viernes, 31 de diciembre de 2021

I compagni




No es la Milán a la que van a parar Rocco y sus hermanos el escenario de “I compagni” (“Los camaradas”, Mario Monicelli, 1963), sino la también industriosa Turín de final del siglo XIX.
Era más que evidente que la película no pudo estrenarse en su día en España. Creo incluso que no se llegó a estrenar nunca, llegándonos al final, casi acabado el siglo pasado, en formato vídeo. La razón es que se trata de una clarísima explicación, casi una clase magistral de historia, de cómo empezaron las huelgas y qué elementos de todo tipo intervenían en ellas.
Pero esa explicación no está hecha con proclamas lanzadas al viento, mostrando heroicidades sin freno y victorias imparables de la clase obrera, como desgraciadamente (por lo tergiversador) suele hacerse a menudo, sino todo lo contrario: los miedos, las contradicciones, las humanas bajezas de todos. Pero además utilizando un arma invencible, que conquista callada pero radicalmente: el humor, el humor inteligente.
Un cartón pintado con la Piazza de San Carlo y sus dos iglesias gemelas sostiene el título del film. Turín, decíamos. Luego llegaremos a ver la ciudad burguesa de los soportales y hermosos cafés, pero por ahora es sólo una ciudad donde se han concentrado fábricas y población obrera, en unas condiciones de vida de lo más precario, como explica la primera escena. No son los trabajos y preocupaciones de la criadita de “Umberto D” a primera hora de la mañana, sino el despertar de toda una familia obrera lo que vemos. Un chico se prepara para ir a trabajar, intenta lavarse un poco pero se encuentra con que el agua de la jofaina está helada. Despierta a su hermano y atraviesa el comedor/dormitorio, donde del techo cuelga cantidad de ropa tendida, buscando su casi imposible secado.
El chico se dirige, como tantos niños de la época, a trabajar en una fábrica -en este caso una fábrica textil- que vemos en varias secuencias en plena actividad. Catorce horas de trabajo, sueño acumulado, accidentes. Un accidente es la chispa que lleva a la protesta.
La protesta se va organizando a trompicones, con fracasos estrepitosos, todo el mundo queriendo pero sin saber cómo hacer. Las mismas dudas de los diferentes personajes, muy bien caracterizados, son los que hacen divertida a más no poder la acción, quitándole aparentemente la gravedad que parecería debería tener.
La cámara llega a seguir a un inmigrante, al que sin tapujos llaman “el negro” (aunque no lo es) y con él se montan una serie de gags mudos. Pero éste es solo uno de los personajes de un film totalmente colectivo, en la mayoría de escenas del cual hay varios, sí no muchos, personajes en el plano. Incluso cuando aparece el personaje encarnado por Marcello Mastroianni (un profesor siempre hambriento porque no tiene ni un hueso que roer), que hace de agitador social, momento en que uno pensaría que se abandonaría, sigue el carácter colectivo de la película, con sus múltiples personajes e historias.
Cuando más triste se pone la cosa, Monicelli o sus guionistas colocan un gag, que provoca inequívocamente la carcajada del espectador atento.
Y está muy bien ver que, cuando el film da un salto de orbita momentáneo para mostrar el ambiente y la repercusión de los acontecimientos en casa de la familia del propietario de la fábrica, la escena se inicia también con un gag visual. El humor también se expande por ahí. Mano de santo…
Buscaba la película por YouTube y no encontraba ninguna copia subtitulada en español, por lo que al final me he conformado con una subtitulada en portugués aunque, a decir verdad, y pese a que priman los dialectos, apenas si leía los subtítulos, que más bien lían, porque se entiende todo bastante bien. Al acabar vi, después de tanto esfuerzo, que -otro gag- había una copia en VOSE en Filmin a disposición…
Poco le faltará si no es lo que me ha parecido mejor de todo el cine que he visto este año que hoy se acaba.






 

jueves, 30 de diciembre de 2021

Dominique Sanda


En la revista Écran de abril de 1977 Claire Clouzot (quien escribe una entradilla que me ha parecido muy buena) entrevista a Dominique Sanda, quien acaba de hacer de Lou Andreas Salomé en una película. Ahí aparece esta fotografía suya, de la que no consta el nombre de su autor.
Entresaco de sus declaraciones, traduciendo a mi aire, estas frases:
“Me gusta la imagen que doy en mi primer film, ‘Une femme douce’, de Bresson. La imagen pura. Considero que es el film donde resultó mas pura. Pero es que tenia 16 años, lo era…
Y me temo que al pobre Bresson se le echaría ahora encima una buena masa de opinadores (aun sin haber visto su película)que le pondrían difícil hacer su cine. Sigue luego:
“También me gusta mi imagen en ‘Novecento’ pero es una imagen más cruel, más dura. También estoy filmada en una escena de una forma que me choca y con la que no estoy de acuerdo: cuando estoy desnuda en la paja con Robert de Niro. Es una escena repulsiva, que molesta a la gente que me conoce, a mi familia, muy puritana, por ejemplo. Se sorprendieron de que la rodase. A mí eso no me molestó, pues la chica es virgen y es normal que esté desnuda. Pero si yo hubiera sido Bertolucci, no habría puesto mi cámara allá arriba, sobre los fardos de heno. Eso da un aspecto voyeur a la escena. Cuando lo vi, debí irme, debería haber rechazado la escena. Pero estaba cansada, era el final del día de rodaje y la hice. Bertolucci no debería haberla conservado en el montaje final. Pero encontraba las otras tomas demasiado ‘estéticas’. “


 

Muchachos de la ciudad






Por una casualidad he dado con y he visto la película argentina “Muchachos de la ciudad” (José Agustín Ferreyra, 1937; enlace abajo).
Ya solo por sus títulos de crédito e inicio con los edificios y el ajetreo de la calle Corrientes merece verse, pero si luego se sigue no se pasa nada mal. Con algún actor penoso y otros muy bien puestos, juega muy bien con los dobles espacios en un mismo plano y también destaca el trabajado montaje de los saltos entre planos de sus historias paralelas. Y, cuando parece que la convencionalidad o la astracanada vayan a forzar hacer aguas al conjunto, aparece una canción o una orquesta toca una musiquilla que permite seguir la función. Y como dura sólo una hora escasa…
En YouTube está esta copia que parece sacada de una televisión, en no muy buen estado pero que, aunque algo recortado el cuadro, parece respetar más su formato original:
Y también se encuentra esta otra copia, con más nitidez, aunque sin respetar el formato:







 

martes, 28 de diciembre de 2021

Rumba des îles


La oigo últimamente mucho. Es la Rumba des îles, de la banda sonora de “India Song”. Dialogan, dejándose ir por la música de fondo, Jeanne Moreau y Marguerite Duras.
De aquí a poco, con buenas condiciones, habría que volver a ver la película. Carlos d’Alessio firmó su música.
Aquí se puede oír la pieza:



 

Le bassin de J. W



“Le bassin de J. W.” (Joao César Monteiro, 1997; enlace de YouTube con subtítulos en español abajo) ya es otra cosa, ésta sí inmersa en la locura de las últimas películas del cineasta portugués (aunque sea principalmente en francés con un rabioso acento portugués).
Está dedicada nada menos que a la pareja Straub/Huillet y, por si fuera poco, en seguida se comenta que el título (y todo el leitmotiv del film) surge de una frase de Serge Daney, que decía haber soñado que veía a John Wayne en el polo norte moviendo con su forma peculiar su pelvis.
Los cantos pseudoreligiosos (de una irreverencia subida) de los títulos de crédito no auguran nada bueno, pero a continuación empiezan las sorpresas: Monteiro -no es la primera vez- ejerce De Dios Todopoderoso y desde unas golfas inicia un repaso a las escrituras sagradas, que le llevan un buen trozo del film.
Inicialmente los textos que se oyen tienen el soniquete de los que pronunciaba Dalí cuando adoctrinaba. Luego lo religioso declina, dando paso en otros escenarios a citas de aquí y de allá, con el burro de Apuleyo como elemento clave.
Poco importa por dónde transite, si por el mundo clásico o diciendo en ese francés macarrónico cochinerías. Se trata de una película de Monteiro y, como tal, te mantiene expectante, sin saber nunca hacia dónde irá. ¿Que si Monteiro estaba loco? Yo no guardo a este respecto ninguna duda. Por eso atraen tanto sus películas.




 

lunes, 27 de diciembre de 2021

Silvestre




“Silvestre” (Joao César Monteiro, 1981) sigue parcialmente la senda de “Veredas”, con historias populares y aparición del Maligno, esta vez engarzadas en una sola trama continua coherente, sin interferencias del presente, intervalos filosóficos ni otras altisonancias, pero se acerca un poco a “La venganza de Don Mendo” en el sentido de montar cuadros y decorados como si de tablas medievales se tratase.
La niña casadera de la posesión agrícola, luego alfeñique, es María de Madeiros y aparecen famosos actores portugueses del nombre de Teresa Madruga o Luis Miguel Cintra.
Una tarde de fantasía medieval con ella.




 

Veredas





He visto por vez primera “Veredas” (1978; enlace en YouTube abajo), que se aleja mucho de las películas posteriores de João César Monteiro.
Tiene en sus entrañas un poco de la realizada un par de años antes “Tras os montes” de Antonio Reis y Margarida Cordeiro (ese dolor ante la dureza de la vida en esa tierra, ese caminante señalando con su brazo a la lejanía a la que se dirige), así como unas cuantas medidas de ese cine de Raul Ruiz que engarza historias y leyendas entre sí.
Y un sermón en la capilla de los terratenientes mezclándolo y tergiversándolo todo bien divertido.





