jueves, 30 de abril de 2020

Willow springs


Anoche me dispensé (así, sin prescripción) un Werner Schroeter, ese realizador de una estética que tuvo tan gran influencia en los 70. Y si no, que se lo pregunten a Padrós.
Medio vi su “Willow springs” (1973), y digo medio porque de tanto en tanto (al margen de lo destartalada que es la película, como si trozos suyos estuvieran hechos con una cámara a cuerda que deja de funcionar), desaparecía su banda de sonido y para los diálogos (en inglés pero sobre todo en alemán) puse subtítulos en portugués, a veces algo desconcertantes.
Para atraer a sus adictos, en la escena de arranque, penetrando por una pista en un paisaje muy árido, suena música de ópera en plan envolvente. Además, en esa casa en medio de la nada californiana, todo está centrado en un extraño trío de mujeres con gatitos, trajes de noche, ojos pintados y caras muy maquilladas, que beben, fuman o ponen discos de cantantes alemanas, todo ello con movimientos lánguidos y poses teatrales. Y, por lo que aprecié, mejor no acercarse a turbar su paz, aunque su aura llegase, como rumor, hasta la lejana ciudad.
Antes del drama completo, creo que es el personaje de Magdalena Moctezuma la que hace en primer plano de Greta Garbo fumando.
En cualquier caso, nadie le quita que ocasionalmente ofrezca encuadres como éstos que cuelgo...
Victoria Bermejo
Me gusta
Comentar
Compartir

miércoles, 29 de abril de 2020

Joan Fontcuberta: el que queda de la fotografia

Resuelto el enigma, la pregunta que me hacía en octubre de 2017. Prats rodaba a la hija de Joan Fontcuberta en el centro de Barcelona delante de “Él beso”, el mosaico de fotografías de su padre.
Debería ofrecerme a la factoría de Carles Prats. Como foto-fija. En octubre 2017 colgué por aquí ésta primera y otras fotografías que hice cuando, al pasar por delante de “El beso”, de Joan Fontcuberta, me lo encontré rodando una de sus constantes películas, no supe entonces cuál.
Ahora he visto “Joan Fontcuberta: el que queda de la fotografia” (Carles Prats, 2018, en Filmin, como unas cuantas más de las suyas) y, al dar con esa imagen en el monitor, ya he podido atar cabos. ¿Qué más coherente que grabar a su hija delante de la muestra pública en Barcelona del reconocido fotógrafo?
Prats me da la impresión que produce continuamente sus cosas sobre músicos o cineastas que le gustan, en un escogido pero también amplio espectro. Interesado, de hecho, por el amplio mundo de la llamada cultura popular, en una ocasión rodó “Historias de Bruguera” (2011). Pues bien. He hablado de factoría Prats porque me da la impresión de que lo suyo viene a ser equiparable a lo de la muchas veces también llamada factoría Bruguera. En su gran época la editorial no dejaba de lanzar al mercado tebeos y novelas que se distribuían y leían por todos lados. Lo que hace Prats no alcanza, desde luego, la difusión que tenía lo de Bruguera, pero ahora que ha abierto una cuña en Filmin, quizás haya encontrado ahí una buena plataforma y nos pueda seguir ofreciendo información sobre muchas otras cosas.
Joan Fontcuberta, divertido, participando en el furor colectivo ese de retratarse delante de la Sagrada Familia.
En esta ocasión veo que la producción (o al menos ahí al principio está el membrete) es para la televisión catalana, quizás decidida a comprar el producto al ver que se circunscribe a la figura de un fotógrafo de prestigio, sobre un artista dedicado a una profesión que quizás la institución ha considerado algún escalón por encima que la de los explorados en otras producciones de Prats (gente como Loquillo, Peret, el spaghetti wester o Jess Franco).
Con bastante aspecto de reportaje ad-hoc de la tele, quien no sepa nada de Joan Fontcuberta saldrá de verlo con una idea bastante clara de su recorrido y de lo que más notoriedad le ha dado. Una serie de entrevistados dan su visión sobre el personaje, mientras que el mismo Fontcuberta comenta aspectos sobre la evolución de la fotografía y su consideración social que han sido punto focal de sus estudios y proyectos.
Delante de la Sagrada Familia, entre el enjambre de japoneses haciéndose selfies, Prats entrevista a Fontcuberta, aunque todo el mundo que los rodea debieron pensar que se trataba de uno más entre ellos, retratándose para dejar claro a la eternidad que ahí estuvo él.
No solo eso. Vemos, por ejemplo, en vez de las imágenes captadas desde un dron, las tomadas desde un antecesor suyo, una paloma, tras hablar Fontcuberta de las experiencias habidas con monos haciendo fotos de los visitantes del zoo en donde viven y son exhibidos y del cambio de valoración de la autoría que hubo con ellas.
Otro apartado seguido con profusión es el de las “fotografías engaño”, es decir, de los fotografías o proyectos suyos que, ya hace un tiempo, se avanzaban al universo de fakes en el que vivimos. En este sentido, me ha gustado ver a su hija desvelando que, en uno de sus proyectos, la luna de sus fotografías la obtenía a partir de las crepes de su desayuno.

