viernes, 31 de julio de 2020

Estudi Harris


Andreu Jaume en una panorámica del documental, trabajando en su lugar de trabajo del Estudi Harris.

El salón de la casa. Ahora me doy cuenta que debiera haber sacado también una imagen del contraplano, con el jardín y el mar a través de la balconada.

El último y magnífico documental de Emilio Manzano (realizado por Claire Roquigny, 2020, con música -a remarcar- de Publio Delgado, que se estrenó anoche en Filmin, formando parte del Festival Atlántida) tiene como dos partes.
Para mí ha sido una enorme sorpresa encontrarme al principio de su primera parte nada menos que con Andreu Jaume haciendo de iniciador e hilo vertebrador de todo. Se conoce mucho por aquí a Jaume por su papel como omnipresente conferenciante, organizador de cursos y mesas redondas, además de como escritor, traductor, editor y, como todos los que lo han oído saben, lector de numerosas lenguas, vivas y muertas. Siempre queda en estos casos un punto de curiosidad por saber de dónde viene un personaje como éste, del que sabía sus querencias, maestros y temas recurrentes, pero nada de su biografía. Y, mira por dónde, el documental da buena cuenta de ello, gracias a lo que no es en principio sino una serie de casualidades.
El documental -o si se quiere lo que he marcado como primera parte del mismo- va sobre Tomas Harris, un pintor, coleccionista y estudioso de Goya que se supo finalmente fue también un importante espía británico. Pero el título del documental es -muy acertadamente- “Estudi Harris”: Instalado en Mallorca después de la II Guerra Mundial, Harris fue a vivir a esa casa en el entonces casi virgen Camp de Mar, cerca del hotel de ese nombre regentado por los abuelos de Andreu Jaume, quienes compraron en los años sesenta la finca.
La historia de Harris, con sus ribetes fantásticos, explicada por Andreu Jaume y otras familiares suyas, es apasionante. Pero tras haber mencionado su muerte y todo lo que se especuló sobre ella, precisamente tras una risotada en off de Jaume ante unas declaraciones de la que debe ser su madre o tia, hay un plano general y casi una pausa, tras la que empieza lo que he llamado la segunda parte.
Esta segunda parte es precisamente la historia de la familia de Andreu Jaume, que vaya si merece ser conocida. Y él mismo -supongo que organizado o al menos con la complicidad de Manzano- hace que eso que tanto me ha gustado, el propio Estudi Harris, sea el que ponga un final feliz global a todo -en ocasiones muy dramático- lo narrado.

Un dibujo de la casa supongo que hecho por el propio Harris que sirve de cartel al documental.

Abderrahmane Sissako. Cineasta viajero


Sissako, como un patricio romano.

Callejeando por Cantón.

Un cineasta africano como yo -comenta Abderrahmane Sissako- no tiene a Picasso, a Cézanne, a todos esos grandes pintores. Pero, de hecho, yo tuve un universo, en mi infancia, lleno de colores. Lo dice en el documental “Abderrahmane Sissako. Cineasta viajero” (Valérie Osouf, 2017), que ha pasado y supongo que lo volverá a hacer por TV5Monde.
Sissako, en el documental, aparece comentando su obra y reflexionando sobre el cine y lo que quiere trasmitir con él. Lo hace en los diferentes sitios en que ha vivido o rodado sus películas: Mauritania, Malí, Moscú, Paris y hasta Cantón. En otros continentes aparece casi camuflado tras unas gafas oscuras y una gorra. En África va con unas túnicas que le confieren, junto al tono con el que lo dice todo, el aire de un patricio romano.
Una de sus primeras películas la rodó en 1993 en Moscú, en cuya escuela de cine, la VGIK, había estudiado a las órdenes del georgiano Marlen Khutsiev, que aparece entrevistado y comentando que sobresalía por su mirada, por cómo miraba y sentía. La hizo -poca broma- con Rerberg, el director de fotografía de “El espejo” (1975) de Tarkovski.

