miércoles, 31 de julio de 2019

Primer amor


Todo tiene un orden. Primero un trabajo para conseguir una posición económica, luego la boda, más tarde el embarazo y por fin el nacimiento del crío en ese hogar que lo está esperando.
Algo así lee en un libro de esos preparatorios para el nacimiento de un bebé la pareja de jovencitos del mediometraje “Primer amor” (1974) de Krzysztof Kieślowski. El chico se apresura a decirle a ella, antes de estallar en risas los dos: “¡lo hemos hecho todo desordenado!”
Con cámara muy nerviosa, cortes y saltos súbitos de escena, grano de la película apreciable, “Primer amor” podría temerse que fuera una archi-sabida retahíla de tópicos sobre los problemas que tiene una pareja totalmente inexperta y sin recursos ante un embarazo inesperado. Pero, sin dejar de tocar -desordenadamente, como dice el crío- todos ellos, escapa muy airosamente de la trampa a base de mostrar a unos protagonistas sinceros, tirados para adelante, que no desfallecen ni pierden el buen humor en todo el proceso, y a unos cuantos personajes que los rodea a los que se descubre en algún momento su bonhomía.
Espero que alguien más haya ido a ver el programa de corto y medio metrajes de Kieslowski de la Filmoteca, que hoy hacía su segundo pase, y confirme esa buena impresión que me dejó a mí.

lunes, 29 de julio de 2019

El pasaje subterráneo



No sé si seguirán igual, pero recuerdo los enormes pasos subterráneos peatonales de las grandes avenidas moscovitas, poco después de la caída del régimen soviético. No es que fueran precisamente agradables, con tanta gente circulando por ellos a tanta velocidad, pero se constituían en un bazar de lo más variado, donde había desde puestos informales de venta de películas pirateadas hasta pequeñas tiendas de moda.

El segundo cortometraje de la sesión de de Kieslowski de ayer en la Filmoteca fue “El pasaje subterráneo” (1974) y con sus charcos, desconchados y tiendas me los recordaron un poco. Quizás en Varsovia, como pasaba con los rascacielos de Moscú, les copiaron también ese tipo de instalaciones.

También en blanco y negro, pero muy diferente que el retrato de Lodz, el corto muestra una cámara muy nerviosa siguiendo a un hombre que busca una tienda concreta del pasaje y luego vemos que no para comprar nada sino para contactar con la mujer que se encarga de cambiar en él un escaparate. Poco a poco la cinta, entre movimientos de cámara, entre el ajetreo de los paseantes que van cambiando a medida que se va haciendo la noche, va dándonos información sobre quiénes son esa pareja y cuál es su relación, hasta que, cerrándose un círculo, nos vamos sabiendo la historia completa, con impresión de lo irreversibles que son ciertas cosas.

Cuesta entrar en ella, pero cuando acaba te das cuenta que no se trata de un Kieslowski menor.

De la ciudad de Lodz



Ayer el ciclo Kieslowski de la Filmoteca dio también pie a la que me resultó una muy completa y satisfactoria sesión de tres de sus cortometrajes. La inició “De la ciudad de Lodz” (1968), un retrato en blanco y negro en 16 minutos (enlace abajo) de la que fue la ciudad en la que había hecho sus estudios de cine, como por esos años también Polanski o Slolimowski. Me pareció brillante. Sin tener apenas nada de su estilo posterior, se nota detrás al académico y solvente graduado en la escuela de cine, pero que es a la vez un cineasta profundamente innovador, que luego se dirigiría hacia otros terrenos.

La chica que dirige, sobre una mesa, la gimnasia cotidiana en el taller.
Las obreras, en sus ejercicios del taller junto a sus máquinas de trabajo.
El taller visto desde el exterior, por el que la cámara va a iniciar un paseo.
Se inicia en una fábrica de hilados, que va a ser, de hecho, el núcleo central a lo largo del documental. Vemos en ella el trabajo de las obreras con sus máquinas, pero también la diaria sesión de gimnasia dirigida encima de una mesa por una de ellas, su apoyo a la orquesta popular que corre peligro, la despedida de una empleada que se jubila o hasta multitudinarias fiestas con bailes.
Los tipos de Lodz.
Un barrio antiguo.
Que se extiende...
Un paseo por todo el centro...hasta que vemos que todo él está amenazado por las nuevas construcciones.
Pero la cámara sale también de los talleres para -al ritmo de una musiquilla- captar los tipos y vida del barrio antiguo de la ciudad y recorrer sus calles, paseos y casas... hasta ver todo ello amenazado (y ahí sí que aparece el Kieslowski posterior) por los modernos bloques de viviendas que lo van cercando. Esa es también, precisamente, la imagen final de la pieza, que por momentos recuerda a las primeras películas de los componentes de otros cines de la Europa del Éste, como los del nuevo cine checoslovaco o la posterior, más crítica, visión documental inicial sobre Vilna por parte de Sarunas Bartas.
La orquesta.
La fiesta multitudinaria.
Y la imagen final del, para mi, brillante documental.