Un ejemplar del fantástico bestiario de Fontcuberta.

martes, 28 de abril de 2020

Le petit lieutenant


"Le petit lieutenant" anunciado y programado de nuevo por TV5Monde sí era esta vez la película realizada en 2005 por Xavier Beauvois y no otra de las suyas.
Podría tratarse de una película más de las que hablan, definiendo a sus protagonistas como héroes, del penoso trabajo de la policía judicial francesa, con sus cansadas jornadas, las repercusiones familiares de su trabajo, todo eso. Pero, centrada en una veterana mujer policía interpretada por Nathalie Baye que regresa, después de mucho tiempo, al trabajo, convence al margen de ese trasfondo con su visión existencial más bien negra, que no cambia sino que se amplía con el paso del tiempo. Y su deducible alegato para atrapar la vida mientras no sea demasiado tarde.

lunes, 27 de abril de 2020

Ovejas negras



A ver. No es que sea una obra maestra, pero me dio para una sesión, con sus ciertos cansancios de déjà vu, bastante divertida. En mi prospección habitual sobre programas de televisión susceptibles de grabación, di en La 2 con una película -“Ovejas negras” (1989)- de José María Carreño, quien había sido crítico de Fotogramas, y a mi criterio no de los peores. ¡Algo tendrá! -me dije-, y la grabé.

Las perspectivas eran nefastas: aparte de que creo recordar haber visto en su día un primer cortometraje suyo que me pareció bastante burdo, tiene un 4,8 en Filmaffinity y un 4 de Vogler, según cálculos de su sistema mi “alma gemela” que más confianza me supone, sí bien me da la impresión de que hace años que o bien ha dejado de anotar ahí sus impresiones o bien el pobre ha debido irse de este mundo, porque ya no clasifica ninguna película reciente.

Y, sin embargo, basta ver la primera escena del film para apreciar que está hecha por alguien que al menos ha visto y sabido apreciar buen cine en su día. Bien planificada, con suspense, la cámara sigue a Miguel Rellán yendo -travelling- hacia el colegio donde estudió, donde le va a confesar al director, el Padre Benito -un dicharachero Saza- la antigua historia que articula toda la película, inducida por la influencia de las pláticas del Padre Crisóstomo (Francisco Vidal) sobre el niño (Juan Diego Botto) que fue el personaje de Reñán.

Las anécdotas del colegio parecen vividas y un cierto aire de “La vida criminal de Archibaldo de la Cruz” impregna todo el metraje. Y todo él no deja de ser más que, diría yo, un divertido ajuste de cuentas con los colegios religiosos. 

Aunque ahora ya sepamos que tenemos la batalla contra ellos bien perdida.

sábado, 25 de abril de 2020

Buñuel viejo

Buñuel con su familia más próxima en su casa, el año anterior a su muerte. He fotografiado el libro...
Esto de la reclusión domiciliaria debe llevar ya, sin duda, un montón de tiempo, porque a mi ritmo habitual tan pausado (unas pocas páginas cada noche, al ir a dormir), anoche acabé de leer el libro “Luis Buñuel. Correspondencia escogida” (ed. De Jo Evans y Breixo Viejo, Cátedra, 2018), que tiene casi 800 páginas y había empezado ya sin salir de casa.
De las cartas de sus últimos tiempos, me gusta especialmente ese esfuerzo -que se hizo entonces célebre- en explicar a todo el mundo que se había convertido en un lamentable viejo, sujeto a todos los posibles achaques, con un pie en el más allá, y que ya no quería saber nada más del cine. Eso lo he visto en sus cartas desde que tenía unos 63 años, y lo fue repitiendo invariablemente tras cada nueva película... hasta que realmente fue cierto y ya no pudo hacer más. Paró sus actividades, aproximadamente, un año antes de su muerte (1983: había nacido con el siglo), cuando acabó de conversar durante un mes con Jean-Claude Carrière para que éste editase las que pasan por ser sus memorias, “Mi último suspiro”, que ahora veo que compré y leí exactamente en 1982, el año de su publicación en Plaza Janés.
Aparecido en 1982.
En este sentido, me ha divertido bastante la lectura de su carta a Luis Echevarría, el presidente de México, en contestación a una muy amable pero en el fondo protocolaria misiva para felicitarle porque cumple 75 años::
“Señor presidente:
Muy sinceramente le agradezco su carta de felicitación con motivo de mi 75 aniversario (puerta abierta casi de par en par sobre la Nada), por sus palabras de aliento, por su generosidad al hablar de mi obra y, sobre todo, por su calor humano. Totalmente escéptico sobre el porvenir mediato de la sociedad humana, hace tiempo que me refugié en mi último baluarte, el culto a la amistad, y su carta refleja ese sentimiento que tanto aprecio (...).”
Y en 2020

