martes, 30 de noviembre de 2021

La femme infidéle



Compruebo que “La femme infidéle” (1969) sigue siendo una de las películas más contenidas de Claude Chabrol. Todo son en ella personajes hieráticos, comportándose como se diría que deben comportarse los de su clase: guardando las apariencias, sin mostrar los sentimientos o las pasiones que quizás les arrastren…internamente. Solo en un momento hay un estallido de locura y en otro un accidente desquiciador.
Como casi siempre en sus películas de esta época, señalada por todo el mundo como la que encadena mejores obras, tiene un papel principal su mujer, Stéphane Audran. El otro protagonista es un actor también muy chabroliano, Michel Bouquet, y un papel menor, pero también muy importante, lo asume Maurice Ronet, que había salido frecuente en sus anteriores films.
Audran y Bouquet interpretan a un matrimonio que lo tiene todo para gozar de la felicidad. Profesional enriquecido él, sensual mujer ella, viven junto a su hijo en edad escolar en una magnífica casa con jardín de Versalles. (En un par de ocasiones la ironía de Chabrol hace que se vea cómo la pareja va tras cenar a sentarse frente a una enorme chimenea… para ver los programas de un pequeño televisor que han situado ahí…). Pero él sospecha y acaba descubriendo que ella tiene un amante.
El mismo Chabrol se encargó de indicar el color predominante que había buscado para cada película de esta época y en ésta fue el verde, que tanto podía señalar la serenidad de la vegetación que envuelve su casa como la podredumbre de una charca que aparece en un determinado momento.
Con continuos movimientos de cámara suaves, pero muy penetrantes, la trama de la película avanza, esa sí, inexorable, de forma implacable.


El matrimonio, en una velada ante el hogar…donde está instalado un pequeño televisor.


Para sacar aquí una imagen de las numerosas escenas comiendo, he debido acudir a una de esas que, aunque hayan pasado más de cincuenta años desde entonces, sólo se pueden reproducir en condiciones pagando.

 

lunes, 29 de noviembre de 2021

Donar cabuda

Al entrar a la sala de exposiciones hay que vencer durante un momento el contraste lumínico para ver, al fondo, una silla iluminada. En seguida apareció otra luz en un extremo, pero es que coincidí en el momento en el que una empleada procedía a lavar los lavabos que tiene la sala.

En una pantalla de la sala, una escena nocturna: un proyector arroja su haz lumínico sobre un hueco del terreno donde está aposentado.

El espejo y el banco con folletos y los textos de Perejaume, que se venden en la librería. Arriba, en la calle, apoyándose en el vidrio de la fachada de la Filmoteca, una chica ajena a lo que se cuece dentro.

Da un poco de miedo, al entrar en la exposición de Perajaume “Donar cabuda”, en la Filmoteca (hasta el 30 de marzo). Todo está muy oscuro y debes esperar a acostumbrarte a esa oscuridad para ver, al fondo a la izquierda, una silla de tijera iluminada y, a la derecha, una pantalla en la que se está proyectando una escena nocturna.
La silla, como alguna otra de la exposición, permite escuchar sentado una grabación de Perejaume. La escena nocturna de la pantalla muestra un proyector de cine que envía su haz luminoso hacia un hueco del terreno donde está aposentado.
Antes de entrar a la sala, Perejaume ha preservado el gran espejo que ven los que suben o bajan por las escaleras mecánicas, solamente poniendo encima suyo el título. En una repisa han colocado unos cuantos ejemplares de los “Apunts de cinema” del artista, de donde están extraídos los textos que pueden oírse o leerse dentro.
Más tarde, tras salir de la sala de exposiciones y entrar ya en la sala de proyecciones mediante un singular circuito -abajo, arriba, abajo-, desde la pantalla te recibe antes de cada sesión una escena que, según los comentarios del respetable, apostando cada uno de sus ejemplares por hacer la broma más cáustica, puede verse como una cinta sin fin:
-Aquest encara continua cavant. Ja fa uns quants dies que està aquí treballant -suelta a voz en grito, más feliz que una mona con su gracia, uno de ellos, haciéndose oír.
-Jo em canso només de veure’l- suelta un rival compitiendo con el anterior.
Ante el desconcierto de otro espectador por ver a alguien (el propio Perajaume) cavando continuamente hasta hacer un buen agujero, su vecina de butaca le explica que forma parte de la exposición que hay arriba, pero que ha pasado por ahí y no ha entendido nada.
Parece que por no entender no entienden ni lo que se proyecta como aperitivo a las sesiones de cine, y mira que eso sí que resulta meridianamente claro. Perejaume cava un hoyo en el que (como muestran las imágenes de la sala de exposiciones) el proyector irá arrojando, acumulándolas, todas sus imágenes.
En el programa de mano se explica que vio así a la Filmoteca, con sus salas de proyecciones enterradas en un subsuelo de la plaza.


