Al principio de la sesión de “Todo comenzó por el fin” (Luis Ospina, 2015) en la Filmoteca ha aparecido Octavi Martí, explicando que, tras su presentación en el festival Punto de Mira, Ospina se ha encontrado mal, y no ha podido acudir. Hemos visto, eso sí, los 208 minutos de la película y, si la hubiera hecho del doble, también lo habríamos hecho, igualmente absortos, pese a conocer previamente de la historia que cuenta solo unos cuantos retazos mal informados.
Como un emparedado entre sus escenas de hospital iniciales y finales (tratamiento quirúrgico de un cáncer) que no dejan indiferente, la película navega, a base de films familiares montados vertiginosamente con escenas de películas propias y ajenas y, sobre todo, con una especie de increíbles “making of” y nuevas filmaciones de reuniones de antiguos amigos rememorándolo todo, por su autobiografía, estableciendo el “Itinerario de un cinéfilo”, o la vera historia de “Caliwood”, la factoría artística y cinematográfica colombiana.
Pero más que cualquier otra cosa, lo que rezuma “Todo comenzó por el fin” es la propia voluntad de Luis Ospina, la obligación que seguramente ha sentido, de hacerla, para dar testimonio de gente que ya ha pasado a ser mítica, como Andrés Caicedo (que se suicidó a los 25 años para descubrirse entonces que, al margen de sus películas, había escrito un buen puñado de libros de un gran nivel) o Carlos Mayolo (y su proceso de autodestrucción a base de alcohol y drogas). Todos ellos (Ospina incluido), y varios y varias más vivieron un tiempo en Casa Solar, una comuna artística que visita pasados los años el realizador para dar la puntilla a su película, como visita las ruinas de su casa familiar, o el parking en que se convirtió. “Vd. es el que queda para hacer eso”, le dice alguien en el film, y a fe mía que él lo tiene asumido, y cumple su tarea, haciendo revivir y conocer lo que no hemos vivido ni conocido.
Como Nicholas Ray: “No podemos regresar a casa”. Pero Luis Ospina lo ha hecho, para dar cuenta de todo ello, y dejar como registro una bella película. Me pregunto qué va a hacer ahora, después de este film que da cuenta de su generación, de toda su vida. Debe estar descansado por el trabajo hecho, pero también, creo yo, un poco vacío.
José Luis Guerín fue requerido por Ospina, desde el hospital, para filmar las entrevistas españolas (a Miguel Marías y a una amiguita entonces de Caicedo) que, falto de fuerzas, él no podía hacer.