viernes, 24 de abril de 2020

Tiempo de comunicaciones telemáticas

¡Trampa!
Las circunstancias han conducido a una gran explosión de las videoconferencias y reuniones telemáticas y hasta las televisiones se han apuntado a ello. Están entonces a la orden del día, debido a la saturación, congelaciones de imagen, asincronías entre voz e imagen y otras hierbas.
Parece, en todo caso, que se ha incorporado el medio hasta al lenguaje cinematográfico, como bastantes años antes se incorporaron las cintas de S8 en las películas o más recientemente las grabaciones de móviles, para dar una impresión de realidad, de inmediatez. El problema es cuando se abusa de ello y deja de ser una necesidad expresiva para convertirse en un recurso de estilo, ya últimamente de lo más sobado en el caso de lo de los móviles.
Veamos ahora este ejemplo algo fraudulento con el que me he topado. Grabé ayer una anunciada entrevista de Anna Guitart con Sergi Pàmies para el Canal 33... que luego no apareció, pues fue cambiado por otro programa multipantalla con escritores confinados. Me he fijado en un detalle con el primero de ellos, que era el filósofo Joan-Carles Melich. Se utilizaban encuadres de éstos de los que hablo, captados desde una videocámara colocada en el monitor del ordenador que sirve para la transmisión, y en general ese es el plano fijo (alternativo entre entrevistado y entrevistadora) mayoritario.
Pero resulta que de vez en cuando se ve un encuadre más amplio, por lo que uno deduce que ha ido un equipo de TV y ha puesto ahí una cámara adicional. Eso podría llegar a entenderse en el caso de la presentadora, pero resulta que, muy de tanto en tanto, aparece la imagen de Melich dirigiéndose -con voz sincrona- a su monitor, del que se ve el reverso. Es ese un plano concienzudamente estudiado, como demuestra esa planta estratégicamente situada. Es decir: también ha ido a su casa un equipo de televisión.
La (supuesta) utilización de la videoconferencia deja de ser un recurso inevitable, para salir del paso, para convertirse en un recurso estético. Me ha sonado a una cierta trampa...
(La imagen de Melich, aunque borrosa, también permite ver -y eso ya no sé a qué atribuirlo- que está invertida, del revés, como vista en un espejo, tal como demuestra la manzana mordida de Apple, comparada con la de Guitart)

jueves, 23 de abril de 2020

Feliz año pasado

¿Qué hacer con todas esas cosas?
Quien más, quien menos, estos días se ha dedicado a ordenar o tirar cosas de casa. Si alguien se encuentra en esa tesitura, le puede ir bien ver “Feliz año pasado” (Nawapol Thamrongrattanarit, 2019, en Netflix).
Su trama va, precisamente, de eso. La chica protagonista regresa a su casa de Bangkok a vivir con su madre y hermano. Está obsesionada por una revista sueca de arquitectura y quiere remodelar su casa en estilo minimalista, pero para eso debe tirar mucha cosa. Empleará los consejos de aquel libro de la japonesa Marie Kondo sobre cómo tirar cosas que se hizo célebre hace un par de años.
Los intertítulos van titulando los diferentes capítulos de este doloroso proceso. Un ejemplo:
Como limpiar el desorden. Paso 2.- No rememores el pasado...
Sobre su mitad pierde bastante su minimalista estructura y deriva hacia cierto sentimentalismo, pero vaya.
He comprobado que Netflix bloquea la posibilidad de hacer capturas de pantalla. Quería poner el fotograma de esta secuencia con la imagen de este edificio que parece de Tadao Ando y he tenido que recurrir a hacer una foto desde la tableta...

