martes, 28 de febrero de 2023

Icónica Chamorro

El plató de TVE con los variados comparsas de Paloma Chamorro, que iban a ver la actuación de algún grupo del momento y hacían ver tener un comportamiento “natural” ante la tele.

Ramón Gómez Redondo y, a su izquierda, Paloma Chamorro, no sé si en Trazos primera época


Se oye el nombre de Paloma Chamorro y en seguida aparece “La edad de oro” y claro que seguí esos programas, largos, que nunca sabias por dónde iban a ir. Los grababa y luego escarbaba a ver qué sacaba de ellos. Pero se ha de decir que era más lo que luego apartaba o veía pasando rápido que lo que de verdad me interesaba. Y es que, salvo determinadas excepciones, en general no me entusiasmaban los grupos que tocaban y, sobre todo, me desesperaba viendo el poco interés que tenían sus declaraciones en unas forzadas entrevistas, si no era por la constatación de lo pasados que se veían y, directamente, de lo descerebrados que resultaban muchos de ellos.
Por eso me ha gustado ver que “Icónica Chamorro” (Manel Arranz y Anna Solana, 2023, para “Imprescindibles”, de La 2) no se contentase con sacar trozos de ese programa o que algún famoso o allegado hablase de él, sino que hiciera ver que lo de Paloma Chamorro venía de antes (“Galería”, “Cultura 2”, Trazos”, “Imágenes”) y siguió después (“La estación de Perpiñán”, “La realidad inventada”).
Ha sido ponerme a ver la grabación, oír hablar y ver alguna cosa de esos primeros programas en los que ella hacía de presentadora -Galería, Trazos-, que tenía completamente olvidados, y que de repente me asaltase a la memoria lo formativa que me fue su visión.

Paloma Chamorro entrevistando a Joan Miró en su estudio mallorquín para el Trazos ya en color de 1978. Un año después hizo otro tanto en el mismo sitio, Miró en esa misma mecedora, Martí Rom con su “Miró i Mont-roig. D’un roig encés”.

Wim Mertens entrevistado en “La estación de Perpiñán”.
 

domingo, 26 de febrero de 2023

Revisitar els clàssics


Algunos supimos del buen hacer de Óscar Pérez con su cortometraje "El sastre" (2007), donde plantaba su cámara en un minúsculo local situado enfrente de Sant Pau del Camp, y registraba la actividad y las discusiones con su ayudante y su clientela de un modestísimo sastre remendón paquistaní que, revelándose toda una personalidad cinematográfica. le condujo a alargar la mirada con alguna que otra obra posterior.
"El sastre", que venía a sumarse a una cierta ola de "documentales de creación" del momento, en su sencillez, nos hablaba de la ola de inmigración a Barcelona, la precariedad de todo un barrio, los conflictos laborales, la vida comunitaria..., y todo ello sin dejar olvidada obligadamente la sonrisa en casa.
En "Hollywood Talkies" (2011) nos habló de una emigración muy especial: la de la gente de cine de por aquí que fue a trabajar a los estudios americanos en los años 20 y 30. Luego, en 2016, con "La millor opció", hizo su entrada en el largometraje de ficción, demostrando también formas alejadas de lo esperable de un realizador de TV3.
Pero al margen de todo eso, Oscar Pérez es alguien muy interesado por su oficio y que reflexiona sobre el medio. Eso lo pude yo constatar en un curso on línea que hace un tiempo organizó la Federació Catalana de Cineclubs y al que pude asistir.
La buena noticia es que este próximo mes de marzo la Federació, consolidando ya una cierta práctica de actividades on line, le ha pedido que dé un nuevo curso, "Revisitar els clàssics", del que se puede ver el detalle de su programa y resto de datos necesarios en este enlace:

Tres sesiones de dos horas cada una, tres lunes del mes de marzo, para reflexionar sobre tres aspectos que se aprecian en el cine de hoy en día. Interesante. 

sábado, 25 de febrero de 2023

Stonehouse


Es posible que esa sea la buena reacción: tomárselo todo, por demencial que pueda resultar, con buen humor. Y si es con un actor como Matthew Macfadyen, el éxito está asegurado.
Basta con ver la miniserie británica de tres episodios “Stonehouse” (Jon S. Baird, 2023; en Filmin) para comprobarlo.

