jueves, 31 de julio de 2014

The servant



Casi sólo aparecen dos escenarios en "The servant" (Joseph Losey, 1963, con guión de Harold Pinter): La espléndida casa urbana georgiana del retoño de familia aristocrática interpretado por James Fox y la mansión con amplios jardines de sus padres. Pero hay una escena muy interesante por el medio de la cinta que tiene lugar en un restaurante, y de la que no guardaba ni el más ínfimo recuerdo (una de las ventajas de tener una memoria tan lamentable: se vuelve a ver todo como nuevo). La cámara va paseándose por su reducido espacio para situarse ante las mesas de los comensales o, cuando no, aún centrada en la pareja protagonista (que inicia una discusión precisamente sobre el sirviente), deja oír las conversaciones -de una ruindad notoria- de los otros comensales. Todo son parejas. Novios o matrimonio joven, una señora con la que debe ser su hija, un obispo con un cura. Es una corta escena, pero en ella se efectúa un demoledor barrido por una clase social que está próxima al derrumbe.
La progresiva revolución que el criado (Dick Bogarde) planea para con su señor (anunciada con proliferación de espejos y reflejos, así como otros hallazgos de puesta en escena en el film, que sigue lo que es un completo proceso de inversión), le dará la puntilla.

miércoles, 30 de julio de 2014

Mbini. Cazadores de imágenes en la Guinea colonial


Lo peor de los tres capítulos originales de la serie sobre Guinea rodada por Manuel Hernández Sanjuán entre 1944 y 1946 que incorpora el DVD de “Mbini. Cazadores de imágenes en la Guinea colonial” (Pere Ortin y Vic Pereiró, Altair 2007) es que causan el mismo efecto que los NO-DO o las películas franquistas. Inicialmente te atraen irremisiblemente, porque piensas –y es cierto- que verás cosas inusitadas. Llegado un momento, y después de haberte carcajeado con el impresentable lenguaje del locutor, te cansas de seguir oyendo ese lenguaje pseudopoético, a la vez altanero y servil. Finalmente te invade la tristeza y malestar profundos de una época asquerosa, y procuras alejarte.
Así pasa con “Balele” (la más inocua: una larga filmación sobre una fiesta fang, con los cortes de censura impuestos para que no se vieran excesivamente los pechos de las danzantes), “Una cruz en la selva” (el supuesto seguimiento de los trabajos de los misioneros, “combatiendo por los valores eternos del espíritu frente al materialismo de nuestro tiempo”, yendo de un lado a otro para bautizar, hacer misas,… eso sí: siempre con dos o tres porteadores que les llevan todas sus herramientas) y “Bajo la lámpara del bosque", una mirada supuestamente jocosa, para provocar envidias, sobre los alicientes de la vida colonial (póker, piscina, cócteles tropicales) de esos españoles que están ahí “para enaltecer el nombre de la patria”, un trabajo para el que se requiere “temple de raza”. ¡Puaf!
Me había refugiado en las películas originales para ver lo que había captado esa “cámara que sólo registra la realidad”, porque, lamentablemente, las reelaboraciones actuales no me han gustado lo más mínimo: “Cazadores de África” contiene fotos magníficas, pero tratadas para que ofrezcan una impresión de 3D, como de dioramas, o bien hasta coloreadas. Además, para más INRI, toda ella, de una forma de lo más acrítico (al contrario de lo que parecía buscar el libro) sólo sigue una corregida y montada entrevista con Hernández Sanjuán, pero en la que, en vez de ofrecer la voz real del anciano, hacen que sea un locutor actuando como anciano el que haga su recitado mientras lo que dice se va ilustrando con fotos o trozos de los films. Por su parte, “Le mal d’Afrique” ilustra el contenido de una carta sobre Guinea de Hdez. Sanjuán a un amigo de la Península, leída por otro locutor que respeta todo el carca lenguaje poético que rondaba por aquí esos años.
Puestos así, mi recomendación es que, si alguien se acerca al libro, mire y remire las fotografías originales, en sus copias nuevas. Hay alguna magnífica, y no llevan incorporados ni guión ni banda sonora.