El enlace:



domingo, 28 de julio de 2019

Decálogo 9


Aunque no sea lo fuera de serie de la retrospectiva Bergman del año pasado, es muy interesante seguir un ciclo como el actual de Kieslovski de la Filmoteca. Te gusten más o menos sus diferentes sesiones, vas apreciando constantes en todas sus películas, y eso es muy satisfactorio.
Hoy pasaban, por ejemplo, los dos últimos capítulos de su decálogo. Independientemente de que uno (“No desearás a la mujer de tu prójimo”) me ha interesado de verdad y el otro (“No codiciarás los bienes ajenos”) me ha parecido que, con sus parodias y tratamiento burlesco, devaluaba la altura de la serie, sirven muy bien para ver detalles muy de Kieslowski.
Por ejemplo, en el segundo estaba preocupado, porque ha tardado como media película en aparecer el bloque de pisos de los arrabales, que voy viendo que aparece en todos sus films polacos. Otras cosas son menos anecdóticas y se ven muy bien en “No desearás...”:
-La utilización alternativa de la sombra y la luz sobre los rostros de los personajes. Era impresionante en el capítulo 8 (“No cometerás falso testimonio ni mentiras”), aumentando nuestras dudas sobre la bondad o maldad moral del personaje principal, en una película en la que domina la ambigüedad, pero en ésta también se da por el principio, marcando las ideas alternativas opuestas que le sobrevienen, sobre el personaje masculino, al que, en el plano siguiente, su mujer le tapa la cara por completo con una toalla.
-El punto de vista al que obliga al espectador la posición de la cámara en determinadas secuencias, convirtiéndolo en un voyeur. La escena paradigmática sería una en la que la mujer está en casa de su madre con su amante y lo observamos todo entre las puertas semiabiertas de un armario. En ésta ocasión la cosa es más que justificada, porque al poco tiempo vemos que en el armario está el marido, pero planos que dan esta sensación están repartidos, sin una justificación tan clara, por todas las películas del realizador.
-Los planos cortos mostrando con precisión alguna acción circunstancial. En este capítulo del Decálogo hay uno especialmente grosero, que no sé cómo un cineasta como Kislowski llegó a perpetrar: el protagonista acaba de saber que es y será todo el resto de su vida impotente y, para hacer ver que esa idea le atormenta, vemos lo que es casi un inserto de una acción colateral, en una gasolinera, cuando él pasa por ahí: El empleado mete y acopla la manguera del surtidor en el orificio del depósito de gasolina de un coche... Pero hay otras, ya no vergonzantes como ésta, que me parece que son marca de la casa, y que ayudan mucho a la construcción de la atmósfera de la película. Es el caso en esta misma de la visión de cómo un rápido hace en su máquina un duplicado de una llave.
-Otra característica sería el sembrar sus films de antecedentes de sus películas posteriores. Por ejemplo, de las cosas que recuerdo de “Azul” es la escenificación del accidente de coche, con esas ruedas girando por la inercia acumulada, mientras ya toda la carrocería está paralizada. Aquí algo muy parecido se da con una rueda de bicicleta, que gira para hacer notar contundencia del golpe.
-Otro precedente sería el del invento en “Azul” del compositor Van der Budermayer (del que ayer hablaba MAM), que resulta que tiene su función ya en este Decálogo-8. Pero eso me llevaría a hablar con sinceridad de la opinión que he ido asentando sobre la música de Preisner en las películas de Kieslowski y, como una amiga me ha dejado bien claro que atacar su trabajo es atacar el indisolublemente asociado trabajo de Kieslowski y entonces, directamente, atacarla a ella, correré un tupido velo sobre la cuestión, para que no se indisponga conmigo.

