Preparando para navegar la jangada.
Ayer, la oportunidad de poder asistir a una sesión especial dedicada a Orson Welles, compuesta de lo que se salvó de su experiencia brasileña (“It’s all true”, 1943) y de su última ficción completa, “Una historia inmortal” (1968).
Cuelgo una foto que no sé muy bien si es de esta película o del posterior “Otelo” (1951), ambas como están, diría yo, influidas por las imágenes de otro cineasta que probó la experiencia latinoamericana, “¡Que viva México!” (Sergei M. Eisenstein, 1932).
Las imágenes venían de un montaje de las bobinas encontradas después de mucho tiempo dadas por desaparecidas, con una música y banda sonora reproduciendo una síntesis de ruidos ambientales que, personalmente, me apartaron un poco del film, pese a la fuerza de sus imágenes.
Con la segunda mantengo un cierto idilio desde hace mucho tiempo, aunque no sea considerada de lo mejor de Orson Welles, pues suele recibir críticas a diestro y siniestro, que no acabo de entender.
Siempre había visto la versión francesa mientras que ayer pasaron la hablada en inglés, que contiene cuatro o cinco minutos más de duración. A mí me gusta tanto ese poso del relato de Isak Dinesen, “Una historia inmortal/Anécdotas del destino”, con su leyenda que el rico propietario de Macao quiere materializar, como la puesta en escena de Orson Welles, que traslada a mi parecer de forma extraordinaria el ambiente del relato.
En eso es en lo que más me fijé ayer, estando en otras ocasiones pendiente de ver, divertido, la transformación de Chinchón en Macao a base de un par de pinturas y letreros.
Fernando Rey comentando el asunto en la plaza de Chinchón/Macao.
El rico propietario con su secretario judío (que hace de hilo conductor de la historia). El primero no puede aguantar las profecías.
El secretario se pone en marcha para ejecutar los deseos de su señor.