miércoles, 29 de septiembre de 2021

The cold blue










En 1943 William Wyler y su equipo se subieron a bombardeos norteamericanos en sus misiones en el continente para filmar sus acciones. Cuando la tripulación de una de esas fortalezas volantes, el “Memphis Belle”, sobrevivió a 25 misiones, como premio enviaron a casa con el avión a sus componentes. Wyler les acompañó y registró en un documental el apoteósico recibimiento que tuvieron en el aeropuerto en el que aterrizaron.
“El frío azul” (“The cold blue”, Erik Nelson, 2018) es un documental que parte de las extraordinarias imágenes tomadas por William Wyler, las ordena y las hace comentar por los que iban en esos bombarderos… ¡75 años después!
Ellos narran cómo se efectuaba toda la operación, que venía a durar unas diez o doce horas, explicando cosas que no suelen aparecer en las crónicas del momento. Esos aviones no iban ni despresurizados ni climatizados. Si alguien de la tripulación se quitaba los guantes entraba en serio riesgo de congelarse las manos. Ese es un ejemplo. Uno de ellos responde, visto ahora, a la pregunta de por qué escogían a gente tan joven (eran veinteañeros) para esa misión: “Las personas mayores tienen más juicio”…
La película la considero sumamente recomendable (la pasaron por La 2, donde supongo se puede aún pescar), pero hay una cosa que me ronda por la cabeza desde su visión. Los chicos -hoy todos ancianos de más de 90 años, que luego siguieron una vida totalmente diferente) se comportaron con un valor a prueba de todo. Muchos murieron en el empeño. Fueron, y así son tratados por la película, como héroes, visto el riesgo y penurias que tuvieron que pasar. Pero… mientras la iba viendo, no pude sino pensar que esa misión tan valerosa y arriesgada era la de un bombardeo. Eran, me parece a mi, los agresores de una gente que recibía sobre sus cabezas la carga letal de esos obuses que, por su peso, casi impedían que el avión se elevase de la pista. De las auténticas víctimas, de las que no se habla, no se ve absolutamente nada en el documental.





 

martes, 28 de septiembre de 2021

La arboleda del Sur



Aunque sea muy tarde, ya oscureciendo totalmente, no puedo olvidar la cita con la Arboleda de El Sur.
Por cierto que la casa sigue en pie, parece -por las luces- habitada y conserva la veleta en forma de gaviota en su tejado, apuntando, precisamente, hacia el sur.
Pero no sé si habrá cambiado de propietarios o será una nueva generación de los previos la que ha talado buena parte de la vegetación que la cubría y tapaba bastante la casa mirando desde la carretera. Por otra parte, no sé si es que las obras de mejora están a medio hacer, pero el parterre y esa estructura verde para sostener rosales y plantas trepadoras que conducía a Rafaela Aparicio siguen ahí, pero hechos unos zorros, por lo que yo diría que puede temerse por su futuro.





 

lunes, 27 de septiembre de 2021

La solitude du chanteur de fond




El vídeo no lo dice, pero creo que esta interpretación de “Le Chant des partisans” procede de “La solitude du chanteur de fond” (Chris Marker, 1974), que ayer proyectó la Filmoteca en una sesión para ya despedir a Marker, Montand y Signoret.

Un documental que, por otra parte, desvelaba también el fuerte carácter del cantante (¡pobre Bobby Castella, su pianista!) y la preciosa casa que compartía con Simone Signoret en Autheuil, en Normandía (ver en las tres imágenes la sala de su interior, llena de estanterías con libros, ventanas con vistas al jardín, piano,..).

https://www.youtube.com/watch?v=8NEJMetXm80








domingo, 26 de septiembre de 2021

Sami Frei vs Arcadi Espada



Un descubrimiento un poco tonto, que no sé si ya es de conocimiento público y llego a él tarde. Cuando en “César et Rosalie” (1972) apareció Sami Frei interpretando el papel de David (“el otro”) creí por unos momentos estar viendo al polémico periodista Arcadi Espada. El mismo gesto adusto, cabellos, un subir la mandíbula un poco, para mostrar más altura de la real, etc.
Creí que no sería capaz de encontrar imágenes que lo probaran, pero tampoco ha salido tan mal la búsqueda.


