Un póster como el de esta película costaba en los primeros años 70 del orden de 120 pesetas la pieza, sí bien las distribuidoras -CB Films, en este caso- no los vendían más que a exhibidores. Esa cantidad, aún aplicando el incremento de precios, no era nada del otro mundo, por lo que en el CCI, cuando alquilábamos una película comercial, solíamos encargar también tres o cuatro ejemplares, que utilizábamos para publicitar la sesión por la Escuela… y luego nos los repartíamos.
Con la idea de decorar, años después, el piso familiar, este póster, sacado de una carpeta arrugado y medio roto, fue lo primero que llevamos a enmarcar y, después de haber cambiado de casa y todo, por ahí sigue.
He ido al pasillo donde ahora se encuentra, encendido la luz, abierto la puerta de la cocina de enfrente suyo para tener un poco de perspectiva y, admitiendo el reflejo como autorretrato, le he tomado esta fotografía para ilustrar una crítica del film que he leído y que me ha gustado mucho, porque aporta puntos de vista sobre ella muy interesantes, pero que, como me he extendido tanto en la introducción, ya será pasto de otra entrada posterior.