 

Descobrir Joaquim Jordà

El patio de Ca l’Aranyo, la antigua fábrica textil restaurada que forma parte de la Facultad de Comunicación, Tecnología e Investigación.

Y la entrada del edificio donde está la exposición. He leído elogios de la fotografía que escogieron de Jordá, “para indicar que representa una práctica alternativa”, o algo así. Es verdad que a él le importaba un pito el “qué dirán”, pero tampoco veo que sea en absoluto representativa de él y su práctica…

Ya en la “Galeria Àrea Tallers".Casi se me pasa la exposición “Descobrir Joaquim Jordà”, pues la sacarán el mes de marzo del Àrea Tallers de la Universitat Pompeu Fabra.

És, de hecho, pese a la larguísima lista de participantes y agradecimientos que constan en un texto final, una cosa muy pequeña, casi minimalista: unos carteles, unas fotos, unas frases, dos escuetas mesas/vitrinas con documentación de viejos guiones y cosas así y una pantalla con un vídeo (algo así como “Una classe de Joaquim Jordà”) compuesto básicamente de unas pocas alumnas y colaboradoras reunidas para recordar su carácter y la impresión que les dejó en sus vidas y, finalmente, imágenes de sus films, a los que han puesto como base sonora declaraciones de Jordà… que me resultan muy familiares, porque corresponden al documental sobre él que hicimos para el Cineclub Associació d’Enginyers (del que también han sacado varías imágenes).
Todo ello está instalado en una sala que viene a ser un amplio pasillo de bastante paso de la Facultad de Comunicación de la UPF: que nadie se espere, pues, la gran exposición que Jordá merecería.
Quizás lo que más me ha gustado, pues se trata de una intervención artística que tiene su qué, es la instalación que han colocado en los lavabos. He hecho fotos para publicarlas por aquí, aunque chafe entonces la sorpresa si alguien se acerca a verlo. Pero es que seguramente pasará bastante desapercibida.
Para completarla hay que ver la entrada de los lavabos (foto 4) y, paulatinamente, los lavabos para discapacitados (foto 5), para mujeres (6: al salir de éstos me he cruzado con unas chicas que entraban, que se han llevado el susto de su vida) y, finalmente, el de hombres (foto 7).

La puerta de los lavabos, en un lado, junto a una pequeña grada para sentarse que también forma parte de la exposición.

Lavabo de handicapés.

El de mujeres. Al salir de hacer esta foto es cuando he asustado a esas alumnas jovencitas.

Y el de “caballeros”.

Imágenes de “El encargo del cazador”, “De nens”,…

También he visto en la mini-vitrina rarezas como el guión de “Cosmos”, de Combrowicz o de la serie “Residencia de estudiantes”, escrito junto a Javier Maqua.

Un fotograma del vídeo. No aparece en ningún momento en el fragmento, pero la mano de la derecha correspondía a Llorenç Soler, con el que lo reunimos en un intento de que discutieran sobre sus formas de cine político, pero nunca logramos que hubiera una buena química entre ambos.

Éste no es de nuestro documental. ¿Quizás de uno de Laia Manresa? No lo sé. De hecho reaccioné tarde. Quería haber hecho la fotografía unos segundos antes, cuando se veía no la cocina, sino una de las paredes forradas de estanterías repletas de libros de su loft de la calle de la Cera, de tantos recuerdos…


 

viernes, 24 de febrero de 2023

Les dites cariatides


Se me puede despreciar por ello, pero diré que ciertas ligeras, dinámicas y muy aplaudidas películas de Agnès Varda se me atragantan cada vez más.
En cambio, veo con placer las que llegan de su pasado como brillante fotógrafa o las que, como ésta pequeña miniatura de “Les dites cariatides” (1984, 11 min; en Mubi) recurren, sin dejar de ser amenas, a la sobriedad y erudición. Aquí un pequeño paseo por las cariátides de finales del XIX que pueden distinguirse en fachadas de París.