El actor que hacía de pescador en “En busca de la felicidad” (2002).

Rememorando el patio de la casa de su infancia, junto al pozo que construyó su padre, donde, como explica, debido a que el agua no tiene dueño, entraba continuamente todo tipo de gente, rodó “Bamako” (2006)
Scorsese habla en el inicio del documental de la serenidad que, en sus películas, hace de contrapunto a la extraordinaria potencia de las situaciones rodadas. Parte de esa serenidad atisbada en los fragmentos incluidos en forma de hermosos y coloridos encuadres, hace que entren ganas de repasar toda su filmografía.
Rememorando la ventana que, como una pantalla de cine, se abría al mundo en su juventud. “En busca de la felicidad”.

África como uña mundo de colores.

jueves, 30 de julio de 2020

Meseta



En su presentación, “Meseta” (Juan Palacios, 2019. Visible en Filmin vía el Atlántida Film Festival) muestra un plano/ contraplano muy audaz. Unas misteriosas, sinuosas formas que se van desplazando lentamente resultan ser los campos y montes contemplados desde un avión. A continuación vemos a un pastor de ovejas mirando el paso de un avión por el cielo. Más adelante, en varias ocasiones, alguno de los personajes del film alza la vista y ve de nuevo cómo un avión cruza, bien lejos, el cielo.
Tras ese original plano/contraplano y justo antes del título, entramos rápidamente en harina. La cámara registra el paso del rebaño de ovejas por una cañada y se pone a seguirlas, en pleno revuelo. Al poco, entran todos en un oscuro túnel bajo una carretera.



“Meseta” nos va a mostrar una serie de actividades, todas residuales, que ocupan a los pocos habitantes (casi todos ancianos, un par de niñas) que aún viven en un pueblo que la mayoría ha ido abandonando. El abandono lleva a la enorme soledad actual, y ésta a imágenes que te hacen preguntarte cómo de un tema así, tan “realista”, se pueden lograr secuencias que se siguen como sí de un film fantástico se tratase. Es el caso del movimiento del rebaño, pero también las escenas nocturnas, el viento removiendo las hojas de la chopera junto al río, el pescatero venido de la ciudad anunciando su mercancía por unas calles sin ningún signo de vida, las niñas jugando en las tumbas enclavadas en la roca,...
Unas niñas incapaces de encontrar ningún Pokemon ayudadas de su móvil.


lunes, 27 de julio de 2020

Cargo 200


El coronel. Hay jaleo en Afganistán...

Su hermano, profesor de Agnosticismo Científico.

La hija del coronel y un amigo.

He empezado el ciclo Aleksei Balabanov que ofrece el Atlántida Film Festival en Filmin por “Cargo 200”, de la que me habían llegado buenas referencias.

Empieza como una especie de colorido y sonoro revival, pero con muy mala idea (de haber algo de nostalgia está muy escondida), de los ambientes y personajes de la Rusia de 1984, para pasar a continuación a un entorno rural en el que con el cambio de tercio parece que vas a entrar en un film gore. Algo hay de eso por el final, pero no en entorno rural, sino en otro industrial y más urbano, pero para llegar ahí antes se pasa, de forma trepidante, por toda una serie de escenas con acciones que muestran a lo vivo el proceso de descomposición total de la URSS en esos años.

Una película impactante, que creo sorprenderá a más de uno, como me ha sorprendido a mí.
En el ambiente de terror rural.

Y el otro entorno.


La recta provincia


Una diablesa acude con su hijo en busca de reparación.