 

Romance sentimental






Una nota de Marcel Martin en la revista Écran de abril 76 me hace buscar y ver el cortometraje “Romance sentimental” (Sergei M. Eisenstein y Grigori Aleksandrov, 1930: enlace abajo).
Aunque, como luego diré, todos lo juzgan un mal film, me quedo admirado por la hechura de lo que para mí es un descubrimiento: un film firmado en Francia por Eisenstein y su ayudante Aleksandrov con fotografía (impresionante) de Eduard Tissé, en un periodo perdido del realizador, entre Rusia y América.
La nota da la voz a tres opiniones al respecto. Una primera corresponde a Simon Schiffrin, que hizo de productor de la pieza y que, al contrario de las otras dos, indica que Eisenstein estuvo en su rodaje de principio a fin. Según él, todo partió de la necesidad de Aleksandrov de aprender las técnicas del incipiente cine sonoro, así como la de ganar algún dinero, proponiéndose hacerlo dando juego en el corto a la mujer del gran comerciante de perlas Léonard Roshental, Mira Giry, que cantaba y quería verse y oírse en la pantalla.
La pieza presenta los azotes de un otoño/invierno en la naturaleza para dar paso a la dama tocando en su lujosa estancia al piano y cantando una canción rusa (la actriz tenía ese origen) de una melancolía concordante con lo visto.
Simon explica la forma totalmente artesanal con la que lograron simular las nubes, la lluvia y la caída de árboles.
Pero lo que para Simon es un acierto, para los historiadores del cine Jean Mitry e Ivor Montagu es una cursi visión de los cambios de estación de la naturaleza, en la que Eisenstein sólo rodó unos cuantos planos iniciales.
En todo caso, señala Martin, queda ahí como la primera experiencia de trabajo con el cine sonoro de los directores rusos.
Sobre si cursilada o no de esta pieza de romanticismo desatado, a juzgar cada uno por sí mismo:








 

domingo, 26 de diciembre de 2021

L’enfer




Fotos como ésta de Romy Schneider y alguna escena rodada en un embalse que, siendo un paraje de aprovechamiento veraniego, se convierte en una encerrona llena de dramatismo, es lo que queda del proyecto final de Clouzot, “L’enfer” (1964), una película y un rodaje -como demostró un interesante documental sobre el mismo- en el que se asentó la fatalidad.
Treinta años después, Chabrol partió del argumento de Clouzot para hacer su propio “L’enfer” (ahora en Mubi y Filmin).
Como casi siempre en sus películas, su inicio, con los títulos de crédito, nos sitúa perfectamente en su escenario: una cámara fijada en diversos emplazamientos registra, acompañada de la penetrante música de Mathieu Chabrol, imágenes que dan idea de un tiempo de vacaciones, rematando el efecto por un movimiento de grúa que llega a encuadrar la entrada de un hotel, con la llegada de dos jovencitas en bicicleta. Ese hotel-restaurante familiar de vacaciones (un elemento que parece convencer a Chabrol para sus ficciones) junto a un lago, será el escenario principal de la trama.
Poco después tienen lugar dos elipsis bestiales, magníficas. La primera lleva del flirteo del dueño del hotel (François Cluzet) con una de las chicas (Emmanuelle Béart) a su boda. Minutos después de ésta, el siguiente nos lleva al hijo de la pareja: Chabrol quiere entrar rápido en materia, que no es otra que el infierno de los celos, como el que atacaba de forma profunda al personaje principal de “Él” (Luis Buñuel, 1953). En esa obsesión iremos entrando como un sacacorchos, girando una y otra vez, no sé si perdiendo un poco el avance con tanto giro sobre sí mismo.
No es únicamente familiar el hotel-restaurante. Se suele comentar que los últimos rodajes de Chabrol tenían lugar en un ambiente de lo más agradable. Siempre con una troupe parecida, aquello, explican unos y otros, tomaba un aire familiar. Pero es que además basta con ver los títulos de crédito para detectar que muchos miembros de la familia del director formaban parte de la comparsa. En la música -como en la de casi todos sus últimos films- está su hijo Mathieu; el hermanastro de éste, Thomas, hace de actor; la última mujer del realizador, Aurore, de script… Y todo eso sin contar con la participación amical de gente como el cahierista Noël Simsolo entre el plantel actoral.
La película contiene alguna que otra burla muy chabroliana, como la lanzada contra el puritanismo de ciertos cineastas mediante la presentación de uno amateur completamente frikie que rueda con cámara de 16 mm y cuando le preguntan si no se pasa al vídeo responde que nunca, que como el cine no hay nada.
Está rodado en el Lac de Saint-Férreol y en su vecina Castelnaudary. Viendo alguna escena rodada por su iglesia y por su mercado semanal dan ganas de dar a esta población una segunda oportunidad, después de una lejana estancia nocturna que no nos dejó ningún buen recuerdo.