Montand preparado para encarnar al London víctima del proceso.
Seleccionaré para hablar aquí el capítulo de “Prague. Le deuxième procès d’Artur London” (1971) de entre los vistos ayer en la Filmoteca, dentro del ciclo dedicado a Chris Marker y concretamente de una de las sesiones dedicadas al magazine de contra-información “On vous parle de”, un magnífico antecedente de los noticiarios independientes que se lanzaron por aquí durante la transición.
Tenía miedo de encontrarme con una sesión difícil, por su enfoque directamente político, pero piezas como ésta te confirman la inteligencia y la clara visión de Marker de las cosas, alejando cualquier duda previa.
En la misma sesión antes y después se vieron otros tres números del magazine, todos ellos constituidos a base de entrevistas. Un primero a ex-presos de la dictadura brasileña, que detallan las brutales torturas a las que los sometieron. Un segundo al editor (“muy orgulloso de los libros que no he publicado”, señala en un momento) y librero francés de izquierdas François Maspero, quien se defiende de las críticas y se lanza contra la autoglorificación del mayo del 68. Y, por último, una entrevista entre Regis Debray y Salvador Allende, sacado de grabaciones de Miguel Littin.
Pero he dicho de centrarme en el capítulo que pregunta a los que están más directamente envueltos en el rodaje de “La confesión” (1970) sobre el libro previo de Artur London: éste último, Costa Gavras, Jorge Semprún, Yves Montand, Simone Signoret, todos explicando por qué razón hacer una película que hablase del injusto y asesino proceso Slansky organizado por el Partido Comunista Checo no iba a dar alas a la derecha, sino todo lo contrario.
London parece muy satisfecho de la película que se está rodando sobre su libro. Semprún tiene un discurso, como siempre, complejo, íntimo y convincente. Pero la auténtica sorpresa es ver a un Yves Montand totalmente entrado en su personaje, hasta el punto de verse cansado, muy desmejorado: Ha trabajado para perder doce kg con el objetivo de hacer verosímil su papel. Y sus explicaciones, también desde lo personal, son igualmente muy convincentes. A la pregunta sobre cómo pudo pasar todo eso, cuenta que su madre, italiana, tenía en la pared, junto a un crucifijo, un retrato de Stalin. Todo pasó por esa especie de comunismo religioso, acrítico, que se generalizó.
Marker no se limita únicamente a recoger con brío las entrevistas a todos ellos. Al margen de algún comentario genérico, deja de pronto la cinta en silencio, barriendo con la cámara los rostros de -por ejemplo- la gente que asistió al juicio. Un silencio que dice muchísimo.
Artur London.
Semprún, con su expulsión del Comité Ejecutivo del PCE aún reciente.
Slansky en su proceso (1952). Le acusaron de no haber sido nunca un "auténtico comunista".