viernes, 28 de septiembre de 2018

Sembene!


Pasa por Sundance Channel “Sembene!” (Samba Gadjigo y Jason Silverman, 2015). Un documental biográfico de Ousmane Sembene, el director de cine senegalés que empezó realizando cine africano cuando se creía que podría haber una eclosión artística conjuntamente a la eclosión política de todo el continente. Luego él mismo se dio cuenta de que todo se torcía.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Desmuntant Leonardo

El misterioso fondo de La Gioconda, resuelto. Esas montañas serían las de Montserrat, profundamente enraizadas en el pintor. Ese puente de la derecha, el de Monistrol.
Anoche miré en el televisor qué programas había grabado este verano y me dispuse a ver uno de ellos. “Un documental del Canal 33 -me digo-. Hacía tiempo que no pasaban ninguno”. Porque en el Canal 33 llegaron a pasar en tiempos, como en TV3, muchos documentales, bien interesantes. No vi que fuera, sin embargo, de ninguno de los grandes maestros del género, pero lo inicié intrigado.
Se trataba de “Desmuntant Leonardo” (me fijé después que de Dani de la Orden y Marc Pujolar, 2014). El pequeño resumen aportado sobre lo que se iba a ver, traducido del catalán, era éste: “La biografía oficial de Leonardo da Vinci está llena de incongruencias i preguntas sin respuestas. Este documental de investigación histórica profundiza en la figura del genio del Renacimiento.”
Se iniciaba con un resumen que explica la historia oficial sobre el personaje, hecho de forma dinámica sobre dibujos muy buenos y bonitos de él mismo o con su estilo, que sólo peca de un poco reiterativo por su final. “Mira que bien: Una forma de fijar y ampliar un poco los datos dispersos que tengo sobre él”, pienso.
Empiezan tras eso las preguntas a una serie de estudiosos de Leonardo, incidiendo en las incógnitas y pequeñas incoherencias sobre su nacimiento, orígenes de su familia, etc. A partir de un momento comencé a arrugar la nariz, notando algo raro: el punto de atención se centraba en el escudo de armas de su casa natal, que recuerda grandemente al catalán. Pues bien: había cambiado el foco y a continuación ya todas las dudas, los datos no consolidados de su biografía, se saldaban mediante un camino de solución parejo: Ese escudo, su relación con Isabel de Aragón, una carta de un Borgia en la que éste le llama “familiar”, todo lo que van citando apunta a lo mismo: Leonardo da Vinci, para los autores del documental, o al menos según se deduce de los extractos sacados a los entrevistados, era de origen catalán y sentía un vivo interés por todo lo catalán. Todo lo demás del personaje, si no es para conducir hacia esta visión, ya carece de interés.
Pero cuando ya alucino es en el momento en que, continuando centrando todo en el mismo tema, un trienio de su vida no muy documentado lo “resuelven” diciendo que había estado exactamente en Montserrat, y que de Montserrat era ese misterioso paisaje de fondo de su cuadro más famoso, “La Gioconda”.
Aún boquiabierto voy a ver al final quién ha hecho el documental y quiénes son los historiadores que en él aparecen. El más citado es Jordi Bilbeny, quien no hace mucho salió a la palestra “demostrando” que Colón era catalán. El documental ha sido coproducido por el Institut Nova Història, que una ojeada me permite descubrir que parece que se dedica íntegramente a este tipo de “investigaciones” para, como dice el propio Bilbeny, luchar contra una Historia oficial hecha “a golpe de Estado”, ocultando la realidad.
Espero que su pase por la televisión pública catalana de esta cosa sólo haya sido un profundo error. Lo que es evidente es que yo tomé gato (sus autores) por liebre (Lala Gomà, Carles Bosch y Josep Maria Domenech, Pere Joan Ventura, Llorenç Soler,...)