Entrando en la sala Chomón para ver una película, la sorpresa de ver a Perejaume cavando sin descanso.

 

Sergio Larrain. El instante eterno

Sergio Larrain.




El centrifugado…

Hasta el 3 de diciembre estará disponible en Filmin, gracias al Festival D’Art, “Sergio Larrain. El instante eterno” (Sebastián Moreno, 2021) que, visto ahora, pasará a engrosar el grupillo de documentales de estos últimos años que, con modestia expositiva, sin entrar en “coups de force” autorales, han sabido trasmitir la biografía y la esencia de las obras de un gran fotógrafo.
El inmenso fotógrafo chileno Sergio -Queco- Larrain es la figura que ahora, después de contemplar el documental, sitúo y entiendo mucho mejor.
Si bien se inicia como un film biográfico más o menos standard, con sus hermanas enseñando álbumes de fotos familiares, encuadrándolo en relación a su padre (arquitecto que fue decano de la Escuela de Arquitectura De Santiago de Chile) y estilo de vida de su entorno (sin estrecheces económicas, viaje a los veinte años durante seis meses con toda la familia al Próximo Oriente y Europa, es verdad que para intentar superar la muerte de su hermano pequeño), poco a poco se va adentrando más, a partir de los comentarios de fotógrafos y artistas que lo conocieron o lo han estudiado, en el análisis de sus obras, de una manera que me parece muy productiva.
Uno de estos fotógrafos, para definir esas primeras fotografías en las que el encuadre deja a los personajes por los bordes y en el centro, bien definido, no queda sino la piedra, el vacío, pone el ejemplo de cómo queda la ropa por los extremos del tambor de la lavadora después de un centrifugado. Si lo he entendido bien, Larrain le dijo (o dejó escrito) que lo importante era el aire que había entre ellos.
Otro de los que aparecen en el film nos hace fijar en el desgarro, la soledad de la mirada de los personajes, que era la suya propia.
Tras el encargo de Magnum de hacer un reportaje sobre un mafioso, que él culmina gracias a intimar no se sabe muy bien cómo con él, haciéndole una fotografía durmiendo, tras la que hizo sus maletas, las de la boda del Sha de Persia, las de Vía Véneto, el corte y paso de nuevo a su esencia: Valparaíso, con, entre otras, la fotografía de esa niña bajando por una de las escaleras de la ciudad, de la que se explica cómo la obtuvo.
No sabía nada de toda su etapa final, explicada sobre todo por la madre de su segundo hijo y por este mismo, en la misma casa en la que vivió sus últimos años. La búsqueda del satori, de ese alto grado de conciencia, su abandono total de la fotografía (con la consiguiente rabieta de Koudelka), su paso a pintar unas muy sencillas acuarelas, de las que se ve alguna muy interesante, que no he sabido encontrar por la red.



El capo de la Mafia Giuseppe -Genco- Russo.


La niña de Valparaíso.


La casa de los espejos.

Una de las ultimas fotos de Sergio Larrain, en su casa, en la habitación donde meditaba.

 

domingo, 28 de noviembre de 2021

Retrats Betevé: Óscar Tusquets




Desmenuzando la entrevista realizada a Óscar Tusquets en su casa y apretando bien los trozos esenciales retenidos, para que cupieran en los quince minutos (16 con los rótulos intermedios que los clasifican), me ha gustado mucho el programa resultante, que pasan por Betevé o puede verse aquí:
Parece (es difícil saberlo, porque no lo ponen por ningún lado) que al menos la entrevista la hizo Marta Ballesta. No sé si participó también en su realización, de no sé quién.
Es indudablemente el personaje de Tusquets, pero además me da la impresión de que posibilita alguna que otra mirada nueva sobre su carácter y personalidad.