Mbini. Cazadores de imágenes en la Guinea Colonial

Es una de las imágenes del equipo de Manuel Hernández Sanjuán en los años 40, durante la filmación de tortugas en las playas guineanas. Corresponde a “Mbini. Cazadores de imágenes en la Guinea Colonial” (Pere Ortín y Vic Pereiró. Altair 2006), el trabajo que tras el descubrimiento en la Filmoteca de las latas de 31 documentales, prácticamente desconocidos, rodados en la Guinea Ecuatorial Española, ofrece una larga entrevista con su realizador, varios de esos films y organiza las fotografías para documentar unas prácticas coloniales españolas muy pocas veces mostradas.
Lo vi por la biblioteca, y no pude resistirme a traerlo a casa, para ojearlo con más calma.

martes, 29 de julio de 2014

Las termas de Akitsu


Una de amor y de llorar. De entre los más famosos nuevos cineastas japoneses de los años 60, no consigo identificar los films de Yoshishige Yoshida. Por eso he aprovechado la segunda oportunidad que ofrecía la Filmoteca para ver su “Las termas de Akitsu” (1962).
Donde esperaba un film sereno, en blanco y negro, heredero de los clásicos, me he encontrado una película a todo un color muy de los westerns de los 50, con pantalla panorámica y música de las grandes ocasiones, acompañando una historia de amor sublimado a través del tiempo. La historia es entretenida, porque permite seguir la historia reciente del Japón. Arranca en el final de la II guerra mundial, y recoge la llegada de los americanos y sus costumbres. Ella, la protagonista –Mariko Okada-, viviendo en y llegando a regentar un hotel balneario en un idílico paisaje con vegetación que recoge el cambio de las estaciones y agua por todas partes, no adopta los nuevos hábitos, y sigue vistiendo el traje tradicional, mientras que pasa como puede, con hálito bajo, las largas ausencias del amor de su vida, un escritor que va ahondándose y conformándose con el fracaso.
De tanto insistir en esa pasión apenas correspondida en breves momentos, de tanto acentuarla la música, acaba convirtiéndose en una película de esas como “Peter Ibbetson”, de amor hasta casi más allá de la muerte, esa cosa que tanto gustaba a los surrealistas.

lunes, 28 de julio de 2014

Un toque de violencia


Requerido por su ascensión a los cielos promovida en estas mismas páginas por Miguel Martín, he acudido hoy raudo a ver “Un toque de violencia” (“A touch of sin”, Jia Zhang Ke, 2013), y la verdad es que inicialmente me he preguntado las razones por las que me enviaba a ver una especie de spaghetti western, que luego seguía con una fácil fábula sobre la corrupción política, si bien punteada con escenas ya clásicas de Zhang Ke (un enorme viaducto en construcción, un dique de embarque con publicidad en medio de las aguas de una garganta inundada, unos altísimos edificios de pisos, amenazantes, entre brumas). Pero poco a poco estas historias levemente entrelazadas entre sí van drenando, convenciendo, llegando a hacerte salir apesadumbrado del cine, porque explican, de forma aproximada pero convincente, nada menos que de dónde venimos y a dónde vamos.
Venimos, se deduce, de un país embrutecido por la miseria, y vamos, a pasos acelerados, a otro igualmente embrutecido, pero por la corrupción, el juego, la televisión, el consumo.
En las escenas del interior profundo de la China el realizador pinta con brocha gorda unas caricaturas de cargos del partido y nuevos ricos, todos ellos actores de unas privatizaciones sin escrúpulos. El protagonista, que va a desatar algo más que el “toque” de violencia que promete el título (un título, a mi entender, que banaliza el film, mientras que el “sin” –pecado- utilizado originalmente resultaba más sugerente), después de cruzar delante de una imagen de la virgen que desvela el busto de Mao, da paso después a otro personaje que se ha acostumbrado a vivir en esa ley de la jungla, en la que el más fuerte impone su ley.
Vienen luego las historias que se centran en zonas en las que la moderna China ya ha irrumpido con fuerza. Primero la de un adulterio que no prospera, colocando a los adúlteros en sitios inhóspitos, y acabando también, después de la recolocación de ella en su sitio de partida, en otro baño de sangre. Luego, para cerrar ya el film, seguimos las peripecias de un joven yendo de trabajo en trabajo, todos ya correspondientes a un mundo de lo más actual. Durante un tiempo, el chico recae en el edificio de la foto, el de esas galerías llenas de ropa tendida que bordean los cubículos donde duerme la clase trabajadora de las modernas industrias. El bloque, para mayor sarcasmo, se llama “Oasis de prosperidad”.
Las cuatro historias vienen protagonizadas por cuatro personas, una en cada una de ellas, que no resisten el trance, un trance que no parece, por otra parte, ofrecer salidas más airosas que las que ellos emprenden. No en vano en su deambular se cruzan con pandillas de inmigrantes muertos de hambre o de reses que, significativamente, llevan al sacrificio. Pero sus historias son extrapolables y podrían derivar por otras muchas igualmente penosas, también sin escapatoria. Las atractivas, joviales y dinámicas guardias rojas que aparecen no son -¡ay!- sino prostitutas en su número de exhibición para que los clientes escojan.

martes, 22 de julio de 2014

Moi, Pierre Rivière, ayant égorgé ma mère, ma soeur et mon frère...



