lunes, 28 de junio de 2021

La maniquí roja



Hice varios numantinos esfuerzos para mantenerme despierto y ver si la película me llegaba a interesar, pero fue inútil.
Pues sí. Los Hillman fueron una pareja de detectives famosos del cine sueco de finales de los 50, con su ayudante metido ahí para hacer el payaso. Tras “La dama de negro” quise ver “La maniquí roja” (1958), que me parece es la que señalaba Peter Cowie como más interesante de esta época comercial de Arne Mattsson, aún lamentando su alejamiento de otro cine de más ambiciones.
Ésta no tiene a Sven Nykvist como director de fotografía, aquí en color. Pero son precisamente sus colores, para mi gusto, lo más destacado de la función, por lo demás, como se ha leído en cuanto a sus consecuencias, muy anodina, bastante aburrida.
Llama la atención de buenas a primeras el color rojo del vestido de esa modelo asesinada, después esos elementos rojos como puntos de atracción (las pantallas de unas lámparas, el poste de pintura para las uñas) en una paleta de colores pastel dentro de una escenografía y coreografía de la que la película es auténtico recital.
Pero, ya digo, no creo que pueda interesar por estas cosillas, si no se es un forofo de la escenografía sueca de mitad del siglo pasado.




 

domingo, 27 de junio de 2021

Una clase de cielo

Todos los desplazamientos en el recinto se hacen en cochecitos de esos de golf.

Una clase de gimnasia matutina.

He estado viendo “Una clase de cielo” (Lance Oppenheim, 2020; en Filmin), sobre todo su primera mitad, con los ojos bien abiertos, con el estómago bien molesto, a punto de reventar.
Con una estética a lo Martin Parr retrata un paraíso artificial, The Villages, según la publicidad que he podido encontrar el “America’s premier Active Adult Retirement Community”, situado en Florida. Vamos: como una enorme residencia de (opulentos) ancianos con multitud de actividades deportivas a su alcance.
En esa primera mitad no sales del completo asombro por esa Disneyland para mayores, extremadamente limpia y cuidada, con la apariencia de un La Roca Store pero con además un gran conjunto de residencias. Todo a base de edificios construidos con la apariencia de ser “como eran aquellos en que crecieron de niños” sus residentes. Mientras vas viendo esa aberración, van apareciendo unos cuantos personajes, en situaciones llenas de patetismo.
Lamentablemente, una vez descubierto ese mundo, el film sigue el desarrollo de las historias de esos personajes, dando entonces, en vez de ir abriendo o completando el panorama, una serie de vueltas sobre sí mismo que lo atenazan, en mi opinión, bastante.
Llegado un momento te lanzas la cuestión primordial: ¿como es que no aparecen todo ese otro batallón de habitantes del resort? Porque buena parte de los habitantes de la “localidad”, o al menos de gente visible en él deben ser, sin duda, los que cubren los numerosos servicios necesarios para mantener con esa apariencia -hortera o no hortera al margen- el sitio. Por no verse, no se ve ningún enfermero, ni acompañante, de esos, por mucho que se resistan ellos, envejecidos protagonistas.
Un supuesto “paraíso” aterrador.


81 años, viviendo en su furgoneta, cada día intentando triunfar en su objetivo: ligar con una mujer disponible y con dinero.

Confesiones de una pareja, él entregado a las drogas.

Las alegres chicas entregadas a una de las infinitas actividades.

 

La dama de negro

El detective con su secretaria y pareja en el tren que les lleva hacia el destino de sus vacaciones. Como se ve, alguien está un atento a su conversación.

Las dos amigas, en el molino.

“La dama de negro”. Hay pues una presencia fantasmagórica en esta comedia policiaca de Arne Mattsson de 1958 que está en Netflix. Con elementos ligeros, como corresponde a la estancia estival del detective y su mujer en el molino (un enorme y elegante caserón, de hecho) donde vive una amiga de esta última.
La fotografía es del gran Sven Nykvist, como demuestran unas cuantas escenas, entre las cuales la última, que recuerda un tanto al final de “El tercer hombre”, y sobre la que el protagonista nos lanza la inocente súplica de no desvelar a nuestras amistades quién es el asesino.
Cumplido.


Las dos parejas máximas protagonistas de la función.

No me había dado cuenta de lo curioso del cuadro colgado en la pared del molino.

 

La huella conduce a Londres

Yul Brinner -Novak- imponiendo su visión del asunto en la sede del New Scotland Yard.

Buscando otra cosa di anoche con “La huella conduce a Londres” (The file of the golden goose”, Sam Wanamaker, 1969), que seguro agrada a las huestes del cine negro años 60 que, sorprendentemente, han surgido recientemente por aquí. Confundí a su realizador con uno de la Hammer y me puse a verla.
Ambientada en Inglaterra, está realizada en una época de transición, desde la que todo era el Londres clásico (aquí la Burlington Arcade, New Scotland Yard, un mercado de Portobello Road aún sólo visitado por los locales) a otra marcada por la deriva del Swinging London hacia unos residuos hippiosos más bien depravados.
Se inicia el film, en su secuencia de presentación, con música de nivel de vida, mientras vemos las evoluciones de un niño con su perro por la orilla del mar… hasta la sorpresa desencadenante.
Pronto reconforta su inicial carácter, con su voz en off y caleidoscopio de informaciones e imágenes, como de reportaje de propaganda de las fuerzas del bien contra el mal, y está curioso que se acuerden de acabarla también un poco así, cerrando el ciclo.
Por el medio vemos a Yul Brynner en plan agente norteamericano reclamado desde Londres para ayudar a Scotland Yard. Va con un sombrero muy de cine negro americano de los 40 o 50, participa en palizas de sesión doble vespertina en cine de verano y aparece, con su pequeña estatura y aspecto de rey del mambo, hasta en ambientes aristocráticos, donde no deja de decir alguna expresión de pretendido -que nunca logrado- “savoir faire”.


Dos de los malos de la banda.

Aquí Novak con semblante serio. Usualmente aparece como un figurín, centro de la coreografía.

En la depravada fiesta post-hippie.

 

sábado, 26 de junio de 2021

Carta de amor


A Santiago Mitre le piden desde la Semana de la crítica del Festival de Cannes, que debe celebrar 60 años, una “Carta de amor”, y escribe ésta, rememorando una primera idea y un encuentro que tuvo para su película “Paulina”.
Cómo me gustan estas mini-películas personales, o con apariencia de serlo.


 

jueves, 24 de junio de 2021

La reina de Nueva York

El periodista se persona en el pueblo en busca de su salvadora heroína.

Los dos ya en NY.

Andrew Sarris decía que William A. Wellman era de esos directores que ofrecen “menos de lo que dejan ver”, y ponía “La reina de Nueva York” (“Nothing sacred”, 1937) como ejemplo de ello.
Si bien es verdad que la trama -guión de Ben Hecht- se va desarrollando a brochazos y que ciertos gags parecen de payasos infantiles de circo, muy lejos de la fina ebanistería de un Lubitsch, no está nada mal detectar en una comedia americana como ésta el sano cinismo crítico que la preside y acaba culminándola de forma coral e inapelable.
El nombre de Selznick es el que concluye los títulos de crédito en vez del acostumbrado del director. La película la ha anunciado ahora mk2curiosity (también se puede ver así en Filmin) por sus colores, primicia del Technicolor, que desde luego no se habían asomado en los primitivos pases televisivos.
Carole Lombard es la chica pueblerina diagnosticada por un borrachín médico local de una intoxicación incurable por radio y Fredric March el periodista que va al pueblo a buscarla para llevarla a ver Nueva York por todo lo alto, pasando bien sus previstos últimos días. Y artículos que hacen llorar son los que incrementan exponencialmente los lectores y las ventas…
En el pueblo aparece una actriz de esas hilarantes con solo ofrecer bien caracterizadla su apariencia, Margaret Hamilton, y en la película alcanza protagonismo en varias escenas semi-documentales un rebosante de rascacielos pero sumamente pétreo Nueva York, muy anterior al lleno de brillantes edificios vidriados de solo 25 años más tarde.


Estrella querida por todos en la lucha libre del Madison Square Garden.

Margaret Hamilton.

 

Carrere en la memoria


Lo que es la memoria…
Hay películas que recuerdas te gustaron de las que solo retienes una imagen y luego resulta que puede que sea porque esa imagen ha circulado mucho como fotografía por ahí.
Pese a su relativamente reciente restauración, no he vuelto a ver “La torre de los siete jorobados” (Edgar Neville, 1944) desde la primera vez que lo hice, perdida en la nebulosa de los tiempos, por la televisión.
Me dejó muy buena impresión, con ese más que misterioso Madrid subterráneo para dorar la píldora, que viene a apelar la imagen que cuelgo.
Pero si me gustó fue porque esa imagen enlazaba con la que me había formado al leer previamente la novela, a la sazón publicada en una especie de revista (¿era “Novelas y Cuentos”?) en un papel como de periódico, que había encontrado y comprado en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión porque estaba al alcance de mi economía, esto es, una o dos pesetas.
Pero con Emilio Carrere, personaje misterioso y bien peculiar (basta con leer la entrada que le dedica la wikipedia para confirmarlo) guardo yo otra curiosa relación personal, al margen de haberle leído ese relato.
Durante un periodo de la mili, a mis veintiún años recién cumplidos, estuve viviendo en Madrid. Lo hacía en Fuencarral, en un cuartel que, situado enfrente de los Estudios de Cine Roma y cercanos a otros tan belicosos como “El Goloso”, tenía delante de su fachada algo tan surrealista como la imagen que he colgado: en tres especies de cuevas jardineras escavadas en el terreno se podían observar correteando por ahí cientos de blancos conejillos de indias, según lo que se comentaba descendientes de una pareja traída desde Australia.
Pero me desvío. Los fines de semana dormía en Madrid, en la calle Ibiza, en una habitación de una familia que había buscado mi padre entre sus conocidos profesionales. Él era un hombre que se las daba de machote, que de sobrevivir me temo que aún se le vería, apoyado en un bastón, paso firme, a grito pelado entre los practicantes de las concentraciones de Colón.
Pero ella, pequeñita y más que reducida por la presencia avasalladora de él, era una delicada, encantadora mujer con la que alguna noche de sábado, antes de salir yo de jarana, o la mañana del domingo, antes de caminar cruzando El Retiro hasta El Prado, donde quedaba con mis amigos, había entablado largas conversaciones, consiguiendo simplemente que me desvelara cosas de sus conocidos.
Porque es que conocía a cineastas muy especiales de la época, pero además su padre había tenido -siendo ella niña- una tertulia en su casa a la que acudía toda la bohemia intelectual del momento. La imagen que desde entonces me ha quedado y que repito constantemente es la de ella sentada (a la fuerza) en las rodillas de Valle Inclán, preocupada por las porquerías que le podían entrar en la boca, dado lo sucias que tenía él esas guedejas que le caracterizaban. Su padre era Emilio Carrere, lo que me fascinó también un montón, porque ya había leído ya esa novelita y me había hecho, a partir de ella, mil historias en la cabeza.
Claro que igual estoy confundido y su padre era otra persona cuyo nombre no recuerdo, siendo Carrere únicamente otro de sus tertulianos de nombre que me sonaba.
Lo que es la memoria…


 

domingo, 20 de junio de 2021

Fireball: Visitors From Darker Worlds

Observando, a distancia, desde el muro, Werner Herzog. En el escenario del Hall del CCCB montado para Kosmopolis, Clive Oppenheimer contestando a Violeta Kovacsis ante un público de una media de edad bastante joven para lo que suele ser y con un envidiable dominio del inglés.

El cráter -de alrededor de un kilómetro de diámetro- formado por un meteorito en su caída en Australia.

Un científico británico señala a Clive Oppenheimer qué trayectoria llevó el meteorito que cayó en 1492 en Ensisheim (Alsacia), causando una serie de consecuencias políticas.

