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martes, 21 de mayo de 2019

Ce gigantesque retournement de la terre


La abstinencia forzada provoca unas ganas tremendas. Tras tiempo sin ir al cine, sin conmoverme viendo una película, esta tarde, dándome un receso, he apostado por ir a la Filmoteca a ver “Ce gigantesque retournement de la terre” (Claire Angelini”, 2015), con tan sólo una vaga idea de lo que iba a ver: Aparentemente Angelini recorría en su film los mismos espacios de la Normandía destrozada por el desembarco y los bombardeos americanos que había recogido Jean Gremillon en su “Le 6 juin à l’aube” (1946).
La escena previa a los títulos de crédito me ha confirmado que iba bien encaminado. La cámara recorre de cerca una fachada desconchada, picada por el tiempo, con una música dramática elevándose en la banda sonora. Asciende un poco y deja ver entonces un panel que me digo es como aquellos en los que, en los viejos cines, se colocaban carteles y carteleras. Poco después, aún sin verlo entero como en la foto que he encontrado (primera imagen), la cámara recorre de derecha a izquierda las letras de un rótulo: DIE, MANDIE, NORMANDIE, vas leyendo. Antes de cortar el plano y pasar a los títulos de crédito hay aún tiempo de ver un MA. Si, efectivamente: Era un cine.

La película está estructurada en tres movimientos. Tres movimientos, como en una pieza musical, que podrían pertenecer a tres películas diferentes, como bien diferentes son sus planteamientos cinematográficos.
En el primer movimiento Claire Angelini nos ofrece el relato del señor de la segunda foto. Pero no lo presenta en esa especie de silla de ruedas en el portal de su casa, sino en un interior, bastante oscuro, en primerísimo plano. Apreciamos que se trata de un anciano, pero su relato es de una claridad y una lucidez extraordinaria. Nos narra los dantescos hechos que vivieron a partir de junio de 1944, cuando les sacaron de su casa y tuvieron que huir por el campo en medio de los obuses. Sabia, Angelini enmarca a nuestro buen señor, mientras nos va dejando boquiabiertos con las peripecias que tuvieron que pasar, junto a su reloj de péndulo, cuyo sonido nos va recordando que el tiempo apremia, si queremos conocer de primera mano relatos como éste.

El segundo movimiento es el que más corresponde a lo que creía iba a ser la película. La banda sonora es la del film de Grémillon, que durante su rodaje pudo ver la auténtica destrucción de esa región, pero la cámara, contradiciendo lo que oímos (en la tercera foto, una imagen del film de Grémillon, que no vemos, pues no vemos ninguna suya), nos muestra un panorama actual de lo más anodino: calles con comercios banales, coches cruzando por delante del emplazamiento de la cineasta. Muy de tanto en tanto, la cámara repara en lo que puede ser la huella de algo del tiempo de guerra, como esa garita en desuso, en medio de trastos arrinconados en una parcela (foto 4) o, ya de forma más notoria, una casa en ruinas o un cementerio militar (foto 5), en el que Claire Angelini nos muestra la edad a la que murieron: todos rondan la veintena.

Del tercer movimiento no he encontrado ninguna imagen por internet, de la misma forma que no he encontrado de los encuadres “anodinos” del movimiento anterior. Se ve que no alcanzan el estatuto suficiente como para representar la película, cuando quizás son de las más representativas de ella. Plantea una idea muy sugerente, ya en el reino de la arquitectura y el urbanismo y de nuestra misma sociedad contemporánea. Vamos viendo promociones de viviendas de los años 50, representativas de las que surgieron para, no inmediatamente, ir colocando a la población, dejándose sin reconstruirse los centros de las poblaciones, totalmente en ruinas. La idea es que todo eso supuso un cambio de paradigma en los métodos constructivos. En vez de la reconstrucción o la edificación individual, como se había venido haciendo hasta entonces, se entró en promociones en serie, con la utilización de otros materiales (notoriamente el hormigón, muchos prefabricados), ventanas y otras piezas estandarizadas de producción industrial, etc.
Hará unos diez años nos llegamos hasta Normandía, donde queríamos ver las enormes playas del desembarco y los impresionantes cementerios militares. Cubrimos esa faceta, pero si de algo nos quedamos aún más compungidos fue de ver lo desconocido de la magnitud de lo infringido a todas esas poblaciones. ¡Qué sentimientos más contradictorios debieron experimentar al saber del desembarco en su vecindad! Por un lado sabían que era su liberación de los alemanes, pero por otro lado, como pudieron comprobar, eso de que les hubiera tocado morir bombardeados, masacrados sus pueblos, cultivos y las propias personas por “los suyos”... No creo que compensase luego esas bellas palabras de que la suya, como muchas de la zona, era reconocida como una “ciudad mártir”. Sucio tema, el de la guerra, se mire por donde se mire.
La película me ha hecho recordar de nuevo todo eso.