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miércoles, 16 de marzo de 2022

Yo paseo por Moscú

La llegada de uno de los protagonistas desde Siberia al aeropuerto de Moscú, con la intención de ver si un escritor corrobora su habilidad para la escritura.
Los tres protagonistas en los almacenes Gum, junto a la Plaza Roja.

 El Kremlin y otros monumentos y lugares característicos de la ciudad desfilan por la película, casi toda rodada en exteriores.
 
 
 
Tal como están las cosas, ves un film ruso y te sobreviene la sensación de que estás entrando en territorio vallado. Algo así me ha asaltado inicialmente viendo “Yo paseo por Moscú” (Georgi Daneliya, 1964; en Filmin).
 
No me ha entusiasmado como parece que pasó a Rafael Alarcón Sierra, quien decía haber visto en ella “una joyita”, pero sí es verdad que la he seguido con interés y en ocasiones hasta con cierta admiración.
Está llena de hallazgos visuales, muy notorios, ya desde su escena inicial en el aeropuerto, de donde siguen unas escenas urbanas que te procuran la visión del Moscú urbano y laborioso (gente desplazándose en coche y metro) y más tarde, ya entrando en la ficción, como una auténtica guía, del Moscú más turístico (la plaza Roja, los grandes almacenes Gum, el metro,…). Surgen luego también escenas muy bien montadas y atractivas de lo que parece va a ser una boda bajo la lluvia y otras varias, para acabar en una espectacular despedida y cierre en una estación de metro en la que Nikita Mikhalkov (aquí intérprete de uno de los jóvenes protagonistas que se encuentran y desencuentran por la ciudad) canta, despreocupado, la pegadiza y alegre canción que ha constituido la musiquilla de fondo de comedia amable (lo que a fin de cuentas es el film) que inunda toda la banda sonora.
 
Rodada en los años 60 del deshielo, no deja de mostrarnos una ciudad con personajes y ella misma de cuento, por la que todos circulan con limitados recursos, pero con una libertad envidiable, bajo la vigilancia de diversos funcionarios que resultan ser, en el fondo, de lo más benevolentes.
He sentido tras verla ganas de comprobar qué decían mis fuentes bibliográficas caseras de la película y he salido absolutamente decepcionado. El “Kino. Historia del cine ruso y soviético”, que utilizó con profusión para estos menesteres de descubrir el contexto de este tipo de films, resulta que finaliza en los años 50. Sadoul, mi otra práctica fuente tan operativa sobre cine clásico, no abre la boca al respecto. Y hasta tengo ocasión de ver la estafa que representa el título asignado a un grueso volumen publicado para acompañar a un ciclo de la Filmoteca Valenciana: “El cine soviético de todos los tiempos. 1924-1986”. Aún me estoy riendo. En cuanto a revistas de la época o actuales, ni una alusión: Rusia ha sido siempre otro mundo, por momentos con una barrera casi infranqueable con el nuestro.
 

El aguacero.
La escena final en una impresionante estación del metro moscovita.

Una vigilante de las escaleras mecánicas del metro reprende, para luego impulsar, la canción a viva voz del protagonista. Cuando en los 90 visitamos Moscú, digamos que estas funcionarias estaban habitualmente en unas vetustas cabinas de los pies de las escaleras mecánicas y tenían más bien aspecto de no menos vetustas matronas…