Si no llega a aparecer la característica voz, medio afónica, de Werner Herzog, comentando en inglés, en off, la primera escena de su “Fireball: Visitors From Darker Worlds” (2020), yo creo que casi todos los que llenaban ayer la sala del CCCB se habrían sentido muy decepcionados.
Por suerte no es así, con lo que nos encontramos ante un documental “de los suyos”, si bien, en su partición de autoría con Clive Oppenheimer, deja a éste el lanzar las preguntas a los entrevistados, cosa que antes también asumía él mismo.
Era la sesión estrella del Kosmópolis. En el Hall, en sillas casi homicidas si pensamos en las tres horas de reloj que duró la cosa, un público de media sorprendentemente joven (y que luego se descubrió buen dominador del inglés: los tiempos cambian), presenció primero la película y luego asistió a una conversación de Violeta Kovacsis con Clive Oppenheimer (presente y contentísimo de haber visto la exposición sobre Marte) y Werner Herzog (vía Zoom).
El documental va de meteoritos que caen a la tierra y lo que eso ha supuesto en cuanto a cambio de culturas imperantes (aunque este extremo, que empieza ágil, pierde fuerza enseguida).
Hay dos o tres escenas espectaculares, marca de la casa, entre las que no es la menor la rodada en el altiplano de la Antártida, pero en su mayor parte el metraje se concentra en entrevistas en sitios modestos a entusiastas científicos de todo el mundo que trabajan en el tema. En este sentido, da un cierto respiro saber que el amigo americano, vía la agencia espacial (NASA), dedica una poca pero preparada gente a observar los cielos en busca de meteoritos potencialmente peligrosos, para poder reaccionar y no acabar como los dinosaurios del Yucatán.
En el coloquio, una espectadora le preguntó a Herzog si, después de haberse recorrido el mundo viendo fenómenos tan impresionantes como los que ha visto, sigue teniendo aún curiosidad para más. Herzog contestó lo que no podía sino contestar: que sentía la misma curiosidad que cuando era un chaval.
Pongo un poco en tela de juicio la veracidad de la respuesta. Su humor, cantidad de bromas que reparte por toda la película, nos dirían que ya no es del todo así, que ahora lo ve todo, refugiado detrás de la cámara, desde una cierta perspectiva, a una cierta distancia. Pero no hay queja. Después de todo lo que ha llegado a ver y nos ha hecho ver, es de lo más natural que sea así.


Una de las entrevistas.

El hallazgo de un meteorito en una batida de caza en el altiplano de la Antártida.

 

miércoles, 16 de junio de 2021

La legión de los hombres sin alma

Bela Lugosi entrega un cuchillo a la dominada protagonista mientras que el propietario del castillo, colado por ella, no puede hacer nada para evitarlo.

El misterioso personaje que representa Lugosi con el un tanto anodino novio de la protagonista.

Una encantadora joyita del cine fantástico que no había visto hasta ahora, “La legión de los hombres sin alma” ("White Zombie”, Victor Halperin, 1932), está repleta de estudiados encuadres, contrastes de su blanco y negro, oscuridades y luces.
Misteriosa y penetrante desde su primera escena, en la que una pareja de novios que recorre una carretera de Haití por la noche ven interrumpida su marcha porque unos están enterrando a sus seres queridos en la misma carretera, temerosos de los ladrones de cuerpos. Pero eso no es lo único que ven esa noche. De la montaña bajan unos cuantos muertos vivientes…
Luego casi toda la acción se desarrolla en un castillo de lo más gótico a la orilla del mar y sus alrededores.
Bela Lugosi no hace más que entrelazar con fuerza los dedos de sus manos y, junto a su hipnótica mirada, conseguir dominar la voluntad de todos los humanos… y de los que lo fueron, los zombies.
Visible en Filmin y Mubi (a punto de caducar sus derechos al menos en esta última).


¡Olé las vidrieras góticas de catedral- visibles en un único plano: otros muestran otros entornos más retorcido y expresionistas- de la sala del castillo!

Otro plano destacable, de lo más pictórico.

La alegre muchachada: los zombies.

 

Carrière hasta como realizador

Peter Brook y Jean-Claude Carrière en una fotografía de Nina Soufy que aparece en el Positif de junio.