El “investigador” especializado Jordi Bilbeny en un momento del documental.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Los caminos íntimos de la música

Sería oportuno que Conrado Xalabarder, si por casualidad pasa por aquí, nos explicara de nuevo su básica distinción entre compositores que hacen la música de una película y compositores que dirigen con su música una película. Me lo explicó hace no tanto, pero quizás ya había escrito yo este libelo que aparece hoy en La Charca Literaria contra las manipulaciones que se perpetran en los films con la ayuda de la música y que acaba con alabanzas a un par de bandas sonoras que me emocionan siempre y, ya puestos, a una música muy facilona que también.


sábado, 22 de septiembre de 2018

Happy hour


El otro día comentábamos por aquí -yo hablaba de una serie televisiva de Kiyoshi Kurosawa- la oportuna ventana que supone cierto cine japonés para captar la forma de vida actual por el país. Una vida moderna, por lo que se ve muy bien pautada, que no obstante no deja de mostrar las grandes diferencias culturales que la separan de la de nuestras sociedades occidentales.
Pues bien: Ayer Filmin incorporaba en su catálogo una película, “Happy hour” (Ryûsuke Hamaguchi, 2015) que me faltó tiempo para empezar a ver y, entrando en esa categoría, constantemente va dando muestras de eso, y no sólo por las continuas reverencias que se dan sus personajes.
Sigue la trama a cuatro amigas ya entradas en la cuarentena que, periódicamente, sacan agendas y fijan en ella una cita, por ejemplo, para hacer una escapada a una ciudad balnearia, dejando por un lapso de tiempo su residencia en la moderna ciudad de Kobe. Esa u otra escapada o encuentros en la misma ciudad me han acercado por momentos a las películas de Hong Sang Soo, aunque ésta tiene, creo, una voluntad de contemplar las cosas de forma más reposada, ahondando en ciertas escenas, como en una en que asisten a un taller de comunicación no verbal que, interesante en su inicio, su prolongación en el tiempo ha hecho casi resquebrajar mi adhesión.
He dicho lo de empezar a ver con toda justicia, porque la película es tan larga (más de cinco horas) que la han partido (bastante abruptamente, por cierto) en tres partes y, cuando intenté cargar la tercera para disponerme a verla no hubo manera. ¿Será que ya una ingente tropa de usuarios de Filmin se habían dado cuarenta de su existencia y se disponían a verla al unísono, colapsando el sistema?

viernes, 21 de septiembre de 2018

Ivy


Entre la cantidad de títulos basura que inundan los canales de televisión, yo diría que "Ivy" ("Sarmasik", Tolga Karacelik, 2015, en Sundance) es de los rescatables. Film turco rodado en un gran carguero de cereal, se suma a ese subgénero que podría constituirse con películas de tema y ambiente naviero, que retratan ese mundo especial, esa vida tan especial, del transporte marítimo. Recientemente se pudo ver por televisión "Fidelio", en la que la marinera protagonista era, excepcionalmente en ese entorno, una mujer. Pero viendo ésta resuena en varias ocasiones ese documental de sensaciones logradas por su fotografía y banda sonora, "Dead slow ahead".
Tres capítulos nos sirven la trama. En el primero, se nos plantea la situación. El barco, procedente de Istambul y llegando a El Cairo, queda anclado cerca de puerto custodiado únicamente por seis personas: Un despótico capitán que siempre permanece encerrado en su camarote del piso superior, un creyente musulmán al que se le pasa el mando de la marinería, un cocinero aparentemente jovial, una silenciosa especie de Frankenstein kurdo y dos pirados de mucho cuidado. El dueño del barco está en paradero desconocido y la propiedad hace meses que no paga.
En el segundo capítulo va creciendo la tensión, producto de la forzada convivencia en ese hostil espacio incomunicado y sin visión de salida. Piensas si la cosa derivará en un film de terror. En el tercero, el paroxismo al que lleva la anómala situación se adueña ya de todo y se diría que por momentos pasamos a ver a través de los ojos de uno de los preocupantes drogatas.
Un barco no a la deriva, sino varado, embruteciéndose, una pequeña y diversa comunidad con su jerarquía y modos de comportamiento puestos a prueba. "Ivy", que por momentos gira hacia el terror y otros hacia la pesadilla onírica, debe ser, sin duda, una metáfora sobre el mundo actual.
(En la foto, el capitán explica a la tripulación restante cómo va a ser su vida en el que se espera sea un largo periodo sin navegar).


miércoles, 19 de septiembre de 2018

La novia del desierto


Entras algo escéptico en el cine. ¿A ver qué nos ofrecen? -piensas-. Ves unos cuantos panoramas del desierto del noroeste de Argentina, algún camión pasar, con todo el estrépito que le acompaña, por la carretera. Unas mujeres caminan junto a ella. Es una extraña “road movie”, pero en ella las dos nuevas realizadoras tienen la habilidad de irte abriendo poco a poco la ventana hasta hacerte partícipe de una (dos) vida(s) por la(s) que en un principio no sentías ningún interés.
Pues eso, que en esta semana hacen aún en el Méliès “La novia del desierto” (Cecilia Atán y Valeria Privato, 2017).