Mediterranea


El sitio en el que acaba instalándose Ayiva, como vimos en “A Ciambra” (2017), no es que sea para lanzar coherentes, pero con el objetivo de mejorar la situación de su familia en Burriana Faso el personaje tuvo que pasar por un recorrido (el desierto, una lancha,..) y unas circunstancias límite de las que, desgraciadamente, hemos leído, oído o visto con frecuencia en los diferentes medios de comunicación.
Hace unos días vi y hablé por aquí de esa película de Jonás Carpignano y Miguel Martín comentó, ilusionado, que esperaba que en sus películas futuras el director siguiera la trayectoria de su personaje, el niño gitano Pío. Con la idea adquirida -muy positiva- de la película, pensé que lo que en ella era naturalidad, inmediatez, hasta quedar redondo, podría convertirse con el experimento en artificio, y le contesté que seguramente esa continuación me devaluaría la propuesta inicial. Fue entonces cuando me dijo que en Filmin había una película previa suya, “Mediterránea” (2015), que precisamente se centraba en el africano amigo de Pío, Ayiva, y su viaje hasta el sur de Italia. No dejé pasar mucho tiempo sin ponerme a verla.
Me parece que en su día no mostré demasiado interés por ver la película, porque pensé que sería de esas, muy bienintencionadas, que te presentan un tema candente -aquí la inmigración clandestina-, pero cuyas virtudes quedan limitadas a esa denuncia. No es el caso.
Una primera conclusión que se sacaba de los anuncios de la película cuando se presentó fue que se debía tratar de una mirada desolada a esos criminales recorridos, a merced de grupos de bandidos a través del Sahara y luego en repletas lanchas sin condiciones atravesando el Mediterráneo. Pero Carpignano despacha esos dos recorridos (es verdad que con imágenes muy atractivas visualmente, sobre todo por el desierto, y trasmitiendo una gran intensidad dramática de una forma muy eficaz) en unos veinte minutos y la película dura más de cien...
Cuando llega y se asienta en Italia, da gusto ver que Ayiva encuentre a un viejo conocido, Pío, el niño gitano protagonista de “A Ciambra”, quien ya ha iniciado sus trapicheos, y es un verdadero maestro en ellos. Desgraciadamente también se encuentra con “los italianos”, que rigen buena parte de los destinos de la región.
Sigues en la película la peripecia de Ayiva y sus compañeros, cómo va paso a paso mejorando progresivamente su situación, aún manteniéndose dentro de la más absoluta precariedad.
Hay varias refriegas en el film y, como debe suceder en la realidad a sus protagonistas, te quedas como espectador muchas veces más que despistado sobre lo que está pasando. La cámara sólo capta cosas parciales de todo ello. Como la confusión de colores vivos con la que acaba, a los sones de una canción italiana sentimental y dinámica, “Será porque te amo”.
Vistas ya las dos películas, que creo muy, pero que muy defendibles, rectifico lo dicho. Yo también tengo enormes ganas de que Jonás Carpignano explore y nos deje saber sobre la evolución de otros de los personajes de este mundo que, lo quieras o no, es el nuestro.


miércoles, 22 de abril de 2020

Para rondar castillos


Cuando José Luis Márquez ideó este libro y nos embarcó a unos cuantos a hacer de su tripulación, al llamado “confinamiento” no lo vislumbraba por el horizonte ni el más apocalíptico. Sin embargo, algunos, entre los que me encontraba, leyeron su propuesta de hablar de los castillos en el cine en su acepción más figurada, en el encerrarse en sí mismo, rodearse de murallas, ponerse una máscara teóricamente protectora.
Tras citar una serie de películas que estos días se han nombrado hasta la saciedad, que dejan claro lo inútil que es encerrarse, construir una empalizada para protegernos, pues es un empeño destinado siempre al fracaso, en mi escrito del volumen paso a hablar con minuciosidad por un lado de “La maman et la putain” (1973) como reflejo de la vida de Jean Eustache y por otro de su propia deriva final, recluido -él voluntariamente- con sus cachivaches electrónicos en su casa.