 

Charles R. Bowers

Bricolo, satisfecho, ha dado finalmente, tras anular muchos dibujos, con la máquina que acabará con la enojosa fragilidad de los huevos de gallina.

Probando la máquina ante la expectación de sus familiares

Mira por donde, años después de su muerte, gracias a Raymond Borde he sabido de Charles R. Bowers, un cómico “menor” norteamericano que, además de ser director y actor protagonista de sus propias películas, practicaba en ellas una animación como la que, varias décadas después, dio a conocer a la cinematografia checa.
En la sesión del miércoles de la Filmoteca pudimos ver dos cortometrajes protagonizados por su personaje, al que en Francia llamaron Bricolo, por lo mañoso que demostraba ser, siempre ideando máquinas semiautomáticas.
El primero fue “Egged on” (1926), en el que, fastidiado por lo frágiles que resultan ser los huevos de gallina, idea una máquina para hacerlos resistentes, digna de los inventos del profesor Franz de Copenhague.
El segundo, “He done his best” (también 1926), presenta a Bricolo, intentando quedar bien para hacerse con la chica, construyendo una máquina que sustituye a todos los camareros y cocineros del restaurante del padre de su amada.
En ambos aparecen procesos acelerados, como el crecimiento de los guisantes desde su semilla o gallinas mecanizadas voluntariosas, y todo acaba convenientemente en fracaso, con una gran explosión


En “He done his best”, limpiando los platos del restaurante, antes de su revolucionario invento, que acabará de una vez por todas con la lacra de los protestones sindicatos de cocineros y camareros.

La cocina automática ya preparada.

Haciendo platos desde su origen a la carta.

Y servicio al por mayor, todo el mundo de golpe.
 

jueves, 23 de febrero de 2023

Molinier

Pierre Molinier, disparando a la cabeza de la estatuilla de la Virgen.




Ni Buñuel se habría atrevido a rodar esas imágenes. Se ve una figura de una virgen de terracota coloreada y de repente le estalla la cabeza en mil pedazos. Un disparo de bala de la pistola del pintor surrealista Pierre Molinier le ha alcanzado.
“Molinier” (1966; 20 min) es la única película que completó en su vida Raymond Borde, el fundador de la Cinematheque de Toulouse, él mismo participe del grupo surrealista y conocido de André Breton, quien escribió el texto sobre el pintor que cierra el corto.
Salvo la escena mencionada (en la primera imagen, foto de su rodaje),el corto se adentra en el atiborrado ambiente del oscuro estudio del pintor, algo enfermizo, con sus cuadros repletos de cuerpos con velos, flores y medias de red negras.
Pero ese disparo inicial es toda una declaración de principios, bien bestia, surrealista.

Esta imagen corresponde a una película muy posterior sobre el mismo estudio.


 

miércoles, 22 de febrero de 2023

Raymond Borde. Une autre histoire du cinéma


“Biografía de un personaje y radiografía de una institución”. Así definió ayer Esteve Riambau, director de la Filmoteca, el libro de Natacha Laurent y Christophe Gauthier “Raymond Borde. Une autre histoire du cinéma”, de cuyo contenido se habló ampliamente en una interesante sesión especial.
Como el protagonista principal de la velada era el fundador de la Cinematheque de Toulouse (la segunda en importancia del país vecino), Raymond Borde, Riambau empezó explicando sus recuerdos personales sobre él. Datan de las antiguas convocatorias de Confrontation, el festival sobre Cine e Historia de Perpignan creado por Marcel Oms, y se ve que realmente allí, jovencito recién ingresado en la crítica cinematográfica, presenció más de una auténtica confrontación, algo más que dialéctica, entre los ex-comunistas Borde y Oms, dando a entender el carácter de ambos.
Por lo menos rasgos de la peculiar personalidad de Raymond Borde quedaron claros por las descripciones efectuadas por Laurent y Gauthier: Comunista, autor de una tesis sobre el pensamiento económico de Stalin, crítico de cine en “Les Temps Modernes”, expulsado del PCF en 1958, miembro del grupo surrealista hasta que se produjo también ahí su expulsión, fue entonces cuando, en 1964, creó la Cinematheque de Toulouse, que adhirió al año siguiente a la FIAF, Federación Internacional de los Archivos Cinematográficos.
No vivió, no obstante, de su trabajo intelectual, sino de su sueldo como funcionario de la Prefectura de Toulouse. Aunque no dominaba más idioma que el francés, en la FIAF creó un grupo de acción con sus compañeros de las cinematecas de Lausanne, Bruselas y Moscú, obteniendo de ellos películas que sumaba a las que recogía por todo el sur de Francia. Inicialmente amigo de Henri Langlois, se enfrentó luego a él, sosteniendo que una Cinemateca no debiera considerar el cine únicamente como arte, sino también y sobre todo como un objeto social que permite estudiar la historia de una sociedad.
Los dos autores han puesto ese subtítulo al libro porque el análisis del trabajo de Borde les ha proporcionado una visión alternativa de la historia del cine, más periférica, crítica con el jacobismo de la Cinematheque de Paris.
La sesión se completó con la proyección del único film completado durante su vida por Raymond Borde y dos cortometrajes de un cómico norteamericano del periodo mudo rescatados por él, pero como el primero me ha parecido de gran interés dentro de la historia del surrealismo, los otros tienen también su qué y esto ya es larguísimo sin entrar en ello, dejaré su comentario para otro momento.
Con respecto a la potente fotografía que en la Filmoteca asociaron a la sesión:¿serán sacas de películas amontonadas de cualquier manera lo que rodea y casi entierra a Raymond Borde?

 

Le voyage en douce




Si alguien tuviera la menor duda sobre el carácter juguetón que revelan buena parte de las películas del recientemente fallecido Michel Deville, bastaría con pasarle “Le voyage en douce”, 1980), que he podido ver gracias a la generosidad de un amigo.
Para demostrarlo, la película se inicia con un divertido juego de miradas, pasando por el escote de una cantante lírica, pero todo en ella, más allá de esta escena inicial aparentemente alejada de la trama, revela el gusto de Deville por el juego.
Geraldine Chaplin está, entonces, en su ambiente, haciendo de amiga de toda la vida de la en apariencia -pero sólo en apariencia- más seria Dominique Sanda, haciéndose ambas partícipes, en plena confianza, de todo lo que piensan o les ha ocurrido en algún momento de su vida, en ocasiones representado por ellos mismos o por actores más jóvenes.
Pero eso se refleja también en el estilo, la forma de hacer de Deville, con sus para mí ya legendarios raccords, que aceleran y hacen más festiva cualquier transición entre escenas.
Un viaje de las dos amigas por la Provenza es el paréntesis que sirve para todo ello. Cine con ventanas faceta voyeurs, referencias que yo asignaría a fotografías de Izis, pinturas de Berthe Morisot o, lanzadas por una osada sesión de fotos (como a veces algún cuento infantil algo subido de tono), imágenes del mismísimo David Hamilton.
Pero no todo debe verse como un juego de ligerezas. Por mucho que suenen en la película las bagatelas de Beethoven y otras músicas de ese estilo, alguna secuencia (sobre todo la de la historia relatada de la que no vemos nada, pero oímos toda su banda sonora) nos alerta y previene, quizás, de lo contrario.



 

domingo, 19 de febrero de 2023

Martí Rom y Miró

El libro en cuestión, tercero de la serie, hoy aún solo localizable en la web de la editorial.

