sábado, 30 de noviembre de 2019

Elliott Erwitt: el silencio suena bien

Elliott Erwitt conociendo y fotografiando a Canelo en Cuba.
Esta foto suya que he encontrado por la red demuestra que la conversación a la que se sumó Canelo tuvo lugar en el set de su trabajo.
Mi introducción en el festival Dart no fue inicialmente muy buena. El que se presentó como codirector del certamen fue -eso es una virtud- breve. Que había visto la película y era fantástica, que ahí estaba su directora para presentarla y que después de la proyección se acercaría María Jacarilla y “habría un Q & A”.
Por suerte tenía en la butaca de delante a Maria Jacarilla y pude preguntarle:
-¿Tendremos un qué?
-Un Q & A, questions and answers.
-¡Acabáramos!

Pero en fin, salvo esta idiotez, la sesión con “Elliott Erwitt: el silencio suena bien” (Adriana López Sanfeliu, 2019), valió la pena.
Nada más comenzar se pudo captar el sentido de humor del excepcional fotógrafo, que utiliza una trompetita de esas de perilla para desencadenar la risa de la familia a la que está retratando.
Una de las fotografías características, llenas de humor, del fotógrafo.
Su sentido del humor, su ironía, sabe trasladarlos muy bien a la pantalla Adriana López Sanfeliu, fotógrafa ayudante de Erwitt lanzada a hacer este documental, que es uno de esos que sólo puede efectuar alguien muy próximo al personaje retratado. La realizadora sigue su trabajo, le incordia con alguna pregunta de las que, enemigo de las solemnidades, Erwitt intenta escabullirse.
Esta famosa fotografía denunciando la segregación racial dentro de la aparente igualdad (agua refrigerada para los blancos, a temperatura ambiente para los negros) demuestra que, por mucho que, como dice, “se toma en serio no ser serio”, no todo es jocoso en su obra.
En la película se pueden ver dos viajes recientes de Erwitt a Cuba. En el segundo traba conocimiento con Canelo, un perro callejero con el que hace tan buenas migas que, pese a las inmensas dificultades administrativas a vencer para ello, consigue llevárselo consigo a Nueva York. El plano siguiente es de antología: Canelo aparece de espaldas en el sofá, erguido, mirando al exterior a través del vidrio de la ventana. Fuera se oye un camión de los bomberos y Canelo le responde en cada ocasión, levantando su cuello, con un aullido muy similar al estrepitoso y alargado bocinazo, tan característico. Parece que, como pronosticaba Erwitt, ya había aprendido a ladrar en inglés.
El co-director del festival, que llenó la sala grande de los Cinemas Girona, a punto de soltar lo de las Q&A. Como nadie excepto yo se extrañó, esa cursilada debe estar extendida en actos como éste.
“Elliott Erwitt: el silencio suena bien” merece verse, pues ocasiona, además de un magnífico conocimiento sobre el fotógrafo, muy buenos momentos. A Josep Torrell le gustaría un montón, aunque sólo fuera por Canelo. Como he visto que Movistar ha participado en su producción, es de esperar que, sí no la puede ver por un cine, pueda hacerlo algún día por la tele.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Historia de un vecindario


Giorgio Morandi ante una serie de potes de los que solía usar como modelo.
Yasujiro Ozu y Giorgio Morandi fueron coetáneos. Morandi era mayor que Ozu, pero ambos murieron con pocos meses de diferencia. Ayer, viendo “Historia de un vecindario” (1947) me preguntaba si Ozu conocería las obras de Morandi. Lo podría haber dicho con más razón otro día, a partir de contemplar numerosas escenas de otras películas suyas, pero se me ha pasado por la cabeza viendo los potes que Ozu coloca estratégicamente en primer plano en ésta, creo que es en la escena en la que la mujer va a ver si encuentra al padre del niño que le han encomendado acoger.
Me parece que no era exactamente ésta la escena de los potes morandianos en primer pote, pero valga como ilustración de lo que quería decir.
Hay, pues, potes en primer plano en una escena, pero la película, aunque por el final tenga otra que crees va a emular otros finales que cuentan con Chishu Ryu como personaje del padre, no va en esta ocasión de hijas casaderas, pues no aparece ninguna de esa generación, aunque si un poco de una persona ya mayor, en este caso acostumbrada a vivir sola. Entra a formar parte de un grupo de películas de Ozu, también nutrido, con andanzas de gente muy joven o, como aquí, niños.
Pareja en dunas frente al mar, reflexionando sobre su futuro...
Hay también escena de una pareja en unas dunas frente al mar, pero en esta ocasión la pareja está formada por un niño -con su gorra como de visera tirada para atrás- y la que podría ser su abuela.
La mujer y el niño acogido a regañadientes.
Es, de eso no cabe ninguna duda, un Ozu más, de esa retrospectiva suya que, para nuestra suerte, nos está ofreciendo la Filmoteca.
¡Al fotógrafo!

jueves, 28 de noviembre de 2019

Crepúsculo en Tokio

La hermana pequeña, apesadumbrada. Ni una sonrisa.
El titulo de “Crepúsculo en Tokio” (Yasujiro Ozu, 1957) no se presta, en esta ocasión, a ninguna confusión. Tanto física como anímicamente, el sol y los personajes, la película misma, se sitúan claramente en su fase crepuscular y más allá. La oscuridad predomina casi todas las escenas del film y esto quedó anoche acentuado con la copia proyectada en la Filmoteca, en un fatal estado tanto de luz como de sonido, aunque, para ver el lado positiva de esa deficiencia, se podría decir que eso favorece, por una vez, la visión de una pelicula que creo resulta, por lo que he visto suyo, de lo mas triste de Ozu. Al menos no he captada en ella ninguna escena jocosa, que promueva a la sonrisa, salvo un detalle menor por el final. Sólo esa música estilo la de los films de Jacques Tati aporta una alegría que, por contraste, confiere un sentimiento totalmente opuesto.
Conversación de salvación, que no resulta, junto al río. En la copia de ayer de la Filmoteca, todo en la penumbra, apenas se ve nada. Había visto el film en junio, en un DVD o por la tele, en una copia que debía haber estado en mejores condiciones, porque si no, en un monitor, no habría llegado a su final.
Uno de los escenarios recurrentes de la película es la casa donde se juega al mahjong, que no podría ser un sitio mas sombrio, como otros locales nocturnos que resultan bastante desoladores. Pese a la musiquilla como de baile que los invade, una extraña tristeza los deja sin aire que respirar.
Aparece una conversación decisiva junto al río, en el crepúsculo (apenas se ve nada). Se oyen lejanos cánticos como infantiles o de fiesta (camuflados entre el sonido de fondo de la banda sonora de la cinta proyectada) desde el interior de la clínica, el personaje del padre entra a jugar al pachinco en un local de esos que revisitó Wenders en su “Tokio ga”.
Chishu Ryu, el padre, jugando al pachinco en un local de esos. Cuando vi Tokio Ga, me preguntaba las razones que tuvo para poner ahí su cámara. Esta película lo justifica. Por cierto: estaría muy bien ver la película de Wenders como colofón de esta retrospectiva Ozu.
Una escena en una estación de tren merecería aparecer en todas las antologías sobre este tema y, al final, un sonajero que es accionado por Chishu Ryu y el camino de éste hacia el trabajo cierra casi en la perfección esta singular película.
Setsuko Hara, aquí la hermana mayor, siempre una presencia inolvidable.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Chillida: lo profundo es el aire


“Chillida, lo profundo es el aire” (Juan Antonio Barrero, 2016) es el nombre del “Imprescindibles” pescado en La 2, que da gusto por cómo va definiendo su personalidad, sus ambientes, su obra.
Él y toda su familia son los principales encargados de hacernos sentir a este vasco, ex portero de la Real Sociedad, visionario de la escultura, que sabía hacer y ver los volúmenes de aire, sentir los espacios, los materiales,...
Un documental casi táctil.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Una gallina azotada por el viento

Un par de enfermeras contemplando a Tokiko regresando con su hijo a su casa

En el proceso de Ozu por el que va despojándose en sus últimas películas de todo lo superfluo, al final la típica escalera de un solo tramo de la casa japonesa se sabe que está ahí, pero nunca aparece. En cambio, en “Una gallina en el viento” (1948), Tokiko la sube y baja constantemente, aparece también vacía, para ubicar el cubículo en que vive o para dar a entender el esfuerzo que aún le falta dispensar para subir a su hijo hasta él. Incluso alcanza, en un momento dado, un protagonismo inusitado.
El travelling que acompaña, dramáticamente, a Tokiko llevando a su hijo en brazos, con el telón de fondo del paisaje industrial. 

