miércoles, 30 de agosto de 2023

Gli uomini che mascalzoni




Continúo buscando antecedentes del Neorrealismo Italiano y ayer descubrí en Prime Vídeo (cuesta encontrarla, con eso de no hacer búsquedas por realizador y presentar toda una serie de datos totalmente erróneos) “¡Qué sinvergüenzas son los hombres!” (“Gli uomini che mascalzoni”, Mario Camerini, 1932), que tiene la ventaja de ser una muy agradable y divertida comedia. Cosa buena, pues.
Agradará especialmente a los que, habiendo vivido en Milán, quieran ver cómo lucía antes de la guerra, pues, avanzándose a la salida a la calle que representaba el Neorrealismo, tiene cantidad de exteriores en Milán, además de una excursión a “los lagos” y un paseo por la Feria. Y está protagonizada por un jovencísimo, casi irreconocible, Vittorio de Sica.
Desde luego, para no soliviantar -no vaya a ser-, todo se resuelve sin alterar el orden establecido y las reglas del decoro.
Buena cosecha, además: he apuntado dos escenas para el Ombres Mestres de este curso, cuyos trabajos hoy iniciaremos oficialmente. Una es clara precursora de la de la criadita de “Umberto D” y otra un raccord muy funcional. Otra cosa será que podamos dar con una copia y pueda ser operativa,







 

martes, 29 de agosto de 2023

Hets


Viendo ayer en la Filmoteca “Hets” (“Tortura”, Alf Sjöberg, 1944), entiendo perfectamente la impresión que me causó muchísimos años antes, pescada en el televisor de casa de mis padres, gracias -una vez más- a un ciclo del cine-club de la segunda cadena, creo que dedicado a Ingmar Bergman, que fue su guionista.
Un estudiante muy idealista sufriendo la presión de un profesor despótico, un padre que desatiende otra cosa que no sea el recto proceder obligado para progresar económicamente, la posibilidad de una relación con una chica que se convierte casi en salvación de la misma…, y todo rodado en un blanco y negro que potencia las sombras (rejas y rejillas proyectadas en paredes interiores) y los claroscuros, con escaleras marcadas por las sombras a lo Rodchenko y unos movimientos de cámara que potencian las sensaciones. La identificación estaba servida.
Las escenas iniciales me siguen pareciendo magníficas. El primer plano es uno cenital, sobre un terreno en el que se ve avanzar a un niño, que pronto sabemos llega tarde. Entra temeroso en la escuela, a un espacio con una imponente escalera de madera de varios tramos, que dará mucho juego durante todo el film. Un vigilante escolar lo observa desde el piso superior. El poder, vigilante y opresivo.
Esta primera secuencia conjuga con otra inmediatamente posterior, también en la escuela, pero con alumnos más mayores. Nos encontramos en un anfiteatro. La visión vuelve a ser -espectacular- desde arriba y, en el semicírculo del anfiteatro se distinguen las cabezas gachas de los alumnos, que atienden a un sermón. Otra muestra de cómo sojuzga el poder escolar, la educación. La salida de los alumnos del teatro es controlada por el vigilante, que actúa como si se tratase de un oficial de las SS.
Tras estas introducciones, entramos en la clase del protagonista y, gracias a una cámara desplazada en continuos travellings, también vemos al antagonista, un sádico profesor al que apodan Calígula. No sé si en ésta o en otra escena posterior similar, en la clase reina un silencio opresor, llueve fuera y el agua de la lluvia desciende por los vidrios de las ventanas de la clase y suponiendo otra barrera al escape ni que fuera visual.
Pronto veremos que la película avanza hacia una historia sobre una preocupación muy actual, como es el abuso de género por parte de un tío absolutamente tóxico.

Veo la sombra de Bergman, entonces veinteañero, en esa pareja joven que se lanza, al margen de las imposiciones sociales, a una vida muy difícil (por ahí piensas bastante en el verano de Mònica), o hasta en la gorra del chico protagonista, pero la verdad es que la segunda parte de la película y toda la resolución del conflicto, lejos de su sombra, con una coda final vigorizante que parece impuesta, me hacen que la película pierda varios enteros de los muchos ganados limpiamente. 

D’un roig encés. Miró i Montroig

El cartel que pintó, como se ve al final, delante de la cámara.