 

sábado, 25 de septiembre de 2021

L’armée des ombres



Joseph Kessel formó parte de la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial y es de suponer que en su novela “L’armée des ombres” reprodujera unas cuantas historias dispersas de la misma. Fue el libro que (hilvanando las historias bajo un argumento organizador, sí es que no estaba ya así) utilizó Jean-Pierre Melville para su película del mismo título, de 1969, que ayer pasó la Filmoteca.
La película se inicia (foto 1j con el impresionante desfile del ejército alemán, marcando el paso bajo el Arco de Triunfo de l’Etoile, en Paris. A ese ejército se va enfrentar -esa es la tesis expresada en el mismo título de la novela y película- otro ejército, actuando en la sombra.
En la película Lino Ventura (a la sazón con gafas, para darle un cierto aire intelectual) es un jefe de la resistencia (Philippe Gerbier) que aparece enseguida detenido por la policía francesa y conducido a un campo de concentración. El ruido de sus zapatos pisando el fango del mismo durante el largo paseo hasta su barracón nos hace, como espectadores, ponernos muchas cuestiones, que iremos respondiéndonos poco a poco.
La tensión en toda la primera parte de la película (para mí la mejor) está lograda a base de ruidos de ambiente como ese de las pisadas. Poco después el personaje de Lino Ventura es conducido a la sede de la Gestapo. En una sala de espera donde recae con un jovencito también detenido (foto 2) la tensión viene dada por el tic-tac de un reloj en medio del silencio de la madrugada. Más tarde Gerbier, huyendo, se refugiará en una barbería, dando pie a la breve pero potente intervención de Sergi Reggiani en el film. Pues bien: es el ruido del jabón que extiende el barbero por la cara del cliente y más tarde el ruido de su navaja afeitando los que marcan el diapasón de nuestra angustia como espectadores, nerviosos pensando cómo podrá salir de ese embrollo.
Como quiere demostrar la terrible escena de la eliminación del joven delator (tras escena de la foto 3), también llena de pequeños sonidos ambientales y poco diálogo, toda esa actividad no se trata de un juego, sino de algo bien serio. Pero es verdad que luego alguna historia, por rocambolesca, se hace muy difícil de creer y uno ya olvida la tensión para darse cuenta de que se encuentra ante una de esas películas que simplemente fomentaban su afición por el cine.
Conviene quedarse hasta el final, por cierto, pues es entonces cuando, siguiendo una cierta tradición lamentablemente hoy casi olvidada del todo, circulan las imágenes de los diferentes personajes, pudiendo leer a su lado quien es el actor que ha encarnado a cada uno.



 

Viejo calavera


Viendo que “Viejo calavera” (Kiro Russo, 2016), está producida por un sindicato minero, la primera idea fue pensar que sería una meritoria, pero no demasiado atractiva película boliviana sobre la dura vida de los mineros.
Algo hay de eso, como vemos en las escenas en el interior de la mina (por otra parte impecable y muy atractivamente fotografiada), en la que todos mascan coca para poder soportar el trabajo, pero la sorpresa reside en que el film, proyectado en el Festival de Locarno, escoge mostrar ese oscuro ambiente minero siguiendo la pista de un desgraciado zumbado, que comete pequeños hurtos para hacerse con lo que se mete en el cuerpo y alucinarse en discotecas, hasta que tras la muerte de su padre, vencida la paciencia de su padrino, éste se decide a colocarlo con él en la mina.
El chico, al que cuesta entender un montón (como a todos los demás que mascan coca, agravado por lo que él por su parte se mete dentro) sigue causando problemas, pero la cosa llega a una enternecedora escena final, en una camioneta yendo por Los Andes, que a mí me ha recordado, por muy alejadas que puedan resultar, a varías películas sobre la difícil educación de un inadaptado. La lista es larga y de seres totalmente diferentes entre sí (Gaspar Hauser, Victor de l’Aveyron, el François de “La infancia desnuda”, King Kong,…), pero siempre llega ese momento de comprensión y empatía…
La película la deja ver Le Cinéma Club hasta el próximo jueves en este enlace:


 

viernes, 24 de septiembre de 2021

César et Rosalie

César en su trabajo, vestido para asistir a continuación a una boda.