Las películas francesas de Raúl Ruiz, que siempre empiezo a ver con gran interés, llega un momento en que me desconciertan (quizás sea ese instante del que habla Ruiz en el que aflora la película que corría por ahí, subterránea) y acaban por ahuyentarme. Pero por el final de su vida hizo en Portugal la impresionante “Misterios de Lisboa” (2010), que pudo verse de un tirón en uno de los últimos matinales del Alexandra, demostrándome que tenía espíritu fabulador de sobras para hacer gozar con ella de principio a fin y ahora, al ver la miniserie rodada para la televisión chilena (que abajo se ve de forma continua, sin cortes) “La recta provincia” (2007), me doy cuenta de que he de repasar a conciencia su filmografía, porque aquella película no era una exuberante flor aislada.
Paulino, hombre de pocas entendederas, interpretado por el director chileno Ignacio Agüero, emprende con su madre un camino por la sierra en busca de unos huesos perdidos. Suficiente como para entrar en un engranaje de esos en los que una historia lleva a otra, que contiene una tercera. Algo así como “El manuscrito encontrado en Zaragoza”... o la misma “Misterios de Lisboa”. Sólo que aquí el espíritu del cuento fantástico, bonachón y muy divertido, se ofrece abiertamente, sin máscara, desde un principio.
El hombre que anda cayéndose continuamente, unos diablos que andan hacia atrás, otros que muestran una cojera manifiesta o, como Dionisio Faúndez, caminan si no corren en plan andarín impenitente, la mini-historia del encuentro entre Heráclito y Demócrito o hasta la de una diablesa a la que le pierden las perdices. Las recetas de cómo las prepara, en este enlace:

Faustino y su madre reciben la visita de un diablo reciente.

sábado, 25 de julio de 2020

Hard Labor y Los buenos modales


Porque aquí van adornados para navidad, pero el supermercado del primer film, aunque nuevo, cotidianamente no tiene nada que envidiar a los establecimientos de DIA en sus peores tiempos.

Pues sí. Inducido por comentarios elogiosos de por aquí, he descubierto yo también que hay una pareja de realizadores brasileños, Marco Dutra y Juliana Rojas que, como permite comprobar la visión de sus dos películas presentes en Filmin, elaboran un cine con elementos fantásticos, convenientemente actualizado.
Vi primero “Hard Labor” (2011), una película que hace permanecer en tensión constantemente, reflejando cosas muy habituales: un matrimonio en el que él pierde su trabajo y entra en una angustiosa cadena de búsqueda de empleo, mientras ella sigue adelante con la ilusión de su vida y monta un supermercado. La sordidez de éste y lo que se va descubriendo en él absorbe la atención del espectador, que también debiera darse cuenta que la película le está pintando, a golpes de cine ligeramente fantástico, una realidad que es, además de próxima, muy puñetera.
Anoche vi la más reciente (2017) y posiblemente más sofisticada “Los buenos modales”, que con sus sorprendentes derivas argumentales que no olvidan reflejos mágicos a lo “La noche del cazador” o pesadillas a lo “Furia”, nos acerca mucho más un concreto campo del cine fantástico, ese en el que eran de buen uso las balas de plata.
Patrona y criada superan una primera parte de "Los buenos modales" en la que está latente de forma explosiva -como, de hecho, en toda la otra- todo eso de la lucha de clases.

