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martes, 12 de marzo de 2019

Medalla de la ciudad a Portabella


Supongo que impulsada a definirse para ofrecer una personalidad con carácter cara a las elecciones, Ada Colau se ha mojado. Previamente, al inicio, había leído un texto que se notaba que le habían escrito que, estando bien, no desvelaba nada nuevo. Pero al final de todo ha retomado la palabra y lo ha soltado. ¿Debemos seguir entregando medallas? -se ha preguntado en voz alta- Hay fuerzas de este ayuntamiento, como la CUP, que se oponen a hacerlo, con todo un razonamiento detrás -ha continuado, para desvelar a continuación a lo que le ha llevado su reflexión- He llegado a la conclusión de que está bien dar medallas, porque importan los rituales. Damos hoy la Medalla de la Ciudad a Pere Portabella en reconocimiento a su persona, obra y actuación. Es un reconocimiento colectivo, un compromiso colectivo.
Como el acto ha comenzado con un cierto retraso, ha habido tiempo para todo. Para curiosear de nuevo el Saló de Cent, pensando qué debieron hacer en cada época, para rumiar a quién diablos correspondería ese rostro de tal o cual asistente, que tan familiar te resultaba, para probar una enésima postura en el banco de madera que tan triste deja el trasero. Destaco a continuación lo que más me ha sorprendido -agradablemente- del acto:
Joan Subirats, “comissionat de cultura” del Ayuntamiento de Barcelona, ha explicado algo no muy conocido sobre la detención y estancia en la Modelo, en 1973, de los 113 de la Asamblea de Cataluña. Él (como me había comentado poco antes mi compañero de banco, que estuvo en la misma celda que Portabella), era “de los jóvenes” de la Asamblea que cayó en pleno en una reunión en Santa Maria Medianera. Pues bien: Carles Santos -que dice Subirats que es la primera persona a la que vio ir con una camiseta del Barça (en realidad del Milán) fuera de un campo de deportes- creó una coral entre los presos, para los que compuso el “Himno de los 113”.
La glosa del receptor de la medalla se la han repartido tres personas:
Jordi Balló, centrado en su perfil de cineasta, ha recalcado precisamente eso: que ve a Pere Portabella ahora como mucho más cineasta que nunca. Ha dividido después su intervención en tres partes. En la primera ha recalcado que Portabella es la demostración de que producir es un hecho de autor (recordando su trilogía áurea de “Los golfos”, “El cochecito” y “Viridiana”, pero también que fue el productor de los films más arriesgados de José Luis Guerin, Albert Serra o Pere Joan Ventura). En la segunda ha demostrado cómo ha defendido siempre la centralidad del cine, con ejemplos como el de su “Miró l’Altre”, en el que consiguió que Miró pintase unos murales del Colegio de Arquitectos y, lo que es más importante, los destruyera después, dejando al cine como único testigo de su existencia. La tercera, explicando cómo ha utilizado su saber cinematográfico en la puesta en escena de sus trabajos de activismo.



De hablar de su personalidad cívica y política se ha encargado Josep Ramoneda, quien ha echado mano de la planificación cinematográfica (se exhibió su guión en una exposición reciente...) que desarrolló, por ejemplo, en la recepción de Tarradellas, iluminando la Plaça de Sant Jaume como un escenario, a lo Canaletto. Ha recordado cuándo lo conoció, el 1969 del estado de excepción, haciéndole su primera entrevista conjunta con Josep Maria Martí Gómez. Su habilidad, el 1970, para hablar con el general Diez Alegria y, a continuación, ir a organizar el encierro de Montserrat. Su papel en la Asamblea de Cataluña, sus tertulias en la SER con Herrero de Miñón y Santiago Carrillo, así como su papel en los famosos suquets primero en Llofriu y últimamente en el Más Ventós de Palau-Sator, para acabar diciendo que, si se busca un mediador, que nadie lo dude, ahí está Pere Portabella.
Teresa Grandas, por último, ha hablado de los trabajos cinematográfico ligados a la cuestión artística.
El discurso de Pere Portabella no ha sido todo lo claro a lo que nos tenía acostumbrados cuando, atendiendo a las discusiones entre sí de todos los participantes en una muestra de cine independiente, por ejemplo, tomaba la palabra sentando cátedra. Ha empezando denigrando un tratado de Maastricht de la Unión Europea en el que no hay ni una mínima mención a la cultura, en el que se renunció a una fiscalidad para contentar a las grandes empresas y no se enfocó nada sobre migraciones: un inmenso error. Ha reivindicado la periferia como el lugar en donde aún puede darse una cultura viva, y ha recordado el piano vertical que encontraron en la Modelo, en el que su amigo Carlos Santos se puso a tocar Bach.
Un Bach, “Jesus bleibet meine freude”, precisamente, que viene a decir eso de “toma conciencia de que eres un hombre libre”, interpretado por una coral ha cerrado el acto.
Un acto durante el que he ido mirando a las sillas de los concejales y no me ha parecido que las cosas hubieran cambiado tanto. Estaba Juanjo (Ahora Joan Josep) Puigcorbé, un Trías que me ha aparecido ausente un buen rato y, sobre todo, como en un acto anterior en el mismo escenario al que también asistí, Alberto Fernandez Diez consultando su móvil todo el rato. Salvo durante la actuación del coro. Parece que le gusta Bach.