 

Sophia de Mello Breyner Andresen



¿Quién iba a sospechar que Joao Cesar Monteiro había empezado su filmografía con un cortometraje (19 min) dedicado a la gran figura femenina de la poesía portuguesa del s.XX y que, además, lo había dedicado a Carl Th. Dreyer?
Quizás la evocación a Dreyer le viniera del origen familiar de la poeta, cuyo abuelo paterno era danés. El caso es que el corto “Sophia de Mello Breyner Andresen” (1969j contiene por momentos en su estética mucho de la austeridad nórdica, mostrando a la escritora escribiendo junto a una ventana con vistas al mar en una desnuda mesa sólo decorada por una fuente con frutas. Pero hay más: esas escenas con toda la familia en barca por la rocosa costa del Algarve tienen, con su contrastado blanco y negro, el aroma de ciertos Bergman…
Aparece en el corto la poeta que se carteaba con Jorge de Sena en la “Correspondencias” (2016) de Rita Azevedo Gomes también en su casa, leyendo un cuento a su hijo pequeño y siendo protagonista directa o indirecta de varias bromas. Así, la película se mueve entre alturas poéticas de lo más culto y lo doméstico, en una mezcla que, en todo caso, no dejaba pronosticar la evolución posterior del cineasta.
Aquí, el enlace al cortometraje, agradeciendo a José Luis Márquez su descubrimiento:





 

viernes, 26 de noviembre de 2021

Spencer


Unos días “a Ca la Sogra” (en casa de la familia política). Así pensé durante toda su primera mitad que podría haberse titulado, con precisión, la película. Pero seamos serios y vayamos por partes.
Vaya por delante que nunca mostré ningún interés por el personaje de Lady Di, del que sólo sabía lo que quedaba depositado en el cerebro cuando, aún sin prestar atención, hablaban de ella en las noticias televisivas, de radio o en los titulares de diarios.
Ese mínimo conocimiento ya me era suficiente para pensar que “Spencer” (Pablo Larrain, 2021; en el Boliche) seguramente profundizaría en el mito popular: el de una princesa con una vida desgraciada por la falta de amor conyugal, por las rigideces y ataduras obligadas por la realeza y por el acoso de los medios de comunicación.
Asumido todo eso, decidido a no cuestionarme las razones por las que tanta gente que vivía en ambientes y con condiciones realmente chungos podía sentir conmiseración ante el personaje, me puse ayer a ver la película, de la que, salvo en unos momentos en que entra casi a formar parte de esa numerosa tropa de ficciones de terror psicótico yanquis, debo decir me coloco como claro defensor.
Me gusta cómo está llevada por Larrain, como me gustó su acercamiento a “Jackie” (2016), un personaje también del papier couché, quizás, desde fuera, con más carga a su favor para la conmiseración, habiendo un muerto por el medio.
Esa forma de hacer de Larrain, ese “cine” que emana de sus planos, puede verse desde el inicio de la película. En un plano general se aprecia, a lo lejos, una caravana de vehículos militares. El plano siguiente es ya un plano -muy rebuscado- de la carretera por la que transita el convoy, la cámara situada en el suelo y con el objetivo tomando frontalmente a los Land Rover que, uno a uno, pasan por encima de la cámara. No lo hacen, no obstante, como el tren que pasa encima de la cámara situada entre las vías por Dziga Vertov o tantos otros, porque debido a la óptica empleada, a los ojos de los espectadores la rueda exterior hace un brusco y extraño quiebro. Supongo que se deja con ese efecto tan grosero porque el objetivo del plano es únicamente que veamos a la vez, en el suelo, el cuerpo ya sin vida de un faisán. Un símbolo evidente de lo que le puede pasar a Diana, próximo pájaro caído, atropellado.
Otro efecto muy cinematográfico recorre buena parte del principio, en que un poderosísimo off -la familia real, que no aparece o bien se muestra sólo alejada o de espaldas- lo recorre. Larrain sostiene ese off un buen rato, agudizando la curiosidad del espectador… hasta que ya no podía aguantar más el suspense, so pena de entrar en otro tipo de film.
Son impresionantes los travellings que siguen a Kristen Steward, sola o escoltada, por los mullidos pasillos del Palacio de Windsor, por las cocinas (el espacio que da juego a las escenas, en mi opinión, más atractivas), por…, marcando la impresión de estar ella penetrando en la casa de la fiera. Una lucha desigual, como se aprecia también, por ejemplo, con el contraste de la imagen de ella, absolutamente sola, sentada dando su espalda a la fachada del imponente caserón.
Como esos films de terror nos va envolviendo la película, ayudada un montón por la música de la banda sonora, para luego, en un giro, dar pie a ese final que, de alguna manera, cierra muy bien, positivamente… el momento del que quiere dar cuenta, por fin desvelado, como un final feliz de un cuento de hadas.


 

Jean Eustache. Interior cine


Decía el otro día que llegaba una rarísima oportunidad. Empieza la semana que viene un curso on-line de intensas seis horas, “Jean Eustache. Interior cine”, organizado por José Luis Guerín (Los films de Orfeo) e impartido por Ángel Diez.
Me asombro de que hoy en día, en el que el actual caos en la distribución cinematográfica ha permitido a los interesados hacerse con una más que apañada historia del cine particular, pues nunca como ahora ha sido fácil ver determinados films clave, no se hable lo que se merecen de dos películas, para mí, claves, de gran impacto en su primera visión, pero de auténtico enamoramiento en las sucesivas visiones: “La maman et la putain” (1973) y la que debía haber sido la primera en la obra de Jean Eustache, “Mes petites amoureuses”.
Hay varios libros que dan cuenta de los (sorprendentes, no apreciables por completo sólo mediante la visión de las películas) secretos que envuelven a las películas y a la propia vida de Eustache. Uno es el monumental “Le dictionnaire Eustache”, bajo la dirección de Antoine de Baecque (Éditions Léo Secher), otro es “La maman et la putain. Jean Eustache. Politique de l’intime”, bajo la dirección de Arnaud Duprot y Vincent Lowy (Éditions Le bord de l’eau) y un tercero es “Jean Eustache. El cine imposible”, con coordinación de Miguel Ángel Lomillos y Jesús Rodrigo García (Shangrila). En el primero tiene una entrada Ángel Diez y en el tercero escribe uno de los artículos. Pero es que además Ángel Diez es el director de “La peine perdue de Jean Eustache” (1994) un increíble documental sobre el realizador.
Ángel Diez será quien imparta, como he dicho, el seminario. Todos los detalles, aquí: https://joseluisguerin.com/talleres-cursos-online/...





 

jueves, 25 de noviembre de 2021

El último remojón




Ayer avisó José Luis Márquez que en YouTube había unas cuantas películas de ese singular cineasta que fue Joao César Monteiro y, como entre ellas se encontraba “El último remojón” (1992), que no había visto, me faltó tiempo para ponérmela.
La amenazante descripción inicial de “esbozo de película” me hizo temer encontrarme ante un experimento tipo “Blancanieves” (2000), pero no hay que asustarse, que no es así.
-El cielo puede esperar - le asegura el señor Eloi, el marinero jubilado que ha visto como Samuel, indeciso, estaba, ya oscurecido, un par de horas en un muelle decidiendo si se tiraba o no al agua para desaparecer de este mundo. Lo coge del hombro y se lo lleva a recorrer las miserias y las glorias de la ciudad. Como esa ciudad, señoras y señores, es la inconmensurable Lisboa de antes de la Expo, todo está ya dicho.
Eloi se lleva a Samuel a su casa y de ahí a varios cafés. Le abastece en comercios tradicionales, van a un barbero que ejerce su oficio al son del ‘“Fígaro” y llegan a un café de variedades en el que actúa una Carmen Miranda que, para dar el papel, baila con un plátano en la mano. Allí se hacen con compañía femenina con la que pasean por calles y plazas de la Lisboa antigua en fiestas, con bailes populares, que es una auténtica delicia, para acabar en una pensión.
Al día siguiente sigue la fiesta: surgen por todos lados tranvías, elevadores, mercados repletos de vida. La Lisboa de verdad en todo su esplendor.
En esta ocasión no actúa Monteiro. Por un momento parecía él el hombre delgaducho y desgarbado que sale a bailar con Carmen Miranda, pero no. Sí aparece luego, como figurante, no sé si entrando a unos lavabos públicos. La batuta la llevan Eloi y sus chicas, por un lado, y Samuel (que se parece mucho, por cierto, a Benjamin Prado, con su reluciente conquista nocturna.
Llegado un momento, sobre los dos tercios de su metraje, empiezan a aparecer unos cuantos tours de force: hay una inacabable danza de los siete velos, aunque quizás se descuenten, que acaba hasta con el sonido durante un buen rato, una caminata de una rapaza por la Avenida da Libertade, los intentos de articular palabras de la muda o un cruce de un campo de enormes girasoles. Pero es que si no hubiera rarezas, no sería un Monteiro.
Tampoco he entendido nada, a parte de su indudable belleza, de una correspondencia entre Hyperión y Diotima que le debe dar un sentido mítico a lo visto. Pero no importa: la historia principal, que esa sí que se entiende muy bien, tiene, antes del final, su cumplido desenlace.