Están surgiendo por muchos sitios homenajes a Jean-Claude Carrière, fallecido recientemente. Es ahora cuando caes en la cantidad de teclas que tocó.
De forma inmediata piensas en su colaboración con Luis Buñuel, materializada en los guiones de seis largometrajes realizados y algún otro que no prosperó, pero ya sólo como guionista, la lista de realizadores de primera categoría para los que trabajó, Buñuel al margen, es extensísima: Étaix, Malle, Forman, Ferreri, Berlanga, Schlondorff, Godard, Saura, Wajda, Garrel,…
Hay quien, contrario a su actividad, señala que produjo la estandarización de la obra de cineastas que hasta ese momento habían hecho una obra personal singular. Puede ser, pero no es ésta la opinión de estos últimos, que se deshacen en alabanzas sobre su ayuda y su creativo método de trabajo. En este sentido, es interesantísimo leer en el dossier del último número de “Positif” las declaraciones de gente como Volker Schlondorff, Peter Brook, Philippe Garrel o el mismo Rappeneau, que explican cosas realmente asombrosas.
Con Brook no se trataba de guiones de cine, sino de una colaboración profunda, ideando obras como el Mahabbarata, que surgió tras unos viajes de trabajo por la India. India es uno de sus temas más allá del cine, y le ha dedicado varios libros, como ha dedicado varios a su relación con Buñuel, pero lo que no sabía es que también hay libros suyos sobre temas científicos, como uno sobre Einstein y otro sobre la física cuántica (una conversación con un científico, desgraciadamente no publicado traducido por aquí).
En el dossier de Positif mencionado aparece una nota sobre el cortometraje que dirigió él solo, “La pince à ongles” (“El cortauñas”, 1969), que realizó con Michel Lonsdale de protagonista, durante su trabajo con Milos Forman para “Taking off”.
He visto que estaba por la red (ver enlace abajo) y me lo he pasado: no es en absoluto despreciable. Si se suele decir que un cortometraje debe limitarse a una única idea, pero sólida, éste podría ser puesto como ejemplo. Como suele suceder en bastantes ocasiones en los guiones de Carrière, la idea viene servida a partir de un mínimo, insignificante objeto, un cortaúñas. Son solo once minutos:


Un fotograma de “La pince à ongles”.

 

domingo, 13 de junio de 2021

Mi abuelo y la Catequística de Figueres



La Asamblea de la Federació Catalana de Cineclubs y la reunión de éstos con tal de celebrarla tuvo lugar en un sitio con historia de Figueres: la Cate.
“La Cate” camufla muy poco disimuladamente detrás de su nombre a una institución que este año celebra su centenario, “La Catequística”.
Como expliqué ayer a quien, desprevenido, se puso a mi alcance mientras visitaba la pequeña exposición que han montado para celebrar el centenario, resulta que mi abuelo por parte materna (mi mitad catalana) fue uno de sus fundadores.
Joan Ferrer Albertí, a quien recuerdo de aspecto y -aunque no tuve ocasión de comprobarlo en debate directo- quizás también alguna que otra idea mussoliniana, fue uno de sus fundadores. Hombre se ve que de rancia fidelidad y ortodoxia católica, temeroso del derrumbe de las costumbres de orden, de su faceta como propulsor y organizador de La Catequística explicaban sus hijas lo siguiente:
Las películas que llevaban para pasar a la chiquillería eran, como no podía ser de otra manera, de lo más blanco. Pero, por si a alguien de la cadena le hubiera entrado un inoportuno vientecillo liberal al hacer su trabajo, él mismo se ponía al lado del proyector y, cuando veía que la cosa podía ponerse irrespetuosa con las buenas formas y costumbres a defender a capa y espada, colocaba su corpulenta mano delante del objetivo. Doble filtro, se llama a esa figura.
Por si se tratase simplemente de una leyenda familiar, he buscado por internet y he encontrado esta web, que realmente incluye su nombre como muy ligado al origen de la institución:
Va bien saberlo, porque en los paneles de la exposición explicando la historia no he visto su nombre por ningún lado. La fotografía que hice al primer panel, por cierto, me salió movida, con lo que sólo pongo ahora la imagen de la primera sede, que en él aparecía, un edificio, por lo que puede observarse, bastante lóbrego. Luego cuelgo otro panel, un par de anuncios también expuestos de esos de placa de vidrio que se proyectaban en los intermedios e imágenes de las salas actuales, la primera de ellas con la gente que acudió a la Asamblea ya empezando a llenarla.