viernes, 26 de julio de 2019

No matarás


No es un trago ligero “No matarás” (Krzysztof Kieslowski, 1988), que han pasado hoy en la Filmoteca. Durante buena parte de la película seguimos un montaje paralelo a tres bandas. En la primera, un antipático y egoísta taxista limpia su taxi (¿será, ésta de los taxis, una constante en Kieslovski?) y se dispone a empezar su jornada laboral. En la segunda, un joven vaga ocioso sin objetivo claro. En la tercera, un abogado enemigo de la pena de muerte supera un examen y es elegido para entrar a trabajar en un gabinete jurídico.
El primero sale de un barrio de bloques, sin servicios y con encharcados descampados. El segundo se mueve por el centro de la ciudad, pero está claro que no le pertenece, que él viene de fuera. De quien sí es la dinámica ciudad que recorre y disfruta es del joven abogado.
A los dos primeros personajes los reúne el azar en un encuentro brutal, de lo más angustioso, que me hace pensar que Jaime Rosales había visto “No matarás” cuando hizo su inicial “Las horas del día”. Hay entonces una elipsis -sabremos que ha transcurrido un año- y llega el enlace con el tercer personaje, con unas escenas de una minuciosidad y pretendida pero imposible asepsia increíbles. Es en esta parte en la que surge el diálogo que dijo Piesiewicz en su charla en la Filmoteca le enorgulleció y emocionó de forma definitiva: “Diga al procurador que yo nunca diré que he terminado con mi defendido”, le oyó decir a un amigo suyo abogado.
En esta última parte del film Kieslowski nos hace sentir sin velos lo cruel, bestia, que es incumplir el quinto mandamiento. Y lo aún más bestia que es incumplirlo luego con afán ejemplarizante.
En toda la película se distingue sobre Varsovia un cielo plomizo, acorde con el tema que se desarrolla en ella, y alternativamente el extremo derecho o izquierdo de la pantalla aparece inusualmente oscurecido, aunque tengo dudas de si eso es producto del DVD proyectado. La foto que cuelgo, no obstante, parece decir que no se trata de un defecto de la copia.
Otra cosa. He sido bastante reticente, ya lo expliqué, a volver a Kieslowski. Recordaba, aún en alguna película que me gustó, alguna escenario me osteció bastante efectista y una música grandilocuente, pero vacía. No soy en absoluto un melómano, cosa que tanto abunda por aquí, pero me temo que ratifico lo de la música. No me suelo fijar en ella, por el oído musical (es ironía) que tengo, pero en esta ocasión unas cuantas notas me han tirado un poco para atrás. ¿Qué opinan los entendidos de la música de Preisner?

Truffaut: ¿Cómo estudiar y escribir sobre un film?


Visto cómo están las cosas y como preveo que pueden llegar a ponerse, lo mejor es ir preparando una retirada a los cuarteles de invierno. He cogido "François Truffaut. Chroniques d'Arts et Spectacles 1954-1958" y he empezado su lectura.

Aunque el libro tiene el objetivo de recopilar las famosas críticas de cine que Truffaut hizo para la revista "Arts", éstas vienen precedidas de un amplio prólogo del recopilador, Bernard Bastide, quien en su inicio recoge las respuestas que el cineasta se hace en su diario íntimo juvenil a las preguntas de "¿cómo estudiar un film?" y "¿cómo escribir?" Las transcribo, por parecerme de interés:
1/ Encontrar el 'centro de gravedad' del film, el eje alrededor del cual gravita el pensamiento de su autor: una palabra, un sentimiento, una metáfora.
2/ Todo lo demás parecerá a continuación tener un nuevo significado, organizándose alrededor de esa palabra escogida en función del 'sentimiento' que evoca.
3/ No explicar la película, sino revivirla.
4/ Reemplazar la descripción exterior por la comunión interior".

miércoles, 24 de julio de 2019

Sin fin

“Estoy muerto. Morí hace cuatro días..."
Hoy he repescado en la Filmoteca “Sin fin” (Kieslowski, 1985), de la que me habían hablado muy bien.
En su primera escena, un hombre joven en plano medio (primera foto) se dirige a nosotros, espectadores, diciéndonos que está muerto, que le dio un ataque de corazón cuatro días antes. A su lado, en la cama, está su mujer, a la que despierta una llamada telefónica. Tras la llamada, ella se dirige a la cocina, donde prepara mecánicamente dos vasos de café. Se da cuenta de lo que ha hecho y lanza el contenido de uno de ellos por el fregadero.
Añadir leyenda
Ésta de la inverosimilitud de la pérdida, de la casi imposibilidad de hacerse a ella y soportarla, es una de las líneas (posiblemente la principal, pues la sigue de principio a fin) de la película. La otra se encuentra en el convulso y para mí confuso ambiente político y social de los últimos tiempos del comunismo en Polonia, bajo el general Jaruzelski, pues el muerto era abogado, y llevaba un caso de un joven adscrito al sindicato Solidaridad, que ahora llevará un pragmático abogado como último caso.
El hijo, que inicialmente asume un papel de sostén de la familia.
Capto muy bien las sensaciones y actitudes de la mujer, a la que la cámara de Kieslowski sigue por todo su deambular, tras revisar y descubrir fotos, cosas guardadas, todo eso. Pero todo ese otro ambiente político-social y las diferentes posturas que comporta (en esa sociedad tan rara, envuelta en su catolicismo, que hace que una celebración masiva con velas en un cementerio pueda ser un acto de fervor religioso, pero a la vez un acto de marcado color político anti-régimen) resta para mí igual de confuso, o más, tras la visión del film.
El pragmático abogado dispuesto a batallar en su último caso y su pasante, de ideas totalmente opuestas.

