Sabe mal que por la mitad de “Fue la mano de Dios” (Paolo Sorrentino, 2021) desaparezca el padre (Toni Servillo) y la madre (Teresa Saponangelo) y, con ellos, esos travellings por el enorme y algo oscuro pasillo de la casa de campo hacia la despampanante claridad del exterior, esa terraza con impresionantes vistas a la Bahía de Nápoles, con un mar azul como sólo debe ser el de esa zona de Italia.
Pero pensándolo luego, eso nos pasa -años más, años menos- a todos, y hay que apechugar con ello.
Y quedan ahí, muy bien retratadas, esas risas cómplices, en momentos en que las del espectador se suman a esa singular familia, tan estrambótica a la que se amplía que pareces haber vuelto a dar con Fellini. Unos momentos suspendidos, en medio de ese desconcierto del protagonista especialmente, pero quizás de todos los personajes, en busca de aún no se sabe qué.