miércoles, 30 de noviembre de 2022

Abrázame fuerte


Es Amalric, como director y quizás también como actor, un cineasta amante del exceso, con lo que es bien fácil que atragante al más pintado.
Eso bien puede suceder, con toda razón, a quien acuda a ver “Serre moi fort” ("Abrázame fuerte", 2021; Zumzeig y Cinemes Girona) y, si no, que se lo expliquen a ese señor de edad que estuvo ayer murmurando desde el comienzo, desconcertado, protestando a su mujer, hasta que le silenciaron, para acabar yéndose airado del cine cuando ya no faltaba demasiado para acabar. O, sin ir más lejos, a quien me acompañaba, que se aburrió de lo lindo, hasta casi lograr que le cayera mal una antes adorada Vicky Krieps.
Yo no sé si soy más indulgente, si la abstemia de cine en salas que llevo últimamente me vuelve más vulnerable, pero el caso es que seguí con atención y mucha proximidad la película, saliendo satisfecho y todo de haberla visto.
Imposible convencer, no obstante, a quienes se hayan indispuesto con ella. Podría intentarlo comentándoles eso de que hemos visto en el cine todas las historias una y otra vez, y ya viene a ser muy difícil asistir otra vez a su relato lineal y, encima, emocionarse con ellas. Hay que intentar, entonces, otras vías, y eso entiendo que es lo que ensaya, sin miedo al artificio, sobre todo en su principio, Mathieu Amalric.
¿Que cómo lo intenta? Pues entrecortando y acelerando el intercambio de planos, pasando de adelante a atrás y de atrás adelante en el tiempo, saltando de un lugar a otro o de lo imaginado a lo real, en una serie de escenas en las que los adultos se rompen y embriagan y los niños son los que adoptan un papel sereno, contemplativo, de sabios.
Pero creo sinceramente que Amalric no monta así esas escenas para desconcertar al espectador, sino que lo hace para enganchar, encadenando a trompicones múltiples motivos de emoción a flor de piel, como cuando muestra a esa hija que entra en el dormitorio de ella y se acurruca entre sus piernas mientras le susurra que quiere permanecer ‘embrassé sur tes jambes’, a ella cantando siguiendo el cassette del coche o bien estableciendo diálogos virtuales entre personajes en escenarios separados o evidenciando una comunión a distancia mediante una determinada música,…
Al poco tiempo uno ya ve claramente que no le van a explicar la historia de una separación, sino el relato de una pérdida, encajándose a partir de entonces todas las piezas con suma facilidad. Una facilidad que disminuye la emoción que había captado el entregado, mientras que llega demasiado tarde para quienes han previamente rechazado visceralmente alguna de las cosas que han tenido que tragarse.


 

Los adioses




He visto una película que creo singular, por varios motivos:
-Ha sido en Netflix, y no sigue las características generales de lo visible en la plataforma.
-Me ha hecho reencontrarme con los nuevos cines de los años 60, con las tramas reiterativas y bastante confusas del nouveau roman.
-Se trata de “Het afscheid” (“Los adioses”, 1966), de Roland Verhavert, de quien creo haber visto algo en tiempos siguiendo un ciclo de cine neerlandés de la Filmoteca.
-Una espera y ambiente frustrante en un barco naviero sujeto a un posible destino gubernamental desconocido, la incertidumbre, la necesidad de la rutina, un sórdido tranvía que se convierte en autobús nocturno, se convierten, seguramente, en sus temas principales.




 