Decálogo 3: santificarás las fiestas


Parece que está teniendo mucho éxito el ciclo Kieslowski de la Filmoteca, acudiendo siempre pronto el público para obtener un buen sitio, porque se llena. Por una cosa u otra aún no había ido a ver ninguna y ayer, habiendo acabado antes de lo que pensaba otra cosa, me decidí a ir a ver la sesión de “Dekalog 3” y “Dekalog 4” (ambas de 1990).
Guardo buen recuerdo de las últimas películas de Kieslowski (con el correspondiente miedo de que una nueva visión me las hiciera caer porefectistas o por lo que sea) y un recuerdo irregular, con cosas atractivas y otras no tanto, de las de sus inicios. Aunque no las había visto todas, se me hacía un poco cuesta arriba volver a lo que recordaba unos escenarios fríos y feos, algo sórdidos, de arrabal de ciudad comunista.
Nada más empezar “Decálogo 3: Santificarás las fiestas”, aparece un hombre disfrazado de Papá Noel caminando en medio de la nieve yendo hacia un típico bloque de esos de viviendas sociales, de material prefabricado. Ahí están, me dije, el frío y la sordidez. Pero perseveré, superado esa impresión superficial, y seguí muy bien la trama de este capítulo en el que al protagonista se le cae encima, literalmente (un árbol de navidad sobre su coche) la nochebuena.
Y perseverando me encontré con el reencuentro de lo que fue una inexplicable separación, con las dobles caras que se demuestra tienen todas las situaciones, sobre la dificultad de superar ciertas soledades y cómo se llegan a comprender cuando ya nada se puede torcer para compensarlas.

martes, 23 de julio de 2019

Mary salid what She said


Creo que nadie la habrá entendido, pero que a prácticamente todos habrá entusiasmado. Unos se habrán quedado con esos lamentos en bellas pero fragmentadas frases de Darryl Pinckney por el alejamiento de esa Francia de la que fue reina (que a mis amigos les recordaron cierto tono de Marguerite Duras en “India Song”), otros con esos constantes ritornelos que permiten pescar todo aquello que se habían perdido anteriormente, otros con la coreografía exhibida a la que se entrega Isabelle Huppert de una forma increíble, otros con esas líneas, fondos blancos, luces minimalistas marca de la casa Robert Wilson, otros -los más- con el auténtico “tour de force” al que vete a saber cómo (el por qué se llega a intuir) se ha sometido Isabelle Huppert, que ha recibido la ovación más larga que he oído en mi vida tras una obra de teatro: desde mi posición privilegiada, en la segunda fila de la sala grande del Teatre Lliure, me ha parecido ver que en un par de momentos la reacción del público -toda la sala en pie, aplaudiendo a rabiar- le ha llegado realmente a emocionar.
Si tengo líos importantes para saber moverme y captar sin error las relaciones de parentesco en mi propia familia, excuso decir lo difícil que se me hace retener el árbol genealógico y las pendencias familiares de, por ejemplo, la estirpe de Enrique VIII. Teresa me explicó previamente a grandes trazos lo que se coció por ahí entre hijas de Enrique VIII como Isabel y la prima de éstas, la escocesa Maria Estuardo, protagonista de la función. Lo olvidé enseguida, pero algo me quedó y debo decir que eso resulta una suerte inusitada para pescar alguna que otra cosa de lo que sucede en la obra. Pero no basta y, a la vez, no importa demasiado. La conexión está por otro lado.
“Mary salid what She said” me da la impresión de que será de esas obras que recordarás toda tu vida. Aunque sólo sea por cómo movía IP los brazos, bogando, para luego navegar de nuevo, entregada, en dirección contraria.


