.

sábado, 2 de febrero de 2019

Maîtresse

Con un retraso gordo, afeado por unos cuantos, pasemos a hablar, y discutir si se tercia, como ya pasó en vivo, de “Maîtresse” (1975), segunda de las sesiones dedicadas ayer en la Filmoteca a Barbet Schroeder. Recordaba el interés con el que fui a ver en su día la película, que prometía adentrarse en lo prohibido, a la Semana de Cine en Color de Barcelona, y la decepción con la que salí de su proyección, tras un par de horas de profundo aburrimiento. Ayer, aunque no tenía esa intención, finalmente me quedé a verla de nuevo.
Me gustó bastante más que en su día. Incluso admitiría decir que llegué a ver una película de mi gusto... si le quitásemos lo que es su esencia. A ver si sé explicarme. Por un lado, constaté que la censura actuaba también en las películas del añorado Festival, pese a la fama que tenía de ser un reducto donde aplicaban excepcionalmente lo de la manga ancha, porque no recordaba haber visto entonces ni una escena en la que Depardon infiriese en un chateau latigazos y sonoras palmadas al provocador y atractivo trasero de un bello cuerpo femenino hasta que quedaba seriamente marcado, ni otra con el martirilogio, vía clavos, largas agujas y martillo, que infringe la madame Bulle Ogier al miembro de un desgraciado cliente. Pero no es por esto que la película superó mi apreciación anterior, porque las escenas como esa última, rodadas en lo que figura ser el piso inferior de la vivienda del personaje encarnado por Bulle Ogier, me siguieron pareciendo horrorosas. Pediré disculpas si es necesario, pero toda esa parafernalia de juguetes sadomasoquistas, personajes babeando envueltos en diferentes cueros negros o ese pobre imbécil encadenado y enjaulado en ese minúsculo apartamento / local de disfrutes prohibidos de decoración tan horrorosa y fotografiado de una forma que no creo yo que debiera dejar muy satisfecho a Néstor Almendros, me volvieron a parecer lamentables y deseando que hubiera rodado la cosa por otros derroteros.


Tampoco es que me levantara el ánimo, precisamente, esa escena en el matadero con el sacrificio del pobre caballo, ese cruel recurso tan empleado en el cine de los años 70, por mucho que después, comentando impresiones, me hicieran ver que tenía su justificación por cuanto se había dicho anteriormente que el personaje de Depardieu había estado trabajando ahí tiempo atrás, y volvía entonces al lugar cuando las cosas le venían mal dadas.
¿Qué me resultó, pues? El principio y el final de la película, y todo lo que compete a la relación en ella entre los personajes de Depardieu y Bulle Ogier. Él aparece como la fuerza bruta e inocente de todo su inicio de carrera como actor y al comenzar la película lo vemos salir de la Gare de Austerlitz (justo a donde llevaba el tren de mis primeros viajes a Paris...) dispuesto a descubrir y comerse el mundo, en una nueva vida (justo, en su debida proporción, lo que sentía yo yendo desde ahí a la excitante oferta de París). Al finalizar el film, un loco recorrido de la pareja conduciendo a dúo un Mercedes descapotable negro, dejando atrás otras situaciones para vivir juntos su pasión, te reconcilia con la historia que podría haber sido.



La historia que podría haber sido es la improbable historia de amor entre esos dos personajes tan distintos. Se me dirá, quizás con razón, que para que resalte esa historia más allá de todo lo demás, era necesario centrarse en algo que es todo lo contrario, como esos mecánicos encuentros pagados sadomasiquistas. Pero no se me podrá decir -cómo me decían ayer- que ese núcleo de la película no era el real interés central de Barbet Schroeder: en su presentación del film casi sólo habló de ello, vendiendo un poco el producto mediante la deducible confesión del secreto de haber empleado a sadomasoquistas reales, y asegurando su trabajo previo para documentarse buscando ofrecer, como siempre intenta, “la realidad” del tema tratado. Una realidad buscada entre otras cosas mediante unos juguetitos y juegos que serán realmente idénticos a los empleados en estos lances y todo lo que se desee, pero que no acabé nunca de creerme o, en cualquier caso, aún llegándomelos a creer, que me aburrieron un montón y podría haberme saltado de lo más gustosamente.

Conversación con Barbet Schroeder

Fue ayer la de la Filmoteca una conversación corta (no llegó ni a una hora), con el pase de dos únicas secuencias de sus películas: una de la que hizo sobre Vergès, aquel abogado que defendía a gente indefendible, y otra de “La Virgen de los sicarios”, en la que se veía que en un barrio de chabolas un chico con el brazo muy ligero dejaba muerto de un disparo en la nuca a un taxista. Por la noche, Octavio Martí, divertido, le expresaba sus dudas a Barbet Schroeder sobre la solución que había decidido aportar para nuestro conflicto de los taxis...

