No me dejo convencer, en general, por esas películas norteamericanas que arrastran multitudes. Pero por aquí surgió la recomendación de “Green Book” (2018), dirigida por alguien tan alejado de mis preferencias como Peter Farrelly y como ayer domingo, tras comida, digamos, familiar, surgió el planteamiento de hacer la digestión en un cine, “a la antigua”, y se daba la oportunidad de un horario cómplice, pues allí fuimos.
Si la película hubiera acabado aproximadamente por su mitad, casi que me habría convencido del todo, confirmando la mano que tienen esa gente para convencer a su audiencia. Se ve entonces a un Viggo Mortensen muy divertido en su caracterización, confirmando que se puede hacer pasar por italoamericano o lo que le echen, todo gestos muy bien ensayados de patán auto convencido de sus habilidades, dentro de un personaje comiendo con fruición a todas horas, lleno de prejuicios, etc. Y dejándote ir te maravillas de cosas como esa ambientación de los primeros años 60, con todo un señor puente cruzado por coches de la época, una banda sonora que te destaca lo mejor de esos años, etc. Ese cine que ha conquistado todo el mundo, vaya.
La película se va contentando con convencer por su ambientación y construyendo escenas divertidas sin otra línea de preocupación, pero llega aproximadamente la media parte de la película y aparece entonces una música melodramática de esas que se suelen poner en este tipo de películas para dar a notar que se está presenciando un momento realmente melodramático, que te hace preguntar si realmente siempre todo debe desembocar en lecciones morales bienpensantes...
El otro día un amigo me dijo que andaba definiendo lo que caracterizaba a una “road movie”... para demostrar que ninguna de las que le quieren hacer presentar como tales son road movies. Acordamos tanto que en ellas el itinerario era imprescindible como ese cliché tan del cine hollywoodiano de que los personajes que han seguido el trayecto deben acabar profundamente cambiados al final del mismo. No cabe duda: ésta es una (previsible, como toca) road movie ortodoxa.
Pero su música -salvo la de acompañamiento melodramático de que hablaba- me da que está muy bien.
Y la de las escenas de las supuestas representaciones musicales -con piano Steinway o sin él- mejor, aunque no se encuentren por la red: