lunes, 30 de noviembre de 2020

Palabras para un fin del mundo




Hemos decidido volver a las salas de cine, asumiendo todas las consecuencias. Unas cuantas de estas consecuencias, no se crea, son duras de asumir. Vierto aquí algunas de ellas, comprobadas ayer:
-El precio de la sesión. 14,60 euros nuestras entradas (siendo día del espectador...), precio con el que podemos tener acceso a ver un montón de películas durante tres meses de determinadas plataformas.
-Tener que tragarse un emotivo anuncio sobre el cine español, que después de eso solucionará todos sus problemas.
-Ídem sobre otro spot de la cadena de cines, buscando la lágrima fácil sobre lo bonito que es ir al cine y la hermandad que se logra con ello.
-Tres transparencias (¡tres, largas, con mucha letra cada una!) en las que pueden (y deben, porque estás a oscuras y no hay otra cosa a hacer) leerse las medidas que la cadena ha tomado para salvaguardar nuestros cuerpos del famoso coronavirus.
Luego empezó la película y estuve a punto de irme, porque me vi encima otra -muy pesada- consecuencia. La película era “Palabras para un fin del mundo” (Manuel Menchón, 2020). Explico: Siento una cada vez mayor aversión ante ciertos excesos autorales, buscadores descaradamente del efecto, en documentales. Y aquí oyes la voz de José Sacristán haciendo de Unamuno, como la de otros actores haciendo de otros personajes, cada uno con su entonación de representación concienzuda. Pero no sólo eso: has de ver reportajes de época en los que se han coloreado de rojo (o en plan bicolor o tricolor la española) banderas entre las masas; soportar efectos de quema parcial de fotografías; ver cazas brutales de conejos, presos de las mandíbulas de las comadrejas en una metáfora sangrante; todo de cosas así que intentan, supongo, aportar dinamismo y “modernez” al resultado, para mantener atento al espectador, sin sospechar, parece, que algunos preferiríamos, casi exigiríamos, la más sencilla desnudez de lo que se quiere trasmitir.
Haciendo un buen esfuerzo, logré abstraerme de todo eso -que se reproduce durante todo el metraje del documental- por el gran interés que presentan para mí las cosas de Unamuno. Tuve entonces premio: salen entonces victoriosos los detalles correspondientes a investigaciones y descubrimientos recientes, y hasta un fuerte interrogante dejado ahí, abierto, a su término. Justo lo que deseabas, lo que buscaba yendo a ver la película.
Seguiremos. Ya tenemos programada al menos una nueva sesión de cine en sala para esta semana.


 

domingo, 29 de noviembre de 2020

La calle del agua






Si alguien gusta, como me pasa a mí, del cine con fotografías dentro, que sabe extraer historias de ellas, supongo que gustarán de esta película, o al menos de su primer tercio, en el que unas fotos antiguas, la mayoría maltrechas, van dejando ir trenzando una historia especial, la de la biografía familiar y personal de la fotógrafa y relojera Benjamina Miyar, de Corao, en Asturias, al pie de los Picos de Europa.
La película en cuestión es “La calle del agua” (2020), de Celia Viada Caso, alumna del Máster de Documental de Creación por la UPF. Pero quien lo quiera ver deberá esperar, porque tras su visión anoche observé que Filmin anunciaba que se dejaría de ver a las 23.59 h. Decía eso y que había ganado no sé cuántos premios en el reciente Festival de Gijón y, entre ellos, el del público, alejando así cualquier peligro de gusto elitista.
En la película hay fotografías comentadas, recreación de filmaciones documentales de la época y calladas filmaciones actuales, rodadas para la ocasión en las casas del pueblo asturiano, con alguna de sus actuales habitantes, pero sin que se oiga otra voz que el casi susurro de la narradora, la propia realizadora.
Hay, suelto yo, dos formas de aproximarse a la película: una es considerarla el resultado de los esfuerzos efectuados por su autora para rescatar la figura de esta mujer especial, de la que poco se conoce hoy en día.
Otra sería considerarlo un inteligente mecanismo ideado para hablar de mujeres fuera de la norma, tan ocultadas por la historia, de los maquis y la represión posterior a la guerra civil y, en definitiva, de como el velo del tiempo se ido superponiendo, ocultándonos mucho más de lo que sospechamos.