martes, 29 de noviembre de 2022

Peter O'Toole: Along the Sky Road to Aqaba


No es habitual que sea un director de cierto nombre, como es el caso del irlandés Jim Sheridan, el que ruede un documental sobre un actor estrella como “Peter O'Toole: Along the Sky Road to Aqaba” (“Peter O’Toole”, 2022, que pasa ahora por Movistar+). Quizás la coincidencia venga de tratarse de una producción irlandesa sobre un actor conocido como irlandés.
De buenas a primeras el documental no parece diferir grandemente de toda esa retahíla de documentales sobre gente del cine y teatro que acabas viendo por algún canal de televisión, porque sigue a rajatabla esa regla actual no escrita de que deben empezar por sacar a buena parte de los que saldrán luego diciendo lo de más impacto de lo que dirán.
Y, de hecho, el documental es de ese tipo, sí bien estirado al límite: vamos sabiendo del personaje únicamente por los comentarios que hacen personas que se codearon con Peter O’Toole durante su vida.
Tiene, a mi entender, dos características que lo diferencian un poco. Una primera, que prescinde por completo del papel del narrador: todo se va conociendo a través de las voces de los entrevistados. La segunda, bien positiva, es que se trata de entrevistados muy bien escogidos, de peso, y que no se limitan a cumplir escuetamente su papel, soltando una frase elogiosa cualquiera. Todos y cada uno parecen, realmente, haber analizado al personaje y explican situaciones que definen su carácter con datos concretos, de una forma que difícilmente otros podrían hacerlo.
Un tema que no se rehuye, aunque por suerte el documental no se refocila en ello, es el del trato con el alcohol (y descubrimos que hasta con algo más) del actor. Eso da para historias divertidas (Derek Jacobi describiendo el peligro al que se exponía en escena de esgrima cuando Peter O’Toole le había dado fuerte a la copa previamente) y otras más desgraciadas (su fracaso consecuente en las representaciones de un “Hamlet” tardío, también en el teatro).
Unas cuantas cosas me llevo en las alforjas como conocimientos nuevos sobre el personaje: su extraordinaria memoria, utilizada a fondo para aprenderse todo tipo de diálogos, la comicidad de una de sus últimas representaciones teatrales, de la que vemos unas pocas escenas, y, por último, una revelación sobre sus orígenes que dejo de señalar aquí, para que haya alicientes suficientes para ver la película.
Solo apunto que eso no se trata más que de un detalle, gracias a Dios no muy subrayado, y que creo que los alicientes, sí atraía el actor o sus personajes, son más que suficientes, cubriendo el documental las expectativas.


 

domingo, 27 de noviembre de 2022

En el camino -de cuando en cuando- vislumbré breves momentos de belleza


Jonas Mekas cumpliría este diciembre cien años y Xcèntric lo celebró presentando ayer domingo (también último día de L’Alternativa) los 288 minutos de su muy lírica “En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza” (2000), una recopilación “no cronológica, sino al azar, según las encuentro en la estantería” que enlaza fragmentos escogidos de sus películas/diarios rodadas a lo largo del tiempo.
Agotadas las localidades, el auditorio del CCCB estaba lleno de un ávido público mayoritariamente juvenil, en general grupos de amigos unidos por la búsqueda y degustación de cine experimental, pero hasta llegué a saber de un jovencito de trece años que había venido de Madrid especialmente para verla.
Aparecen fugazmente en la película, como casi siempre en su obra, unos cuantos artistas del underground, pero en esta ocasión se trata más que nunca de films familiares, con gran protagonismo de su mujer e hijos.
Está dividida en doce capítulos, y en cada uno de ellos la voz de Mekas nos dirige, trabajando en la mesa de montaje de su casa, en la que viste con sonidos y músicas la cinta resultante, una serie de explicaciones sobre su intención, muy clara. Nos informa de que trata de rememorar “una sensación del paraíso” vivida; de que él es un “filmador”, pues lo que le gusta es filmar, más que hacer films. Y, con absoluta modestia, va repetidamente pidiendo excusas porque en su película “no pasa nada”. Llega a decir, riendo, que es una “masterpiece of nothing”.
Está la película (con su singular forma vertiginosa de rodar, montar y pasar lo rodado, que tan penoso debe hacer conseguir una específica captura de pantalla) llena de nieve, de flores, de gatos, pero sobre todo de niños, dando sus primeros pasos o, en general, disfrutando como cosacos.
Su visión y su apoteósico final me ha hecho regresar a casa, tras las cinco horas de proyección, con unas ganas locas de recuperar los vídeos familiares que rodé hasta que mis hijas se hicieron mayores.




 

sábado, 26 de noviembre de 2022

Corpo Celeste


Una película rescatada por L’Alternativa/Filmoteca y aún visible en Filmin hasta el 4 de diciembre, para mi gusto plenamente recomendable, con una fuerza imprecisa pero muy notable, es “Corpo Celeste” (2011), el primer largometraje de Alice Rohrwacher, la directora que años después se dio a conocer en el mundo entero con “Lazzaro felice”.
Casi todo el largometraje sigue el punto de vista de Marta, el personaje de la imagen, una niña de 13 años a la que hacen entrar en un grupo y prepararse ahí para la Confirmación.
Rodada en Reggio Calabria, con mucho de documental dentro, cuenta, desde el extrañamiento (ella y su familia vienen del norte), ese momento crucial de entrada en la adolescencia, aquí llegada junto al descubrimiento paulatino adicional de extrañas formas políticas clientelistas, de arribistas por la vía eclesiástica, de poderes asentados, de vidas sometidas y de vidas salvajes malviviendo o sobreviviendo en la nueva ciudad desarrollada a trompicones, dejando atrás, agónico, a todo el antiguo “paese”.


