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jueves, 21 de marzo de 2024

Cuentos de Tokio


Pues que he vuelto a ver “Cuentos de Tokio” (Yasujiro Ozu, 1953) y, claro está, me he emocionado en dos o tres ocasiones, con lo que malo será que no salga de todo eso un “Casi lloré…” para La Charca Literaria. Pero, además, he visto dos o tres cosillas de su construcción en las que no me había fijado en ocasiones anteriores:
La primera es como Ozu engarza entre sí tres escenas sucesivas, las dos primeras pudiendo o no ser paralelas en el tiempo, la tercera suponiendo un lapso de tiempo transcurrido. Se trata de dos raccords, vía sutil uso de unos abanicos que unos y otros personajes, de uno y otro plano, agitan para aliviarse del calor imperante.
Noriko (Setsuko Hara), la viuda del hijo muerto durante la guerra, pese a no tener lazos sanguíneos con ellos, es la que mejor se porta con los padres. La vemos dándoles un paseo turístico por Tokio, para lo que ha debido pedir un día libre…que su jefe le concede pero le recuerda que le será descontado. En un momento de descanso se les ve a los tres contemplando una vista y agitando, acalorados, sus abanicos. En el plano siguiente vemos a los dos hijos mayores, que son los que viven en Tokio y han recibido la visita de sus padres. Están… agitando sus abanicos, también acalorados, y pensando qué pueden hacer con ellos para que no les perturben su vida profesional, hasta que deciden comprarles una estancia en un balneario junto al mar. En el plano siguiente, quienes agitan sus abanicos suavemente son los padres, relajándose, contemplando el mar, con los albornoces cedidos por el balneario.
En otra, Noriko recibe telefónicamente la noticia de que su suegra, con la que muy recientemente había intimado, se está muriendo. Entristecida, acude pensativa hacia una ventana. Hay entonces un cambio de plano y la cámara parece recoger de golpe, de lejos, la fachada exterior de la oficina en la que trabaja. Entre la cámara y la fachada se aprecia la estructura de un nuevo edificio (¡sí: los nuevos tiempos, que arrasan con los antiguos!) en construcción, pudiéndose oír entonces en la banda sonora un ruido ensordecedor, auténticamente molesto.

 

martes, 21 de marzo de 2023

Tokyo-ga



Desgraciadamente la voz de Wim Wenders no es la de Werner Herzog. Si lo hubiera sido, “Tokyo-ga” (1985; vista en Movistar, también ahora en el catálogo de Filmin) habría adquirido un carácter hipnótico del que no se habría desposeído ya nunca y sería recordada como el mejor homenaje posible, inimitable, a Yasujiro Ozu.
La torpe dicción (al menos en inglés) de Wenders impide apreciar en lo que valen -por certeros- sus directos elogios al cineasta, de cuyas películas muestra en su documental una selección de una justeza impresionante.
Aporta pocas cosas para la eventual preparación de una visita a la capital japonesa, aunque la impresión que causa la visión de sus jugadores de pachinco o los que masivamente se entrenan en medio de la ciudad golpeando pelotas de golf, permanecen -lo digo por experiencia propia- en la retina.
Y un mérito: debo reconocerla como la película que me aportó por vez primera imágenes de la tumba de Ozu, objeto ya entonces de peregrinación.
Al ponerme a verla anoche me recorrió un cierto escalofrío cuando oí en ella a Wenders decir que habían pasado veinte años de la muerte de Ozu. ¡Sólo! -pensé-, y un rápido calculo me ofreció el resultado de los otros cuarenta suplementarios ya transcurridos.
Pero a únicamente esos veinte años, que para Wenders representaban muchos, pudo aún entrevistar al discretísimo Chishu Ryu, dejándose luego fotografiar en un andén junto a una serie de seguidoras… de una serie televisiva en la que intervenía entonces y al director de fotografía Youharu Atsuta, quien se enfada consigo mismo al ver que no ha podido retener la emoción del recuerdo del realizador al que sirvió con una lealtad absoluta.
Y un recuerdo respetuoso para Setsuko Hara, a quien Wenders debió, sin duda, buscar con ahínco para hacerla salir en su documental. Pero es que ella había decidido, cuando Ozu falleció, retirarse y no volver a participar nunca más en un rodaje.




 

domingo, 8 de diciembre de 2019

Cuentos de Tokio

En el terrado de la casa, viendo pasar los barcos.
Cuando encuentro a alguien que aún no ha visto nada de Ozu y muestra cierto interés, le encasqueto “Cuentos de Tokio” (1953) con la convicción de que voy a formar otro adepto a la causa, porque es de esas películas que puedes recomendar a gente de cualquier tipo (sensible, claro) con la seguridad de que no saldrán defraudados.
En ésta no se atalayan, pero vaya. Los padres han ido una temporada a Tokio, a ver a sus hijos.
Película sobre la alegría y el temor que infunde el tiempo que pasa, sobre la confrontación de dos formas de vida, sobre abuelos, hijos y nietos, sobreropa tendida, trenes, santuarios y balnearios, sobre atalayas desde las que contemplar pensativamente la vida de la ciudad o de una zona de ribera.
De nuevo en el terrado de la casa.
Ahora, vista anoche envuelta entre las demás del ciclo dedicado a Yasujiro Ozu de la Filmoteca, aprecio que es quizás la película en la que Ozu se toma más tiempo para decir las cosas, pero las dice directamente, sin subterfugios, no solo a través de las sutiles referencias que suele emplear en otras.
En el balneario
Cuelgo unas cuantas imágenes de la película, todas con personajes del film (interpretados la troupe completa de Ozu...) atalayándose.
Plano más de cerca. Ahora no recuerdo cuál va antes del otro. Creo que es al revés de como lo he puesto.