 

sábado, 28 de noviembre de 2020

Dressed to kill


Sherlock Holmes toca el violín, usa sus conocimientos (aunque sin mostrar su extrema paciencia y método de los relatos) con las colillas de tabaco y habla de su admirada Irene Adler, mientras el Dr. Watson se muestra, siempre involuntariamente, bastante gracioso. Sólo en un par de instantes, en que aparecía una sofisticada mujer, digna rival suya en inteligencia, recordé vagamente que ya la había visto anteriormente.
Resumiendo: que “Dressed to kill” (1946, en Filmin) me ha parecido un poco por encima del nivel medio de la serie de películas del detective con Basil Rathbone y Nigel Bruce, dirigidas y producidas por William Neill.
Como aparecen salas de subasta de lo más británico, la primitiva, llena de solera, sede de Scotland Yard y hasta un antro nocturno de mala muerte del Londres old style y además todo se resuelve gracias al biografiado por James Boswell, se podría resumir con aquello de que anoche proporcionó una velada de lo más agradable.


 

viernes, 27 de noviembre de 2020

J’entends plus la guitare

Marianne -siguiendo las peripecias vitales de Nico- y Gerard, el alter ego de Philippe Garrel.

El amigo pintor, al que le falta un ojo, y su pareja, siempre reflexionando sobre su relación.

Toda una primera parte llena de reflexiones -con sus ecos erróneos- sobre el amor.




No sé si me gusta realmente conocer ya bastante bien los avatares amorosos de Philippe Garrel, porque entonces veo ahora todas sus películas de esa época bajo esa clave, en detrimento de atender realmente a lo que se desprende de ellas, que sería lo suyo.
Al final de “J’entends plus la guitare” (1991) aparece en la pantalla un letrero diciendo que el film está dedicado a Nico, fallecida un par de años antes en Ibiza, justo como se dice poco antes en la película del personaje de Marianne. Esa Marianne es, sigue desde luego la estela, de Nico. Bastante al principio hemos visto representada una visita a su hijo, criado por la abuela, como Nico iba de vez en cuando a ver al hijo que tuvo con Alain Delon a casa de la madre de éste, para volver a separarse de él de nuevo al poco tiempo.
Dos amigos con sus parejas, en unas vacaciones, en Italia. Luego, ya de regreso, en Francia. Una de las parejas está formada por un pintor con media cara destrozada (Yann Collette) y una mujer que le recrimina -como pasa en muchas de las películas de Garrel- que él no le diga nunca que la ama y le presiona para que le haga un retrato (como en “Les baisers de secours” ella quería interpretar en cine el personaje que, sacado de ella, había hecho él). La otra pareja está formada por Gerard -alter ego de Garrel- y Marianne, en el papel de Nico: Él quiere tener un hijo con ella (la importancia de tener un hijo juntos en los films de Garrel...), cosa que ella niega o, por lo menos, aplaza.
Se trata de un film en color, recuperado singularmente en su filmografía, con escenas que van dando razón, a saltos, de la evolución de la situación entre las parejas y, principalmente, de la de Gerard y Marianne.
Llegado un momento, cuando parece que está triunfando por fin el amor en esta última pareja, entra en juego una nueva invitada, la heroína, con su bestial papel destructor. Es momento de sacar a colación el recuerdo de un Garrel que, junto a Nico, venidos a Barcelona para un concierto de armonium de ella, se alojaba, con todo metido en el cuerpo, en la más cutre pensión de la Plaza Real...
Quien le saca de esa situación, quien vuelve a poner sábanas blancas a Gerard en su vida, es Aline, interpretada por Brigitte Sy, con la que Philippe Garrel tuvo dos hijos...
Por una vez, Filmaffinity se deja de supuestamente detalladas -siempre incompletas y equívocas- sinopsis a la hora de fichar la película, y se pone a dar un sentido a ese titulo tan especial de “Ya no oigo la guitarra”, en el que aparecen la crisis de los cuarenta, la resaca del mayo del 98, la “mística del primer amor” y todo de cosas así. Quizás sí, quizás “J’entends pas la guitare” sea un film sobre el “desorden amoroso”, pero ya abandonado toda el eventual aspecto vivificante que éste hubiera podido suponer años antes.
Otro título fundamental de Philippe Garrel, cineasta fundamental en mi orden de cosas, que he podido rescatar por esas hermosas evocaciones retrospectivas que hace José Luis Márquez en su muro.