Félix Romeo


En 1995, en esa pelicula tan desigual para celebrar el centenario de la presentación del cinematógrafo por parte de los Lumière, Fernando Trueba no fue a Zaragoza a rodar la salida de la misa del Pilar, pero sí algo parecido, ofreciendo como resultado sorprendentemente el único corto de la película y de su carrera con un cierto marcado aire político.
Rodó con un aparato idéntico al de los hermanos Lumière “La salida de un insumiso de la cárcel de Torrero”. El insumiso era nada menos que el escritor Félix Romeo, a quien yo conocía no como escritor, sino como periodista cultural, como entrevistador y autor de reportajes para el programa televisivo “La Mandrágora”, entre otras cosas.
Félix Romeo, pese a sus barbas y su oronda figura, era por entonces un tío muy joven, cuya muerte repentina cuando tenía 43 años, en 2011, sorprendió a todo el mundo. Sus amigos del mundillo literario se movilizaron para hacerle una serie de homenajes. Cuando salió me hice con un pack de dos libros editados para la ocasión por Mondadori, leí el colectivo (por el que me enteré bastante de su vida y milagros) y dejé apartado “para leer más adelante” “Noche de los enamorados”, un librito suyo póstumo, que me he leído hoy.
Sabiendo lo rodado por Trueba, sabiendo la trágica peripecia de su amigo Chusé Izuel, de la que diera cuenta en su “Amarillo”, leyendo he podido colegir que todo lo que aparece en el librito está basado, como se dice, en “hechos reales”. Unos hechos de las páginas de sucesos y de su propia experiencia vivida, que investiga con esfuerzo y precisión, a partir de los que ordena, elucubra y expone, ofreciendo lo que él dice que es un “libro de palabras”.
Pero lo que me ha quedado más claro nada más leer las primeras páginas de “Noche de los enamorados” es la pulsión escritora que latía en Félix Romeo.




 

viernes, 24 de julio de 2020

Juan Marsé habla de Juan Marsé


Ayer escribí aquí sobre un libro de Augusto M. Torres y, a continuación, miré si encontraba alguna de sus películas que no conocía. La sorpresa fue dar en Filmin con “Juan Marsé habla de Juan Marsé” (2012) que, quizás por ser simplemente (o no tan simplemente) una entrevista con el escritor, que deja en todo momento la voz a éste, califico sin dudar ni un momento como lo mejor de toda su producción.
Marsé, grabadas sus declaraciones en su estudio del piso de la calle Bailén, habla en la entrevista, por orden cronológico, de cada uno de sus libros. Sólo muy avanzado el metraje habla también, sin tapujos, de todo el asunto Premio Planeta y, seguro que por incitación de Augusto M. Torres, dedica bastantes comentarios a su afición por el cine, para acabar muy divertido con una precisión sobre el fondo y la forma.
A mitad película, en un plano de recurso la cámara recorre la estantería de la habitación y, encima de ella, se ve la imagen prototípica de “El espíritu de la colmena”, las dos niñas esperando la llegada de un tren. Ahí, discretamente, sabemos de su admiración por Érice y, efectivamente, poco después, tras haber denigrado de todas las películas que se han hecho con sus novelas (lo que dice le ha ocasionado el enfado de más de un director), declara que el guión que Érice hizo para adaptar “El embrujo de Shanghai” supera a su novela y seguramente, de no haberse interferido Vicente Andrés Gómez, la película resultante habría sido una maravilla.
Una magnífica sesión con un distendido Marsé, que parece sentirse a gusto. Me parece un buen retrato de su forma de ser, que tanto nos ha cautivado siempre.

El cine de las sábanas blancas



Pues es un bien curioso libro éste de “El cine de las sábanas blancas” (Augusto M. Torres, Huerga & Fierro editores, 2019). Vicente Molina Foix tenía un libro anterior (2007, en Espejo de Tinta) al que le puso un título similar, apuntando directamente a unir cine con erotismo: “El cine de las sábanas húmedas”. Pero mientras que éste era simplemente un recopilación de artículos sobre películas y actores que habían sido mitos eróticos, el del escritor, productor, distribuidor y realizador cinematográfico Martínez Torres tiene voluntad, con sus más de trescientas páginas, de cuerpo único, no desgajable.

Son dos los hilos que se entrecruzan en el libro. Por un lado la historia de los cines de Madrid. Por otro, los recuerdos personales del propio autor. Pero ya veremos de qué tipo de recuerdos se trata y, contra la impresión que daban las páginas iniciales, se va viendo que tanto la memoria llena de datos (arquitecto, características de las salas, tipo de programación) sobre los cines como la peculiar y supuesta memoria personal -con rompimientos bruscos a base de punto y aparte entre ambas temáticas- se concentra básicamente en los años 50 y 60.