Tenía miedo que, con el reflejo de los sinsabores de la guerra aún muy presentes, diera paso a una película (como pasa en algún Mizoguchi de ese grupo) que se me indigestara un poco. El pase de hoy en la Filmoteca ha sido la primera ocasión que he tenido para verla y ya sus primeros planos me han quitado ese mal augurio de la cabeza. Son esos unos “planos vacíos” muy informativos, que nos sitúan en el ambiente industrial y de precariedad de la inmediata postguerra en la que vive Tokiko con su hijo, y que también, al prolongarse en el tiempo, dan cuenta del desamparo de la buena mujer.
La escena que resulta realmente preciosa es la del encuentro campestre de las dos amigas junto al río, pero no he encontrado fotos por internet. Valga ésta otra para hacerse una idea.

La potencia de planos típicos de Yasujiro Ozu también tienen su cabida por la extraordinaria primera mitad de este film. Vemos, en el equivalente a la típica escena de excursión a un santuario, como un par de personajes miran hacia el exterior, elogiando el bonito cielo que ha quedado. No importa demasiado, en su ilusión, que ese cielo esté recortado por las estructuras de sujeción de depósitos industriales.
Al fondo las piernas de la madame. Para conceotualizar el ambiente, ese cartel (en el que no me he fijado durante la proyección) y estas botellas vacías en primer plano.

Pero hay otro par de secuencias en que sí existen exteriores con personajes reflexionando apaciblemente, contemplando la vista desde un terraplén a orillas del rio: una primera de una merienda campestre entre las dos amigas, una segunda entre el marido y la chica de 21 años que se ve forzada a prostituirse acuciada por la necesidad.
La escalera.

Como no se trata de una película de última hornada del cineasta, hay por lo menos tres potentes travellings, a cada cual más impresionante. En uno de ellos Noriko lleva preocupada en brazos, en un plano casi religioso que me ha recordado al final de “Cielo Negro” de Mur Oti. En otro la cámara precede la marcha decidida del marido, que camina rápido con una idea entre ceja y ceja, capturándolo frontalmente.

El policía registra la situación de los habitantes de la casa en el umbral.
Otras secuencias marca de la casa nos dejan oír nada menos que las canciones infantiles de la escuela desde el interior de un prostíbulo vecino, o bien los sonidos de los bailes (que se llegan a distinguir un poco a través de las persianas) del vecino cabaret desde la oficina del marido.
Y es en la oficina del marido donde encontramos en un papel secundario a Chishu Ryu. No lleva bigote (el bigote parece reservado al actor que hace de marido, digno de un melodrama mexicano), pero se le reconoce inmediatamente con su primer diálogo: un asentimiento dubitativo (“Mmm”), gutural, de los suyos.

Parásitos

Cambio de barrio y de tono.
Impulsado por las mayúsculas alabanzas que ha recogido, ayer fui por fin a ver “Parásitos” (Bong Jon-ho, 2019, en el Mélies). Me sorprendió descubrir que, con su tono caricaturesco, no me interesaba lo más mínimo, hasta que, bien entrada la película, un acontecimiento da un vuelco total a la trama y su tono.
La arquitectura del hogar soñado.
Punto a favor de permanecer en la butaca hasta el final, porque entonces sí que admiré la elegancia con la que Jon-ho realiza las escenas que contienen ese vuelco definitivo y aprecié y valoré la fábula social que sustenta el film.
La casa familiar real