 

domingo, 14 de julio de 2019

El viajante


Pues hasta ahora no había visto “El viajante” (Asghar Farhadi, 2017), pese a que sus dos anteriores films (“Nader y Simin, una separación” y “El pasado”) me habían también gustado mucho. Pero no sé por qué siempre debo pararme a tomar impulso para ver este tipo de películas.
En “Nader y Simin” o en ésta, como en otras películas iraníes de sus contemporáneos, me intereso desde el principio por los detalles que dan de una ciudad como Teherán o de la sociedad que la habita, que se descubre muy diferente de cómo la creemos. Pero esos detalles se van captando a través de una trama, alrededor de un pequeño accidente, que te arrastra con la intriga que genera por todo su metraje.
En “El viajante”, un profesor de instituto y su pareja, que ensayan y luego representan “Muerte de un viajante” con otros cómicos, deben abandonar con prisas su casa, desalojados por el peligro de colapso que ha ocasionado las obras de construcción del edificio vecino. Buscando piso donde vivir provisionalmente, bastante desesperados, se oye este diálogo:
-Esta ciudad no tiene arreglo. Se debería derribar todo y volver a hacerlo de nuevo.
-Es lo que hicieron y mira lo que pasó -le contestan, haciéndole dar una ojeada por el entorno.

Este ambiente de desasosiego con el entorno, con el que se intenta convivir de la mejor manera, está siempre presente, pero hay también en los dos films un cuestionamiento moral, de los que corroen.
En “El viajante” el profesor sufre en un taxi colectivo las sospechas de acoso de su vecina de asiento, quien pide al conductor cambiar de asiento con el chico que va como copiloto. En la representación teatral, la actriz tiene un lapsus que la deja sin dar su réplica: ha captado una mirada lasciva hacia ella de un espectador. Pero es que previamente ha sufrido un asalto en su casa, cuando estaba duchándose. La captación de este tipo de cosas y la repuesta que le da cada uno hace preguntarte, como espectador, donde te situarías tú ante eso y qué tipo de respuesta le darías, valorando incluso si llegarías a traspasar ciertos límites morales llegado el caso de tomar venganza.

sábado, 13 de julio de 2019

Hadewijch

Tras ver ayer en la Filmoteca “Hadewijch” (Bruno Dumont, 2009), creo que me puedo dar a ese generalmente nocivo lamento por una experiencia perdida, ya irrecuperable. En este caso la de esa reconfortante sensación de salir de ver unas películas como las iniciales de Dumont que te convencían más o menos, pero que te sacudían en la butaca con una intensidad enorme, dejando la impresión de que ahí había un camino inexplorado de lo más rico. Un camino a recorrer, ávido, asistiendo a la aparición de su siguiente film.
Hadewijch -Celine- por el obsesivo sendero empedrado del convento.
En 2011 estuve, gracias a la Federación Catalana de Cineclubs, en el festival de Locarno. Si el programa de largometrajes a ver para discernir el premio Quijote era amplio, además del retraso que provocó mi inexperiencia, le sumé mi voluntad de ver unos cuantos films de otras secciones. Había entonces oído mucho sobre Bruno Dumont, como un cineasta con nombre a retener, pero vi que por horarios el pase de su “Hadewijch” era incompatible con el de una película del certamen oficial que no me podía perder. Aún así entré en la sesión, para ver cómo se respiraba en las películas del realizador. A la media hora, aunque seguía imantado por la fuerza de las secuencias que veía en la pantalla, tuve que salir del cine, corriendo para no perderme la otra, inexcusable, cita.

Ayer pude confirmar, siguiendo la fuerza de trozos de esa primera hora, que no tuve una alucinación. Luego la película se mete por unos berenjenales que no me interesan demasiado, pero al final, entrelazando los caminos inversos paralelos de los dos personajes de la función, vuelve a alcanzar la intensidad que me habría gustado, personalmente, que no hubiera abandonado nunca.
Porque ese Dumont, al margen del desconcierto sorprendente que siguen produciendo sus parodias actuales (ese “Concoin et les z’inhumains” -2018-, que ya alcanza para mí lo aborrecible) y la errónea idea de que pueda estar en un mismo terreno con sus historias místicas actuales tipo “Jeannete, la infancia de Juana de Arco” -2017- (para mi de lo más plúmbeo), sí despertaba ganas de seguir viendo su cine.
El inverosímil ambiente familiar de Celine.
En “Hadewijch” sigue viéndose que, más allá de los increíbles ambientes extremos (el rígido convento vs el ambiente familiar del palacete del s. XVIII de la Isla de Saint-Louis parisina), de las inverosímiles reacciones de la protagonista (esa candidez con la que se deja abordar por el grupo de jóvenes magrebíes), una mística del siglo XIII transplantada por Dumont a nuestra época, que Dumont tenía una habilidad para penetrar en lo más profundo desde la superficie. Su forma de rodar el paisaje es, en este sentido, única, muy reveladora. Como la forma de dotar de intensidad a algún plano.

Es aparentemente sencillo. Ayer vi que basta con un lento, casi imperceptible travelling de aproximación dentro de lo que es ya un primer plano del rostro de la protagonista. Lo que pasa es que, para no caer en el ridículo, ese plano se ha de preparar con los anteriores y hacer en el momento oportuno, claro.

jueves, 11 de julio de 2019

Hergé à l’ombre de Tintin

Éste fue mi primer álbum de Tintín
El primer álbum de Tintin que tuve en mi vida fue “Aterrizaje en la luna”, que me dieron en una entrega de premios de final de curso a alumnos de toda la escuela tras haber hecho yo el primer grado (6 años). Pese a ser ese un libro muy especial, centrado en un único tema y escenario, lo devoré. Mis padres me preguntaron poco después si tenía algún regalo que me hiciera ilusión y les dije que me gustaría tener el libro del que “Aterrizaje en la luna” era continuación, “Objetivo la luna”, especificándoles muy claramente que en la librería debían decir que era un libro de Tintin, al que debían llamar Ten-ten, porque era francés.
En fiestas señaladas, ya no sólo para mí, sino también para mis hermanas, que también se hicieron fieles seguidoras de “Las aventuras de Tintin” de la Editorial Juventud, recuerdo la emoción de ir hasta el kiosco de la plaza Lesseps, donde nos esperaba el último tomo aparecido de la colección. (El problema vendría después, con la discusión para ver quien lo iba a leer primero).
La exposición a Tintin de la Fundación Miró, en 1984.
Una colección, todo hay que decirlo, que fue apareciendo sin orden ni concierto, y sin que en la editorial tuvieran la decencia de informar cuál habría sido su orden lógico de lectura. Las sorpresas que te llevabas eran inauditas: ¿pues no vimos aparecer como si no lo conociéramos previamente, ni nosotros ni Tintin, al capitán Haddock en “El cangrejo de las pinzas de oro”, sobradamente conocido y preferido ya por todos. Y así. Disponiendo ya de una cierta madurez lectora recuerdo que un juego al que nos retábamos era el de colocar los álbumes por su orden lógico...
Ya universitario, al coincidir con gente que, como yo, había quedado atrapado en su infancia con las múltiples vías que abrían los tintines, recuerdo haberme visto entablando conversaciones en las que, recordando los libros y dibujos, discutíamos sobre países y paisajes bien lejanos, historias fantásticas que estaban siempre ancladas en la realidad o escenas jocosas de sus personajes más bien caracterizados. De hecho, el que menos nos gustaba era el propio Tintin. Como culminación de esto, recuerdo haber participado en el que autodenominamos I Congreso de Tintinologia de Barcelona, a la sazón en casa de un amigo, pero que a partir de sus discusiones, en las que participó gente como Cifré o Juan Bofill, yo diría que salió la idea de la pionera exposición -antes del merchandaising que invadió todo este mundo- de la Fundación Miró.
El profesor Auguste Piccard, modelo inspirador del profesor Tornasol.
Bueno: si a alguien se le quedó como a mi incrustado el mundo de Tintin, yo diría que este “Hergé à l’ombre de Tintin (Hugues Nancy, 2017, coproducido y distribuido por Arte, visto en TV5Monde. En el primer comentario pongo el enlace actualmente disponible en internet, pero en versión original a palo seco) va a interesarle mucho.
He descubierto en él cosas que no sabía o que, sí las había leído, se me habían pasado por alto u olvidado. Una primera surge con el origen del nombre artístico del dibujante (Georges Remy firmaba con sus iniciales GR, que luego invirtió -RG-, para, a fuerza de leerlas -en francés-, llegar al nombre de Hergé. Pero hay bastantes más , al igual que repasa de forma muy interesante toda la biografía de Hergé ligándola a su reflejo en sus historietas.
Así, sabemos de esa primera etapa del que había sido boy scout bajo la tutela del abad Wallez; el momento preciso en el que el viento transforma el peinado de Tintin, hasta entonces hacia atrás, dando por resultado su característico mechón de pelo; de su matrimonio con la secretaría del abad y poco tiempo después su independencia del Abad; del contacto con Tchang y el inicio de la precisión de detalles en los álbumes con “El loto azul” (Como dice una estudiosa suya en el documental, “Tintin deja de correr, camina, respira, de manera más humana”).
También cómo toma forma la “línea clara”, cómo explica el mismo Hergé como se produce la colocación de sus historias en “un universo real, en el que una montaña sea una montaña,...”, de donde surge el nombre de Müsstler, el dictador de Syldavia (con lo evidente que lo veo ahora) o todo el tema de sus supuestas posiciones ideológicas y colaboraciones durante la ocupación de Bélgica y demás acusaciones y el efecto que tuvieron en él.
Hergé, esclavizado por su personaje.
Sigo un poco: la aparición del color, la forma de transformar las viñetas para el diario “Le soir” en las tiras de los álbumes con todas las disquisiciones sobre la composición de éstos que eso comporta, el nacimiento del personaje de Tormasol a partir de la figura de un científico belga (Auguste Piccard) del que vemos un reportaje, la creación de la revista Tintin, del estudio con colaboradores como Edgar P. Jacobs, Jacques Martin (especialista en modelismo: aviones, coches, barcos) o Bob de Moor que le permitieron centrarse él más en la propia historia y sus personajes.
Pero si algo me ha interesado aún más, porque nunca había pensado en ello, es todo lo que hablan una serie de conocedores de Hergé sobre las relaciones de la obra con sus estados de ánimo y diferentes sucesos de su vida íntima. Un ejemplo: la inquietud que transfiere “Las 7 bolas de Cristal” sobre el mundo de la locura, en un momento en que se hacía patente la enfermedad mental de su madre.

