Durante un tiempo estuve buscando –con muy escasos resultados- películas que pudieran conformar un ciclo sobre “los ingenieros y el cine”. La de hoy en la Filmoteca (“Hombres y trabajos”, Aleksandr Macheret, URSS, 1932) aporta la figura de un ingeniero cuando menos peculiar: Es un americano que se dirige en tren, con gafas de concha, pipa, chaqueta y pantalones –de golf- de tweed, oyendo un gramófono, a la URSS, invitado para supervisar una de sus enormes obras de la época, en este caso una gran presa.
Mr. Cline es en el fondo un cretino que se ríe de la pancarta con la que se cruza el tren (¡Proletarios del mundo, uníos!”) y de los atrasos del modo de trabajar de los rusos, con una malísima disposición y usos de su maquinaria. El capataz Zakharov, un pobre hombre sin demasiados estudios, que dirige una brigada “de choque”, retado por Cline, tiene la idea de que sus hombres estudien como maquinistas en el largo trayecto de ida y vuelta en tren al trabajo, en vez de holgazanear. Con un poco de temeridad y arrojo, ni que decir tiene que sumando a la racionalidad americana el potencial revolucionario bolchevique –como reconoce finalmente el mismo ingeniero americano- acaban produciendo más rápido que éste. Si no fuera porque sabemos como acabó la historia,viendo películas como ésta saldríamos con la convicción de que a estos chicos no hay quien los pare.
La película se pone de lo más interesante en el par de ajetreadas reuniones en una especie de teatro, en las que con discursos y orquesta, valoran lo efectuado, se premian mutuamente y se asignan nuevos planes. Pero casi siempre se desarrollla en las gruas de la presa (con un aspecto similar a la brutal del Dnieper), y con unos divertidos diálogos de imágenes a base de ágil montaje por los cuales las diferentes máquinas, sus movimientos y sonidos, van expresando el estado anímico de los personajes.