martes, 28 de enero de 2020

Eduardo Arroyo

Eduardo Arroyo, en el ring, durante la entrevista.
Yo hoy tenía previsto ir a los cafés de París, que no sé con qué resultado final se visitaban en un seminario del CCCB, pero Victoria Combalía avisó que en la Filmoteca se pasaba un desconocido documental que Manuel Esclusa y ella habían hecho a Eduardo Arroyo en 1994 y la oportunidad se prometía única, confirmándose luego del todo el interés de su recuperación.
Manel Esclusa, Manel Guerrero, Victoria Combalía y Esteve Riambau, antes de la presentación de la sesión.
Tanto antes como después de la proyección los dos han explicado detalles sobre la génesis del trabajo, que iba a iniciar una serie promovida por Carmen Balcells sobre artistas y que pensaba continuarse con Brossa y Tapies, pero éstos ya se quedaron en su fase de únicamente proyecto. Fue una producción de Pepo Sol para Ovidio, que luego se quedó Mediapro. Juan Bufill, tras la sesión, señalaba que de esa época de documentales en U-matic como éste (en realidad rodando en 16mm y luego pasado a U-matic para efectuar en ese formato un entonces puntero, pero comparado con ahora muy rudimentario proceso de edición) hay un buen stock por redescubrir, porque con suerte se vieron -muy poco- en su día, y luego desaparecieron.
Winston Churchill.
V. Combalía ha explicado que le planteó a Arroyo -los dos vivían entonces en Paris- hacer el documental y éste no se mostró en absoluto tentado, pensando en el tiempo que debería destinarle. M. Esclusa ha reforzado la idea, diciendo que cuando llegó al sitio en que habían pensado hacerle la entrevista (una magnífica idea, que respondía tanto a uno de los grandes temas de Arroyo como a la estética de Esclusa: una esquina de un ring -presentado en plano inclinado, con un blanco y negro contrastado con zonas de oscuridad absoluta y puntos irradiando luz- de la Federación de Boxeo), Arroyo les previno que apenas había dormido y se encontraba fatal, con lo que poco podrían sacar de él. Pero resulta que hizo cuatro horas de declaraciones y su problema fue luego recortar.
André Malraux. Victoria Combalía ha señalado que con el tiempo se valorarán con seguridad mucho más los dibujos de Arroyo.
Tras una carátula con animación sobre una fotografía del rostro de Eduardo Arroyo, el programa se inicia con una presentación de Victoria Combalía (estilo presentadora -muy elegante- de TV), que dibuja la personalidad y trazos generales de la obra de Arroyo mediante un texto precioso, divertido, muy trabajado. Tras esta introducción pasamos a la entrevista en el ring. Se intuye a Combalia en off, lanzando sus preguntas a Arroyo sobre multitud de temas, separados por una carátula con título, juego escénico con col.lages y música en la que prima la percusión y ciertos aires flamencos. El texto que define a Arroyo frente al tema de cada capítulo también se nota escrito por la crítica de arte y gran conocedora del pintor, aunque desgraciadamente ya no lo dice ella, sino, cómo se solía imponer en la época, un locutor, lo que a mi juicio agudiza en demasía su tono didáctico, mientras que si hubiera sido ella misma quien lo hubiera dicho pasaría mucho mejor. Todo el documental está trufado de muchísimas imágenes de los cuadros y (preciosos) dibujos de Eduardo Arroyo, muchos de los cuales creo que no había visto nunca.
Los cuatro dictadores.
El pintor -que antes se ha mostrado amante del estilo literario periodístico de un Dos Passos o Hemingway- exhibe en la entrevista lo que Victoria Combalía ha definido de “locuacidad arroyadora” (sic) y, sin pelos en la lengua, lanza diatribas contra personajes de lo más consagrado, como Duchamp (“¿para qué me voy a ocupar de Duchamp, cuando todo está en Picabia?) o el mismísimo Miró, bromea con divertidos acercamientos a personajes como Blanco White (“doblemente blanco, proclive al mundo del detergente”) y denigra de la posición general en la época (luego me parece que se agravó mucho más) de los pintores (“Hoy un pintor habla bajo, se muestra muy respetuoso con el conservador de museos”).
Cuadro despectivo sobre Dali.
En resumidas cuentas, un acercamiento excepcional a la personalidad del pintor fallecido en octubre de 2018. Especialmente una señora del público, primero asombrada y luego admirada, pedía más.