viernes, 22 de noviembre de 2019

Las hermanas Munekata

La hermana sometida al mundo moderno y la mayor, al tradicional
Hasta anoche no había visto “Las hermanas Munekata” (Yasujiro Ozu, 1950) y me habrá pescado en buen momento o lo que sea, el caso es que me ha sorprendido muy agradablemente.
Muchas sillas, aunque aquí descalzadas.
No sé si por la época en que está hecha y porque en el ciclo de la Filmoteca nos han pasado previamente sobre todo las películas cronológicamente posteriores, resulta un Ozu muy especial, diferenciado: Posee un argumento bastante distanciado del habitual, escenas jocosas y otras serenas y profundas, muchos exteriores pero de verdad (no son decorados y están muy llenos de cosas), muchos gatos, muchas sillas, un par de emocionantes travellings -uno con ambiente nocturno- siguiendo a una pareja silenciosa pero que se lo están diciendo todo, un “plano vacío” junto al tren que al tratarse de un cementerio no resulta nada vacío, una secuencia con el ruido y la presencia de una fuerte lluvia en el exterior y hasta una escena que te hace preguntarte si Ozu fue admirador de John Ford y, más concretamente, de “My darling Clementine” (1946) y su Doc Holliday.
Escena de santuario, decisiva
Por lo demás, la primera expresión que se oye salir de la boca de Chishu Ryu es su característico y gutural “Mmm”, también vuelven a salir casas tradicionales japonesas (pese a la numerosa presencia de sillas e interiores en los que no se descalzan), un par de santuarios donde rumiar y adoptar decisiones, personajes que beben de más y se les nota, etc.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Más de 300 films



Este encuentro fortuito (un homenajeado cede la sala de la Filmoteca para el homenaje al siguiente) se da entre, he calculado, del orden de unas trescientas películas. Son Martí Rom (mirando a la cámara), Xavier Juncosa, Pere Portabella y Llorenç Soler. El segundo y el cuarto, poca broma, tienen en su haber cada uno más de cien documentales.

Quiere decirse eso que sin las películas de estos cuatro, el cine catalán quedaría bastante capitidisminuido. Se quedaría sin un cine, eso sí, que no suele frecuentar las salas de estreno ni las alfombras rojas de festivales, pues su difusión va por otros terrenos, pero que ha sido un antecedente básico para el dominio actual por estos lares del documental.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Francisco Boix. Un fotógrafo en el infierno

Francesc Boix tras la liberación del campo de concentración de Mauthausen. Lleva colgada del cuello la Leica de los oficiales nazis para los que trabajaba, que cogió y de la que se sirvió partir de entonces como reportero.
Hace poco se estrenó una película de ficción que popularizó la historia de Francesc Boix, el chico que, estando como prisionero en el servicio de identificación del campo de Mauthausen, logró rescatar unas fotografías hechas por los guardianes nazis del campo. Estas fotos, mostradas en el Juicio de Nuremberg, sirvieron para incriminar a varios mandos que decían no haber tenido nada que ver con todo lo que les acusaban.
Ayer, en la primera sesión del homenaje a su persona y obra programado en la Filmoteca, Llorenç Soler dijo abiertamente que no le había gustado esa película, explicando que no entendía porqué se había querido añadir dramatización a unos hechos que ya contenían en su realidad todo el drama que se quisiera.
Esta fotografía es impresionante. Todos los prisioneros fueron colocados un día, sin ropa, en la plaza del campo de a Mauthausen, mientras los guardianes alemanes desinfectaban las instalaciones. Estuvieron ahí, desde las seis de la mañana hasta las once de la noche. Ese día no les dieron nada de comer. Un superviviente del campo cuenta que fue precisamente ahí, ese día, donde y cuando nació la resistencia comunista del campo.
Y es que en el 2000, en un momento en que parecía que el Canal + iba a ser la televisión de producción cultural por antonomasia, Llorenç Soler y Oriol Porta como productor ejecutivo, lograron hacer partícipe a ese canal de su documental sobre el personaje, “Francisco Boix. Un fotógrafo en el infierno”, y darle una difusión que, con festivales, premios y el tiempo por el medio, llegó a la televisión de 16 países. Pero la cosa venía de bastante atrás: Ya en 1975 hizo “Sobrevivir en Mauthausen”, en la que aparecía Joan Pagès, el jefe de la resistencia comunista en el Campo de Concentración (y de trabajos forzados) de Mauthausen. Fue durante la preparación de este primer documental que Soler supo de la existencia de Francesc Boix y de su gesta y no pudo olvidar su historia. Hubo de esperar a filmarla, no obstante, hasta dar con un productor, veinticinco años después.
Un momento de la entrada de tropas americanas en el campo.
En el año de su producción aún pudo contar con Mariano Constante y otros antiguos internados en el campo, que explican de viva voz todos los detalles. Pero, al margen de eso, cada vez que lo he visto, incluso más allá de reconocer las imágenes de Boix declarando y señalando a Speer en el juicio de Nuremberg, me he quedado impresionado por la existencia de esa señora alemana del pueblo vecino de Mauthausen, de convicciones socialistas, que arriesgó su vida para ocultar en su casa, hasta la liberación del campo, esas fotos acusadoras, que muchos mandos nazis habrían querido desaparecieran.
Francesc Boix y otros compañeros de la resistencia de a Mauthausen se reúnen en Paris. Allí se enteran, no obstante, que no son gente grata para la cúpula de su partido, que habría preferido verlos muertos.
El martes y miércoles, dos sesiones adicionales de homenaje más que merecido a Lorenzo Soler de los Mártires, Llorenç Soler. Será con películas que cubren otras zonas de su amplio campo de interés como documentalista.