Al escribir sobre cada uno de los cines, Augusto M. Torres explica su relación con el mismo. Esto es: qué película vio allí (aprovechando para describirla sucintamente) y con quién asistió a la proyección. Eso le permite pasar a su segundo punto de interés: sus supuestas aventuras eróticas como adolescente, tanto en las propias butacas de los cines como en escarceos por sus mudantes casas. 

Digo supuestas porque muchas de esas aventuras suenan tan exageradas como repetitiva y exagerada es su fijación con ciertas cosas, por lo que acabas creyéndote tan solo en un muy menguado porcentaje. Hay algún lapsus cronológico que ayuda a esta consideración. Algún personaje, además, apostaría que está inventado de principio a fin, lo que no importa demasiado si se considera el libro entero, pese a la rareza de esa proliferación de datos repetidos sobre los cinematógrafos que en Madrid han sido, como novela.

Pero hay otro aspecto que se debe mencionar al hablar del libro, y es el peculiar “estilo”, por llamarlo de alguna manera, del autor. Yo lo había leído, más que en sus críticas para “El Pais”, que creo no aparecían en la edición catalana, en otros variados libros y había reparado, desde luego, en sus extrañas y contundentes valoraciones, pero siempre las había atribuido a tratarse de pequeños manuales de historia del cine, donde se debía jugar con una gran limitación de espacio. Ahora veo que no es así. Me he llegado a preguntar cómo Seix Barral, que sin duda debía disponer de concienzudos editores, le publicaron sus dos primeras novelas, pero en este libro explica que se trata de dos libros escritos cada uno como un único párrafo y, lo que resulta una al menos difícil gramática, se pudo justificar porque he recordado que era la época del Nouveau Roman, de los experimentos narrativos. 

No puedo evitar trasladar aquí alguna de las frases que, con ese uso tan peculiar suyo de las comas (que debe creer sirven para todo), los relativos, reenganches finales extraños y desorden fenomenal, te hacen detenerte un momento en su lectura para ordenar las cosas y ver qué corresponde a qué. Par aclararte un poco, vaya:

“A mi padre, a quien gustaban los desfiles, llevarme a ellos y gritar fuera de sí, ante mi asombro, ‘¡¡Franco!! ¡¡Franco!! ¡¡Franco!!’ al paso del automóvil con el dictador, durante la estancia en un hospital que precedió su muerte, la mayor, y más atenta, de las monjas que lo atendían, lo encontraban parecido al ‘Caudillo’, decía con alegría suya y de mi padre.”

“En 1925 el arquitecto Pascual Brau lo transforma en el Circo Americano, donde también se exhibe cine al situar una pantalla en la parte central del local, con la modalidad de que pagan menos los espectadores que ven invertidas las imágenes, y en especial los intertítulos, estamos en los años triunfales y finales del mal llamado cine mudo, por estar sentados al otro lado de la pantalla.”

El libro es una amalgama de cosas así. Casi diría que una carrera de obstáculos, que al principio, cuando cuenta a su aire, de hecho, la historia del mismo cine, se lee con dificultad pero con fruición, porque interesa lo que intenta explicar. Más adelante y hasta el final, donde se ve que se trata de un texto que tenía avanzado hace muchos años y le ha puesto un par de remiendos para sacar ahora, llegas a cansarte bastante, la verdad, de sus repeticiones, hasta esa tan literaria de compararse con un Odiseo que no tiene ninguna Penelope que le espere en su regreso a Ítaca.