Ema


Ayer tuve que forzarme para disociar a Ema, la protagonista de la última (2019) película de Pablo Larraín que lleva por título su nombre, de la Sara de “La hija de un ladrón” (Belén Funes, 2019). En todo su inicio, ese gusto compartido de las dos por un chándal horroroso, el forzado teñido rubio de su cabello, esos desplazamientos decididos por la calle seguidas sus espaldas a poca distancia por la cámara...
Pero pronto se ve que el tratamiento de una y otra película van en direcciones bien opuestas. En “Ema” predomina sobremanera su ambiente musical y de sonoros colores, que lo envuelven todo, hasta hacerme pensar en otra película reciente diametralmente opuesta, pero que también supone para el espectador una inmersión profunda en toda una atmósfera, “Largo viaje hacia la noche” (Bi Gan, 2018).
Perdido como espectador en ese raro e intenso ambiente, por suerte un diálogo entre entre Ema y su pareja en la ficción, Gastón (Gael García Bernal, con un plante y un corte de pelo digno de personaje pasto de frenopático), me supuso un alivio aclaratorio de la trama. Lanzándose las culpas uno y otra, descubrí que se trataba de una pareja que se había desembarazado de su hijo adoptivo Polo y lo tenían mal para superar el trance.
Está la película rodada en muy especiales y atractivos espacios de la que debe ser bien especial y atractiva Valparaíso, pero hay que avisar que para degustarla con provecho se deben superar más duras pruebas que las indicadas al principio. Y es que Ema y sus amigas danzan continuamente al ritmo del regatón, al que Gastón, que pese a todo suelta de tanto en tanto alguna aseveración seria, califica desesperado y acertadamente, en un vibrante discurso, de música para la cárcel, victoria total del machismo en el sometimiento de las mujeres.
Aviso: conviene esperar al final para que todas las piezas encajen a la perfección, en lo que puede hasta ser una propuesta de solución revolucionaria... y para ver cómo, juguetona, la película termina del todo ofreciendo, ante ese feliz panorama, también un punto de inquietud.

domingo, 26 de enero de 2020

Sobre lo infinito



Una pareja de amantes abrazados, a lo Chagall, vuelan. La pantalla parece recoger una ascensión superior y unas estrellas se ordenan y brillan dibujando el título del film: “Sobre lo infinito”. Así pues, vamos a contemplar todo un tratado filosófico: lo último de Roy Andersson.

La cinta (me parece que se permite seguir llamándola así, aunque de cinta ya nada) está compuesta de cortas escenas sueltas, cámara fija, separadas por un corte o un fundido en negro. La primera es genial, y marca una de las líneas de reflexión de todo lo que sigue: Esa pareja de la imagen que adjunto contempla silenciosa, sentada en el banco, el panorama (los cuadros suelen iniciarse con los actores en silencio y es difícil saber cual va a romper a hablar), en una acción de esas que el año pasado con tanto ahínco buscaba de “atalayar”. Ella sentencia: “ya estamos en septiembre...”

Bastantes de los personajes de la película son de edad avanzada o camino de ello, lo que da pie a que los ambientes en que se desenvuelven, sus casas, despachos, etc. tengan un cierto aire años 50/60 que, combinado con los colores pastel apagados del conjunto, el tono de las conversaciones y la risible angustia que se desprende de la contemplación de las diferentes acciones, hace que se agradezca, única entre todas, una central escena en la que tres jovencitas se ponen a bailar alegremente delante de un café, de la misma forma que la aparición de nuevo de la pareja de amantes chagallianos en abrazo, sobrevolando las ruinas de una ciudad estilo Dresde, confiere una poesía a algo que, junto al enorme humor de Andersson -el hombre de los desopilantes anuncios de compañías de seguros (pueden verse en YouTube)-, hace pasar la mar de bien una sesión que, de otra manera, conduciría a la mayor de las depresiones.