Marti Rom me comentó que Joan Miró les explicó con cara de complicidad que les había convocado un martes en Son Abrines, su taller mallorquín, porque ese día Pilar, su mujer, lo tenía ocupado y podrían estar solos sin ser molestados.
Había pedido permiso en su trabajo y organizado una expedición a Mallorca con su mujer, hermano, Llorenç Soler (cámara) y Joan Martí (sonido), grabando la entrevista con Joan Miró que constituye un documento único y la parte más señalada de “D’un roig encés. Miró i Montroig” (1979).
Pero los ahora 19 minutos de esta película rodada en 16 mm contienen bastantes más cosas.
Se inician con unas tomas en blanco y negro que emulan el footing que hacia el jovencito Miró yendo desde el Mas Miró hasta la playa de Montroig, donde efectuaba toda una tabla de ejercicios gimnásticos. Los del lugar que se cruzaban en su camino, no habituados a estas cosas que ahora nos asaltan por doquier, pensaban que no estaba muy bien de la cabeza.
Luego Martí Rom le sonsaca una serie de informaciones biográficas (que el pintor explica dando la impresión de encontrarse muy a gusto), que le confirman lo que siempre ha intentado demostrar el realizador: el fuerte sentimiento que unió a Miró con el territorio de Mont-roig.
Va colocando en su película Martí Rom también una serie de asociaciones visuales que muestran el esquema básico de lo luego tratado por él mismo en los tres volúmenes, enormemente documentados, que ha escrito sobre el universo de Miró en relación con Mont-roig, el lugar en el que nació toda su familia.
Viéndola ahora de nuevo, compruebo el vigor y la irónica acidez que demostraba por entonces. Basta ver esa sucesión de planos que muestran las placas de las calles y plazas de Mont-roig (una bonita colección de nombres de generales golpistas y otra de los “Caídos por Dios y por España”) y cómo una panorámica enlaza una de ellas con otra, cuyo nombre registrado invita a la resignación: “Calle del Calvario”.
Unas imágenes y grabaciones sonoras del acto de 1978 en el que, con presencia de Joan Miró, el consistorio de Mont-roig, venciendo un notable pasado carlistón, le dio su nombre a la plaza principal del pueblo en sustitución de la de “Generalísimo Franco”, se insertan antes del final, en el que Miró recorre su magnífico taller (dibujado por su amigo Josep Lluís Sert) y, finalmente, dibuja a colores, en un cartón, el título de la película.
La Filmoteca ha mostrado su plan de, en la próxima tanda de su proyecto de restauración del “cine básico” catalán, incluir este documental. Una decisión que me resulta de lo más justa y apropiada.
Hasta entonces, el enlace a la copia actual:

“Iba corriendo, desde casa hasta la playa”



Se le ve explicando cosas de Mont-roig a gusto.


Mientras suena Raimon, dibujando el título del cortometraje. 

lunes, 28 de agosto de 2023

Nam June Paik: Moon is the Oldest TV




Ahora tenemos a Hong Sang soo, que se ha hecho familiar por Occidente, pero hace un tiempo el único nombre coreano que sonaba en el ámbito artístico era el de Nam June Paik.
Cuando se empezó a hablar por aquí de vídeo-instalaciones, siempre estaba presente, pero es que antes estuvo en Fluxus y ahora, por este “Nam June Paik: Moon is the Oldest TV” ("Nam June Paik: El padre del videoarte", Amanda Kim, 2023; Movistar+) he sabido que si a los 24 años fue a vivir a Múnich, fue por haber oído en su país algo de Arnold Schoenberg, pues ya era un intérprete virtuoso que quería componer, y se le abrió un mundo.
Ciertas cosas suyas posteriores son ya más conocidas, pero el documental va muy bien para conocer, por ejemplo, su primer encuentro en 1958 con John Cage (quedó boquiabierto al verlo tecleando una máquina de escribir en una sala de conciertos), sobre sus orígenes familiares, su llegada a Nueva York, su descubrimiento, destripándola, de la televisión, etc.