 

Nova Lituania





He ido a asegurar datos. Lituania fue un país independiente durante el periodo de entreguerras, pero un conflicto armado con Polonia terminó con parte de su territorio, incluida la capital, Vilna, en poder polaco. En los años 30, el país se ve presionado por sus enormes vecinos. Por un lado, Polonia y la Alemania nazi, que va acumulando paulatinamente cartas (lo último, en 1938, los Sudetes), engrosando su baraja. Por otro, La U.R.S.S.
La trama de “Nova Lituania” (Karolis Laupinis, 2019, actualmente en Mubi) tiene lugar en estas época y circunstancias. Un geógrafo, profesor de la Universidad, tiene una propuesta, que ha ido rumiando en los últimos años, para salir de esa encrucijada.
Sobria, bien ambientada, con fotografía en blanco y negro, te llegas a creer en el país báltico, en el periodo ese tan amenazante, viendo cerrarse poco a poco las salidas, tomando carta de naturaleza la propuesta del geógrafo Feliksas Gruodis como única vía posible.


 

Les baisers de secours


¿Puede pensarse en mayor implicación en un film? Cuatro miembros de la misma familia actuando, y haciendo sus propios papeles en él. "Les baisers de secours” (Philippe Garrel, 1989) parece, en este sentido, una película necesaria, de urgencia.
Un director de cine, Mathieu (Philippe Garrel), escribe un guión autobiográfico, pero decide que el papel de su mujer, Jeanne (Brigitte Sy, mujer de Garrel en la época y madre de Louis), lo interprete otra actriz, Minouchette (Anémone). Eso crea una fuerte crisis en la pareja y Matthieu solo puede seguir los consejos de su padre (¡Maurice Garrel!) sobre servirse del hijo en común de seis años, Lo (¡Louis Garrel!), para salvar la situación.
Inicialmente cine dentro del cine, con Mathieu que quiere separar su papel de director del de persona, como quiere obligar a hacer a Jeanne entre su personaje y ella, enseguida pasa a esos recorridos íntimos a los que acostumbra Philippe Garrel, aquí de una intimidad que, conociendo mínimamente su biografía, traspasa rápidamente la pantalla.
Hay en el film muchos paisajes, de fuera y urbanos de Paris, aunque el drama se desarrolla en interiores. En interiores de casas y habitaciones de hotel, pero también en el interior de cada persona/actor.
La crisis estallada, unos paseos de la pareja, ambos cabizbajos, su hijo corriendo en triciclo delante (ver la imagen) recuerdan soberanamente los de los personajes de los films de Antonioni y, curiosamente, escenas después, Mathieu, al oír a Jeanne recitar en italiano en el compartimento del tren un pasaje del Fígaro, exclama divertido: “¡Es como un film de Antonioni!”.
Dos notas anecdóticas finales:
1/ Veo, con placer y buen efecto para la identificación, que Mathieu conduce el mismo coche que tenía yo por esas edades, un 2CV
2/ La música del film, que aparece solo en unas pocas ocasiones, es del músico de jazz Barnet Wilen. Creo que ya he averiguado, pues, de dónde le viene a José Luis Guerin el querer poner en alguna de sus películas alguna nota suelta de un saxo, siendo él no especialmente amante del jazz.


 

jueves, 26 de noviembre de 2020

La luna se levanta

 



Chishu Ryu y sus tres hijas, en ceremonia celebrando el segundo aniversario del fallecimiento del marido de la mayor.

