Iba a dar buena cuenta de cómo queda reflejado en la correspondencia de Luis Buñuel (Jo Evans y Breixo Viejo ed., Cátedra, 2018) todo el episodio de la gestación y exhibición de “L’age d’or”, que está cargado de sonadas revelaciones, cuando por el medio se ha colado lo relativo a la primera estancia y trabajo suyo para la MGM en Hollywood, que no me resisto a pasar por alto y adelantarlo. Las cartas recogidas más largas y nutridas de información son las que envía a los Noailles.
A parte de su encuentro allí con Eisenstein (foto) habla -sin pelos en la lengua- de sus impresiones tras conocer a otras famosas estrellas del firmamento cinematográfico y despotrica sobre el sistema de vida y películas con el que se topa, pero todo eso lo dejaré para otro momento, para no hacer demasiado larga esta entrada.
Me centro, pues, en su (no) trabajo ahí, del que dice que “Hace ya un mes que estoy aquí y aún no he trabajado nada. Llegó a la Metro hacia las 12:00, como y me voy a eso de las 3:00, hasta el día siguiente. Si tenía esperanzas de poder hacer algo, empiezan a desvanecerse”. Más adelante, en la misma carta: “para justificar mis gastos, he pedido la dirección de diálogos en español o la adaptación de obras extranjeras. No conlleva responsabilidad y me hará pasar de forma neutral los seis primeros meses de mi contrato”. En otra carta posterior a los Noailles les dice que “Por aquí sigo sin hacer nada. Estoy más decidido que nunca a no colaborar con ellos. Las películas que realizan son demasiado bobas”. Y en otra, “Incluso Eisenstein, que no ideó proyectos excesivamente revolucionarios, tuvo que irse después de diez meses sin haber hecho nada. Nada más previsible, banal y ‘honesto’ que las películas de aquí (...). Por mi parte observo y no intervengo para nada en la producción. Por cierto, son muy amables, pues me pagan y no me obligan a nada”.