 

viernes, 25 de noviembre de 2022

Leonora Carrington. The lost surrealist


Filmin deja ver hoy, por muy breve plazo, dentro del festival D’Art, “Leonora Carrington. The lost surrealist” (Teresa Griffiths, 2017).
Junto a breves apariciones suyas o de su voz, sus dos hijos, Antony Penrose, Elena Poniatowska y unos pocos más hablan de su vida y su pintura.
Su morosa y algo repetitiva forma de realización, junto a su música, le van, curiosamente, bastante bien a su obra mexicana, que es mostrada ampliamente.


 

jueves, 24 de noviembre de 2022

El séptimo caballo del sol


Hoy han colgado en Mubi “El séptimo caballo del sol” (1993), de Shyam Benegal, uno de los más renombrados directores de la India y, por cierto, durante un largo tiempo, máxima voz de los cineclubs del país.
En la película, un personaje explica historias a sus amigos, envueltas las conversaciones en un clima de referencias literarias continuas. El mecanismo por el que visualizamos esas historias me ha recordado, en ocasiones, a películas como “El manuscrito encontrado en Zaragoza”, alguna de Raul Ruiz o hasta de Manoel de Oliveira.
Viéndola, he recordado que estoy buscando secuencias de películas en las que el color o las ventanas se erijan en protagonistas significativos y he visto, por una parte, que toda la película es un auténtico festival de colores y, por otro, cómo la chica protagonista de una de las historias se coloca ante una ventana, quedando enmarcada por una frondosa vegetación y flotante humedad de la lluvia y, aún no siendo ésta una película de esas típicas de la India resueltas a base de canciones, una canción irrumpe de forma inexorable en la escena.
Lo malo es que, con eso de la “desmaterialización” del cine, que todo va en streaming, a ver quién da con la película física -DVD o fichero- y puede disponer de alguna de las escenas que casan perfectamente con mi búsqueda…


 

miércoles, 23 de noviembre de 2022

10 cineclubs "históricos"

El cartel confeccionado por la “Academia”, con el nombre de los diez cineclubs activos que han localizado como activos desde hace más de 50 años.