En “Primavera tardía” (1949), uno de los films de Ozu que hablan de la alegría del padre por haber encontrado un buen futuro a sus hijas y, a la vez, la soledad que con ello se le deriva, Chishu Ryu, ya sólo en su “jardín abandonado por los pájaros”, pela lentamente con un cuchillo, muy pensativo, una manzana, en uno de los planos más bellos de la filmografía del director japonés.
En “La luna se levanta” (1955), la actriz de -entre otros- Ozu, Kinuyo Tanaka hace aparecer a Chishu Ryu en ese mismo proceso y hay también una escena de una monda de manzana como en aquella, sí bien es otro personaje el que actúa y se prepara para comérsela.
Ayer, en la Filmoteca, en esta ocasión en la sala grande, en la que han colocado un adhesivo rojo butaca si, butaca no, correspondientes al 50% de aforo permitido, pudimos asistir a la proyección de su film posiblemente más amable, casi una comedia romántica, que deja bien claro, sin embargo, el dominio del paso del tiempo.
Una vez más asistimos a la típica trama de aficiones casamenteras tan apreciada por los japoneses de los años 50, esta vez con un tono francamente festivo y hasta muy divertido. Quizás todo resulte más moderno que en Ozu, pues las casamenteras parecen tener más poder de decisión y el punto de vista que parece primar es la de la hermana más jovencita, pero aún así, como en otras películas de Tanaka, se detecta el peso del pasado (el marido de la hermana mayor fallecido, la guerra que ha ocasionado una postguerra en la que el paro está ultrapresente,...) y, muy sutilmente, ese paso del tiempo que se va colando como auténtico protagonista.
A la luna llena del título, por cierto, se la ve aparecer y levantarse en el cielo en dos o quizás tres ocasiones, dando pie a un par de paseos a su luz que insuflan, según visto, un gran poder poético.

La menor. Muy juguetona, pero ya con 21 años.

No quiero aparentar la clarividencia que no tengo. Me metí un lío morrocotudo, pues me costó un montón saber que eran tres hermanas, y no una madre y sus dos hijas, o, por ejemplo, que estos dos no eran hermanos entre sí.

La hermana mediana y la pequeña.

Y el padre con la mayor.



miércoles, 25 de noviembre de 2020

El tiempo perdido


María Álvarez, la de “Las cinéphilas” presenta en el Festival de Gijón una película en cierto modo similar a esa, “El tiempo perdido” (2020, en Filmin hasta el viernes 27 a las 20h). Si allí eran viejas e impenitentes aficionadas al cine, aquí la cosa va de literatura.
Una serie de amigos de ambos sexos, casi todos algo justillos por causa de la edad, se reúnen desde hace diecisiete años en un café de Buenos Aires para leer “À la recherche du temps perdu”.
Como sea que leí hace poco ese primer tomo del que vuelven a compartir lecturas, me ha sentado como paladear un alimento satisfactorio. Con sabor porteño, porque es traducción -que también me ha parecido muy buena- de ahí.


 

martes, 24 de noviembre de 2020

Carta de amor






Reikichi Mayumi alcanza a su amada Michiko en una estación de tren. Han pasado muchos años sin verse. Se miran y reconocen. Consiguen apartarse de la multitud. La cámara los observa en el andén, a una media distancia. Por un momento una franja negra -quizás una sombra del pasado- tapa la cara de ella para, después ya sí, quedar enfrentados los dos, muy excitados, bien encuadrados por lo que debe ser una ventanilla del tren. Hay un racord entonces hacia ellos de niños y empieza un flashback.
Ayer la Filmoteca reemprendía sus programas y pasaba por fin, tras varias penosas readaptaciones a las normas anti-coronavirus de sus horarios, la primera película de Kinuyo Tanaka, “Carta de amor” (1953), con guión de otro gran realizador, Keisuke Kinoshita. Brillaba el aviso de “agotadas las localidades” en las taquillas, y es que, aunque es verdad que era la sala pequeña y estaba limitada su capacidad al 50%, dígase lo que se diga no hay como ver buen cine en pantalla grande, pese a que en este caso la copia de la cinemateca de Tokio dejaba bastante que desear.
Es impresionante la primera mitad de este film de esta mujer que pasó a la dirección después de intervenir como actriz en películas de todos los grandes maestros japoneses. Hay pocos films urbanos así, que retratan un Tokio rebosante de actividad, con el enorme tráfico de sus modernas avenidas y sus callejones diurnos comerciales y de juerga nocturna en plena ebullición...
En medio del ajetreo de la gran ciudad, vemos a Reikichi preocupado, buscando el rostro de su secreta amada, intentando contentar a su dinámico hermano pequeño disponiéndose a aportar dinero, trabajando en una ocupación con futuro, en un país con la reciente guerra como eterno trasfondo.
Luego la película adopta, frente al dinamismo y hasta buen humor de toda esa primera parte, un tono de melodrama muy hundido en la culpa por la prostitución, pero aún así contiene escenas magníficas, como el encuentro del hermano con Michiko bajo la lluvia o la escena cumbre en el parque entre los dos principales protagonistas, en medio de una niebla empeñada en separarlos. Y, ademas, en otra escena urbana aparece, en un papel de extra sin diálogo, nada menos que Chishu Ryu.