Largo viaje hacia la ira

Estos dos niños aparecen en pantalla cuando la cámara ha descrito una panorámica a la izquierda, tras mostrarnos, en el otro extremo de la cama, nada menos que otros cuatro, algo más pequeños, también durmiendo.
Tenía idea de escribir sólo sobre la tercera de las películas del programa de este domingo en la Filmoteca en homenaje a Llorenç Soler, porque las otras dos ya las tenía -me decía- demasiado vistas.
Pero ha pasado en primer lugar “Largo viaje hacia la ira” (1969)... y me ha vuelto a dejar impresionado. Suelen pasarse escenas suyas por televisión cuando se quiere recordar a los inmigrantes llegados a la Estación de Francia con su maleta bien atada, para no abrirse, con cuerdas. Pero eso es sólo una ínfima parte de su contenido. Remontaje del encargo del Patronato Municipal de la Vivienda “Será tu tierra”, que Porcioles no quiso asumir por la dureza de su diagnóstico sobre los problemas de vivienda en la ciudad, fue, quizás más que “52 domingos”, la entrada de Llorenç Soler en el cine independiente o, si se quiere, militante.
Esos inmigrantes que llegaban con una mano delante y otra detrás a la ciudad, acababan, en buena parte, haciéndose su propia vivienda, formando esa enorme ciudad informal -como la llamó Mercè Tatjer- de las barracas. El film de Soler, después de confrontar de una forma muy sencilla, pero eficaz, la modernez de los nuevos edificios singulares de la Barcelona de los 60, sus mensajes icónicos de moda y sus habitantes con la miseria inhumana del Somorrostro, el Carmelo, etc., se centra en mostrar escenas de la vida en alguno de estos últimos barrios.
Martí Rom -que ha organizado el ciclo- y Oriol Porta escuchan a Llorenç Soler durante la presentación de la sesión. Detrás, en la pantalla, un fotograma del film: La Estación de Francia con inmigrantes recién llegados y sus pertenencias.
Comentaba al salir que parando la proyección en cualquiera de sus planos, la probabilidad de dar con una imagen increíble, poco vista, de la ciudad marginal, es enorme. Manuel Laguillo, que ha visto la película en la fila de delante mío, repetía que se tendría que pasar y hacer ver, porque es, realmente impresionante: toda una familia numerosa, con críos muy pequeños, trabajan perforando unas chapas para ganar un sobresueldo, niños juegan junto a infectos charcos, vemos a cuatro niños durmiendo en una barraca en la misma cama... hasta que la cámara efectúa una panorámica y descubrimos que en los pies de la misma cama, capitulados con los anteriores, hay durmiendo otros tantos...