 

La puesta en escena de la pintura - y 4





Cuando José Luis Guerin llegó ayer a Degas, enseñándonos cómo se le escapa la vida del espacio del cuadro, recapituló hasta hacernos ver que posiblemente todo su curso sobre “La puesta en escena de la pintura” ha tratado fundamentalmente de un proceso por el que paulatinamente la pintura va dando pistas de lo que se encuentra fuera del objetivo principal del cuadro (miradas, ventanas, reflejos, espejos,…), hasta que llega un momento en el que la imagen del cuadro queda absolutamente desbordada por la vida.
Previamente, en esta cuarta y última sesión, partió de un Rembrandt que busca la introspección y muestra ese estado interno de sus personajes (primera imagen).
Dio un salto a Velázquez, entrando por el de sus primeros tiempos (segunda imagen), que muestra la osadía de dar un primerísimo plano para el personaje más modesto, mientras deja el teórico motivo principal en una esquina al fondo.
Hablar de Velázquez le llevó a hacerlo del punto de vista y de los espejos. De su inesperada (tercera imagen) “Venus del espejo”, precisamente, hizo un raccord a los espejos de los impresionantes cuadros de Vermeer: cuarta imagen), con sus personajes colocados junto a una ventana, a través de la cual, por ejemplo, su geógrafo (quinta imagen) mira pensativo un mundo exterior que no vemos, produciéndose entonces una suspensión temporal.
Esas mujeres de los cuadros de Vermeer le llevó hasta las de los de Hammershoi (sexta imagen) que, de espaldas, sin que les veamos su rostro, parecen no hablarnos de una mujer concreta, sino de “la mujer”.
De mujeres de espaldas (todo esto es únicamente un esquema, una simplificación mía, pues éstas sesiones están repletas de imágenes de muchos pintores) a hombres también de espaldas, habitualmente en un punto elevando, contemplando el paisaje, esencia del Romanticismo.
Y así siguió, mezclando cuadros archiconocidos con otros casi desconocidos.
Acabó, en un final en el que metió varias de sus últimas obsesiones, con el último cuadro de Manet (séptima imagen), en el que -aventuró- casi seguro que vertió todo lo que, sabiendo que venía su final, llevaba dentro. Y dio razones para pensarlo.
¿Dije en alguna de estas apresuradas notas de después de cada una de las atiborradas sesiones de más de tres horas que efectuamos un recorrido fascinante?
Acabó el recorrido, pero por suerte éste puede tener su continuación en otro curso la semana que viene. Los Films de Orfeo (la marca que ha montado JLG para sus cursos y talleres) ha planificado para ese nuevo curso algo muy diferente, pero que no debiera dejar indiferentes a los amantes del cine. Ha contactado con Ángel Diez, el director de “La peine perdue de Jean Eustache (1994), lo mejor que he visto sobre el realizador criado en Narbona, de quien se detecta muy próximo y conocedor de las principales figuras que lo acompañaron, que aparecen en el documental informándonos de manera increíble.
Quien ha amado o cuando menos intuido lo que hay detrás de “La maman et la putain” o de “Mes petites amoureuses” (octava y última imagen) no debería saltarse ese curso (dos dias de tres horas cada uno). Para inscripciones, visitar la web joseluisguerin.com