 

Voices in the wind




El terrible terremoto y tsunami del Japón fue en 2011. En “Voices in the wind” -lo siento: parece haberse hecho norma de repente que todos los títulos se deben nombrar en inglés- (2020), Nobuhiro Suwa nos hace seguir el recorrido de sur a norte del país de Haru, una chica de 17 años que perdió a su familia entonces.
Haru, que vivía con su tía en Hiroshima (75 años después del bombardeo) no quería ni oír hablar de ir a visitar el sitio en el que antes vivía, donde una ola gigante le arrebató a su familia, pero acaba emprendiendo un largo viaje en solitario, que constituye casi toda la película.
Pasados nueve años Nobuhiro Suwa ha debido sentir la necesidad de efectuar el duelo de lo sucedido, saber cómo está ahora todo lo que murió violentamente entonces, y él y su otro guionista hacen verlo por sus ojos -y mostrárnoslo a nosotros- al tiempo que hacen coincidir a Haru en su recorrido con diferente gente que estuvo conectada directamente con la tragedia, para poder tener una visión más amplia.
No me gusta nada su final (el que da nombre a la película, que en realidad es algo así como “Teléfono al viento”), porque es totalmente redundante con lo ya visto en las dos horas previas, sin aportar nada nuevo. Yo lo habría dejado cuando ella revela -y es una revelación importante, oculto hasta entonces- su nombre completo -Primavera radiante-, pero eso son minucias que no restan demasiado al intento.
Sesión, pues, de acercamiento al duelo, al tiempo que una provechosa mirada al Japón actual, en el festival de Gijón, visible en Filmin hasta el jueves 26 a las 19h.


 

domingo, 22 de noviembre de 2020

Stray


Andaba yo un poco desanimado, poniéndome una u otra de las películas que pasan ahora los festivales en plataformas y disintiendo al poco rato, por disgustarme lo que estaba viendo o por creer que era un poco más de lo mismo y no tenía ganas de verlo otra vez.
Antes de abandonar por completo, he probado la que me había quitado de la cabeza, pasando de ella, al principio de todo. Se trata de “Stray” (Elizabeth Lo, 2020, en Filmin hasta media tarde del martes 24, dentro de la programación del Festival de Gijón) y es simplemente el seguimiento de unos cuantos perros callejeros de Estambul, una ciudad que, según explica un cartel al inicio del film, debido a la reacción popular de sus habitantes ante las cruentas matanzas de perros callejeros que hubo históricamente, debe ser la única del mundo cuyo ayuntamiento tiene prohibido sacrificarlos o, aunque sea, siquiera encerrarlos.
Así pues, ya nos vemos haciendo el seguimiento, a altura de cámara perruna, de perros callejeros -y especialmente una perra bastante joven, protagonista absoluta de la función- por Estambul. Frecuentamos con ella casas abandonadas, descampados, pero también el centro de la ciudad, incluidos el puente de Gálata o la Avenida Istiklâl, en pleno centro de la ciudad moderna. Entre jornadas caninas, un cartel nos presenta alguna frase de Diógenes u otros pensadores clásicos, que enmarca y clarifica la siguiente escena.
De pasada, nos hemos ido enterado de que en la capital turca hay una serie de mujeres que no se resisten al papel al que el gobierno actual quiere limitarlas o de que en la ciudad viven cantidad de inmigrantes huidos de la violencia en sus países de origen y unos cuantos jóvenes también inmigrados (como los sirios que se encariñan con el cachorro Kartal) que llevan una vida, entre juguetona y salvaje, que no difiere grandemente de la de los perros callejeros objeto de nuestra observación.
El trailer:


 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Oeconomia


La oferta monetaria crece a base del crecimiento económico. Pero es que el crecimiento económico crece con la oferta monetaria.
El jugador clave en el sistema económico actual es el deudor.
Las deudas de hoy son las ganancias del futuro. Pero es que las ganancias de hoy son las deudas del futuro.
Poniendo de relieve este tipo de paradojas, auténticos círculos viciosos sin escapatoria, “Oeconomia” (Carmen Losmann, 2020, en L’Alternativa, visible en Filmin hasta mañana domingo) no deja de ser sino un grito para buscar alternativas al sistema económico actual.
Por otra parte, puesto que se hizo justo antes de la pandemia, quizás sea también el pronóstico de la hecatombe que, dada la paralización que ha supuesto ésta, nos espera.


