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martes, 22 de julio de 2014

Moi, Pierre Rivière, ayant égorgé ma mère, ma soeur et mon frère...



Una imagen de este seco árbol, sin esos personajes, abre “Moi, Pierre Rivière, ayant égorgé ma mère, ma soeur et mon frère...” (René Allió, 1976), que se cierra con esta otra extraña imagen del mismo árbol, ya con esos dos personajes flanqueándolo. Si sólo se tratase de eso, ya habría para encuadrarla con un tipo de cine actual, en ningún caso con el que se realizaba por los años 70.

Buscando un DVD que necesitaba para un trabajo, pero que no he encontrado, he dado con éste, comprado hace un año –era una ganga-, y en espera desde entonces. Contraviniendo todo lo apropiado, me he puesto a verlo, para empezar a arreglar todo el caos que tengo en ese apartado de “asuntos pendientes”, que es imposible hacer disminuir, causante de tanto desencuentro. Aunque lo he visto en malas condiciones, medio durmiéndome, en francés de campesino normando a palo seco, con unos subtítulos en inglés que más bien despistaban, estoy satisfecho por conocer ya de primera mano un film famoso por los nombres que se concentraron en él (el René Allió realizador de la simpática “La vieja dama indigna” o de la mucho más cercana a ésta “Les Camisards”; Michel Foucault como base literaria; la plana mayor del “Cahiers du Cinéma” de por entonces –Pascal Bonitzer, Serge Toubiana- por el guión), que me daba cierto miedo ver, por su tema. 

Como siempre suele pasar, el film no se parece en nada al que imaginaba. La cruda barbarie sanguinaria que creía lo iba a inundar, por lo que anunciaba el título y argumento, no es tal, o en todo caso se concentra en otros campos: unas autoridades ajenas al devenir de una comunidad campesina, pero que establecen reglas y sentencias; la ignorancia, presión y dureza que envolvía y caía sobre la sociedad campesina del principio del s. XIX; cosas así.

El otro día J.L. Márquez solicitaba películas efectuadas sobre el pálpito de la escritura de cartas, o diarios. Ésta es, sin duda, pariente de ese tipo de films. No es una correspondencia en su completo sentido, pero sí obedece todo su metraje a la voz interior del desgraciado protagonista, escribiendo en unas largas confesiones las razones que le habían conducido a su crimen, y relatando cómo lo había llevado a cabo. Todo ello puesto en contraste con los diferentes informes y encuestas de las diferentes autoridades políticas, judiciales y científicas que aparecen atraídas obligada o voluntariamente por el caso.