No hay que despreciar la oportunidad de ver un Antonioni en agosto, con tan poca oferta atractiva, y por eso mismo he ido hoy a la Filmoteca, donde pasaban “La notte” (1961)
Los títulos de crédito van pasando sobre la visión de una cámara que baja por todo el exterior de un rascacielos de Milán. Eso viene a ser inicialmente la película: un descenso a la ciudad. El matrimonio formado por un escritor que va a presentar su último libro (Mastroiani) y su mujer Lídia (Moreau) van en su coche en medio de los atascos a una clínica para visitar a un amigo que se está muriendo sin remedio. Ella no aguanta la situación y sale a la calle. Él, por su parte, casi se deja ir, por aquello de sentir que está vivo, con la jovencita de la vecina habitación, con sus facultades mentales notoriamente deterioradas.
En el cine moderno, del que Antonioni es sin duda uno de sus creadores, ver a un personaje deambulando sólo con sus pensamientos nos dice mucho más que una escena de diálogos. A eso nos dedicamos a continuación, en una fase de la película que ha sido en esta ocasión la que más me ha interesado, y vivamente. Lídia pasea por el extraradio de la ciudad, se acerca a una casa en ruinas, ve y acaricia a una niña, contempla un reloj parado a lo Bergman, y todo eso mientras primero helicópteros, después cohetes, aviones a reacción y sirenas, agreden con su sonido.
Por su parte, él regresa a su bloque de viviendas, rodeado por otros bloques de viviendas en los que apenas si quedan vecinos (que se descubren aislados y también ociosos), pues la ciudad se está vaciando por las vacaciones.
Es muy difícil el paso de Bergman a Antonioni. Los personajes de Bergman lo dicen, lo explican todo. Los de Antonioni, nada, y tienes que ir atando cabos más por los ambientes que por otra cosa. Quizás sea por ese cambio brusco de tipo de cine. O quizás sea porque el ambiente bochornoso de hoy llegaba hasta a notarse en el interior de la sala, haciendo el juego al ambiente preveraniego, cansino, de la trama. El caso es que a continuación, la escena del cabaret y la que más recordaba, la principal de la fiesta nocturna en casa de un magnate, se me han hecho inacabables. Se oían conversaciones sobre muertos, sobre sonámbulos. De tanto mostrar el vacío de los personajes, la sensación de vacío me ha llegado y la película se me ha hecho entonces soporífera.
Apenas hay por la red imágenes de la primera parte de la película, que es, ya digo, la que esta vez más me ha gustado. Quizás prevalece el gusto estético por los espacios de Antonioni, impresionante sin ninguna duda, y todo son imágenes muy medidas de la fiesta y su finalización, del que cuelgo una.