El bulevar del ron


Sé que esto va a desconcertar a más de uno. TV5Monde está dedicando algo así como un mini-ciclo a Lino Ventura. No está compuesto de sus películas con Melville o José Giovanni, sino que van correspondiendo a directores de segunda fila. Tras el gorila de Borderie, el otro día le tocó el turno a una que tiene bastante fama y debe ser más buena, “Taxi para Tobruk”, pero no sé qué pasó que la grabación la registró ya empezada y sin subtítulos, quedándome entonces sin verla.
Si se consulta la siguiente (“El bulevar del ron”, Robert Enrico, 1971) en Filmaffinity, se verá que recibe un suspenso de sus espectadores y ademas resulta que mi mejor “alma gemela”, con la que veo una cierta sintonía, le cuelga un tres. Pues bien: A pesar de todo eso, estuve anoche con ella hasta las tantas, porque es larga.
Es una coproducción franco-española (hace gracia ver por ahí a algún actor de por aquí); y es lo que en catalán se diría una “pocasoltada”, vamos: una completa estupidez. En el mejor de los casos podría decirse que es una película de aventuras del estilo de “¡Viva Maria!”, película esa de Malle que nunca ha conseguido conmigo sus propósitos. Y, sin embargo...
Van pasando cosas, a un ritmo que ríete tú de las películas de acción actuales, únicamente con menos fragmentación de planos, y se va dando de comer a todos los espectadores del género. Todos, y especialmente la que debe ser la guarda costera norteamericana (estamos en los años 20 de la ley seca y Lino Ventura, inicialmente con barba, es el patrón de un barco dedicado al contrabando por el Caribe) tienen la balacera de lo más suelta y con sus ametralladoras dejan inmediatamente, en plan tebeo, el suelo lleno de inocuos cadáveres. Se han inventado incluso un idiota e inverosímil juego al que le llaman “el ciego” solo para satisfacer, digo yo, el deseo de ver -en este caso oír- tiros. Y que supone que cualquiera disfruta disparando.
El idioma francés, mezclado con el inglés y el español, le da un cierto tono colonial antiguo, por mucho que no se acabe de entender cuándo y por qué es hablado por ciertos personajes. En estas reflexiones estaba cuando Lino Ventura, que se deja dirigir como deseen, por muy bajo que sea el nivel argumental y algo tonto que resulte entonces, sólo dedicado a emborracharse y -ahí la novedad a la que iba- quedar prendado de una actriz de cine... vista en repetidas sesiones. Ella es Brigitte Bardot, que está de buen ver, pero entendámonos, ya es 1971 y no tiene, digamos, la frescura de sus primeras películas. Tampoco es que aparezca muy sexy, porque la película debía ser para todos los públicos, o para un público de nivel assez infantil, y casi todo lo basan, cuando aparece en vivo, en su look como de maquillada actriz de anuncio.
Me dejé ir hasta el final. Entonces, ya por fin cansado, me dispuse a verlo pasando rápido, pero carga entonces Lino Ventura, embobado, a Brigitte Bardot y ésta se pone a cantar nada menos que el “Plaisir d’amour”. Como sea que, ya se sabe, ese placer no dura más que un instante y en cambio el chagrin correspondiente dura toda la vida, yo que estimo de verdad la canción en cuestión, casi acompañé los lagrimones de Lino Ventura y me quedé hasta el cercano final, a ritmo normal.
¿Tiene cura lo mío, doctor, o caeré en otra trampa igual?

martes, 18 de septiembre de 2018

Rodin


Auguste Rodin está en plena pasión amorosa con Camille Claudel. Palpa su espalda, pasando desordenadamente a hacer lo propio con sus brazos, con todo su cuerpo. Hay un corte y en la escena siguiente le vemos palpando ya no el cuerpo de Camille, sino la corteza de un árbol. Ésta escena de por el principio de "Rodin" (Jacques Doillon, 2017) me ha hecho elevarme en el asiento y prometérmelas feliz en la sala del Renoir, a cuya segunda sesión acudimos ayer un total de cuatro espectadores. Me he empezado entonces a fijar la forma en que rodó las escenas del estudio del escultor, amplia mayoría de las de la sesión. La cámara sigue al personaje de un lado hacia otro, dando continuas vueltas, con lo que no puede decirse que se trate en ningún momento de un ejercicio estático, calificativo que dice Filmaffinity le adjudicó Boyero.
Ahora me sabe mal haber cancelado (cuando salió su hermana pequeña española, para pasarla a ésta) mi suscripción de "Cahiers du Cinéma". De no haberlo hecho habría ido a mirar en la entrevista de su pase por Cannes o de su estreno, que seguro publicarían, por qué razones Jacques Doillon había cogido este tema para su última película, pues sigue siendo un misterio para mí, que hago al director proclive a otro tipo de cosas.
Como Pialat, otro de su generación, sigue aquí estructurando su película a base de escenas "lagunares", no engarzadas una con otra, sólo precedidas, en este caso, por un breve enunciado o nombre escrito sobre un dibujo que hace de rótulo. Para el buen resultado final de la experiencia, y dadas las características de esa estructura, yo habría eliminado en el montaje final, aligerando el conjunto, una buena serie de esas escenas. Las elipsis habrían sido algo más difíciles de rellenar mentalmente por el espectador, pero la idea general (esa de la fuerza animal y la obsesión del escultor, muy bien servida por un extraordinario Vincent Lindon) se seguiría captando, y un cierto cansancio que al menos a mí me ha entrado con ese recorrido de dos horas (¿por qué este continuo interés en películas largas?) habría desaparecido.
Como Vincent Lindon convierte a Rodin (de la misma forma que hace éste con la estatua de Balzac) en un gigante, muchos de los artistas contemporáneos con los que se codea y aparecen en la película (Cezanne, Rilke,...) resultan bastante poca cosa, si no ridículos. Por aquí dejo, pues, alguna pista sobre qué escenas podrían ser eliminadas las primeras.

lunes, 17 de septiembre de 2018

L'amour l'après-midi

Chloé y Frédéric en un café. Él, sorprendido, le dice que está siempre deseando verla, que le cuenta a ella cosas que no explica a nadie más.
En 1972 hasta Bill Evans entró de lleno en la música electrónica. Grabó un LP con la Orquesta de George Russell y tocó, en vez del piano, unos teclados enchufados a la corriente. He pensado en ello viendo los títulos de crédito de “L’amour l’après-midi” (Eric Rohmer, 1972, en Filmin) con una música electrónica, en este caso dispersa, de Arie Dzierlatka, la única, creo, que suena en toda la película. Ahora miro y efectivamente las dos cosas, disco y película, son tan de la misma época que hasta coinciden en el mismo año.
En una época que hasta Bill Evans se vio arrastrado a ese cambio (que, por suerte, no duró demasiado, porque ese disco me gusta, pero otros en que toca otro tipo de teclados mejor olvidarlos y dar gracias a que volviera al piano), que Rohmer ponía música contemporánea en los títulos de su película, que todo el mundo del medio era tan progre, ¿como no se le echaban encima con los planteamientos, tan reaccionarios, contrarios al momento, se sus Cuentos Morales? La ridícula espantá de Frédéric dejando a Chloé en su apartamento y regresando a los brazos de su mujer es, en estas circunstancias y ambiente, llamativa.
Reflexión al margen, he disfrutado de lo lindo visitando después de mucho tiempo esta película que siempre he considerado come aparte. Sobre todo con su prólogo, lleno de elementos Nouvelle Vague. En él vemos, sorprendentemente, a un personaje femenino mirando a cámara, una voz en off -correspondiente a los pensamientos del protagonista- que va exponiendo y organizando todo el relato, frecuentación y encuentros en la calle y los cafés e incluso (aunque con un sentido totalmente diferente, porque Bernard explica que no desea conquistar a ninguna), un panegírico sobre las mujeres y el elemento benefactor de su belleza que bien podría corresponder al Bertrand de “L’homme qui aimait les femmes”.
En las dos partes posteriores alguno de estos elementos se mantienen, pero lo que priman son esas continuas conversaciones con pensamientos sobre todos los aspectos de la vida, mientras el dilema va trenzando su presentación como corresponde a todos los cuentos morales.
Una vez vista, algo de añoranza: Lo bien que estaba eso de quedar para ir a ver el Rohmer de la temporada...

Una de las chicas observadas por Frédéric. Viendo toda esa escena en la que va reparando en una (guapa) chica tras otra, además de en “L’homme qui amait les femmes” me ha venido a la cabeza “Unas fotos en la ciudad de Sylvia”.

domingo, 16 de septiembre de 2018

El último metro

Marion Steiner (Catherine Deneuve) define a Bernard Granger (Gerard Depardieu) a su marido: "Es como Jean Gabin en 'La bête humaine'. Muy físico. Pero al mismo tiempo muy suave (avec un grand douceur)".
Es una de las cosas que me han gustado de la visión de "El último metro" (François Truffaut, 1980), tras acudir a Filmin buscando para un trabajo que estoy preparando la escena que salvé del naufragio en el momento de su estreno. Entonces la película me pareció un trabajo muy cuidado en todos sus aspectos, pero sin ese motorcillo interior que carbura y se aprecia por todos lados en casi todas las otras del director.
Sí que hay en ella cosas muy típicas de Truffaut, como esa obsesión por las piernas femeninas, su localización (aunque esté rodada en decorados) por sus barrios personales de París, una troupe teatral que recuerda funcionando al equipo de "La noche americana", que no prescinde de los cameos o ese guiño final que abre osadamente el panorama futuro. Pero están esparcidas por aquí y por allá ofreciendo una muy menor densidad que lo habitual y únicamente la nerviosa forma de rodaje y los hallazgos de Néstor Almendros en la fotografía (y Delerue en la música de los títulos de crédito finales) la apartan de una producción "de qualité" de esas que él tanto había denigrado.
Cuando Serge Toubiana trabajaba en la exposición Truffaut para el Centre Pompidou, se encontró con unas cajas con documentos que aclaraban la identidad de su verdadero padre. Durante la preparación de "Baisers volés", Truffaut entró en contacto con la agencia de detectives Dubly, a la que encargó las correspondientes pesquisas para resolver ese enigma. Cuando le entregaron el correspondiente informe, se quedó parado. Era un judío. No cabe duda que el rodaje de "Le dernier métro" le debe mucho a ese descubrimiento. Quizás no tanto por ese papel de Lucas Steiner, aparentemente huido director del teatro, sino por el de esa pecosa niña, Rosette Goldstern (Jessica Zucman) amante del teatro, al que acude tapándose la cruz de David con su chal, para que no le prohiban acceder a su butaca.
Al final, la escena que buscaba se ha esfumado. Debía ser pues más bien producto de mi imaginación, queriendo encontrar una muestra de la pasión oculta de un personaje acorde con las de otros films. He dado, no obstante, con la que me debió llevar a confusión.


jueves, 13 de septiembre de 2018

El gorila les saluda


Como si volviera a esos programas dobles de reestreno, aunque era en la tele (TV5Monde). Sólo faltaban las pipas, la gaseosa o un anís de esos gordos de a peseta. Pasaban "El gorila les saluda" (de Bernard Borderie, un director habitualmente no muy bien considerado, 1958). El punto de apoyo para grabarla y después verla ha sido que está protagonizada por Lino Ventura.
Hay en ella todo lo necesario para que los del grupo de amigos de los 60, muy exigentes, salieran del cine convencidos de haber visto una buena película. Hay en ella peleas de esas coreográficas de figurados puñetazos y golpes duros, una vampiresa de buen ver, aunque no se prodiga demasiado, que hoy en día no pasaría el filtro de ninguna feminista, arranques y paradas de coches (un Tiburón, un Pato, un Peugeot de los antiguos, un Buick y un descapotable que no he identificado) y alguna que otra evolución con ellos, con las correspondientes transparencias.
Lino Ventura, para demostrar de dónde le viene el mote de gorila, sube y baja por andamios, abre puertas y armarios rompiendo con las manos su lámina frontal y hasta voltea él sólo, a pulso, un coche en la carretera. Lo presentan auténticamente cuadrado, quizás ayudado por unos kilos de más y unas hombreras de americana posiblemente excesivas. En una de esas peleas le arrancan los botones de su camisa y muestra unos peludos pectorales dignos de un orangután.
Para que haya algo también al gusto de hoy, tras un salto argumental por su mitad, nos presenta, alegremente, los juegos sucios, la actuación de las cloacas del sistema.
¿Se puede pedir algo más para una tarde de verano?

martes, 11 de septiembre de 2018

Treeless mountain


Quizás lo primero que te gana para la película es la mirada de esta silenciosa niña. Siempre está mirando, callada, pero en realidad mira hacia dentro, porque no sabe muy bien lo que está pasando e intenta reflexionar. Cuida de su hermana pequeña. Las dos capturan y asan saltamontes para venderlos. Lo hacen porque su madre ha prometido volver en cuanto esté llena la hucha que les ha regalado al dejarlas al cuidado de su tía, quien se despreocupa de ellas.
Se trata de "Treeless mountain" (So Yong Kim, 2009, vista en Sundance Channel). En la mayoría de las secuencias los más adultos (tía, compradores de saltamontes asados, luego abuelos,...) están fuera de cuadro o, si aparecen en él, lo suelen hacer por sus extremos, muchas veces medio cuerpo fuera. No cabe duda de que la acción está centrada en ellas dos, auténticas protagonistas a través de las que se va viendo, entendiendo todo.
La montaña sin árboles del título debe corresponder al montículo de material de derribo al que se suben para ver desde allí el autobús en el que se fue su madre, esperando su regreso. Han plantado en él una rama seca, a ver si coge raíces y vive.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Autobiographical scene numbers 6882


Gracias a la incitación presentada por una entrada de FB (era el cortometraje de Hong Sang-Soo de 2011 The list"...) he probado hoy la más que interesante plataforma (gratuita) Le CiNéMa Club.
Tras la película de Hong, que divierte ver sigue su línea al dedillo, he optado por pasarme "Autobiographical scene Numbers 6882" (2005), de Ruben Östlund, el realizador de "The square" o "Fuerza mayor".
Son pocos planos -todos generales-, menos minutos -8- y una tensión acumulada a base de abre hacer con poquísimos elementos.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Educación y crítica de cine


Es Alain Bergala (el que fue redactor de Cahiers de Cinema, al que hemos visto en el CCCB conversando con Víctor Érice y que desde hace un tiempo está metido en proyectos de llevar el cine a la escuela), en una imagen de DocumentaMadrid. Lo traigo por aquí porque he leído el artículo que ha hecho para el número de “Caimán. Revista de cine” de Julio/Agosto Manuel Asín a partir de declaraciones suyas en la muestra y me parecen muy interesantes. Conviene leer toda la entrevista, que es larga y jugosa, pero para abrir boca, unos cuantos extractos:
Uno primero anecdótico, porque me ha tocado la fibra sensible, ya que veo que opino igual que Serge Daney. Para justificar que en el Cahiers no le dedicasen nunca espacio a la animación comenta que a Daney no le gustaba: “Decía que la animación no le interesaba porque cuando un personaje caía por un barranco nunca moría”. Por esa razón y porque me molesta la simplificación de la realidad que suele comportar es por lo que a mí no me atraen los dibujos animados.
Uno segundo, ya más serio, para hablar del enfoque que dice tenía Jack Lang para introducir las artes en la escuela cuando fue Ministro de Educación: “No quería introducir las artes como disciplina, sino como experiencia que mantuviera intacta una semilla de escándalo e incluso de anarquía” (...) “Si nos contentábamos con mostrar películas en las escuelas, pasaría lo mismo que con la lectura: se convertiría en una disciplina escolar”. Y aquí viene el por qué el proyecto supuso una batalla cruenta: “Algo que teníamos claro era que no había que crear unas plazas específicas de cine para los institutos, lo que provocó muchísimas protestas de la comunidad docente. Porque si se creaban esas plazas, durante cuarenta años estarían en ellas las mismas personas, no habría relevo, y el remedio sería peor que la enfermedad”.
Y un tercero sobre el cine como herramienta muy válida para combatir la xenofobia: “Aunque no sepamos nada de Turquía, a través del cine podemos identificarnos de manera muy directa con un personaje turco. (...) El cine parece hecho para producir un encuentro con la alteridad, una apertura. Tenemos la obligación de intentar que quienes todavía son jóvenes no se encierren en ese rechazo espantoso de lo diferente.”