Este mediodía han llamado al interfono mientras estábamos comiendo. Me han dejado en el ascensor un ejemplar de este “Para rondar castillos” (coord. José Luis Márquez Núñez; Shangrila 35, abril 2020). Engloba, intercalados entre “caligrafías” de J.L. Márquez, textos de poco más de una decena de autores, incluido él mismo. Y está repleto de unas magníficas ilustraciones, tan cuidadas como las que el editor expone amorosamente en su página de Facebook.
A ver quién va a ir a buscar un texto sobre Jean Eustache en un libro de cine sobre castillos, a ver quién puede estar interesado por un libro de cine que habla de castillos, por muy metafóricos que éstos sean, se puede preguntar uno, concluyendo que es difícil que alguien preste atención a esta edición. Pero me ha hecho una ilusión grande que llegara justo un día antes del 23 de abril.
Mira por donde, mañana será el primer día del libro que lo vivo no solo como paseante curioseando y -si se tercia- comprando algún libro (aunque ésta vez sea únicamente de forma telemática), sino también con un libro en el que he colaborado.
En este enlace, el texto de la contraportada y el sumario del libro:

Selon Mathieu


Pasan “Selon Mathieu” (Xavier Beauvois, 2000) por TV5Monde, pero se equivocan y la anuncian como otra película suya, “Le Petit lieutenant” (2005). La volverán a pasar seguro, aunque ya no me atrevo a pronosticar si habiendo corregido el error o no. En cualquier caso, si resulta que la que anuncian y pasan es la otra, seguro que, tratándose de Beauvois, también es interesante.
Hay una frase hecha que se sigue oyendo un montón, y es ese “me gusta el cine francés”. Encierra, a mi entender, un equívoco. Y es que viene de antiguo. En los años 70 y 80 las películas francesas que llegaban a las carteleras españolas contenían una buena dosis de films realizados por gente de la Nouvelle Vague, sus parientes y epígonos. Era posible entonces ir al cine y dar con un Chabrol, un Melville, incluso un Sautet, y eso saltándose otras posibilidades más exquisitas...que no llegaban. Pero hasta los epígonos de la NV han dejado de hacer cine o incluso se han ido de este mundo, con lo que lo que nos queda y refleja esa frase tan tópica, con la que el que la dice quiere expresar que poca broma con su afición, que lo suyo es un cine de nivel, es simplemente un aroma que perdura de lo que en un tiempo fue. Ahora la mayor parte del cine francés que se estrena por aquí suele corresponder a comedias de gran éxito en origen, pero realmente no muy satisfactorias.
Xavier Beauvois es otra cosa y, para que se note, a poco de empezar nos deja ver un par de elementos muy característicos de todo “cine francés” sólido que se precie. Como pasaba en el gran retratista de la provincia que era Chabrol, surge por la pantalla un banquete de boda y al poco rato un funeral.
“Selon Mathieu” está ambientado en la provincia -en este caso en Normandía, sirviendo Étretat como escenario en varias escenas-, y define muy bien a los miembros de una familia que ha crecido -padre obrero, hijos en puestos técnicos- trabajando en una fábrica propiedad de un matrimonio que vive en un chateau de la región. Hay conflicto que define y hace aparecer fricciones de clase y no son moco de pavo.
Está, además, trufada de citas cinematográficas: los protagonistas ven por televisión escenas de “Al rojo vivo” (Raoul Walsh, 1949) o “La Vallés” (Barbet Schroeder, 1972), siempre viniendo a cuento. Y en el Casino, al lado del protagonista, está jugando, aunque no tenga frase, Jean Douchet.
En la foto, Benoit Maginel y Nathalie Baye, en especial relación Inter social, paseando por Étretat, en esta ocasión sin que se vea su característica roca. La presencia de ésta última, por lo demás habitual en Beauvois, es la que puede haber despistado a los programadores que han confundido la película con “Le Petit lieutenant”.