 

viernes, 20 de noviembre de 2020

Fauna





Como Nicolás Pereda dice en su presentación de su film “Fauna” (2020) en L’Alternativa que se trata de una película sobre la violencia en el norte de México, te pasas buena parte de ella con una gran tensión, esperando ver por donde estalla pero, de hecho, no haces sino ver escenas muy divertidas, que denotan además un gran sentido de la observación e interpretación actoral.
Así, vemos y nos regocijamos con el choque, el encontronazo que tiene el actor con la familia de su amiga cuando se desplazan hasta su pueblo.
Hay un giro insospechado en la película y es entonces cuando recordé que, en realidad, no dijo que se trataba de una película sobre la violencia, sino sobre la representación de la violencia.
Una singular propuesta de un realizador mexicano, a seguir, de quien había visto previamente una sola, también especial, de sus películas.


 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Once upon a youth





Quizás se trate únicamente de una forma -muy hábil- de presentar las especiales fotografías, poco preocupadas por su foco, llenas de contrastes y motivos descentrados, mucho grano, de una extraña, informal belleza, hechas por su amigo Marko Čaklović, muerto muy joven.
Aunque lo más probable es que esta “Once upon a youth” (Ivan Ramljak, 2020, en Filmin/Festival de cine documental de Bilbao) no sea sino un nuevo “encargo del cazador”, como el que se encontró Joaquín Jordá a través de la hija de su antiguo amigo Jacinto Esteva, que le llevó a hacer su película de 1990.
No sé si ésta ha sido mi primera visión de una película croata. He sentido curiosidad y me he embarcado en ella, sin, en esta ocasión, cansarme de la propuesta. Los relatos del propio realizador, algún otro amigo y varias amantes del entonces joven DJ, fotógrafo y secreto drogadicto Markus se van enlazando sobre las proyecciones, una tras otra, de sus fotografías más o menos relacionadas, mientras que, ocasionalmente, una grabación casera también de época (los años 90) nos deja ir apreciando el avance de la técnica en ese campo que acababa de surgir.


 

La garra escarlata



Quizás sea lo mejor de “La garra escarlata” (1944, visible en Filmin): El cartero, otro parroquiano y el tabernero, muertos de miedo (primera foto), intentan tranquilizar al párroco cuando él y todos los del lugar oyen de nuevo tañer insospechadamente las campanas de la iglesia. La vez anterior un hecho trágico sucedió con ese aviso. Un arranque de cine de miedo impecable.
Poco después, Sherlock Holmes, que se muestra escéptico como solo él puede hacerlo, asiste junto al Dr. Watson a un encuentro científico, en el que ponente defiende la existencia de hechos sobrenaturales.
Llegados a este punto, habiendo guardado las esencias de lo mejor de la serie de William Neill de los años 40, en la que un engreído Basil Rathbone hizo del detective y Nigel Bruce de su aquí tontaina pero divertido ayudante, si no se dispone de tiempo yo aconsejaría hasta abandonar la partida. Por no haber, no hay ni deducciones de esas tan buenas de Sherlock Holmes. Se ve, sin más, sin el disfrute de ese inicio. Bueno: quizás esté también esa evocación laudatoria al Canadá lanzada en plena contienda mundial.
Este episodio de la serie tiene, no obstante, el aliciente de ser el que causó el pavor del niño Víctor Érice, inspirando muchos años después su hermosa evocación de “La morte rouge”.


 

martes, 17 de noviembre de 2020

Narciso em férias


En Filmin, del Festival de Huelva, visible hasta el día 20 “Narciso em férias” (Ricardo Callis, Renato Terra, 2020). Caetano Veloso habla en el documental de cuando, en 1968, en plena dictadura, él con 26 años, le fueron a buscar a su casa y lo mantuvieron preso largo tiempo.
Un escenario desnudo, sin apenas más atrezzo que algún que otro que ocasionalmente le aportan, ayuda a la concentración y mantenimiento de una emoción que va in crescendo.


 

lunes, 16 de noviembre de 2020

Resistenza naturale

El inmenso caserón, en una colina de la Toscana cercana a Siena.

La felicidad de vivir.

Una pareja de viticultores jóvenes entre sus viñas. Obsérvese que las viñas coexisten con una intrincada mezcla de unas quince especies diferentes de hierbas.