 

sábado, 12 de junio de 2021

Dalí i el cinema surrealista



Ayer fue la reunión anual de los cineclubs federados, que en esta ocasión tuvo lugar en Figueres. Los actos “oficiales” (los festivos continuaban hoy) finalizaron con un pase de “Un chien andalou” y “L’age d’or” en copias restauradas, muy limpias y luminosas. Resumen de las consecuencias de la visión: que cuando ya creías que no te revelarían nada nuevo, te sorprenden con toda una serie de novedades inesperadas, en las que nunca habías deparado.
Como introducción, Carme Ruiz, de la Fundació Dalí, presentó su trabajo sobre las dos películas, basado principalmente en documentación custodiada en la Fundació. De su ponencia son las fotografías que cuelgo:
1/ Cristina Jutge, del Cineclub Diòptria, de Figueres, presentando la sesión.
2/ Carme Ruiz, de la Fundació Dalí, leyendo detalles de una carta del material de la Fundació que viene al cuento.
3/ Carnet de estudiante, en la Escuela de Bellas Artes De San Fernando, de Salvador Dalí.
4/ El recado sobre su madre que dibujó Dalí y le causó una definitiva tormenta con su familia. Lo que más me sorprendió, y por eso corrí a hacer la fotografía, fue ver que rodeando la frase se distinguía una silueta que, más que de su madre, podría pensarse de Jesucristo, como un extraño antecedente del que veríamos luego que aparecería en plan protagónico al final de “L’age d’or”.
5/ La casa, con posibilidades, de los Noailles en Hyères, lugar de peregrinación de artistas en busca de la sopa boba…





 

jueves, 10 de junio de 2021

J’aimerais partager un printemps avec quelqu’un




Recibo un mensaje de Mubi en el que me explican que “J’aimerais partager un printemps avec quelqu’un” (Joseph Morder, 2007) está a punto de desaparecer, por lo que debería apresurarme para verla.
Parece que sepan que eso del “journal filmé” debe ser de los tipos de cine que más me gustan y de ahí el aviso, me digo, poniéndome a verla.
Morder empieza mostrando su afinidad con un cineasta que a partir de cierto momento entró también en este tipo de cine personal, utilizando una pequeña cámara como estilográfica y cuaderno de diario. Alain Cavalier le va a visitar a su casa y Morder lo filma, aunque ambos no saben en realidad muy bien qué hacer y decirse.
Logra luego encuadres sueltos muy atractivos, y los que más los que logra desde una habitación del Moulin d’Andé, el del final de “Jules et Jim”, de la que informa que fue también ocupada por Georges Perec y posteriormente por el mismo Alain Cavalier.
El formato permite también intimidades. Las ofrece, solemne, en el apartamento que fue de sus padres. Bueno. Pero mientras está en un puente filmando con una camarita minúscula el Sena, se cruza un chico que le pregunta algo y al que filma, registrando emocionado su cabellera rubia galopando al viento. A partir de entonces Joseph Morder pierde el oremus y su propia figura adquiere, en sus dudas y objetivos centrados en su enamoramiento, un buen peso de ridiculez.
Finaliza, curiosamente, con una sorpresa. El supuesto amante (vete a saber, puesto que hablamos de cine, si el diario es sincero o monta una completa ficción para redondearlo), del que filma su ausencia a la mañana siguiente, se ha dejado un libro que place -al menos por su portada- a Morder. Se trata de una imagen del rostro, radiante, de Ava Gardner. Como vemos muy bien la portada y él recalca la pregunta de si su enamorado leerá español, podemos distinguir perfectamente su título y autor. Es nada menos que el gran “Beberse la vida. Ava Gardner en España”, de Marcos Ordóñez.