martes, 21 de abril de 2020

A. K. (Akira Kurosawa)

Sentado en su silla contento o preocupado, mirando atentamente a sus actores en un ensayo, recorriendo una y otra vez las negras y cansadas arenas de la ladera del monte Fuji, la cámara de Marker intenta una y otro vez captar y retratar un mito.
“En un rodaje de este tipo, el primer peligro a evitar es apropiarse una belleza que no nos pertenece”. Es una reflexión que hace Chris Marker sobre su propio trabajo al filmar en el rodaje de “Ran” (1985), de Akira Kurosawa. “He de intentar filmar desde mi propia posición”, se dice, en lo que constituye una de esas frases que podrían convertirse en lema para escuelas de documentalistas.
Los soldados amarillos avanzan hacia sus posiciones.
Veamos. ¿Como podríamos lograr hoy en día algo parecido a “A. K. (Akira Kurosawa)” (Chris Marker, 1985; en Filmin)? No se me ocurre, entre otras razones porque no encuentro a las personas que podrían ser las equivalentes a lo que entonces se dio. Un grande del documental (de un documental muy personal, que lleva siempre su marca) se enfrenta a un cineasta entonces ya mundialmente reconocido como maestro, Akira Kurosawa. Ha ido al rodaje de esa película de belleza inaudita, en la que los soldados con estandartes rojos, amarillos y azules se enfrentan entre sí, “Ran”. Cada vez que encuadra a su director, parece estar buscando su esencia, esa que le hace ser un grande.
Toda la película está parcelada en capítulos identificados por unos intertítulos con unas palabras en inglés, francés y la bella ideografía japonesa en su centro (paciencia, velocidad, caballos,...), que van definiendo a Kurosawa y a todo ese sistema solar de técnicos y otros fieles colaboradores que le tienen a él como centro.
Mientras puede, Kurosawa convierte la niebla en humo. Cuando ya ese recurso no da más de si, toca esperar.
En uno de esos capítulos, una partida de extras/soldados, cargando un estandarte amarillo con una gruesa línea negra, avanzan en formación sobre las volcánicas tierras del monte Fuji, entre coches y una excavadora.
En otro momento del film, Marker capta el rodaje de la escena 63 de “Ran”. Nos avanza, al estilo de Mariano Llinás en su “Historias extraordinarias”, lo que pasará, explica las cosas avanzando lo que veremos, creando un cierto suspense sobre cómo se desarrollará ese acontecimiento.
Técnicos entre los arqueros que van a disparar sus flechas encendidas al castillo de “Ran”.
Con su austeridad conceptual (solo intentar captar lo que se desprende de un rodaje), “A. K.” es un documental de Chris Marker sobre el “sensei” (maestro) Akira Kurosawa, pero también es un documental sobre la cultura japonesa de un gran admirador de la misma. Una cultura que se aprecia en medio de un entorno repleto de elementos de lo más modernos, pero que resulta, definitivamente, otra cultura.
“Lo que no se filma es a menudo lo más bello”, se sorprende Chris Marker..

domingo, 19 de abril de 2020

El nadador


Paz, de la Librería Gil de Santander, me ha enviado el enlace a esta grabación, en la que inician una serie de descripciones de libros que recomiendan. Ésta, cuando menos, tiene un aspecto bien interesante, dando pie a rastreos en muchas direcciones.
En “El nadador”, Burt Lancaster hacía un recorrido por todo su barrio californiano, zambulléndose en todas las piscinas que encontraba en su camino y, según como, reflexionando a través de las vidas de sus propietarios en la propia. A partir de esa base, Roger Deakin se ha lanzado a hacer “Diarios del agua”, libro de viajes por todo Gran Bretaña...bañándose.
El enlace, aquí:


A Ciambra


No había visto aún “A Ciambra” (Jonás Carpignano, 2017), que ya lleva un buen tiempo por Filmin.
La película es, sobre todo en su primera mitad, un puro nervio. Llena de una agitación imparable (copiada por la misma cámara, casi siempre llevada a mano), en ella vemos cómo Pio, un renacuajo que va a ser el protagonista absoluto, va y viene de su destartalada casa, rebosante ésta de familia, gritos, redadas de policías para detener a sus hermanos. Una casa, en fin, como para pasar en ella un largo y tranquilo confinamiento.
A Ciambra es -creo- una barriada del sur de Italia de la que forma parte esa construcción a medio acabar que les hace de casa. La tribu gitana, protectora de sus lazos de sangre, conectándose la luz de una farola, con sus pequeños hurtos que les aportan algún que otro aparato electrónico y el dinero para ir tirando, convive tranquilamente entre escombros, papeles y plásticos que son siempre callados espectadores del follón.
Fuera del barrio inmediato, “los italianos”, un campo de refugiados de africanos y una discoteca en la que se mezclan todos.
Por su segunda parte, ya planteado el ambiente, la cosa se serena, aunque quizás sea que ya estamos acostumbrados, entrando en profundidades. Es en el momento en que, en una escena medió onírica que se da varias veces, Pio duda sobre si optar por la vía de un caballo, que anda libre por las calles, como hacía su abuelo.
En el fondo, “A Ciambra” no deja de ser una historia de iniciación. La de un crío que, como en los cuentos infantiles, debe ver de superar una prueba para alcanzar sus deseos, ser hombre. La cosa está en ver si lo consigue.