No recuerdo si “Montovino”, una película anterior (2004) de Jonathan Nossiter que versaba sobre un tema similar (allí los críticos vinícolas que apostaban y casi conducían hacia una total estandarización del vino) tenía como esta “Resistenza naturale” (2014, sobre unos cuantos agricultores vinícolas italianos, que se resisten a ella), una cámara en mano tan ligera y libre como ésta, dejando claro su absoluta libertad, como si de un aficionado haciendo un reportaje familiar se tratase.
La estructura del documental es sumamente sencilla: Nossiter se introduce en varias familias de productores de vino independientes italianos, de la zona de Génova, de la Emilia y de la de la Toscana, dando la impresión de que hasta se hace amigo de ellos, y les va filmando mientras le explican por separado y en reuniones conjuntas sus razones frente a la explotación “industrial”, que son muchas e impactan. De tanto en tanto, para ilustrar lo que les oye decir, aunque sea metafóricamente, interroga también al director de la Cineteca de Bolonia e inserta alguna secuencia de películas de gente como Soldati, Pasolini, Chaplin, Rossellini o Monicelli.
Varios de ellos, en su empeño de respetar lo que les da la tierra que cultivan, a la que no añaden ningún insecticida ni fertilizante, aún tratándose de los agricultores más tradicionales de sus lugares, han debido renunciar a la denominación de origen, que exige una estandarización que no están dispuestos a aceptar.
He aprendido viéndola, además, un montón.
Entiendo ahora que se burlen de que les declaren su vino blanco, con un acusado color óxido debido a un verano seco y muy caluroso, “no conforme”: no presenta el color pajizo con reflejos verdosos que exige la norma y que -se burla otro cultivador- es el mismo que le exigen para su vino blanco a seiscientos kilómetros de ahí. Ellos no hacen más que no tergiversar lo que dice la tierra y el tiempo de cultivo.
Sé apreciar también ahora, pese a la imagen de productividad y potencia que ofrecen, que las grandes extensiones de monocultivo -aunque sean de viñas- indican que estás viendo una tierra devastada, falta de la variedad de cultivos que da la riqueza al suelo y la belleza inaudita de ciertas zonas resistentes de la Toscana.
Eso se aprecia, sé ahora, mucho más en las enormes superficies de cereal. Una espiga de trigo “natural” penetraba la tierra -dice uno de los personajes de la película- profundamente, estableciendo toda una red filiforme muy amplia. La proximidad de la roca le otorgaba una enorme riqueza mineral al pan que de ella se obtenía, mientras que ahora, en los cultivos actuales, que apenas si se introducen más allá de una muy reducida capa superficial, la pierden irremisiblemente. De ahí, quizás, todo ese batallón de alergias ahora tan extendidas entre la población. El mismo personaje señala, en otro momento, la directa proporción que existe entre la extensión de diversos tipos de cáncer y la intensidad agrícola de la zona.
Se ven en el film unos paisajes de una increíble belleza. Paisajes todos ocasionados por la mano del hombre. Desde unos enormes caserones delante de los cuales, en una mesa de madera, comen y hablan para la cámara nuestros personajes, todo ello regado con sus vinos (causándonos una envidia tremenda) hasta ese tapiz vegetal, ese variado patchwork del que hablaba, pasando por ese castillo de los Spinola, los banqueros genoveses de la Europa del siglo XVI, hoy casi abandonado, dando a entender el poco valor que se da a la historia.
Con tanta presión existente en ver por Filmin, en un tiempo muy limitado, unas películas de festivales de mucho nombre que luego van y resultan bastante anodinas además de como cortadas por un mismo patrón, esta sencilla película, que he visto estaba también en Filmin entre la oferta del Most, un festival mucho más modesto sobre cine relacionado con el vino, me ha supuesto lo mismo que beber una refrescante jarra de agua fría en medio de la canícula.

Y sin oler a ningún producto añadido.

Otro viticultor, éste de una zona interior próxima a Génova -“se siente el mar detrás de estas colinas, señala”-, compara la tierra de unas viñas vecinas a las suyas (compacta, muerta) con las propias (de un color mucho más vivo, aireadas, llenas de vida orgánica).

La heredera de otras tierras, que dice quiere pasar después a sus sobrinas. Ha ido aprendiendo el oficio.

Reunión de cultivadores para una comida ante la cámara.