jueves, 23 de julio de 2020

Deconstruint el 23F



Si he de ser sincero, diré que soy de los que creen que posiblemente éste no sea el mejor momento para ponerse a debatir para quitarse de encima la monarquía, porque eso puede despistar de otras tareas mucho más urgentes. Pero ayer Xavier Juncosa envió el enlace al documental que muy artesanalmente hizo en 2009 sobre el 23F (ver abajo) y, aunque pueda servir para reavivar un fuego que de hecho ya está ardiendo, me parece que es una buena oportunidad -que Juncosa se merece- para divulgarlo, aunque con ello colabore a remover esas ascuas.
Vi “Deconstruint el 23F” en la presentación que él mismo, acompañado de Manuel Delgado, hizo en el Aula Magna de la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona cuando la tuvo acabada. En aquel momento fue una absoluta sorpresa, por dos motivos.
Por una parte, Xavier Juncosa es un documentalista que suele estructurar sus films a base de entrevistas en profundidad, realizadas por él mismo. Él está aquí también presente, en la clarificadora narración en off de la banda sonora, pero en esta ocasión, sabiendo de su imposibilidad para acceder a aquellas personas que pudieran aportarle directa o indirectamente conocimiento, se ha valido básicamente de sus grabaciones en cintas VHS de los diferentes canales de TV de entonces. Esta costumbre suya (junto a la de hurgar por archivos, que dentro de muy poco va a desvelarnos cantidad de secretos hasta ahora bien guardados), le permitió en esa ocasión reproducir en su película cosas que después del riguroso directo fueron cuidadosamente apartadas...
Por otra parte, y principal, la gran sorpresa vino de poner sobre el tapete dudas que muchos teníamos sobre la versión oficial sobre el golpe de estado, apuntando hacia la directa implicación de quien todos suponemos. Era, entonces, tal como viene presentado en el documental, con tanta argumentación, una auténtica novedad. Y, de hecho, sigue siéndolo.
Espero que pueda valorarse el mérito de esta tan artesanal obra.

martes, 21 de julio de 2020

Un palacio para el pueblo

La espectacular Universidad de Moscú, construida, ésta sí, con materiales de la máxima calidad, en una colina que domina la ciudad. Estos jardines son pasto de novios el día de su boda, haciéndose fotos ante la silueta del edificio.

De una serie documental que pasa por la 2 he visto ya tres capítulos y es de esas que, aunque no por su factura, me interesa un montón. Se trata de “Un palacio para el pueblo” (Giorgi Bogdanov y Boris Missirkov, 2018).
Esas desproporcionadas, totalmente aparatosas construcciones que aparecieron en las capitales de todos los países comunistas, con afán de simbolizar el poderío de las repúblicas populares, son sus protagonistas.
Siempre aportan elementos de lo más curiosos. En el caso de la enorme Universidad Nacional de Moscú, con esos característicos rascacielos de la ciudad rusa, por ejemplo, el punto de máxima sorpresa para mí fue saber de la existencia de familias enteras que, aunque son objeto de un cierto mobbing, conservan sus viviendas, muy codiciadas, en el conjunto, e intentan que se respeten sus derechos.
El dedicado al Palacio Nacional de Cultura de Sofía arranca siguiendo a un empleado que se recorre diariamente un montón de kilómetros a través de las zonas del mastodóntico edificio para ir a poner en hora o intentar reparar los numerosísimos relojes italianos de diseño comprados para el mismo en su día (cuando eran la última moda). La casa fabricante quebró, ya no hay repuestos,...
Otro momento cumbre es ver la sala de control de un auditorio, o de las instalaciones eléctricas, de último modelo cuando se crearon, pero con un mantenimiento brutal hoy en día, en que la electrónica ha acabado con todos esos entonces sofisticados equipos eléctrico-mecánicos. Esa reflexión sobre cómo se vuelve obsoleto lo ideado e instalado sin reparar en gastos con la última tecnología es una de las principales del capítulo.


Para construir el edificio y está enorme plaza anterior se cargaron todo un barrio de Sofía.

No he encontrado ahora la imagen de un tablero eléctrico con todos sus interruptores de aluminio, espectacular, pero este de indicadores luminosos puede dar una idea.