Pero aún así, con tan poco tiempo, dio pie a que todos los asistentes saliéramos con una idea bastante aproximada sobre la versatilidad de Barbet Schroeder, autor de documentales y ficciones por los cincos continentes, capaz de rodar tanto una película con una pequeña cámara y equipo mínimo como una producción media norteamericana o -y de eso sí señaló él mismo su singularidad- una producción casi totalmente japonesa.

La conversación se inició precisamente hablando de éste su cosmopolitismo, hijo de cualquier parte del mundo que le pudiera ofrecer una historia de cierto riesgo y, por tanto, no excesivamente vista. Habló de su madre alemana (una alemana que, exiliada el 1936 de su país, desde entonces prometió no hablar nunca más el alemán), de sus sucesivos domicilios en Francia, Estados Unidos y otra vez Estados Unidos. Un continuo cambio de residencia y mezcla de idiomas que han dejado en él un peculiar acento en el empleo del castellano y un divertido “So...” que aparecía continuamente en su relato.
Los temas del diálogo con Esteve Riambau se concretaron, básicamente en:
- Su indiscriminada realización tanto de documentales como films de ficción, de los que dijo siempre abordar con el espíritu de los primeros, documentándose, estudiando previamente un montón todo lo relacionado con su tema. Contó en este sentido una anécdota sobre Hitchcock que dice le emocionó profundamente y dice le reafirmó en su camino: para la preparación de “Psicosis” envió a un asistente a hacer con su coche la ruta que conduce de Phoenix, la ciudad en la que el personaje que interpreta Janet Leigh figura que se hace con el dinero de su empresa, y la supuesta localización del motel. Quería saber las impresiones, recibir imágenes de todos los ambientes con los que se encontraba en la ruta, para conocerla internamente.
- La influencia que tuvieron en todos los de la Nouvelle Vague y en él mismo las películas de Jean Rouch. La anécdota: Señaló que “A bout de souffle” debería haberse llamado “Moi, un blanc”.
- Su encuentro doble (documental y ficción) con Bukovski, de quien dijo que le impresionó mucho con sus monólogos cuando preparaba “Barfly” y los fue filmando, siendo esa la esencia de “The Charles Bukovski tapes” (1987): Demostró -explicó- que se podía hacer un documental sobre una persona huyendo del típico “biopic”, para elaborarlo a base de esos extractos de monólogos como si fueran aforismos.

- Su planificación hasta el más mínimo detalle (cada movimiento de una escena, cada color seleccionado) de una película como “La virgen de los sicarios”, que la mayoría de espectadores ven como si se tratase de un documental todo él captado espontáneamente. En este caso explicó que, por si alguien lo abordaba durante el rodaje, tenía un guión paralelo escrito en el que cada escena rodada podía verse como si los personajes fueran en realidad turistas.
- El tratamiento dado a sus películas sobre temas y personajes difíciles, como Vergès en “El abogado del terror”, dando pie a la frase con la que la Filmoteca presenta todo su ciclo: “Mostrar, no juzgar”, si bien, mientras veía la secuencia en la que Vergès negaba el genocidio de los khmers rojos, como tenía el micrófono de mano encendido, se le puedo oír, mediante sus impresiones, cuál era su inequívoca opinión sobre el personaje. Pero me sentí muy identificado con él cuando explicaba sus escrúpulos a hacer de cualquier tipo de jurado...
- Su afición a hacer cameos en películas de amigos, porque así puede ver lo difícil que le es a un actor, por ejemplo, hablar a una pared como si se tratase de otra persona u otras peticiones del estilo que suelen hacerles los directores.
- Su aprendizaje en los métodos de las series televisivas y cómo sorprendió a todo el equipo de algún capítulo de “Mad men” dirigido por él al dar por buena la primera toma de una secuencia sin querer cubrirse con unas cuantas más: le habían explicado que Jon Hamm sólo estaba bien en esa primera toma.

- Su opinión sobre Néstor Almendros, que me reservo porque constituye lo mejor de un documental sobre él que se pudo ver también anoche, del que hablaré en otro momento.
A todas éstas, a mí me hubiera gustado que ahondara un poco en su relación con Rohmer y ese espíritu de equipo que luego desapareció, que indicaba una productora como Les films du Losange, pero ya se había hecho tarde y debíamos cambiarnos de sala para la presentación de “Maitresse”, uno de los films que ha hecho con Bulle Ogier, su mujer. Pero, como siempre me pasa, esto es ya kilométrico, más largo que un día sin pan, por lo que ya hablaré de “Maitresse”, Bulle Ogier y demás en otra próxima entrada...