Con Rosalie en el coche, tras la boda.

No recordaba tan divertida toda la primera parte de “César et Rosalie” (Ella, él y el otro”, Claude Sautet, 1972; ayer en la Filmoteca). Lo consigue el dibujo extraordinario que se hace en ella del personaje de César, magistralmente interpretado por Yves Montand. Es éste un tipo sin educación, fanfarrón, grosero pero divertido, siempre el rey de la fiesta, un hombre que todo lo arregla a base de su (mucho) dinero, ganado en sus negocios de chatarra con habilidad y esfuerzo.
Su rival en el amor de Rosalie (Romy Schneider) no puede ser alguien más opuesto a él: un dibujante algo retraído, discreto, guaperas, interpretado por Sami Frei (quien en cuanto aparece dirías que es Arcadi Espada…).
En la sala de la Filmoteca surgieron varias risas nerviosas, lanzadas por unas cuantas mujeres, en dos o tres ocasiones. Se mostraban incrédulas, sorprendidas por cómo de obediente se mostraba Rosalie ante los evidentes desprecios machistas de los hombres de la función, siempre pidiéndole que lavara algo, trajera bebidas o hiciera café o la comida, asumiendo que esa era la obligación y el puesto en la sociedad de la mujer. En cada ocasión Rosalie parece aceptar dócilmente también que ese es realmente su cometido y se dispone a hacer lo que le dicen.
Pero la cosa es mucho más complicada que eso, como la misma trama de la película, que acentúa luego la real libertad de acción de Rosalie (por otra parte una mujer en la que recae lo difícil de la negociación con los clientes o proveedores, a la vez que demuestra ser una inteligente y sensible diseñadora de apartamentos).
César, el personaje de Montand es ciertamente un bruto (en alguna de sus explosiones me recordó algún film de Buñuel, como “Él”), pero se demuestra en realidad un pobre desgraciado, que no sabe cómo hacer para seguir adelante.
Por suerte, cuando ya veía venir una temible solución estilo Chabrol, la trama se abre a libérrimas posibilidades, lo que no deja de estar nada mal.
Claude Sautet sorprende por la agilidad que imprime a toda esa primera parte, en que queda tan bien dibujado el carácter extraordinario de César y, más tarde, sin ese vertiginoso ritmo, cómo, a base de planos medios, más próximos que los iniciales, entra a descubrir el conflicto y lo que esconde cada personaje.
Pero también debe decirse que “César et Rosalie” es un auténtico recital de dirección de actores. Montand y Schneider se hacen recordar, mientras que surge también por ahí una cría, Isabelle Huppert, que dará que hablar.


David -el “otro” del título español, con la hija de Rosalie en sus brazos-, Rosalie y César.



 

Un singe en hiver


Pues, haciendo cálculos, resulta que Jean Gabin tenía solo 58 años cuando Henri Verneuil hizo con él y con Jean-Paul Belmondo “Un singe en hiver” (1962), que pasan por TV5Monde. Tanto es así que aún participó como protagonista en nuevas películas durante casi otros tres lustros…
Eso ha destrozado mi teoría, elaborada tras ver la película, sobre que ésta era un entrañable homenaje a toda la carrera del veterano actor, ya en su senectud.
Su inicio, en plan cine bélico y con Gabin con aparatosa borrachera, me ha hecho temer lo peor, pese a que últimamente detecto elogios del trabajo de Verneuil como realizador de films de los géneros bélico y polar y a que pronto aparece también Belmondo…cuya primera borrachera tampoco deja esperanzas de encontrarnos ante un film ejemplar.
Pero, poco a poco, me he vuelto tolerante y me he ido dejando llevar por un sentimiento de cierta proximidad a un film que, si bien convendremos en que no sabe resolver de ninguna manera su tema dramático principal (relación de JPB con su hija) y lo pasa de largo, sí te ofrece la oportunidad de ver a Belmondo sintiéndose en sus borracheras “muy español”, marcándose un zapateado o haciendo de “matador” toreando coches. De la misma forma que te sabe envolver, aún dentro de un clima a lo Calabuch, de la vida fuera de temporada de un pueblo costero de Normandía, de la llegada de los veraneantes, de las alicaídas fondas de toda la vida.
De todas esas cosas y, además, servidas por esos actores…