Uno de los numerosos relojes del Palacio de la Cultura de Sofía. Cada minuto, cambio de numero como pasando una página. Me resultan, con su grafía, en verdad preciosos, pero son una de las preocupaciones del ahora reducido equipo de mantenimiento que ha quedado en el lugar.

lunes, 20 de julio de 2020

La fille prodigue





“El pecho que crece a los 12 años es para repeler al padre, pero el mío no creció.” Eso le dice Anne (Jane Birkin) a su padre (Michel Piccoli) en “La fille prodigue” (Jacques Doillon, 1981, pescada en TV5Monde), y uno confirma esa imagen que le ha surgido en su mente desde el primer momento: La de Jacques Doillon pensando en su mujer de entonces y escribiendo un guión que no deja de tener mucho de retrato de la actriz.
Entiéndaseme: de cosas que se le ocurrían sobre ella. Ahí está -parcialmente- su origen británico, su pecho más plano que una plancha (que se decía entonces), y hasta, rizando el rizo, las propias derias del realizador pensando en la hija que iban a tener, porque la película plantea, entre otras cosas, llegando a rozar lo escandaloso, la relación paterno filial.
Viendo, después de un periodo de abstinencia, esos preciosos planos de la película (no en vano su director de fotografía fue Pierre Lhomme, el de “La maman et la putain”), con la magnífica Jane Birkin del momento, he pensado si no tendrán razón unos cuantos amigos que, desesperados, ven que ese de la post Nouvelle Vague, para bien y para mal, con todo lo que se pueda denigrar sobre él, es uno de los cines de mi vida.
Pero ¡cómo componía sus planos Doillon, amigos! Lo hacía con una forma que, de rallar tanto la perfección, puedo entender que alguien lo acuse de un calificativo tan mordaz como “esteta”. Pero es una estética (de un gusto clásico y a la vez moderno inapelable, quizás hoy perdido) en absoluto gratuita.
Un ejemplo, del que no he sacado una imagen ni directamente ni luego, buscando por internet: Bastante antes de la supuesta escena, muy eludida, de choque, se ve a Anne detrás de una ventana de cristales con listones de madera cuadriculados. La cámara está en el exterior, con lo que su rostro, que ocupa toda una cuadrícula, se ve bastante difuminado. Llega su padre y se pone a su lado, pero no es el momento adecuado: cubre el segundo cuadrante, mientras el listón de madera los separa irremisiblemente. Al poco tiempo él vuelve a desaparecer del plano.
Considero he tenido suerte con esta mini-rentrée personal cinematográfica.