miércoles, 10 de julio de 2019

Charles Pathé et Léon Gaumont, premiers géants du cinéma

Por TV5Monde pasan “Charles Pathé et Léon Gaumont, premiers géants du cinéma” (Gaëlle Royer y Emmanuelle Nobécourt, 2016), que de una forma muy clara, sin exageraciones notorias ni notas autorales grandilocuentes, informa de los orígenes del cine francés, a partir de la rivalidad de los dos patronos.
Por su mediación te enteras que Pathé iba para tarambana, mientras que Gaumont, mucho más señorito, tenía una gran afición por la técnica que la ruina sobrevenida a su familia estuvo a punto de frustrar, pero que salvó con un oportuno braguetazo. Esto y que se apoyara en la gente adecuada (primero su secretaria y protegida Alice Guy, luego Louis Feuillade) le distinguió totalmente de su rival.
En 1900, con las grandes exposiciones, dice el documental, la gente se pirraba por los nuevos inventos: la acera rodante, unas bicicletas con las que se podía flotar e ir sobre agua (que ahora he visto en el lago Como que vuelven a estar de moda), etc. Y el cine, proyectado en barracas, estaba entre las atracciones.

La historia de los dos se acelera: copias de Melies, los dramones realistas de Ferdinand Zecca que lanza Pathé, los emisarios de éste lanzados a crear sucursales y rodarlo todo por las ciudades del mundo, incluida Barcelona, la creación de los estudios de Joinville, con 2000 obreros a los que Pathé otorgaba ciertas ventajas sociales.
Gaumont, por su parte, con un público más burgués, dedicado íntegramente a la explotación de diversos inventos, como el fonógrafo.
Más tarde, Pathé crea su red de cines permanentes, tiene un éxito inusitado con Max Linder y se lanza a la conquista de Norteamérica. Gaumont contraataca substituyendo a Alice Guy, que se ha casado e ido a Estados Unidos por Louis Feuillade.
Si uno lanza el Pathé Journal, el otro hace otro tanto con el Gaumont Actualités. Pathé entra en el mundo de las vedettes (Mistinguet) y Gaumont crea la sala más lujosa que pensarse pueda, el Gaumont Palace y, más adelante, lanza “Fantomas”.