Cuenta Martí Rom que con este “Miroia” (Arola editors, 2023), con sus otras 500 páginas, cierra definitivamente su trilogía sobre la relación de Joan Miró con la tierra de Mont-roig.
Iba a escribir que no se lo cree ni él, pero reflexionando un poco creo que es verdad que así lo piensa. Otra cosa será que, si se encuentra de frente (o tangencialmente) con alguna brizna inexplorada de esa relación, se arremangue y se ponga de nuevo a la labor.
Algo así, como refleja un capítulo de este libro, le pasó con su investigación sobre los antecedentes familiares de Miró por el Priorat, que le llevaron a localizar hasta ocho generaciones anteriores suyas, hasta alcanzar un Miró de principios del s. XVII. Cada una investigada al detalle, para poder demostrar que, siendo el abuelo de Joan Miró de Cornudella, hay que huir de ideas precipitadas, poco fundamentadas: Cornudella era entonces una población bastante importante, y la familia Miró tenía un peso social evidente.
Me ha dado la impresión de que este libro -que por el momento solo he leído en diagonal, in extenso únicamente en alguna de sus páginas-, dada su ordenación no cronológica, sino por temas aislados, será mucho más manejable que los dos anteriores, pudiéndose así sacar mucho mejor provecho de él, siendo los tres una fuente casi inagotable de informaciones de primera mano sobre el tema.
Porque está claro que quien quiera saber sobre la influencia de Mont-roig en la obra de Miró, más allá de unas cuantas frases divulgadas extensamente, deberá acudir, sin falta, a estos tres densos volúmenes. Martí Rom explica en ellos cómo lo oído o leído de Miró, o visto en sus cuadros, queda sustanciado con objetos, costumbres, documentos locales.
Y me atrevería a decir que no se contenta con Mont-roig y su área, puesto que la sombra de Mont-roig, podríamos decir -como he podido comprender yo tras muchos años trabajando codo a codo con Martí Rom- es muy alargada. Un ejemplo puede estar en el rendimiento obtenido de una reciente estancia suya en París, en la que el autor del libro se concentró en recorrer todos los “Indrets mironians a Paris” (pàgina 343). No puede decirse que “huya de la materia”, que se dice por aquí. Habla, sí, de los sitios que recorrió Miró en la capital francesa a lo largo de sus viajes, pero lo hace a partir de un método deductivo muy interesante, metiéndose en la cabeza del pintor y consultando las cronologías de las estancias allí de otros artistas de por aquí y posibles conocidos suyos con los que podría haber coincidido. ¡Todo casa, entonces!
Después de unos percances de salud felizmente superados, constato que Martí Rom ha entrado en fase testamentaria. Si siempre tuvo una preocupación enorme por documentarlo todo adecuadamente (basta consultar la “hemeroteca personal” de su web para ver que se ha constituido en la memoria viva de cosas tan distantes como el cine alternativo y político o las construcciones de piedra seca), ahora se le ve afanándose para dejar todo “atado y bien atado” a las nuevas generaciones.
Quiere publicar sus escritos perdidos por aquí y por allá sobre cine, ha restaurado esa página web que mantiene constantemente actualizada, ha logrado poner en buen recaudo la obra de su gran amigo Llorenç Soler, ejerciendo de albacea, ahora “cierra” esta trilogía Miró/Mont-roig con este volumen donde recopila, actualizándolo debidamente, todo lo que, sobre el tema, se le había caído por las ranuras de los dos volúmenes previos.
Aprovecha el empeño para dejar negro sobre blanco también, para la historia, la increíble persecución que sufrió en su empeño de dar a conocer y hacer estimar la tierra de sus padres a partir del pretexto del estudio de todas los que (personalidades o no), tuvieron relación con el pueblo. Las cuarenta páginas que dedica al “Centre Miró de Mont-roig”, que presidió hasta que fue obligado a cerrarlo, pueden ser un notorio ejemplo de ello.
Pero también, prueba de amor al amigo y maestro que -como repite ahora frecuentemente- le sacó en su juventud de la estulticia, partiendo de la afición de Joan Miró a la numerología (materializada en ese sorprendente número 173 que aparece destacado en un cuadro suyo de la huerta de Mont-roig), cierra el libro explicando el juego de miradas hacia diferentes frentes, incluidas las constelaciones mironianas, del que le es deudor, dando así título al libro.

El árbol genealógico de Joan Miró, establecido por Martí Rom e incluido en el libro.

Mont_roig. L’esglesia i el poble. 1919.

 

La condena




“La condena” (Bela Tarr, 1988; en Filmin) se inicia con una ventana, pero, como ya tenemos efectuados y ordenados los extractos de su primera sesión, que dedicamos precisamente a ventanas, no incluiremos en este ciclo de Ombres Mestres:
Su primera imagen nos ofrece la visión de un paisaje panorámico bastante desolador: unas torres similares a las de alta tensión soportan unos cables que, en vez de electricidad, conducen unos contenedores se supone que llenos de un mineral recién extraído (primera imagen). El plano es lo suficientemente largo -especialidad de la casa- como para dejarnos calcular, a base de sus repeticiones, el momento en el que un estrepitoso ruido, que debe corresponder al momento en el que el contenedor pasa por la torre, se apoderará, una y otra vez, de la banda sonora.
Poco después, un casi imperceptible movimiento de cámara se inicia. Se trata de un retroceso, que hace que el paisaje que estábamos contemplado quede enmarcado por una ventana (segunda imagen). Pero el movimiento no se acaba ahí, sino que sigue, dejando ver la silueta de un hombre fumando, informándonos, pues, de que era él quien estaba observando ese paisaje a través de la ventana (imagen 3).
Hay un corte, dejando ver entonces una pared en primer plano. Se mueve a continuación la cámara lateralmente, para que observemos la cara de un hombre -seguramente, pues, el de antes- afeitándose con una navaja. Oímos el persuasivo sonido de la navaja sobre su rostro y como corre el agua del grifo. Pronto descubrimos que estamos viendo su imagen en el espejo de un baño. De estar contemplando un paisaje que sólo presentaba un movimiento interior repetitivo, rítmico, pasa a contemplarse a sí mismo.
El plano siguiente nos lo sitúa bajando la escalera de su edificio. En un rellano arde algo, quizás una bandeja de cartón con no se aprecia bien qué contenido, a lo que apenas si dirige una breve mirada. Somos nosotros los que, gracias a que la cámara se ha quedado fija, vemos cómo casi se extinguen las llamas, mientras oímos las pisadas del hombre, que ha seguido descendiendo la escalera, y ya se ha perdido de vista.
Oímos el cierre de una puerta (pensamos, pues, que ya debe encontrarse fuera) y al poco rato lo vemos efectivamente en el exterior, quieto, tras una pared, observando sigilosamente a una pareja -¿padre e hija?- acercarse a un coche que se encuentra al otro lado de la destartalada plaza.
Cuando el coche se pone en marcha con sus nuevos pasajeros ya dentro y desaparece por la derecha, la cámara, solo reposicionándose ligeramente, deja que el hombre, con su impermeable totalmente mojado por sus hombros, se aleje, cruzando la plaza y oyendo nosotros el característico ruido de sus zapatos pisando tierra mojada, para entrar en el bloque de pisos del lado opuesto.
El plano siguiente deja de ser un plano general, para ser un plano corto: una sonriente mujer, en el quicio de su puerta, ve como el hombre, en escorzo, le exige:
-¡Déjame entrar!
-¡No! -contesta ella.
-¡Déjame entrar!- dice él, más susurrante.
-He estado pensando mucho… -contesta ella.
En este momento, transcurridos solo ocho minutos y veintitrés segundos de la película, he apagado el monitor. Hay en estos pocos minutos mucho más cine cuidadosamente planificado que lo que se puede ver por el monitor en días enteros, y hay que dosificarlo e irlo digiriendo muy bien, a plena capacidad, sintiendo hondamente cada movimiento de cámara, cada respiración de su banda sonora. No todos los días da uno con un Bela Tarr no visto hasta el momento.