Una imagen de este seco árbol, sin esos personajes, abre “Moi, Pierre Rivière, ayant égorgé ma mère, ma soeur et mon frère...” (René Allió, 1976), que se cierra con esta otra extraña imagen del mismo árbol, ya con esos dos personajes flanqueándolo. Si sólo se tratase de eso, ya habría para encuadrarla con un tipo de cine actual, en ningún caso con el que se realizaba por los años 70.

Buscando un DVD que necesitaba para un trabajo, pero que no he encontrado, he dado con éste, comprado hace un año –era una ganga-, y en espera desde entonces. Contraviniendo todo lo apropiado, me he puesto a verlo, para empezar a arreglar todo el caos que tengo en ese apartado de “asuntos pendientes”, que es imposible hacer disminuir, causante de tanto desencuentro. Aunque lo he visto en malas condiciones, medio durmiéndome, en francés de campesino normando a palo seco, con unos subtítulos en inglés que más bien despistaban, estoy satisfecho por conocer ya de primera mano un film famoso por los nombres que se concentraron en él (el René Allió realizador de la simpática “La vieja dama indigna” o de la mucho más cercana a ésta “Les Camisards”; Michel Foucault como base literaria; la plana mayor del “Cahiers du Cinéma” de por entonces –Pascal Bonitzer, Serge Toubiana- por el guión), que me daba cierto miedo ver, por su tema. 

Como siempre suele pasar, el film no se parece en nada al que imaginaba. La cruda barbarie sanguinaria que creía lo iba a inundar, por lo que anunciaba el título y argumento, no es tal, o en todo caso se concentra en otros campos: unas autoridades ajenas al devenir de una comunidad campesina, pero que establecen reglas y sentencias; la ignorancia, presión y dureza que envolvía y caía sobre la sociedad campesina del principio del s. XIX; cosas así.

El otro día J.L. Márquez solicitaba películas efectuadas sobre el pálpito de la escritura de cartas, o diarios. Ésta es, sin duda, pariente de ese tipo de films. No es una correspondencia en su completo sentido, pero sí obedece todo su metraje a la voz interior del desgraciado protagonista, escribiendo en unas largas confesiones las razones que le habían conducido a su crimen, y relatando cómo lo había llevado a cabo. Todo ello puesto en contraste con los diferentes informes y encuestas de las diferentes autoridades políticas, judiciales y científicas que aparecen atraídas obligada o voluntariamente por el caso.

miércoles, 9 de julio de 2014

Pasolini vx Illich


El día antes de la inauguración de La Casa de la Paraula. Con un estupendo olor a madera recién cepillada, y un deslumbrante espacio del que no desvelo demasiado, para mantener la sorpresa de la inauguración: salita de estar, largo y amplio pasillo que incorpora una cafetería y sala de exposición (que se estrena con cuadros de Jean-Marc Hild) y precede al grueso de las estanterías de libros y al pequeño auditorio. Ahí hoy Alfons Garrigós y Silvia Grünig han puesto en diálogo a Pier Paolo Pasolini con Ivan Illich, en el último acto de la temporada del grupo Projecte Pasolini Barcelona.
Stefano Puddu, que ha ejercido algo más que de moderador, ha hablado de dos gigantes que salían de los senderos rodados, y que se anticiparon a lo que ahora ya de forma generalizada vemos. Se ha hablado de decrecimiento, de cuestionar a un "desarrollo" que es "como un soplo que aparta a la gente de su espacio vital, que cambia la forma de vivir", de la mutación antropológica, que ha modificado hasta las caras de la gente. También de la institucionalización, que roba a las personas su capacidad de actuación, y de un palabro -la contraproductividad- que hace que, a partir de determinando nivel, las novedades del desarrollo causen el efecto contrario al esperado. Ya se sabe: venga carreteras y automóviles, por ejemplo, que llevan a la paradoja de unos tiempos en recorridos diarios mucho más largos.
Desde la mesa nos han dibujado a un Illich interesado en cuándo nacieron las palabras / conceptos que nos invaden, ya que el lenguaje no es en absoluto inocente. En ese punto nos hemos dicho que, de volver en este momento, ambos se morían ipso facto, con sólo escuchar un poco lo que se suelta continua e impunemente por aquí.
Con todo esto, y abriéndose al público, la mesa se ha ido haciendo redonda y hasta de muy buen rollo. Quizás demasiado, y todo el mundo se ha ido contagiando del tono de voz de Silvia Grünig, que había bajado continuamente la cabeza en auto reflexiones, hacia dentro, que en ocasiones se hacían difícilmente audibles por el final de la sala (nos hemos dicho que, por mucho que molestase a Illich, no habría ido mal un micrófono para ella). Y como Illich se ve que lanzaba la aseveración de que lo único que podía enderezar la cosa -cualquier cosa- era la amistad, ha sobrevolado un cierto tono místico por la sala, envalentonada y decidida a leer venga cosas de uno y otro de los pensadores confrontados. Esperemos que eso no frene los proyectos del grupo para celebrar ese año Pasolini que están planificando (aunque parece que ésta era una de las palabras que no gustaban a Illich) para el periodo noviembre 2014 - noviembre 2015. Uno de esos actos podría ser una segunda parte del acto de hoy, que no ha estado nada mal, y que merece más discusión y derivadas.
En la foto, Stefano Puddu, Silvia Grünig y Alfons Garrigós con ese increíble fondo de olivo digno de jardín japonés.


 

Los rojos y los blancos


Sobre el papel era el pase de una película más del ciclo de la Filmoteca sobre la primera guerra mundial, presentando un episodio no muy conocido de la guerra entre rusos blancos y bolcheviques, éstos últimos ayudados por un batallón de voluntarios húngaros. Pero la sesión de esta noche de “Los rojos y los blancos” (1967) albergaba en realidad una de las más bellas películas de Miklós Jancsó, con una cámara en continuo movimiento que no para de registrar cargas y avances de caballería gracias a largos travelling desde un coche o helicóptero, ejecuciones sumarias, idas y venidas –avances y retrocesos- de rusos blancos y rojos en persecución mutua, y amplios paisajes a orillas del Volga y algún afluente, sin olvidar desde un heroico –e inútil- martirio grupal coreando la Internacional hasta una delicada secuencia con banda de música interpretando el “Señorita, deme un beso…”, que deriva en un baile entre los abedules con toques de Botticelli.
No obstante, la belleza innegable del film, como me decía un colega, no viene acompañada en esta ocasión de una fuerza explicativa, de una base teórica, a su nivel. Sales convencido, eso sí, de que se trató de una larga y desordenada contienda en la que se cometieron sanguinarios desaguisados por ambos lados (en plan aristocrático por uno de ellos, con masacres similares a elegantes cacerías, pero también con ejecuciones ejemplarizantes que a la vez dejan clara la diferencia de clase entre blancos y mongoles; evitándose in extremis las muertes o en off cuando son provocadas por el otro bando). Pero no queda clara mucha cosa más. Lo que aquí son dos fugaces apariciones del campesinado alcanzará en películas posteriores de Jancsó, quizás dolido por eso, rango de protagonismo.

lunes, 7 de julio de 2014

À propos de Nice

Postals – 228
“A propos de Nice” (Jean Vigo, 1930)
Obsequio de la Federació Catalana de Cineclubs, un fotograma de una de las magníficas escenas de la Promenade des Anglais, el entonces paseo burgués por excelencia de Niza.



jueves, 3 de julio de 2014

Conte de llops


Preparo los ciclos esos de "Ombres mestres. Les lliçons dels grans del cinema" (no traducible el juego, pero más o menos "(S)o(m)bras maestras. Las lecciones de los grandes del cine" con Pau Pérez Uslé, quien ahora me da, en parte contento, en parte decepcionado con ciertas cosas, el fruto de varios años de trabajo: su cortometraje "Conte de llops" ("Cuento de lobos").
Es, a escala, pero en cualquier caso realmente, una superproducción. Quizás una causa perdida, como el doble cuento que, como el título del cartel, refleja la película. Se embarcó a hacer el único corto en película cinematográfica, en 35 mm, de toda la última hornada, con complejos movimientos de cámara, noches, lluvias, nieve, ruinas, orquestas y hasta animales, y entre ellos lobos.
Narra una (se debe repetir: doble, una doble que en cierto modo amplío ahora, y espero que no se ofenda, a triple) historia. La de unos soldados -y da un poco igual que se trate de los de la guerra civil española- que están ya en las últimas de su aventura, más pendientes del mundo que perdieron y al que quisieran volver que en el fantasmal en el que en verdad se encuentran. La de, por otra parte, unos exploradores surgidos en la ficción del "Colmillo blanco" de Jack London, emparentados por el realizador con un hilo muy íntimo con los anteriores. Y, añado yo, la de un ingeniero que, sacando el tiempo y el dinero de donde ha podido, se ha embarcado a hacer esta historia de perdedores que evoca en su tono a la épica, a la narración clásica. Una historia que Peckinpah habría rodado, pero que no sé si habría tenido la paciencia necesaria para seguirla y dejarla como está, lejos de un explosivo y escandaloso baño de sangre final. Pau acaba la historia donde y como tiene que acabar, pero lo suyo ha sido ir planteándolo, como algo ineludible, pacientemente.
Ahora el corto inicia su ronda por festivales de todo el mundo. A ver si alguien se fija en él, y le presta la atención que merece.

miércoles, 2 de julio de 2014

El hombre con la cámara



Esta tarde a las 19h en el Centre Cívic Urgell, con entrada gratuita –aunque parece que se llena-, se podrá ver cómo una chica se despierta y lava al mismo tiempo que lo hace su ciudad. Sus ojos parpadean, dejando pasar u ocultando la luz, como estas persianas, o la misma cámara.
Aunque se trata más bien de un acto musical, en el que Anna Francesch y Max Villavecchia cantan y tocan el piano sobre el fondo de la proyección, en este caso, de “El hombre con la cámara” (Dziga Vertov, 1929), Rafel Miret suele hacer para estas sesiones una pequeña introducción cinematográfica sobre el film. Hoy no podía, y me pidió si yo podía hacerlo en su lugar, así que situaré un poco, hasta donde llegue, la cosa.
El enlace a la actividad:
(Los fotogramas que cuelgo los he sacado del librito “Dziga Vertov. L’home a la camera”, de Fréderique Devaux, 1990, uno de la magnífica colección Long Métrage, de las Éditions Yellow Now)

martes, 1 de julio de 2014

Volker Schlöndorf en la Filmoteca


Es Volker Schlöndorff hoy, en la Filmoteca, disponiéndose a presentar tres capítulos de sus conversaciones con Billy Wilder. La foto está esquinada y él lejos porque, habiendo tenido la enésima confusión con el nombre de la sala, creía que se hacía en la grande, y he estado haciendo tontamente tiempo antes de entrar...
La entrevista, que Schlöndorff hizo en paralelo con Hellmuth Karasek, y que también dio lugar al libro de este último que editó Grijalbo, se pasó en su día por la TV, y es, para un servidor, conjuntamente con la que montó Antonio Drove con Douglas Sirk (ahora invisible...), una auténtica lección de cine, que no debería dejar de verse en una escuela que se precie de enseñar a futuros realizadores.
En ella, Wilder, en su oficina de Los Ángeles, repasa diversos aspectos y detalles de sus películas, reflexiona sobre las necesarias cualidades de un director desde el punto de vista de un guionista ("lo importante es que sepa leer"), defiende que un guionista no debe entrar nunca, en su guión, en el papel de realizador ("sólo debe anotar si la escena es de noche o de día") y, con la ayuda de una varilla de esas que acaban en una manita, rascándose de tanto en tanto con ella la espalda, deja caer unas cuantas apreciaciones cargadas de verdad, que rozan la alta filosofía ("una mujer extremadamente guapa siempre roza el límite de la fealdad") o buena sociología ("la gente -el espectador, vaya- no quiere verdades que le hagan daño").
También hace unos retratos muy fiables de Marilyn Monroe o de Cary Cooper, de quién desvela, por cierto, su infalible técnica para el ligue.
Schlöndorff, hay que decirlo, no destacará precisamente como realizador por esta cinta, y habrá que esperar a sus otras películas de la retrospectiva que arranca ahora la Filmoteca para alabarlo en lo que vale, pero hay que agradecerle que deje a Wilder explicarse convincentemente, y que, para completar el retrato, reproduzca íntegramente el discurso que leyó en el funeral de su compañero guionista durante 25 años, I.A.L Diamond. Un discurso que honra a quién lo recibió póstumamente y a quién lo escribió, y también una lección, quizás, de ética y de saber hacer.
La sesión de hoy acababa con la mejor lección de todas. Una lección que iría bien que cundiese en tanto realizador que, groseramente, presenta todo hasta el último detalle, sin ningún pudor... y con nula eficacia. Hablando del intento de suicidio del personaje de Shirley Mc Lane en "El apartamento", Wilder sienta cátedra: siempre de espaldas a la cámara las escenas de emoción dolorosa. Off stage. Fuera de campo.