He tardado en decidirme si ver o no de nuevo películas de la retrospectiva Truffaut que proyectará la Filmoteca este verano. Al final lo he hecho y desde luego no me arrepiento, al contrario.
El ciclo empezó ayer de forma invatible con “Les mistons” (1957), que servía de complemento a “Los 400 golpes” (1959). No asustarse: para no aburrir con repeticiones a la buena gente que se pase por aquí, he decidido comentar únicamente las cosas que me hayan sorprendido, o en las que me fijé especialmente en esta ocasión y, en su caso, lo recientemente conocido gracias a los dos últimos libros de/sobre Truffaut leídos.
Sobre lo primero, de forma muy escueta:
-¿Qué porcentaje de la película contendrá imágenes de Bernardette Lafont yendo en bicicleta? Debe ser bastante alto, porque hay varias secuencias, al margen de la inicial tan famosa en que pasa por el Pont de Gard, hasta la última vestida con un traje negro ajustado en vez del vaporoso veraniego con las faldas al vuelo, siempre con la música de Maurice Leriux, al nivel y del estilo de las también preciosas posteriores de Georges Delerue.
-Una escena estética y simbólicamente impecable. Hay primero un picado desde lo alto de las Arenas de Nimes, en la que se ven todas unas filas de sillas -un poco como en “A propósito de Niza”, pero más distancia- por las que pasan tropezando les mistons y a donde llega Gerard. Luego con contrapicado porque él mira arriba del todo, donde está ella, como una diosa clásica, dominando las ruinas del coliseo.
-Al margen de los diversos carteles de cine , el niño que se llama Chabrol y las películas emuladas por les mistons, la cita a “El regador regado” de los Lumière, representando la escena cómica.
-El señor ese tan truffautiano, al que Gerard pide fuego por la calle y él contesta gritando, inesperadamente: “¡Nunca doy fuego!
-En uno de sus paseos en bicicleta, Bernardette pasa junto a la tapia de un cementerio, mientras que el narrador explica que los niños descubrían una palabra que les daba miedo, “amor”. Puede ser tanto una premonición como el emparentar los dos conceptos…
En cuanto a lo segundo, Armand Hennon, en su magnífico “François Truffaut. La passion des secondes rôles” (LettMotiff) revela bastantes cosas sobre Gerard Blain, que últimamente he ido leyendo también por varios lados: que fue él quien presentó a su novia (luego su mujer durante dos años) a Truffaut, que el director tuvo serios problemas con él durante el rodaje, porque quería intervenir “en el casting de los niños, los decorados, la puesta en escena, en como debía ir vestido él y Bernardette”. Y, sobre todo, sus celos de Bernardette, que se hizo -junto a los niños- el alma de la película frente a él, que iba a ser, en principio, el actor principal. Y no quiso de ninguna manera, por ejemplo, que Truffaut la filmara en bañador.