sábado, 25 de enero de 2020

Lluís Escartín en Date Cuenta

Lluís Escartín y J.G.Guerra antes de empezar la sesión.
La Escuela Date Cuenta, y Javier G. Guerra en particular, ofrecen de tanto en tanto unas sesiones encomiables. Se trata de lo que anuncian como “Máster Class” de un realizador de cine, en el que éste entra a detallar su experiencia para que un público compuesto en su mayor parte de estudiantes de imagen, que le asedian con preguntas tanto sobre el modelo de cámara que empleó para un determinado film como sobre un cuestionamiento moral ante un determinado escenario.
“Estaba de trabajando de camarero, cuando oí que se estaba quemando el Empire State Building. Pese a las quejas del dueño del bar, me hice con mi credencial y mi cámara y fui con la intención de sacar fotos del incendio. El fuego no se veía, porque estaba en el interior. Vi la llegada de este bombero y disparé la cámara. Salió fuera de foco, pero me gusta como quedó”.
Esta mañana se podía acudir (¡con entrada libre!) al Palau Llimona y descubrir ahí la obra de Lluís Escartín, abarcando tanto sus inicios como fotógrafo como su posterior camino como documentalista.
Escartín resulta, desde luego, un tipo especial, que ha dejado bastante boquiabierta a la audiencia. Según su propias declaraciones, sigue haciendo cine, pero cada vez le supone más palo dedicar el trabajo necesario para darlo a conocer y así, su último documental ni siquiera lo ha presentado a un festival, donde habitualmente tienen muy buena acogida.
“Ésta la saqué en la Estación de Francia. Yo diría que es la fotografía que más me gusta de entre todas las que hice”.
Ha explicado que empezó a hacer fotografías en Nueva York, gracias a unas cámaras baratísimas, que precisaban abrir el objetivo, contar hasta tres y volver a cerrarlo para obtener así una fotografía que solía aparecer algo movida, fuera de foco. Las hacía para sí mismo, pero el azar quiso que alguien las viera y se las hizo exponer.
“Mojave cruising”. Fuera iba yéndose toda la luz...
De ahí pasó a tener carnet de reportero gráfico. Una estancia suya de tres años en la selva lacandona que coincidió con él allí al desatarse la guerra con los zapatistas le permitió vender portadas muy duras que vendió para portadas de publicaciones de todo el mundo. Fueron tan bien pagadas que hasta se sintió mal, y de resultados personales tan traumáticos que ni siquiera ha querido pasarnos ninguna.
Con una escena de “Amanar Tamasheq” pasando detrás.
Pero ha explicado que no consideraba lo de hacer fotos “lo suyo”. Fue el único que optó a ser asistente de Jonas Mekas y ahí sacó la decisión de hacer cine. Ha pasado un buen trozo de dos de sus primeras películas, Texas Sunrise (2002: la entrevista a un indígena del SO de Estados Unidos en off mientras en imagen va presentando imágenes de la zona rodadas a su aire) y Mojave Cruising (2000: una pareja de ideas contrarias se discute en un coche, mientras va oscureciendo en el desierto del Mojave) y otros dos de sus más recientes, Amanar Tamasheq (2010: un jefe guerrillero tuareg le llamó por teléfono para decirle que era la primera vez que veía que alguien había rodado a su pueblo sin estética de carta postal, pues había sabido captar la poesía de la vida ordinaria) y Hasta que las nubes nos unan. Guardiola-Diola (2019, en donde entremezcla escenas de trabajo agrícola y caza en una zona africana y en Guardiola del Penedès).
De su última “Guardiola-Diolo”.
Toda su filmografía puede verse libremente en la plataforma Plat. Aquí el enlace:

domingo, 19 de enero de 2020

Alice et le maire


Empiezo por esa foto prototípica de “El proceso” de Welles no porque “Los consejos de Alice” (Alice et le maire, Nicolás Pariser, 2019) vaya de atmósfera de esa kafkiana, ni mucho menos. Lo hago porque Alice, la improbable protagonista del film debe abrir con frecuencia una enorme puerta como esa, correspondiente a la alcaldía de Lyon, para entrar en el despacho del alcalde, y la desproporción entre lo diminuto de su cuerpo y lo apabullante de esa puerta (bastante más decorada que la de la película de Welles, por cierto) es enorme. Por otro lado Lyon tiene dos grandes ríos. Centrándonos en el más céntrico de la villa, el Saona, digamos que me ha gustado ver como dejan claro finalmente que sus aguas se llevan, primero hacia el Ródano y luego hacia el mar, absolutamente todo.
Para mí Fabrice Luchini es uno de los pocos ganchos que me atraen para ir a ver una película comercial de estreno. Eso es peligroso, porque se ha entregado a alguna película realmente desastrosa, que se aprovecha de sus facultades histriónicas de forma lamentable. Pero en ésta está, como su compañera de reparto, la joven Annaïs Demoustier, bastante contenido y hace que la velada resulte -una vez valorados sus otros mimbres- bastante positiva. Además, teniendo lugar la acción del film en una ciudad tan extraordinaria como Lyon...
No es el personaje de Luchini -alcalde veterano socialista de Lyon que se siente abandonado por las ideas y solicita la ayuda de una joven pero inexperta filósofa para remediarlo- el que lleva el hilo de la película. Es ella, la joven estudiante en su primer y extraño, asombroso, muy poco creíble trabajo, la que lleva la marcha de la función. Todo lo vemos a través de su punto de vista, salvo en una ocasión en la que parece que el punto de vista -nuestros ojos- ha pasado a ser el del alcalde, al que vemos en una cena en un restaurante. Pero aún en ese caso, lo vemos a través del cristal de las ventanas exteriores del restaurante, esto es, como si lo observáramos desde fuera.
En esa mirada a como superar ese vacío de ideas que la izquierda clásica demuestra, a cómo de superadas y ridículas se descubren las recetas de gurús de la comunicación, consultings y demás parafernalia, sólo me queda decir, para discutir con quien vaya a ver la película, que me ha parecido muy bien ese discurso escrito a dos manos, huyendo de toda moralina populista, de por el final.

viernes, 17 de enero de 2020

Perdrix


Filmin anunciaba hoy haber incorporado a su catálogo las películas de la décima edición de “My French Film Festival”, que no sé a qué cuento se anuncia así, en inglés) y he escogido ver “Perdrix” (ópera prima de Erwan Le Duc, 2019), un film sobre una familia y comunidad bastante marciana pero muy curiosa. Y, si no, basta con ver la reunión de trabajo de los policías del pueblo de los Vosgos donde tiene lugar la acción, con conversaciones que resultan un sesudo y empático acercamiento psicológico a la personalidad de su capitán muy divertido.
Los títulos de crédito finales señalan a Plombières-les-Bains, una población de cerca de 2000 habitantes, de la que lo que más destaca en la película es su silencio, pues apenas si se ve, en medio de nada, a los que protagonizan la escena.

Se inicia con Fanny Ardant (que luego, en alguna escena, me sabe fatal decirlo, parece la madre de los Munster) hablando sobre el gran amor en un programa de radio que lleva, de esos de llamadas telefónicas de madrugada. A continuación vemos cómo a una chica -también veremos que muy peculiar- que ha parado a descansar en un área de picnic de la carretera, le roba una chica desnuda que aparece de pronto. Va a hacer la denuncia a la comisaría y allí le atiende el no menos peculiar capitán (entusiasta de Novalis), quien le dice que su caso liga con una serie de casos que se están dando por la región, protagonizados por revolucionarios nudistas.

Como el capitán es en la ficción hijo de Fanny Ardant ahí tenemos ya encadenados casi todos los círculos de la trama de la sesión, muchos presentados con planos de un encuadre muy estudiado, que nos hace creer estar viendo un ciclorama.

No hay que pedir peras al olmo, pero yo le daría un margen de confianza a una película dedicada nada menos que a Hervé-le-Roux...
Resulta, al menos si se tienen las defensas débiles -así ha pasado conmigo-, assez agréable.

jueves, 16 de enero de 2020

Je me souviens


Cuando supe de su existencia lo puse rápido en la lista de libros deseados. Soy amante del género, si es que a eso se le puede llamar género.
Felipe Benitez Reyes habla en su prólogo del “Je me souviens” de Georges Perec, que fue quien dio a conocer ese tipo de textos mínimos variados, que actúan por acumulación, poniendo a la vista cosas y sensaciones que en otra época estuvieron muy presentes y ya no.
El mismo Marchamalo, en su introducción, suma el nombre del verdadero creador del artificio, el californiano Joe Brainard (cuyo “I remember” corrí a comprar cuando se editó y, todo sea dicho, me decepcionó enormemente) y el de Elias Moro, que rápidamente he apuntado, aunque creo que antes de comprarlo le echaré una ojeada previa, a ver si realmente su lectura consigue traspasar, por arte de magia, por lo certero del mismo recuerdo, que haces tuyo, pero también por las pequeñas reflexiones que lo acompañan, auténtica poesía, que es de lo que realmente se trata. En este sentido, me permito añadir un nombre imprescindible a la lista de Marchamalo, el de “Je me souviens du cinéma” de Gerard Lenne que, centrado en el mundo del cine, fue el que realmente colmó todas mis expectativas.
Es un esquema, éste del “Me acuerdo”, o “Recuerdo”, muy productivo. Cuando mis hermanas hicieron ir a una comida de Navidad con un escrito sobre recuerdos familiares, acudí a ese esquema para hablar de cosas del barrio de nuestra infancia y noté que tenía efecto.
En cuanto al de Jesús Marchamalo, del que anoche leí las primeras 100 de sus 500 entradas, me ha servido para matizar mi entusiasmo y analizar las razones de mi aprecio o cierto desapego. Sí que apunta a recuerdos de cosas que tuve muy presentes (“Me acuerdo de haber leído por la noche, en la cama, debajo de las sábanas, a escondidas, con una linternita” o “Me acuerdo del Telón de Acero”), pero de tanto en tanto leo algún detalle que denota ignorancia o, simplemente, que es más joven que yo y vivió de otra forma las cosas y entonces noto una cierta desconexión, y la completa conexión con el mundo recuperado es básica para no convertir todo en una simple relación.



 

miércoles, 15 de enero de 2020

El sari de Durga

La abuela de Durga disfruta con la fruta que le ha robado su nieta, subiéndose a un gran árbol de sus parientes adinerados. El Sara de Durga empieza a dar síntomas de necesidad de renovación, peto no hay dinero para ello.
Ese niño que, para reconfortarlo, le tendía la mano a su padre, a quien habían robado su bicicleta, elemento indispensable para obtener y mantener un trabajo. Ese otro niño que abstraído se paseaba medio jugando por entre las ruinas de Berlín tras la guerra. El Neorrealismo Italiano demostró una vez más que el cine era un lenguaje universal, que podía conmover con sus historias en cualquier parte del mundo.
Durga lleva una escuálida vaca con su hermano.
En los años 50, llegando a algún festival occidental, pudo comprobarse que la conmoción podía llegar también desde la India, tan solo reflejando Satyajit Ray en su Trilogía de Apu las dificultades de la vida de una familia con muy pocos recursos económicos.
El padre de Durga regresa a su casa tras mucho tiempo fuera. El estado calamitoso de la casa, prácticamente una ruina, le sorprende un poco, pero está tan contento que no se detiene a pensar qué ha pasado.
Hoy aparece en "La Charca Literaria" otra confesión de esas mías de casi casi haber llorado viendo una escena de una película. Se trata de "Pater Panchali" (1955), la inicial de la estupenda trilogía de Ray, y si la escena en cuestión emociona, lo hace porque el retrato de Durga, esa niña inicialmente medio asilvestrada que roba fruta para su abuela y que luego cuida de su hermano pequeño, ha ido macerando el momento.
Salisfecho, le hace ver a su mujer el sari que ha comprado para Durga.

Al ver la tela es cuando la madre de Durga se pone, inconsolable, a gritar.

lunes, 13 de enero de 2020

La herencia del cine


Un regalo de buenos amigos, “La herencia del cine. Escritos escogidos” (Paulino Viota, Ediciones asimétricas, 2019). Me dicen que leer su escrito sobre el “Centauros del desierto” de John Ford es como escucharlo a él hablando de la película, pero mejor.

jueves, 9 de enero de 2020

¡Lumière! Comienza la aventura


Que si la llegada del tren a la estación, que si el regador regado, que si la salida de los obreros de la fábrica,... Pues no. Estoy viendo esa maravilla de “¡Lumière! Comienza la aventura” (Thierry Fremaux, 2016, pasada por La 2), que consiste en algo tan simple como un recorrido por las pequeñas piezas conservadas de los hermanos Lumière y queda claro en ella que la primera película proyectada en el Gran Café de Paris fue ésta sobre una calle principal, con tranvía, de Lyon.
Pero a ver quién es ahora el guapo que tiene la habilidad suficiente para popularizar esta pieza y destronar a esas otras que, mira por donde, se han hecho con el mérito.
Viendo algunas realmente espectaculares, como esa de 1896 que, rodada en Paris, capta la carrera de cuatro carros de bomberos, con sus escaleras, tirados por parejas de caballos al galope, uno se pregunta como es que no han pasado a engrosar la nómina de las hiper-célebres. Esto de la historia del cine es un misterio.

miércoles, 8 de enero de 2020

Anuncio Ombres Mestres IX

Los espagueti, un buen elemento para un magnífico raccord.
Ya se acercan las fechas del IX ciclo Ombres Mestres, el seminario que, organizado por el Cineclub Associació d’Enginyers, ilustra ciertos temas a base de comentarios a secuencias de grandes films, y debemos empezar a anunciarlo para ver si encontramos a gente interesada y que entonces se apunten y reserven en sus agendas las correspondientes fechas. Yo lo suelo anunciar por aquí y luego me lío aún más enviando correos electrónicos (unos en catalán y otros en castellano) a direcciones (muchas equivocadas) que he ido acumulando en los últimos años, pero que no tengo en absoluto ordenadas y puestas en listas de distribución. Un auténtico calvario, pero nunca encuentro el momento para poner el procedimiento en solfa, allanando el terreno.
En este noveno ciclo os proponemos una, dos, o las tres siguientes sesiones:
- Martes 25 de febrero 2020: Raccords
Un simio acaba de utilizar un hueso como arma per hacer huir a los miembros de una tribu enemiga. Eufórico, lanza el hueso al aire. La cámara sigue la trayectoria del hueso que, recortado sobre el cielo, vemos convertido en una nave espacial navegando majestuosa por el universo, al son de El Danubio azul.
Éste es, quizás, uno de los enlaces entre secuencias de películas más famoso. Intentaremos presentar algunos más, en los que un objeto, un color, una idea, ligan perfectamente dos trozos, dos mundos del relato cinematográfico que, en principio, estaban separados.
- Martes 3 de marzo 2020: Jean Renoir
En un mundo rebosante de conflictos quizás es una buena idea acudir a ver cómo impulsaba a intentar vivir en sus films Jean Renoir, un cineasta capital en la historia del cine, cuya obra se fue creando desde el cine mudo hasta los años 60, siempre con la bonhomía como protagonista.
Jean Renoir decía que aún estaba en formación, pero conseguía escenas como ésta.
- Martes 10 de marzo de 2020: Correspondencias
Como comercio de los espíritus denominó Pedro Salinas al noble arte de la correspondencia. Unas cuantas buenas películas deben su estructura a este mecanismo de la escritura, envío y lectura de cartas. Otras tienen escenas magistrales que saben mostrar las sensaciones de estas fases de un arte que parece arrinconado en el mundo moderno, pero en el que también se le pueden descubrir fenómenos similares.
Pensar, escribir una carta. Luego ir a enviarla.
Todas las sesiones serán de dos horas, empezando puntualmente a las 18h, y se desarrollarán en la sede de los Ingenieros, Vía Laietana, 39. 08003- Barcelona. Teléfono 933192300. Se pedirá para asistir a cada una de ellas una aportación de 5 euros.
Para reservar plaza, clicar en los enlaces de esta agenda (páginas de febrero y marzo).

Los Fellinis

Este fotograma de I Vitelloni (una película, por cierto, con dos o tres imágenes extraordinarias, de esas que perdurarán siempre) acogía desde la pantalla, detrás del sitio del presentador, a los que llegaban a la Sala Chomón.
La mini-rentrée posterior a tanta fiesta, tanto banquete y tanta consecuencia en la dimensión estomacal se dio ayer, en cierta manera, en la Filmoteca, con la inauguración de la retrospectiva dedicada a Federico Fellini, que este año se habría hecho centenario.

En la sala pequeña se proyectó el magnífico documental que sobre él realizó Ettore Scola y luego, en una sala grande repleta era “I Vitelloni” su primer film proyectado. Pero antes Esteve Riambau habló de Fellinis, así en plural, en una presentación que espero se publique en el blog de la Filmoteca o por donde sea, para explorar las diferencias que, siempre bajo la batuta de Federico Fellini, marcan los films del realizador según sean sus colaboradores.

Su tesis, muy sugerente, fue que las películas de Fellini pueden dividirse bastante fácilmente, aunque por encima de todos quede manejando los hilos ese de miura o que fue el de Rímini, según quien fuera su principal co-guionista (Pinelli, Guerra o Zapponi), sus directores de fotografía (Martelli, Di Venanzo, Rotunno o Delli Colli) y no tanto su músico, puesto que la impronta de Rota fue seguida humildemente por Piovani.
Una guía a seguir en el ciclo que ahora se inicia con un nuevo aliciente para la observación de las películas. Con esta nueva pista yo creo que ya sé distinguir ahora con razones cuál es el Fellini que estimo y cuál el que no soporto.
La charla, que incluyó también los nombres de colaboradores iniciales o de miembros de la troupe como unos no tan famosos escenógrafos, se extendió también por otros derroteros para caracterizar la esencia de Federico Fellini.

lunes, 6 de enero de 2020

¡Arre Pudovkin!


En casa, que siguen la costumbre esa de celebrar el 6 de enero, sabían que esta viñeta de Chumy Chúmez era el motivo que quería para el cartel de la exposición sobre cine-clubs (que, por cierto, tras su ya larga travesía desde octubre, echa el cierre el próximo domingo). Pues bien: no sé muy bien cómo se lo han hecho, pero hoy SS.MM. me han sorprendido con, entre otros regalos muy acertados, este tazón ilustrado con ella.

 

jueves, 2 de enero de 2020

El todo o la nada. María Casares


En sus inicios de actriz. La única actriz importante, señala una estudiosa, realmente del exilio. Fue en Francia donde empezó, con gran esfuerzo sobre todo debido a su casi inexistente francés, sus estudios teatrales.
“El todo o la nada. María Casares” (Elisabet Anglarill y Manel Arranz) es un recientementre pasado en La 2 “Imprescindibles”, dedicado a la trayectoria teatral y vital de la actriz.
Santiago Casares Quiroga, su padre.
La misma hija de Albert Camus, Catherine, habla extensamente de la intensa relación entre el escritor y la actriz desde que se conocieron. Hubo, señala, un único “descanso”, en 1944. Al encontrarse de nuevo, por casualidad, en el Boulevard de Saint-Théodorit Germain, explica, él le preguntó: ¿A dónde habías ido?

Aparece en él poca pero muy bien escogida gente (Lluís Pascual, Joan de Sagarra, Tina Sainz, Jorge Lavelli, Catherine Camus, un par de estudiosas,...) para hablar de ella, que también aparece de resultas de varias entrevistas, y entre ellas la de un “A Fondo”. Imágenes de ensayos suyos, grabación en su casa francesa, convertida en espacio para la creación teatral,... Se han tocado todas las teclas y se trasmite muy bien la personalidad, única, en verdad imprescindible, de Maria Casares.
Maria Casares en un “A Fondo”, de por 1982.
Enlace actualmente vivo al documental:

miércoles, 1 de enero de 2020

J'acusse

Si ayer acabé el año viendo “La verité”, hoy lo he empezado con “J’accuse” (“El oficial y el espía”, 2019). Ambas en unas salas de cine considerablemente llenas, ambas películas, digamos, “estándar”, de ambas saliendo no con la sensación de haber contemplado obras maestras, pero sí satisfecho de haberlas visto. Y, para acabar con las similitudes, apareciendo -ya es casualidad- la Santé en las dos.

Va, eso lo sabe todo el mundo, del “Affaire Dreyfus”. Se inicia con la degradación del capitán en la plaza de armas, con expectación y gritos de una plebe convenientemente sacudida de proclamas fuera, siguiendo -con algún flashback- toda la investigación que lleva a cabo un jefe del ejército al que han nombrado responsable del servicio de información, hasta que llega el esperado “Yo acuso” de Zola. Una buena ocasión, pues, para hilvanar las informaciones sueltas que tenía sobre el caso y poseer, a partir de ahora, una tela más completa.

Un par de sutilezas en medio de un desarrollo más o menos plano de la narración de la película: Al llegar al edificio donde se desarrollará su trabajo con los de información del ejército, el protagonista, con el que inevitablemente vamos a identificarnos moralmente, capta un fuerte olor proveniente de las alcantarillas. El coronel que habla de la degeneración que se está produciendo en el ejército y el país debido a la acción de los judíos, por su parte, es un enfermo -avanzado- de sífilis...
Y lo que me resulta un guiño que de ninguna forma debe proceder de los hechos constatados de la historia narrada y seguramente tampoco de la novela de donde Polanski ha sacado el guión de su película, sino que se le debe por completo a él: En medio del caos absoluto en que se ha convertido su vida y su casa, el protagonista emula al de otra película anterior de Polanski, “El pianista” (2002) y se pone, para serenarse, a tocar el piano...

En cuanto al fondo argumental, del que podrían sacarse varias semejanzas con hechos actuales, se puede decir que se trata de un combate abierto entre dos definiciones y posturas (morales) de lo que es y debe ser el ejército (u otras instancias...).