 

jueves, 23 de septiembre de 2021

Círculo rojo


Una sorprendente capacidad para trascender las historias del hampa, elevándolas a algo casi metafísico, y una tendencia a transformar a sus protagonistas en socias de sí mismo. Yo señalaría estas dos características como de las más singulares del cine de Jean-Pierre Melville, y “Círculo rojo” (1970), la película que pudo verse anoche en la Filmoteca puede servir muy bien como ejemplo de ello.
Quizás fuera en “Le samurai” (“El silencio de un hombre”, 1967) donde se alcanzaba ese estadio metafísico de forma más palpable, con ese Alain Delon que solo se sentía bien en su claustrofóbico apartamento, en el mundo subterráneo o nocturno de la ciudad o circulando en su Tiburón negro. Pero en ésta su siguiente película Melville también hizo que, por el final, esos hombres confabulados para perpetuar un espectacular robo dieran la impresión de que primara en ellos la perfección del proceso antes que disfrutar del fruto de sus esfuerzos.
Por otro lado, en “Círculo rojo”, al tratarse de un film más coral, se reparte entre los diferentes protagonistas las características que en “Le samurai” estaban concentrados en el personaje de Delon. Unas características, huelga decirlo, que tienen como modelo al mismo Melville. Por ahí aparecen sus gabardinas, sus gafas de sol, hasta el gusto por los coches de estilo americano…
Por lo demás, es divertido ver cómo en el film los personajes se entienden con unos pocos gestos, prácticamente sin necesidad de hablarse entre sí. Produce un gusto grande ver reunidos para encarnarlos a Alain Delon, Gian María Volonté, Bourvil (aquí, supongo que para denotar que hace un papel serio, André Bourvil) e Yves Montand (que aparece en una escena muy alejada de aquellas a las que solía responder, nada menos que en pleno Delirium Tremens, para luego ya volver a mostrarse de punta en blanco, como nos tiene acostumbrado).


 

lunes, 20 de septiembre de 2021

Madame Colibrí

Ante el espejo.





El despacho del marido, donde trabaja el hijo mayor.

Padre e hijo en acción, en plano cenital.



El baile de carnaval.

Y el tiempo, a lo cenicienta, pasando por él.

Pasado el baile, el recuerdo en él de la música del baile en que la encontró.

Y el recuerdo para ella, en casa, del baile en el que lo encontró y se dio el “coup de foudre”.

La música…

La discusión familiar. Ella se saca el yugo familiar.

Y parte a encontrarse con él, que parte hacia el ejército colonial dos años.
Un año después de esta “Madame Colibrí” que se puede ver vía YouTube (enlace abajo), Julien Duvivier hacia la extraordinaria “Au bonheur des dames”. Tras haber visto la primera, un melodramón desatado en la que prevalecen finalmente las buenas obras y el orden establecido, me da por pensar que parte del mérito global de la segunda se podría poner en el haber de Zola, autor de la obra de base, que no admite comparación, creo yo, con el autor de la primera.
Pero dejando un poco de lado -ya sé que es mucho dejar- el argumento de “Madame Colibrí” (la baronesa, desatendida por su marido, conoce en un baile a un amigo de su hijo mayor y huye con él para llevar una vida colonial… hasta que la diferencia de edad empieza a acusarse), la película tiene unos cuantos aciertos formales incuestionables, que te dejan admirado.
Estamos ya en 1929, con lo que Duvivier dispone ya de un lenguaje notorio y, como la película es una superproducción, también de unos medios superlativos. Así, utiliza unos cuantos travellings en exteriores, pero sobre todo se hacen notar los de interiores, correspondientes a grandes salones aristocráticos.
Pero en el film hay, sobre todo, una serie de escenas estilo vanguardia de la época muy espectaculares y en general escenas de gran impacto. Dejemos que sean las (numerosísimas, con pies de foto revelando -ojo- toda la intriga) capturas de pantalla que fui haciendo las que lo demuestren…








La llegada de la (joven) vecina.


Vecina aún no alcanzada por la sombra del tiempo…


Una nueva partida, de regreso.