domingo, 17 de noviembre de 2019

Zumiriki

Los árboles son lo único que sobresale de la isla cubierta por las aguas.
Viendo el trailer y alguna imagen que ha circulado por la red, podría pensarse que “Zumiriki” (Oskar Alegria, 2019) sería una película de esas contemplativas, de observación de los animalillos, los pájaros, con el viento dominando la banda sonora. Habiendo algo de eso en ella, la película, que pudo verse ayer en L’Alternativa tras su pase y premio en Sevilla, es mucho más. El mismo Oskar Alegria, que narra en off la función, como lo hace todo en ella, dice en la banda sonora unas cuantas de estas cosas ofrecidas adicionalmente, como:
-Explicaciones sobre qué es hacer cine: “Plantarse en medio del camino y esperar”
-O cómo hacerlo: “Filmar como filma un pastor. Hacerse una isla entre la maleza y estar dispuesto a esperas y milagros”.

En la cabaña construida y camuflada en medio del bosque, Alegria planifica y revive su experiencia.
Porque el propósito que se plantea Alegria para sacar de ahí una película es ese. Estar cuatro meses en el perdido terreno del otro lado del rio, donde de niño, desde la choza de su tío o desde la isla del medio del rio (en vasco Zumiriki) ahora inundada por un pantano, veía evolucionar a un solitario que se movía siempre acompañado de un zorro. Un solitario que, a una hora fija del día, cruzaba palabras de orilla a orilla con su tío en un idioma casi perdido.

Pero también nos permite la película ver el emocionante último día en su cabaña del monte de cuatro pastores octogenarios y captar sus expresiones, apreciar un especial ejemplo de cine de correspondencia (cartas enviadas en una botella lanzada al río) o cierto cine de la experiencia personal que, pese a ser los dos tan diferentes, en algún momento (esos ciclistas que pasan a veces a lo lejos y son involuntariamente, con lo que les oye, su único periódico y conexión con el exterior) me recordó el inicial de Siminiani. Y hasta, para que no nos podamos quejar, permite también la película volver a ver a uno de los famosos Colombaioni, los clowns de Fellini. Todo eso y, por si fuera poco, envuelto en una poesía que surge pero que no se adquiere mendigando ni se divulga voceándola. “Zumiriki” se convierte, como casi todas las buenas películas, en un emocionado recuerdo de lo que ha sido y ya no es, en un intento de continuar asido a un viento que movió el mundo que nos hizo.
Camuflado, en espera de captar a la vaca salvaje.
Tras una parte inicial más dinámica, la película muestra como Alegria entra en un proceso de emulación de su entorno. Muestra en una serie de planos paralelos como las aves y él mismo se van fabricando su nido, o cómo los jabatos y él mismo se embadurnan por la noche con barro. Tras eso pasa a ser uno más en ese bosque tan vivo, como delatan las cámaras con visión nocturna que instala por los árboles.
Acabado todo el metraje del film, de unas dos horas, nadie abandonó la sala. Nos habían prometido que el realizador, el auténtico Robinson de la película, estaba llegando de Sevilla y haría acto de presencia al final. Pasaron todos los títulos de crédito con una atención bárbara del respetable, sin que se oyera un susurro, se hizo el silencio, no se movió ni un alma y una fuerte ovación recibió a Oskar Alegria, esperando luego oír qué detalles adicionales contaba.
Todos los expertos hablan de que el verdadero mundo de los animales, sobre todo porque de día los humanos les han pisado el terreno, es el de la noche.
No me llevé la tableta, con lo que no pude hacer fotos durante el coloquio. Por suerte vi que otro Óscar, Óscar Fernández Orengo, sacaba su cámara y disparaba. A ver si hay suerte y vemos por aquí el resultado.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Campo


Anoche se proyectó en L’Alternativa “Campo” (Tiago Hespanha, 2019), una sorprendente simbiosis, nada standard, entre documental de creación de la Pompeu Fabra (donde nació, hace tiempo, el proyecto) y película portuguesa -toda una categoría- de última hornada.

Como explicó el mismo Tiago Hespanha en el coloquio, no buscaba con el film tanto describir el funcionamiento de una base de entrenamiento militar portuguesa (de la que se ve alguna que otra, misteriosa, maniobra), sino hacer notar la tensión que su presencia, en un extenso terreno justo al sur de Lisboa, supone. Como también detalló, pronto vio que para lograr su objetivo debía focalizar su mirada en el entorno: personal militar que observa de lejos o espera acaben unas maniobras, familias que viven en el entorno de la base o lo recorren, cosas así.

Con esos sorprendentes personajes, completos hallazgos, como ese niño pianista, ese rebaño de ovejas que parece salido del documental de Bergman sobre la isla de Faro o ese singular ornitólogo, que observa y nos introduce en todo un mundo como es el lenguaje de las aves, con sus señales de reconocimiento y aviso, a fe mía que lo consigue.

viernes, 15 de noviembre de 2019

De una isla


Un pequeño estirón de orejas, con todo mi cariño, a Tess y Cristina por cómo han programado hoy este monumento fílmico, de una solidez y sensibilidad como no se encuentra hoy en día.
Unos cuantos iniciados esperaban hoy el pase, diríase que clandestino, de “De una isla” (José Luis Guerin, 2019) en una sesión de cortos de L’Alternativa. Todos se extrañaban de que no hubiese sido anunciado como debía, pues incluso hoy, en el mensaje diario con lo destacable de la jornada del festival, no aparecía ni la más mínima mención.
Para verlo se debía acceder a una sesión de cortometrajes, cada uno de su padre y de su madre. Le ha tocado ser el cuarto. Y, entonces, palabras mayores:
Había visto el film un par de veces, pero nunca en una sala de cine. Impone. ¿Qué destacar sin reventar las sorpresas que su visión debe ocasionar? Eso mismo me limita utilizar ciertas imágenes que pueden encontrarse por la red.
Sus primeras imágenes me han llevado directamente a un jovencillo JLG cogiendo una cámara y captando, impresionando, la fuerza de la naturaleza delante suyo.
Enseguida imagen, texto, música te lleva a la fuerza didáctica y la poesía de los primeros documentales, antes de la llegada del cine sonoro. Luego, toda una progresión siguiendo la evolución de la vida, la ya acabada y la presente, en la isla de Lanzarote, con algún que otro guiño a temas queridos de Guerin (Lancelot, su presencia aunque fuera sólo en forma de sombra).
Ayer me valoraron el trabajo de un personaje de nuestro mundo cultural destacando su desprecio y afán por evitar algo demasiado querido por todos lados: la solemnidad.
“De una isla” me emociona por su enorme potencia, servida con absoluta ausencia de solemnidad.
Merecía una sesión única, bien anunciada, que habría llenado no sólo el auditorio, sino cualquier sala que la hubiera proyectado con esas condiciones.

Otoño tardío

Las dos amigas salen al terrado a ver desaparecer el tren que se lleva a los novios.
¿Qué me hará recordar específicamente “Otoño tardío” (“Akibiyori”, 1960), diferenciándola de las otras películas de Yasujiro Ozu, con las que comparte tanta trama, situaciones, planos?
Se me ocurren un par de tonterías. Una la utilización de los terrados como centro de reunión y actividad social, en los que los niños juegan a pelota, las chicas salen para ver circular a lo lejos un tren que cierra el panorama de una calle en la gran ciudad, repleta de coches aparcados. Para recordar algo similar me tendría que ir a “Tokyo-Ga” (1985), la película homenaje al cine de Ozu de Wim Wenders, en cuyos terrados la gente practicaba el drive, golpeando con palos de golf bolas que se estrellaban contra una red. Claro que si salían en “Tokyo-Ga” será porque debe ser habitual en otros films de Ozu...
Desde el hotel del final del viaje de madre e hija.
La otra, esas escolares del hotel balneario a donde han ido madre e hija (aquí la madre sustituye al padre como punto problemático para la boda de la hija casadera), a las que solo oímos en off... hasta que se hacen en un exterior frente al lago, antes de irse, la foto de grupo, todas ellas uniformadas.
Por lo demás, planos de oficina, de callejón de bares, de interior de bares, de aposentos, etc. son todos intercambiables con los de otras películas. Y la trama similar, con viaje y estancia en hotel, balneario o santuario que da paso a la solución del problema, al profundo cambio, ley de vida, que dejará una habitación a oscuras, vacía, sólo habitada por una ausencia.
Como no he encontrado por internet el fotograma, cuelgo este cartel en el que aparecen las escolares uniformadas, haciéndose la foto.

