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domingo, 21 de febrero de 2016

Todo comenzó por el fin


Al principio de la sesión de “Todo comenzó por el fin” (Luis Ospina, 2015) en la Filmoteca ha aparecido Octavi Martí, explicando que, tras su presentación en el festival Punto de Mira, Ospina se ha encontrado mal, y no ha podido acudir. Hemos visto, eso sí, los 208 minutos de la película y, si la hubiera hecho del doble, también lo habríamos hecho, igualmente absortos, pese a conocer previamente de la historia que cuenta solo unos cuantos retazos mal informados.
Como un emparedado entre sus escenas de hospital iniciales y finales (tratamiento quirúrgico de un cáncer) que no dejan indiferente, la película navega, a base de films familiares montados vertiginosamente con escenas de películas propias y ajenas y, sobre todo, con una especie de increíbles “making of” y nuevas filmaciones de reuniones de antiguos amigos rememorándolo todo, por su autobiografía, estableciendo el “Itinerario de un cinéfilo”, o la vera historia de “Caliwood”, la factoría artística y cinematográfica colombiana.
Pero más que cualquier otra cosa, lo que rezuma “Todo comenzó por el fin” es la propia voluntad de Luis Ospina, la obligación que seguramente ha sentido, de hacerla, para dar testimonio de gente que ya ha pasado a ser mítica, como Andrés Caicedo (que se suicidó a los 25 años para descubrirse entonces que, al margen de sus películas, había escrito un buen puñado de libros de un gran nivel) o Carlos Mayolo (y su proceso de autodestrucción a base de alcohol y drogas). Todos ellos (Ospina incluido), y varios y varias más vivieron un tiempo en Casa Solar, una comuna artística que visita pasados los años el realizador para dar la puntilla a su película, como visita las ruinas de su casa familiar, o el parking en que se convirtió. “Vd. es el que queda para hacer eso”, le dice alguien en el film, y a fe mía que él lo tiene asumido, y cumple su tarea, haciendo revivir y conocer lo que no hemos vivido ni conocido.
Como Nicholas Ray: “No podemos regresar a casa”. Pero Luis Ospina lo ha hecho, para dar cuenta de todo ello, y dejar como registro una bella película. Me pregunto qué va a hacer ahora, después de este film que da cuenta de su generación, de toda su vida. Debe estar descansado por el trabajo hecho, pero también, creo yo, un poco vacío.
José Luis Guerín fue requerido por Ospina, desde el hospital, para filmar las entrevistas españolas (a Miguel Marías y a una amiguita entonces de Caicedo) que, falto de fuerzas, él no podía hacer.

viernes, 24 de octubre de 2014

Un tigre de papel


Es Luis Ospina, que dentro de la Semana de Cine Colombiano inauguraba hoy en la Filmoteca, con la proyección de “Un tigre de papel” (2007), un ciclo con cuatro de sus películas. Le ha presentado (en rojo, a la derecha), Ramón Font, que ha empezado señalando y pidiendo atención a la singularidad del título de la revista de cine que fundó: “¡Ojo al cine!”
Como ha señalado el mismo Ramón Font, “Un tigre de papel” no es de esas películas a ver después de haber leído su press-book, sino de las que deben verse virgen en cuanto a conocimiento de su contenido, por lo que sólo señalaré que me ha parecido una muy dinámica película, que narra, de forma además muy divertida, toda la evolución de una generación cultural y política de Colombia…y del mundo. Me dedicaré aquí, en cambio, a explicar en plan telegrama lo que entre Font y Ospina han explicado y yo he anotado sobre la evolución cinematográfica de este último.
Punto de partida a no olvidar, su trabajo en el cine-club de Cali, su ciudad. De allí, la entrada en revistas de cine y el inicio de un recorrido como cineasta que ha pasado por todos los formatos del cine (S8, 16mm, 35mm) y del video y el digital (del Betamax al HD), con más de 30 películas en su haber, sin olvidar su dedicación como profesor (el primero de cine en la Universidad colombiana) y como director de festivales de cine. Ha señalado que le gusta recordar que empezó filmando (con la cámara de su padre) el año de la muerte del cine (el año de la famosa frase de Rossellini) y que da gracias porque su agonía ha sido muy larga, lo que le ha permitido a él, hasta el momento, intervenir. Que ha dirigido la segunda película colombiana de vampiros y la primera de cine negro. Que luego, en los 80, desengañado del cine comercial, se adentró en el terreno del documental, practicando un cine urbano, no rural y costumbrista como este tipo de cine solía. Pero también ha explicado que conoció el mundo antes que nada por el cine, un cine, el colombiano, que tuvo durante el periodo del mudo un cierto peso, pero del que no se ha conservado más que la primera película antiimperialista colombiana (“Garras de oro”, de 1928), y eso porque se descubrió hace unos 20 años, emparedada en un viejo cine durante su demolición.
Y me ha gustado mucho pensar en esa correspondencia hablando de cine que, cuando el correo no era electrónico, tenía con corresponsales de todo el mundo y, entre ellos, con Miguel Marías en Madrid y Ramón Font en Barcelona.
Y debe ser muy conocido por la red de FB, porque cuelgo la foto que he hecho y el sistema me pone inmediatamente su identificación, que he borrado, por discreción...