Rostro al mar



El martes me hicieron una, en principio, pequeña intervención en un ojo. Fue bien, pero resultó algo más complicada que lo previsto. Como consecuencia, he debido respetar la prohibición temporal de fijar la vista, lo que se ha traducido en casi una semana sin poder leer ni escribir. Sí podía pasear -aunque uno ya va teniendo muy vistos sus alrededores- y ver televisión, de poder ser sin subtítulos.
Unas limitaciones de este orden te hacen apreciar cómo dependes de ciertos hábitos y el alto porcentaje de tu tiempo que dedicas a cosas tan corrientes como la lectura (en papel y pantallas) y la escritura.
He echado mano de forzadas alternativas. Una primera la música, aunque quizás ésta te amplíe la impresión de mantenerte aislado en una burbuja. Sigue sin acabar de convencerme (no niego que pueda ser por ignorancia de opciones existentes y sus parrillas) la radio, demasiado abundante para mi gusto en publicidad y bajo nivel de muchas verborreas asociadas. En la pantalla del televisor he acudido -y me ha resultado oro en paño- a las muchas conferencias y mesas redondas de diversas fundaciones que atesora YouTube. Y, por último, también he visto documentales (alguno -¡ay!- doblado, como mal menor) y alguna que otra película española. Pero, en general, he constatado que no es del todo lo mío lo de sujeto pasivo, y si bien me gusta curiosear y recibir de aquí y de allá, inmediatamente estoy pensando en ordenar y asentar lo captado, escribir sobre ello, etc. y tenerlo vedado es un pequeño gran inconveniente, que te machaca.
He seguido, claro, las noticias. Mira que han sido pocos días, pero cuan negativo puede resultar tan poco espacio de tiempo... Al margen de esa sensación de cerrazón en la adversidad que va adquiriendo el panorama sanitario, político, económico y social, me ha sentado fatal la muerte de Juan Marsé, que aunque se supiera que estaba muy justillo, confortaba saberlo ahí como referencia. Y he considerado un ataque directo a mi calidad de vida el cierre de los Cinemes Mèlies. Pensar que en las últimas ocasiones que los había frecuentado parecía que contaban con más espectadores de lo habitual...
Una de las películas que he visto estos días en televisión, pues la pasaron en La 2, presenta encuadres tan impresionantes como el de la fotografía. Eso y la posibilidad de disfrutar de vistas de Marsella, pero sobre todo del Cadaqués de la época. Se trata de “Rostro al mar” (Carlos Serrano de Osma, 1951). Es un desatado melodrama muy del gusto de la época. Me traslado a esos días y seguro que habría salido entonces satisfecho del cine: Aparecen barcos, el mundo de los contrabandistas, de los marinos mercantes, bares portuarios... y el protagonista masculino es nada menos que un comunista. ¿Qué más pedir? De acuerdo: luego se ve que estaba engañado y sus camaradas le traicionan con todas las de la ley, pero para 1951 no está nada mal.
En ese proceso de minería entre el cine español de la postguerra, para ver si se encuentra alguna veta aprovechable, ya completamente rescatadas algunas magníficas películas de Edgar Neville, le llega el turno a Carlos Serrano de Osma, que siempre contó con predicamento entre los del oficio. La película denota, más allá de la trama argumental, un director muy bien pertrechado técnicamente, que sabe hacerse seguir muy bien por todo el metraje. Cabría recordar por aquí que Carlos Serrano de Osma fue quizás quien más ayudó a Llovet Gracia con su “Vida en Sombras” (1949), una película que, de casi desconocida ha pasado a formar parte en poco tiempo del canon del cine español...
Ya se ve por la extensión abusiva de esta entrada que vuelvo por aquí sin corrección alguna. Lo siento. ¡Qué se le va a hacer!

lunes, 13 de julio de 2020

La petite marchande d’allumettes



Se encuentran estos días cantidades ingentes de películas on line, limpias de polvo y paja. No sé si es que la cosa ha dado un vuelco notorio o que yo, incrédulo, no las buscaba lo suficiente.







Una es un cortometraje que Jean Renoir hizo dentro de su producción inicial, para más gloria de la que en cine se llamó Catherine Hessling, la modelo que su madre le proporcionó a su padre, el pintor Pierre-Augusta Renoir, como último regalo, sabiendo que sería también su última amante, y que el mismo Jean le disputó y “heredó” como tal.
“La petite marchande d’allumettes” (1927) es una versión del cuento de Andersen, tiene la presencia obsesiva de la actriz haciendo carantoñas para conmover al espectador y está rodada en un decorado de cartón piedra de lo más aparatoso (memorable el momento en el que pasa un tren de juguete por un segundo plano, que realmente ratifica eso de encontrarnos ante un cuento infantil), pero cuenta con encuadres impresionantes que confirman eso que -con un cierto desprecio- decía en sus escritos de sus primeros films Jean Renoir: que intentaba ser un virtuoso. He ido haciendo una serie de capturas de pantalla que me parecieron, en este sentido, muy interesantes y las cuelgo ahora por aquí.






Por si alguien siente curiosidad, más allá de estos encuadres, aquí va su enlace: