“El hombre lobo” (George Waggner, 1941) es de esas películas que se inician con la buena costumbre, casi olvidada, de presentar imágenes de los actores -con sus nombres- en sus papeles. También de esas otras que empiezan abriendo las páginas de un libro para leer en él (antes las cosas se aprendían de los libros) algún tema. Aquí se trata de la licantropía.
Ya en harina, vemos a Lon Chaney Jr., un tanto fondón para su papel, recién llegado después de una larga ausencia al castillo familiar, donde se encuentra con su padre (que dirías que casi podría ser por edad un amigo suyo). Pero la ligereza y la gracia del film está en cómo prueba un nuevo y potente telescópico, no apuntando a las estrellas, sino hacia el pueblo vecino y es así como ve a una chica, en una ventana, que le deja impresionado y sale a conocerla.
Por lo demás salen gitanos -y gitanas- de carromato y mucho rato un bosque por donde evoluciona el hombre lobo de noche, entre unos cuantos árboles de decorado y mucha niebla por el suelo para infundir misterio.
En estas películas con una bestia y una bella suele ser esta relación la que enternece y te hace recordar el film. La bestia suele hacer, por amor, un sacrificio enorme, que te emociona como espectador, porque ves lo humano que reside en el cuerpo del monstruo. En ésta no sé si era que Lon Chaney Jr. no tenía la flexibilidad de su padre, pero el caso es que cuando era lobo, era un animal muy animal, sin pizca de sentimientos amorosos o de otro tipo.
La grabé de TCM hace un tiempo, pero qué casualidad que veo que la vuelven a hacer esta noche, ya madrugada de mañana.