jueves, 14 de noviembre de 2019

De una isla


Mañana viernes por la tarde se proyectará en L’Alternativa “De una isla”, la última película de José Luis Guerin. Una oportunidad de las que hay que cazar al vuelo, por escasas, para verla en pantalla grande.
Va casi camuflada en medio de una sesión de cortometrajes y seguramente poca gente se habrá enterado. Por otra parte, la información contenida en la ficha del festival sobre él se reduce a dos o tres datos, no muy relevantes, como sacados de quien sabe dónde por internet.
Conviene avisar que se trata de un pequeño, pero a la vez inmenso poema épico, encargado por la Fundación Manrique, sobre los orígenes y evolución de los rastros de vida en la isla de Lanzarote. Y que está realizado, claro, por uno de nuestros cineastas de más capacidad y alcance.

Nos défaites

Escena inicial rodaje, que me recordó el espíritu de ciertos films de Jean Rouch. Luego me dijeron que Périot reconocía su influencia.
“¿Hemos perdido la guerra o sólo muchas batallas?- Se pregunta, nos pregunta, Périot al principio de su documental. Supongo que para que podamos respondernos a esa pregunta, se puso en contacto con estudiantes del Lycée de Ivry y con un equipo técnico y artístico formado por ellos desarrolló la película.
En una de sus secciones paralelas L’Alternativa pasó anoche “Nos défaites” (“Nuestras derrotas”, 2919), la última película de Jean-Gabriel Périot que, comprada por Numax, es de esperar que tenga distribución posteriormente.
La estudiante que inicia las representaciones, recitando un texto político muy poético.
Por un lado Périot rodó una serie de representaciones de actitudes y opiniones políticas, exteriorizadas con énfasis y convicción por los artistas estudiantes. Al final, en los títulos de crédito, se nos dice de dónde salen los textos recitados. Sólo medio pesqué el origen de una de las escenas, en la que una chica dice una frase y levanta, enseñando a la cámara, un libro rojo. Pero por otro, después de cada interpretación le pregunta a los chicos que han hecho de actores qué entienden, cuál es su opinión sobre lo que han dicho sus personajes.
Jackson y el contraste entre su diálogo preguntándose sobre las inocuas acciones de los sindicatos para cambiar un estado de cosas y la absoluta ignorancia, totalmente alienada, de sus opiniones.
Tenemos un respeto, una admiración enorme por el sistema educativo francés, pero a la vista de cómo responden los estudiantes del Liceo de Ivry a las preguntas que les va haciendo Périot intentando precisar lo que entienden por una serie de conceptos políticos, no sé si ha llegado la hora de cejar en esa admiración. Su despiste, su ignorancia es tal, que la impresión resultante es demoledora y parece que la respuesta a la pregunta lanzada por Périot debiera ser también demoledora: derrota total.
Pero, acabado el film, surge un epílogo, rodado unos meses después, tras los enormes disturbios que tuvieron lugar en toda Francia en diciembre de 2018, con la detención por parte de la gendarmería de muchos estudiantes, dando pie a una escena que se hizo famosa, obligando los gendarmes a los estudiantes a ponerse de rodillas mirando a una pared.
Tess Renuedo, codirectora de L’Alternativa, presentando ayer a Jean-Gabriel Périot. Otro de los fracasos franceses (y locales): Presentación y coloquio fueron en inglés.
En ese epílogo los mismos estudiantes responden de forma argumentado y ofrecen la respuesta positiva que Périot supongo estaba buscando, pero como espectador me pregunto por qué debo creer que ésta no es también una respuesta estudiada, representada, actuada, como las que hemos visto en la primera parte.