Era ayer un acto, si se quiere, protocolario, que se adentró, en una mesa redonda, por terrenos impensables en este tipo de actos, analizando cómo llega el cine hoy a sus espectadores y preguntándose por donde podía ir en un futuro próximo. Me explico:
La Acadèmia del Cinèma Català lleva unos años distinguiendo a diferentes elementos del patrimonio cinematográfico de por aquí. En años anteriores lo ha hecho con la Colegiata de Cardona (uno de los lugares de rodaje de “Campanadas a medianoche”), con los estudios Orphea (en su momento los más importantes de cine sonoro en toda España) o las trece salas de cine centenarias que aún funcionaban… en 2020 (parece que de entonces a ahora, lamentablemente, han fallecido unas cuantas). Pues bien: este año han decidido homenajear a los cineclubs más veteranos, aquellos que, siguiendo activos, llevan más de cincuenta años de antigüedad.
Han localizado diez:
-Associació Cultural de Granollers
-Manresa
-Valls
-Olot
-Sabadell
-Vic
-Vilafranca
-Centre de Lectura de Reus
-La Seu
-Associació d’Enginyers
Representantes de todos ellos estaban en el Cinema Edison de Granollers donde, junto a parlamentos de la Presidenta y Directora de la Acadèmia y de la Alcaldesa de Granollers, hubo la mesa redonda de la que he empezado hablando.
La mesa redonda la había de moderar Roc Villas, quien, además de haber pasado por cargos oficiales de ámbito cinematográfico, fue él mismo, en tiempos, gestor de un cineclub. No pudo asistir finalmente, al enfermar, con lo que le sustituyó a última hora Tariq Porter, que es quien, además, había estado investigando para confeccionar un dossier (que aún no ha debido salir a la luz, porque no lo hemos visto) sobre los diez cineclubs ahora ya calificados de históricos de forma irrebatible, puesto que académica…
Tariq Porter enfocó la conversación, después de hacernos fijar a todo el público en sus calcetines (que dijo se habría cambiado si lo hubiera sabido), en hacer valorar el dinamismo de los cineclubs frente al de las salas comerciales.
Es verdad que la asistencia a las sesiones de cineclub están en promedio bastante por encima de la de las salas comerciales, pero eso no es para echar campanas al vuelo, porque bastante tienen con resistir los pobres cines comerciales que resisten y, como explicaron el veterano responsable del cineclub anfitrión y la jovencísima responsable del Cineclub del Diable de Martorell, la pandemia supuso un buen martillazo a la frecuentación de los cineclubs, que, como pasa con la asistencia a ver cine en salas en general, aún no han recuperado la media de asistencia previa. La gente (y que tire la primera piedra aquel al que no le haya pasado) se ha retraido mucho en sus salidas de casa para ir al cine, que aprendió durante el confinamiento que podía ver sin peligros de diverso tipo en casa a través de diferentes plataformas, y ahora le está costando volver a su -ya débil- costumbre anterior.
Otra ronda de intervenciones fueron para hablar de la edad media de los espectadores de cineclubs. Me temo que -excepción hecha de determinados fenómenos y de los clones de la Marvel- éste tampoco es un tema específico de los cineclubs, sino del cine en general, o al menos de la asistencia a las salas de cine: el público base resistente es aquel que iba al cine regularmente cuando el cine era una de las referencias culturales básicas, cosa que ya desde hace bastante tiempo, en cualquier caso, no es. El público actual tiene, pues, una cierta edad...
¿Cómo hacer entonces, pues, que acuda el público más joven a las salas en las que aún se efectúan sesiones? Para esa pregunta hubo inicialmente la respuesta del propio Tariq Porter y Emma Fernández, de una Federación de Cineclubs preocupada desde siempre en formar al público infantil y juvenil para ver cine y acudir a las salas, y luego la de los propios cineclubs, desde la respuesta de Ana Lati (Martorell), que, sin angustiarse por ello, señaló que ese espectador bien joven ya iría cuando considerase que había de ir, que habría que darle tiempo para que lo viese como algo suyo, a la respuesta de Ricard Caussa (Granollers), quien confesó que ya había desistido de intentar repescar públicos jóvenes programando películas que podían atraerlos… porque eso lo que ocasionaba era perder a su público habitual. En su caso lo que hacen es poner a disposición su sala para que los grupillos interesados en pasar otro tipo de cine, se haga sus propias sesiones.
Por lo demás, volvieron a quedar reflejadas las características que corresponden a los buenos cineclubs y que hacen que sería una lástima perderlos: un cuidado especial por el tipo de cine a proyectar (se utilizó el palabro inglés “curator”), un “vestir” las sesiones con hojas de sala, presentaciones y, de poder ser, coloquios que refuercen esa idea de que los cineclubs los fundan gente que quiere ver buen cine y compartirlo.
Oí ahí y en varios corrillos antes y después de la sesión algo que puede tener ciertos visos de realidad: el cierto hartazgo que está teniendo el personal con las plataformas -en mi opinión, el auténtico ogro de los cineclubs y de los mismos cines comerciales, apoyando los procesos actuales de desmaterialización de todo tipo de cosas-. Son habituales las largas búsquedas de películas para ver en la o las plataformas que cada uno tenga en casa, obteniéndose al final, con la elegida, un grado de satisfacción muy deficitario. Falta, pues, cada vez más, poder confiar en una plataforma como antes se confiaba en determinados cines, que eran los que programaban las películas que deseabas ver.
Ese papel “curatorial” que he dicho salió a la palestra y que asumen los buenos cineclubs.


Los miembros de la mesa redonda.

La presidenta (Judith Colell) y la directora (Laia Aubia) de la Acadèmia del Cinema Català.

Una serie de programas de diferentes épocas del cineclub activo más veterano, el Cineclub Associació Cultural de Granollers.

 

martes, 22 de noviembre de 2022

Las comparaciones de Farocki y Godard


Farocki se acaba de quemar el brazo con un cigarrillo para ver si así, mínimamente, nos damos cuenta de la brutalidad del napalm, a diez veces más temperatura y ampliando la zona de contacto.


Ayer, en el seminario “Escribir el cine”, Gonzalo de Lucas nos ayudó a ver mecanismos repetidos por Harun Farocki y Jean Luc Godard en sus films-ensayos.
Se trata siempre de comparaciones, asociaciones especiales, que sacan de las imágenes (y sus sonidos) conclusiones muchísimo más ricas que las que pueda ofrecer una simple lectura directa.
La sesión sobre ellos dos llevaba el título de “Gestualidad del montaje” porque de Lucas, a partir de piezas analizadas en un libro que co-escribió previamente, quería hacernos ver reflexiones y decisiones que se toman precisamente en el montaje de una película, la fase más oculta de la realización de un film, hasta el punto de tener lugar, habitualmente, en locales subterráneos.
Ambos demuestran que se puede hacer cine a partir de los medios más sencillos, como puede ser comparando dos imágenes, dos fotocopias, entre sí.
Se ve que Godard quiso entrar a dar clases en el prestigioso College de France -comentó Gonzalo de Lucas- y fue dolorosamente rechazado. Pero algo queda en sus films de esa voluntad didáctica. Quería en sus clases, como luego hace en sus películas, dar prioridad a la imagen sobre la palabra, de la misma forma que, en vez de presentar un guión escrito para optar a las subvenciones oficiales, ofreció en alguna ocasión una serie de imágenes o filmaciones entrelazadas, comentadas. Es algo que, desgraciadamente, en un mundo dominado por las imágenes -se lamentó Gonzalo de Lucas- hoy en día no se hace: incluso en las clases de cine, en vez de explicar las imágenes con otras imágenes, se pide hacer mediante un escrito, siempre mucho más lineal, perdiendo sugerencias.
Farocki también estaba obsesionado por lograr comparaciones provechosas. La primera imagen corresponde a “El fuego inextinguible (1969), en la que, para hacernos comprender como debe ser la quemadura del Napalm (lanzado por entonces en bombas norteamericanas en el Vietnam), se quema él mismo el brazo con un cigarrillo, mientras informa que un cigarrillo arde a 400 grados, mientras que el Napalm lo hace a 3000 grados… Una forma de intentar acabar con la insensibilización frente al dolor que provoca la sucesión de reportajes televisivos sobre conflictos bélicos.
La primera pieza presentada en la sesión no fue, no obstante, esa, sino un programa de “Cinéma, cinémas” en el que Godard comparaba la forma en que nos mostraba un mismo hecho -la guerra de Vietnam- Kubrick en “La chaqueta metálica” y Santiago Álvarez en “79 primaveras”.
En comparar está la base. Así se entienden propuestas como el “Número deux” de Godard o “Interface” (1995), con el que Farocki hizo su primera pieza para museo y no sala de proyección, utilizando dos monitores cuyas imágenes confrontaba entre sí.
Más puntos comunes entre Godard y Farocki señalados por Gonzalo de Lucas serían su voluntad de comentar las imágenes a partir de otras imágenes, señalar la diferencia entre lo que se ve y la visión (ésta mucho más rica, por cuanto elaborada en la cabeza: ese sería el juego del buen montaje), la relación de poder
entre el que dirige y el dirigido (haciendo ver lo que hay entre ambos -los elementos del trabajo de director-, que no suele verse).
Por el final, ya viendo trozos de la extraordinaria “Histoire(s) de Cinéma”, en un raro momento de ésta en el que no se confrontan tantas cosas a la vez que te superan, Godard hace aparecer el demacrado rostro de un agónico Nicholas Ray en “Relámpago sobre agua” moviéndose a cámara lenta, sobreimpresionado con una moviola renqueante que presta sus sonidos, ralentizados, a la banda sonora. Otra -tan certera- comparación.


El trabajo reflexivo -mucho más allá de la acción del rodaje- del cineasta.

No encontré la captura de imagen de “Histoire(s) du cinéma” y me dio pereza hacerla, pero quería acabar con el rostro de Nicholas Ray.

 

domingo, 20 de noviembre de 2022

La carga de la brigada ligera


Hablamos de las actuales “Fake news”, pero todo el mundo tiene asumido que en eso Hollywood era un fenómeno. Y, si me apuran, hasta los previos poetas épicos.
Lo digo porque en un par de sobremesas he visto (que no revisado, porque sólo me acordaba de cosas de la carga final) “La carga de la brigada ligera” (Michael Curtiz, 1936; grabada en Movistar, pero también disponible en Filmin).
La wikipedia desvela bastante sobre el desastre real de tan heroico y estúpido acto, que en la película venden nada menos que como suicidio de Errol Flynn por un amor no correspondido:
Es impresionante lo bien que se pasa viendo los actos abnegados del ejército imperial británico en la India, lo alimañas y criminales hipócritas que eran esos sublevados del Norte, siempre apañándoselas para hacer la cusqui a encantadoras familias british o a las de sus empleados domésticos y, cómo no, viendo la famosa carga de los lanceros en el valle de la muerte de Crimea. Por no decir los sorprendentes y ajustados pantalones de malla que gasta en la India toda la tropa.
Veo que en Filmin está también “La última carga” (Tony Richardson, 1968), de cuando a los del Free Cinema aún les quedaba algo de airados. Debería verla, porque recuerdo vagamente algo de su sarcasmo, que emparento, aunque seguramente no tenga nada que ver, con “Cómo gané la guerra” (Richard Lester, 1967), porque ambas creo recordar que eran -en un cine en el que hasta el antibelicista suele ser militarista- profundamente antimilitaristas.
Cosa curiosa ésta de la memoria. Creo que vi “La carga de la brigada ligera”, de crío, con mi padre, quien, pese a estar totalmente vendido a los oropeles de la cosa militar británica, ya me previno sobre el auténtico disparate militar cometido en la batalla de Balaclava. Pues bien: sólo recuerdo a los lanceros galopando por el valle a caballo mientras les bombardeaban a diestro y siniestro y su jefe les envalentonaba con un “¡Adelante mis 600!”, cosa que me dio mucho tiempo vueltas por la cabeza y a mí me hacía mucha gracia, porque ya había aparecido por entonces el Seat 600. Hoy, tras acabar la película en VOSE, he rebobinado (entiéndaseme: ya no se rebobina nada…) para volver a ver la escena en VE. Resulta que no decía nada de sus 600. ¿Será que, con el tiempo, me confundo con el anuncio de Pilé 43?




 

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Voci nel tempo


La Filmoteca ofrece un ciclo que nos permite descubrir el muy especial cine, totalmente autogestionado, de Franco Piavoli, que ha venido además, a sus 89 años, para presentarlo.
“Voci nel tempo” (1996; pasada ayer) es exactamente lo que anuncia su título: las voces, los sonidos que podemos oír de los habitantes de Castellaro, un pueblo vecino del de Piavoli, de las diferentes edades.
Primero la cámara -y los micrófonos de ambiente- captan los sonidos de un recién nacido, luego de un bebé, más tarde se fija en adolescentes en sus primeros lances amorosos, para seguir con los adultos y, finalmente, ancianos.
En alguno de esos episodios -que no son episodios, pues todo pasa siempre en continuidad- alguien de la generación protagonista mira a los de la generación posterior, con un deje de melancolía.
Las acciones de cada edad van ambientadas en la estación del año correspondiente y, por el final, llegando al invierno, un barquero que cruza remando las marismas representa, claramente, a Caronte. No acaba ahí la película, sino que una última escena enlaza la generación de más edad con la de menos, como una indicación de la rueda de la vida, de una continuidad imparable.
Por una vez, una película que, en su absoluta sencillez, he entendido de pe a pa.






 

martes, 15 de noviembre de 2022

Portrait of Alice


Otra película de cine negro británico de los años 50 que está por Netflix, pero mucho más sólida… hasta que se lía de mala manera tras su atractivo planteamiento inicial, es “Portrait of Alice” (Guy Green, 1955).
El tema es lo de menos, un auténtico MacGuffin. Digamos que un pintor sin éxito sentimental ni comercial recibe la noticia de la muerte de un próximo.
Hay en ella un proceso de seducción mental del pintor por la que, sin conocerla, ha representado en su propia pintura, que tiene también su atractivo. Film sin gran presupuesto, el pintor hace, es verdad, unos cuadros que, antes de que Lluís me eche la artillería, diré que son auténticos cromos. Pero también era un auténtico cromo el cuadro que representaba a Carlota Valdés en el “Vértigo” de Hitchcock y eso no destrozaba en absoluto a la película. No es eso lo que pierde algo al film, que, pese a su bajada de tono con tanta peripecia, conserva, a mi entender, ciertos apuntes atmosféricos que lo hacen simpático.


 

lunes, 14 de noviembre de 2022

Stolen Asignment


Dado el estólido panorama ofrecido de películas y series, ¿por qué no montarse una sesión con una de estética televisiva, pero con la audacia de 1955?
“Stolen Asignment” (Netflix) está dirigida por el luego director de culto de historias de terror, Terence Fisher, pero que aquí recorre otro tipo de standards: pareja de periodistas (ella pasándole la mano por la cara a él continuamente) sin historia que dar a su director, comisario y policía de Scotland Yard de lo más permisivos y permeables y una historia policiaca que sólo pretende divertir y entretener un poco.
Tiene una primera imagen de impacto…. pronto desmentida. Y sólo dura una horita.


 

sábado, 12 de noviembre de 2022

Siete Jereles


¿Recapitula Gonzalo Garcia-Pelayo y por eso le presenta “Siete Jereles” (Pedro G. Romero y Gonzalo Garcia Pelayo, 2022) retrocediendo por las calles de Jerez de la Frontera, mientras se cruza con gente que avanza normalmente? El caso es que vuelve, en ese año de rodar cine por todo el mundo, a Andalucía, a Jerez, y se envuelve, se arropa con sus músicas.
Caballos corriendo libres en penumbra, luces de la ciudad al fondo. Son los caballos jerezanos los que nos llevan al interior de sus calles, sus cascos resonando por los adoquines y otros pavimentos, mientras se presentan los títulos de crédito. Corte y aparece Jerez en el blanco y negro de un documental o programa (¿”Rito y Geografia del Cante”?) de por 1970. Y, sucediéndose con rapidez, vemos placas de calles jerezanas con nombres asociados al flamenco. Vaya por delante que mi abuelo era de Jerez de la Frontera. La conexión emotiva con la película, conseguida en sólo unos pocos, preciosos, minutos. Más tarde reflexioné sobre la sorpresa y emoción que se habría llevado si, en un ejercicio imposible con el tiempo, se la hubiera podido proyectar…
Esta mañana me he dicho que disponía de un momento para ver un trozo de “Siete Jereles” y así no retrasar más su visión esperando disponer de las dos horas que dura. Pero, una vez iniciada con ese espectacular encadenado de cosas que presenta, ¿a ver quién es capaz de dejarla a mitad? La he visto hasta el final, retrasando todo lo demás.
Gonzalo continúa caminando hacia atrás y, como el avance de los siete caballos sigue, ves claro que se producirá el encuentro, que tiene lugar en la Peña La Bulería. Allí José de los Camarones -el que tan bien sabe anunciar el género en venta- inicia los cantes e interpretaciones musicales -hay hasta guitarras eléctricas- que van sucediéndose en una continuidad perfecta durante todo el resto de la película.
Reconforta ver cómo tiene lugar ese encadenado, con una cámara que se mueve continua, pero majestuosamente. Ahí, al principio, ves al cantaor y la cámara te lleva a otros… que acabando su intervención se levantan y tienen una salida grupal del edificio en el que estaban que me ha recordado a cómo salen del estudio todos sus ocupantes al empezar “Annette”. Más adelante, por ejemplo, ¡cómo irrumpe la cámara en el teatro y entran en juego las tres chicas violinistas y el contrabajo para seguir más tarde con otros en ese mismo espacio! O, avanzado ya el film, saliendo de otro de los increíbles escenarios -una iglesia con su dorado retablo iluminado- atravesar la cámara en retroceso (como GGP, si bien aquí da la impresión de que es, más que nada, para adquirir perspectiva) su portal e ir pasando sin frenar del cante de uno a otro cantaor que van apareciendo y siendo dejados atrás en su camino, hasta que unos truenos anuncian un cambio de tercio, que se materializa con la lluvia posterior, en una de las opciones de ese montaje realizado por Sergi Dies, de quien supe por vez primera como montador de Joaquín Jordá. En resumen: una serie de tours de force escenográficos como para que ya nadie pueda decir que, de esa manera, es fácil hacer 10+1 películas en un año: todo lo contrario.
¿Va la cámara siempre en retroceso? No, porque hace otro tipo de movimientos, pero nunca se tiene la sensación de una cámara incisiva, que te quiere obligar a ver esto o aquello. Todo parecen encuentros fortuitos, felices encuentros a los que lleva el azar, en una noche fantástica, que tiene ese halo de irrealidad que suelen acarrear las noches acertadas.
Otro protagonista de la función es el dron, que eleva la cámara hasta contemplar -siempre de noche, recuérdese- los patios con vida, iluminados, de la ciudad. Seguramente consciente de las críticas que muchos ponemos al uso excesivo del dron últimamente, una escena de la que no puedo evitar ver su ironía nos presenta una ceremonia de ascensión a los cielos de uno de esos aparatejos, ante las alabanzas casi a capela del coro que luego oímos, pero vemos quedarse en el patio desde el que ha ascendido, tomados desde la cámara del mismo dron en cuestión.
Los siete jereles corresponden a los siete aspectos de Jerez presentados por la película , que aparecen anunciados en siete carteles numerados. Pero hay también uso de frases para acentuar algo, a las que tan aficionadlo es Gonzalo Garcia Pelayo, aquí concentradas en intertítulos de fondo rojo. Una, por ejemplo, es ésta que he anotado:
“En todas las partes del mundo
sale el sol cuando es de día
y a mí me sale de noche
Hasta el sol va en contra mía”
Está colocada tras la aparición de los dos hermanos Garcia-Pelayo, Gonzalo y Javier, quienes, recordando y paseando por Jerez, llegan a la casa de su infancia.
Quizás haya que recalcar otra vez que la noche es otra de las grandes protagonistas de la velada, pues nada está rodado de día. Pasean por la noche hasta las que se confiesan diurnas, mientras un letrero recalca:
“El sol cuando es de noche”
También va la cámara en retroceso cuando pasa entre los miembros de la banda municipal en formación, bajo unos soportales, seguramente improvisados ante la aparición inesperada de la lluvia. Y, en ese momento, viendo los rostros de los diferentes músicos de la banda tocando, me he imaginado la ilusión que les hará verse (y que les vean los suyos) en una película que será ya para siempre la película de Jerez.
Más cosas: nombres. La película está firmada por Gonzalo Garcia-Pelayo y Pedro G. Romero, quien hace un cortísimo cameo y además es quien firma el guión. Está, desde luego, emparentada con otra hecha por ambos al alimón, “Nueve Sevillas”, con lo que ya tiene película GGP de sus dos ciudades andaluzas, o de las tres, pues también está, aunque diferente, “alegrias de Cádiz”. Viendo “Siete Jereles” y su perfección visual, creo que es de justicia también destacar el nombre de su director de fotografía, Alex Catalán.
Poco frecuentador de actuaciones de flamenco, la película me ofrece la oportunidad -la suerte- de conocer a gente como Diego Carrasco, en este caso rodeado de lo que me recuerda a los comparsas estilo carnaval de Cádiz. O a muchos otros para mi anónimos artistas, que cantan cosas como ésta:
“Hay estrellitas del cielo
que yo las cuento y no están cabales.
Faltan la tuya y la mía
Que son las principales”
Viendo, por el final, en lo que un intertítulo señala como “la noche de los proletarios”, a un modesto y sorprendente cantaor y bailarín, allí evolucionando pegado a la puerta de una casa, recupero el lápiz y, yendo a la impresión global causada, escribo:
Un monumento.


 

viernes, 11 de noviembre de 2022

O pão y A caça


Fue una suerte que venciera ayer la enorme pereza, tras un día cansado, que me impedía bajar hasta la Filmoteca para ver la sesión de las 21h, en la que se pasaban, dentro del ciclo dedicado a Manoel de Olivera, dos mediometrajes suyos que no había visto, porque ambos, cada uno dentro de su género, me parecieron una maravilla. Se trataba de “O pão” (1959) y “A caça” (1964).
“A caça” es un cuento sobre la solidaridad que presenta a un par de gamberretes campando a su aire por su pueblo y campo de alrededor. Cuando uno de los chicos protagonistas pasa junto a una casa destartalada, la cámara se pone, inestable, a temblar de la forma más nerviosa. Pero lo más importante es la fuerza con la que se capta el ambiente, la vida del pueblo, con esos camiones pasando a toda velocidad por su calle-carretera y la tensión que va creciendo cuando los dos amigos se pasean por el cenagoso campo. En la sesión presentaron dos finales, uno de ellos obligado por la censura, pero en cualquiera de los dos el mensaje queda bien patente.
Por su parte, “A pão”, más largo que el anterior, presenta todo el proceso de elaboración del pan, sin olvidar ninguna fase. La cámara registra casi primeros planos del arado de un campo, de la siega, la trilla… y continúa luego con un travelling de una intensidad enorme que sigue al camión que lleva el grano por una estrecha carretera entre olivos hasta la enorme harinera. Quizás se extasía demasiado con la modernidad de ésta, que compara con el antiguo molino, por lo que se agradece luego ver el proceso siguiente, que nos lleva hasta la tienda, en un segundo término, en el que las personas han vuelto a ganar protagonismo al engranaje perfecto, sólo con vigilancia humana, de las máquinas. En cualquier caso, y para que aprendan muchos, todo el proceso se sigue perfectamente, sin un solo comentario explicativo directo o en voz en off, consciente el film del poder de transmisión de la imagen y su sonido..
Acostumbrado sobre todo a las últimas películas de Oliveira, no está de más ver sus primeras para descubrir por qué razón llegaba a ese “nuevo cine” que acabó haciendo, con la consideración de tratarse de un veterano de lo más respetado en todo el ámbito cinematográfico.