Tras la parada de la guerra, Pathé lanza en Estados Unidos, con un éxito enorme los seriales: “Los peligros de Paulina”. Gaumont sacará entonces, gracias a Feuillade, “Les vampires” con una Musidora que populariza las vamp.
Pero la guerra ha destrozado a Francia y la primacía del cine mundial pasa a los Estados Unidos... Tanto Pathé como Gaumont se refugian en el cine de vanguardia, de gran calidad: L’Herbier, Epstein, Gance.
Pero los dos son ya mayores. Pathé deja de producir y lanza el Pathé Baby. Gaumont, a la muerte de Feuillade, también abandona. Los dos se van a vivir a la Costa Azul, que entonces si era lo que sugiere el nombre...

viernes, 5 de julio de 2019

Las extraordinarias aventuras de Mr. West en el país de los bolcheviques

Mr. West conducido en un trineo por un estafador que hace muy bien el papel de contrarrevolucionario.
Cuenta Jay Leyda, en su biblia sobre el cine ruso y soviético, que tengo por casa, que “Las extraordinarias aventuras de Mr. west en el país de los bolcheviques” (1924, hoy en la Filmoteca) constituyó la auténtica prueba de ensayo para que Kuleshov demostrara lo que venía preparando en los últimos años, esto es: que en la URSS podía hacerse un cine de montaje “rápido” como el norteamericano o el cine de aventuras francés y que de actores preparados específicamente para el cine podían esperarse mejores resultados que de los actores de formación teatral.
Ésta fue una de esas películas de las que se hablaba mucho en los textos de cine, pero que casi nadie había visto fuera de Rusia, donde tuvo un éxito grande. La trama es sencilla y proclive a continuos elementos cómicos, así como luego para una buena propaganda del régimen que, como también dice Leyda, Kuleshov, muy inteligentemente, no exageró.
Los timadores le enseñan la “bárbara forma” de tomar el té de los bolcheviques.
Resumiendo: Un ciudadano norteamericano algo tontaina, con una ligera retirada, con sus gafas, a Harold Lloyd -Mr. West-, va a desplazarse a Moscú. Él y otros personajes se nos presentan diáfanamente, recortados sobre fondos negros, sin detalles de escenarios... que no se conocen. Como ha leído y visto a los temibles bolcheviques en revistas americanas, va preparado a las tierras de esos salvajes, acompañándose, para defenderse, de un cowboy. Una banda de estafadores, para hacerse con los dólares del incauto, no tienen más que darle todo lo que ha venido a buscar y que realmente cree encontrar...
Uno disfrazado de terrible bolchevique.
Al llegar a Moscú se producen unas cuantas persecuciones con coches y trineos, como después hay hasta una pequeña lucha en la que unos a otros se embadurnan sus caras con crema. Pero lo más curioso para un espectador actual es ver cómo se nos muestra un Moscú hecho unos zorros, invadido por la nieve, con calles llenas de charcos y nieve. Y eso que se tratan de parajes cercanos al Kremlin y la plaza roja... Incluso después, cuando toca retratar al Moscú real y a los auténticos bolcheviques, aparece un edificio de la Universidad con unos desconchados fenomenales.
Aventuras junto al Kremlin.
La película no es ninguna maravilla, pero se sigue bastante bien, riéndote de tanto en tanto. Es curioso ver cómo los que serían luego realizadores de mucho nombre, como Pudovkin o como Boris Barnet, quien luego sí que haría extraordinarias comedias, protagonizan la función. Pero es que todos los actores, incluidos estos dos, surgieron de la fábrica de Kuleshov...

miércoles, 3 de julio de 2019

Murnau en La maman et la putain

Alexandre lleva a Veronique a “Le train bleu”.

Para un trabajillo para el que me he comprometido estoy viendo atentamente “La maman et la putain” (Jean Eustache, 1973) y descubriendo cantidad de cosas que no recordaba. Ayuda volver a ver las películas, sobre todo, cuando conoces los sitios que aparecen en ellas, cosa que podía no suceder en las primeras visiones.
“No tener dinero no debe querer decir comer mal”, le replica a Veronique cuando le cuestiona por qué le ha llevado a ese sitio si no tiene dinero y ha tenido para hacerlo que pedir prestado. He estado cenando en “Le train bleu” en una única ocasión. Una vez previa sólo estuve husmeando un poco. No es que la comida fuera especialmente buena, pero el sitio es espléndido. De hecho, estaba por razones de trabajo con un grupillo en un hotel vecino e incité a mi entonces jefe para que nos llevara ahí a cenar, diciéndole que no podía dejar de conocer “Le train bleu”...
En el trozo del film de más secuencias por cafés y exteriores, Alexandre lleva a Veronique a cenar en “Le train bleu” y le explica que le gusta ese sitio (carísimo, pero a visitar por su carácter) porque es como un film de Murnau: “Está entre el campo y la ciudad, entre la noche y el día”, le dice
Alexandre a Veronique: “Este sitio me recuerda a Murnau (está pensando, sobre todo en ‘Amanecer’): Está entre el campo...
.Se encuentran cosas muy certeras, a la par que hermosas, viendo con detenimiento una película como ésta.
“... y la ciudad”.