 

domingo, 27 de agosto de 2023

Finestra Santos




En el repaso que estoy haciendo por aquí a los trabajos de Martí Rom como documentalista llego hoy a “Finestra Santos” (1982).
Son sólo 10 minutos, pero marcan un punto especial. Es el primer año que nos encargamos él y yo del Cineclub Associació d’Enginyers, tras la propuesta de relevo efectuada por su anterior responsable, Joaquim Romaguera. Aunque ya Romaguera se alejaba mucho del cineclub convencional, pues se dedicaba a explorar en cine cómico primitivo, el cine experimental o, en cualquier caso, programaba ciclos muy especiales, nosotros, provenientes del CCI de los años 70, el cineclub de la Escuela de Ingenieros, donde habíamos programado todo lo que se había hecho al margen del sistema (distribuido luego por la Central del Curt, del que Martí Rom era uno de sus máximos responsables), pero también mucho ciclo de cine clásico y comercial, viendo que la Filmoteca por un lado y los cines de Arte y Ensayo por otro ya cubrían muy bien la oferta en Barcelona, apostamos por no hacer sesiones periódicas, sino aprovechar el (muy reducido) presupuesto para concentrarlo en una única actividad anual, que presentase trabajos no necesariamente de cineastas, de artistas relacionados con el cine aunque sólo subterráneamente.
Ese primer año escogimos a Carles Santos, que a la sazón se había hecho esa pregunta, “Beethoven. Si tanco la tapa què passa?”, y había vuelto al piano (y a piezas vocales) tras un periodo de alejamiento durante todo ese proceso de cuestionamiento de la práctica artística que supuso el arte conceptual y, en su caso, como miembro del Grup de Treball, también de fuerte posicionamiento político.
Lo conocíamos, básicamente, en su papel de colaborador -no únicamente musical- de Pere Portabella y contactar con él fue como dar continuidad a todo lo previo.
Proyectamos en varias sesiones toda su producción como director. Uno de sus cortometrajes, “La-re-mi-la” (1979) se había llegado a exhibir en salas comerciales como acompañamiento, pero previamente tenía ya una larga serie de producciones independientes muy interesantes en blanco y negro y 16mm, que pueden ser considerados la mejor representación de la obra cinematográfica constatable del arte conceptual de por estos lares.
En una sesión presentamos esta “Finestra Santos”, rodado poco antes en un desnudo sótano de la Fundació Miró, que entonces se utilizaba, bajo el nombre de “Espai 13”, para presentar obra de nuevos artistas. Porque, al contrario que otros vídeos de la serie, éste no habla de la trayectoria artística de Carles Santos. Intentaba dar unas pinceladas que definieran su trabajo del momento.
Veo ahora de nuevo el equilibrio inestable de Llorenç Soler, sosteniendo el armatoste que eran entonces las cámaras de vídeo, subiéndose en la enclenque silla en la que está sentado Carles Santos mientras ejecuta una pieza suya al piano y me hago cruces pensando lo cerca que estuvieron ambos de caer rodando con todo el equipo por el suelo.
Unas cartulinas naranjas primorosamente rotuladas a base del Rotring de la época separan las tres partes de la pieza.
-En la primera se puede atender a una instalación en acción, con la lucha por la captación de la cámara de Soler de esa ejecución de la pieza musical, contra todos los obstáculos, por parte de Santos.
En la segunda podemos asistir a una pequeña emulación del tipo de trabajos conceptuales de entonces de Santos, del que queda constancia para la eternidad su sentido del humor, con esa “sintonía de las estaciones de RENFE”.
Por último, en la tercera, Carles Santos, en ese desnudo escenario, todo hormigón, nos ofrece una variación de su “Tocatico tocatá”, y da muestras, una vez más, de su tremenda energía.
El enlace:




 

jueves, 24 de agosto de 2023

Josep Maria Carandell

Carandell en su casa de la plaza Letamendi.

En el patio de la casa familiar de la calle Provenza.

Fotografía de su temporada viviendo en el Japón. A la derecha, su mujer Christa Gottschewsky.

Asomado al balcón de su casa de la plaza Letamendi.

Colaboró en muchas publicaciones de la época.

No estaba muy bien de salud Josep María Carandell cuando, en 1999, Martí Rom rodó otro de sus trabajos para el Cineclub Associació d’Enginyers, dedicado a su figura, y le costó un gran esfuerzo, que se adivina en alguno de los planos de los 22 minutos resultantes.
Normalmente sentado (generalmente en algún rincón de su casa de la plaza Letamendi), aunque también paseando por el hoy desaparecido barrio del Pou de la Figuereta o por el terrado de la Pedrera, Carandell va desgranando, casi como inventario, sus diferentes ocupaciones y los intereses que le fueron llevando a escribir una bastante larga relación de libros en catalán y castellano.
No sin momentos difíciles, me han quedado grabadas en la memoria en ese año que pasamos con él varias cosas, muy singulares.
Una, desde luego, es el conocer de cerca a Carandell, al que había leído, a parte de por artículos en muy diferentes publicaciones, dos libros que tuvieron mucha repercusión: el que escribió sobre “Las comunas, una alternativa a la familia” y la “Guía secreta de Barcelona. Pero al margen de estos libros de éxito, inicialmente ya era considerado, junto a su amigo Eugenio Trías, la gran esperanza de la filosofía de por aquí.
Otra, de la que no aparece casi rastro en el vídeo, fue dar con la figura de su padre, Joan Carandell, un hombre de origen muy modesto que se convirtió en el equivalente al Conseller de Economía republicano, que huido a la zona nacional, gozó de las simpatías de Franco, llegó a tener un gran patrimonio (como la casa de calle Provenza que aparece al principio, o el famoso Mas de Reus)… y lo perdió al completo, y que, en sus últimos años, escribió bajo el seudónimo de Llorenç de Sant Marc toda una serie de novelas policiacas sobre la Barcelona del pistolerismo, que conocía de primera mano, fueron alabadas por Vázquez Montabán y sirvieron de referencia, por ejemplo, a Eduardo Mendoza para su “La verdad del caso Savolta”.
Otra, sus amistades. En un momento del vídeo está en su casa ante uno de los “pueblos” que construía con sus propias manos su gran amiga Ana María Matute. Pero también escribió canciones para otro gran amigo (Ovidi Montllor), Joan de Sagarra lo nombró hermano mayor suyo, o llegó a escribir una ópera junto a Joan Guinjoan.
Y una última cosa que no olvidaré: el privilegio de pasear con él por Barcelona, oyendo sus explicaciones sobre todo lo que íbamos viendo. En el mismo vídeo nos enseña unas calles cercanas al Mercat de Santa Caterina que son ahora un barrio nuevo… de más bien baja calidad y sin misterio alguno. Y aparece en el terrado de la Pedrera. ¡Qué placer oír de su boca toda la simbología que iba deduciendo de sus elementos,
El enlace:

Con Ovidi Montllor, para quien escribió muchas canciones.

Con su “hermano pequeño”, Joan de Sagarra.





 

miércoles, 23 de agosto de 2023

Le Principe du clap


François Truffaut, Maurice Pialat, Philippe Garrel, Claire Denis, Pascale Ferran,… Éstos son algunos de los directores de cine para los que ha trabajado como montador Yann Dedet. Fue entonces ver en una revista una nota que decía que había publicado este libro de memorias (“Le Principe du clap”, P. O. L. Éditeur, 2022) y entrarme unas ganas locas de hacerme con él.
No es, sin embargo, éste un libro en el que hable de su experiencia con esos autores. Tiene mucho más de artefacto literario que de otra cosa, es verdad que asentado en sus experiencias juveniles. Toda una segunda parte habla de un periodo algo posterior en que tuvo que internarse en un hospital para una operación, con una prosa llena de metáforas y rodeos lingüísticos, que mi pobre francés me ha dejado en ascuas sobre sus verdaderas revelaciones, más allá de ese ebrio nirvana poblado de enfermeras que ni siquiera sé si he entendido correctamente.
Pero en su primera parte, aún con lenguaje complejo, sí que se entiende claramente que es la narración de su stage en 1965, recién cumplidos los 19 años, en unos grandes laboratorios cinematográficos parisinos, paralelamente a su torpe aprendizaje en la vida amorosa.
Y ahí, sin abandonar la forma enormemente poética y autoirónica que preside todo el libro, hay un extraordinario documento hoy casi arqueológico sobre el proceso industrial seguido por la película de celuloide en la época. Como él fue trabajando en los diferentes departamentos, puede explicar todas y cada una de las transformaciones que se iban dando sobre el producto del rodaje de un film. Quizás baste leer los nombres de unos cuantos de sus capítulos:
-Primer positivo o Servicio Producción
-Servicios Etalonaje negro y blanco, y color
-Servicio de impresión de película (tirage)
-Servicio Truca
-Último Positivo o Montaje Negativo
-Regreso a etalonaje
-…

Ese “clap” del título, correspondiente a la “claqueta” en español, viene a ser en cierta forma protagonista de todo el proceso. Marca el punto de referencia a seguir de muchos de los trabajos que se detallan, de forma muy amena, en el libro, que me ha sumergido y aclarado sobre un mundo, con la adopción del digital, ya hoy totalmente desaparecido. 

Lo que rodeó a Tout va bien


De acuerdo: las películas se han de apreciar (o todo lo contrario) por ellas mismas, sin que interfiera para nada el conocimiento de lo que ha llevado hasta ellas. Pero, al mismo tiempo, mira si no hay ocasiones en las que eso que se ha conocido del “alrededor” de la película te hacen mirarlas de otra forma.
Todo esto viene a cuento de haber sabido, gracias a la “biografía definitiva” de Jean-Luc Godard escrita por André de Baecque, unas cuantas informaciones de lo que rodeó a “Tout va bien” (Grupo Dziga Vertov -Jean-Luc Godard y Jean-Pierre Gorin-, 1972), sobre las que yo vivía en la inopia.
Una primera, de gran peso, es que cuando Godard y Gorin consiguen hacer que Yves Montand y Jane Fonda (pese a las reticencias de estos dos actores, quienes querían hacer una película “de izquierdas”, pero dicen ver todo lo planteado “muy lioso”) acepten ser los protagonistas de este “love story, pero hecho de otra manera -autrement-“, y están a punto de iniciar el rodaje, Godard tiene un grave accidente, paralizándose el proyecto.
Uno de los elementos más recordados de “Tout va bien” es ese decorado abierto, a modo de “13, rue del Percebe”, copiado por Godard -en esto Joaquín Jordá tenia razón- del previo que su adorado Jerry Lewis había empleado en “El terror de las chicas”. Lo que no sabía es que se escogió para tener concentrado el rodaje y evitar desplazamientos del realizador, que apenas podía con su alma.
Godard tuvo un accidente de moto y fue atropellado por un autobús. “Pelvis fracturada en varios sitios, cinco costillas rotas, rodilla dañada y traumatismo craneal. Pierde mucha sangre. Su piel, alrededor de la pelvis y por los muslos, pinzada por los neumáticos del autobús, ha sido literalmente arrancada. (…) Godard queda en coma durante una semana, intubado, con un hemotórax doble, vigilado por un médico de guardia. (…) Los médicos son pesimistas y confiesan a Gorin que el herido no sobrevirá”.
“Godard está en el hospital seis meses, pero permanece en convalecencia aún mucho más tiempo. Ha sufrido una ‘incapacidad temporal total’ de un año.”
Son los seguros del film los que pagan las facturas, pero para salvar la producción -y evitar el pago de facturas correspondiente- Montand y Fonda deben seguir en el proyecto, y no lo tienen nada claro. De Baecque comenta que Gorin le explicó cómo lo consiguió de Jane Fonda: “le dije que todos los chinos estaban con nosotros y que la perseguirían por todo el mundo si rehusaba hacer el film”. Le hizo firmar, además, una carta para el seguro conforme veía a Godard capacitado para dirigir el film, lo que no era en absoluto cierto.
Montand, por su parte, inquieto, le pide aclaraciones a Godard sobre su personaje, y como mínimo sobre cómo debe vestirse. Godard ni le contesta.
En el rodaje “el cineasta apenas puede caminar, ayudado de unas muletas, ocho meses después de su accidente, y dirige las escenas generalmente sentado (…). Vive con una sonda y un catéter, para drenar los medicamentos en su sangre, lo que es muy doloroso. (…) Puede estimarse -concluye De Baecque- que Gorin aseguró lo esencial de la ‘puesta en práctica’ del film, mientras que Godard lo concibió”.
Aún hecho un asco, no obstante, genio y figura, hasta la sepultura: La relación con Montand y Fonda en el rodaje tiró hacia lo penoso. Ninguno de los dos quiso ser dirigido únicamente por Gorin, y Godard “los hirió y humilló” constantemente, como ya había hecho antes, en “Week end” con Jean Yanne y Mireille Darc.
Para terminar con el tema, hay en el libro una carta de Montand y unas declaraciones de Jane Fonda, ambas contra Godard, bien jugosas.