lunes, 31 de julio de 2023

Acciaio

El bersaglieri regresando al pueblo y pasando junto a una central que aprovecha la fuerza de la caída del agua.

En una guía sobre la Umbría que me he mercado para la preparación de un viajecillo por la zona, leo que la primera película importante rodada por ahí es “Acciaio” (“Acero”, 1933), rodada nada menos que por Walter Ruttmann (el de “Berlin. Sinfonía de una ciudad”) a partir de una novela de Luigi Pirandello.
La he encontrado por internet (hay una copia en V.O. italiana en YouTube y otra en VOSE en la página esa rusa, que es la que he visto sin dar datos ni aparentes problemas) y me he hecho una interesante sesión con ella.
Muy intrigante su primera imagen, con algo indeterminado agitándose en primer plano, hasta que vemos que se trata de las plumas del gorro de unos Bersaglieri, atendiendo a una carrera ciclista. Uno de ellos se licencia entonces y, con su bicicleta (va a todos lados con ella y es popular por ella) llega hasta el pueblo de su novia, a la que no ha visto en dos años…
Los saltos de agua, los recorridos ciclistas (una caravana estilo Giro, por ejemplo) nos permiten ver esa Italia rural industrial de la época, con unas entradas y salidas de fabrica impresionantes, que permiten deducir que Vittorio de Sica no andaba desencaminado al hacer a la bicicleta un elemento fundamental de los obreros en una de sus primeras y más famosas películas.
Aunque todo está centrado, principalmente, en el funcionamiento de los altos hornos, la salida de los bloques de éstos y el manejo de los laminados de acero. Eso y en el rechazo social al que lleva el desenlace de la rivalidad de dos amigos enamorados de la misma mujer.
Y es curioso. Hasta hace poco no me había enterado de que Walter Ruttmann fue acusado de confraternizar con el nazismo, lo que hace ver su famosa sinfonía sobre Berlin y esos planos de la potencia y ritmo brutal de la ciudad con una cierta mirada interrogante, intentando deducir si se le había ido algo la pinza o, mejor dicho, si se emocionaba, como los futuristas italianos, con la velocidad, las máquinas y demás, olvidando el aspecto humano.
Aquí está el dinamismo de las bicicletas y el ritmo fabril, pero con la oposición de la vida popular rural -esa feria que llega, por ejemplo, o los entretenimientos de niños y mayores- así como la crítica a una perniciosa toma de partida social, con esa bisagra central, entre las dos, de las entradas y salidas de la masa -pero identificada- de la acería.

La feria que ha llegado y se instala en el pueblo.

En la acería.

La entrada a la fábrica, muchos en bicicleta.


 

sábado, 29 de julio de 2023

Free time




Nueva York 1957-1960: La calle como salón de casa.
Por unos días estará disponible en el enlace de más abajo “Free time” (Manfred kirchheimer, 2019), un ejemplo más de que la historia del (buen) cine es inabarcable y siempre se descubre alguna que otra joya.
Kirschheimer lo rodó en los años indicados, pero no la editó hasta recientemente. Un motivo más que suficiente para dar a todas esas imágenes rodadas una fuerte sensación de ciudad con carácter y esencial vida de barrio, hoy ambos perdidos en el sueño de los justos.
No hay que preocuparse por los idiomas. Ni diálogos ni voz narrando.



 

viernes, 28 de julio de 2023

Francesco giullare di Dio



En la Filmoteca, “Francesco, giullare di Dio” (Roberto Rossellini, 1950)… dentro del ciclo dedicado a Jean-Luc Godard, que programa una serie de films que confrontó en un curso sobre historia del cine que dio en Montreal.
Estoy leyendo la biografia de Godard y realmente he pasado unas cuantas páginas en las que Rossellini está realmente muy presente. Por un lado, De Baecque cita varias entradas/despedidas de postales y cartas a sus amigos de la Nouvelle Vague en las que Godard utiliza el lenguaje de “I fioretti di san Francesco”, que parece haberle marcado. Por otro lado, poco después, me entero de que “Vivre sa vie”, su pelicula sobre la prostituciòn, tendría su referencia principal, precisamente, en “Francesco, giullare di Dio”, pues Godard deseaba hacer un film estructurado en episodios a modo del de Rossellini, que va ilustrando “cuadros” de la hagiografía de Francesco.
Bueno: sea gracias a Godard o por lo que sea, siempre está bien volver a ver a esa basca de inocentes como críos, alocados por completo y humildes hasta decir basta, harapientos frailes, campando por la Umbría.
“Actores sacados de la vida real”, señalan los títulos de crédito iniciales, y ese me parece uno de los mayores logros de Rossellini. Ahí está para corroborarlo ese extraordinario viejo que encarna a Juan, repitiendo e imitando absolutamente todo lo que dice y hace Francesco. O ese en este caso jovencito con cara siempre ilusionada que encarna a un Fray Junípero que siempre regresa a Santa Maria de los Ángeles desnudo, porque ha entregado su capa a algún necesitado.

A ver quién, después de ver su secuencia final, con el método empleado por Francesco para repartirlos a todos para que vayan a predicar a Arezzo, Spoleto, Foligno, Montefalco,… se olvida de ella. Imposible. 

Cerca de Vermeer


Han puesto en disposición en Filmin, dentro del Festival Atlántida, “Cerca de Vermeer” (Suzanne Raes, 2023), y me ha faltado tiempo para verla.
Es un documental que sigue la preparación de la gran retrospectiva Vermeer que hizo este año el Rijksmuseum, pero centrado sobre todo en las reacciones de uno de sus comisarios, que se jubilará tras este trabajo.
Se ponen e intentan contestar muchos de los interrogantes que plantean las obras del pintor, y no únicamente sobre su autenticidad, sino también sobre cómo, con qué técnicas y artilugios de ayuda, debió hacerlas.
Diría que han conseguido establecer hasta un cierto suspense, que hace que la película se vea con interés y emoción. Al final nos cogió el toro y cuando quisimos reaccionar ya estaban todas las entradas vendidas, por lo que no fuimos a Amsterdam a ver la exposición. Contemplar esta película atenúa un poco el disgusto, por lo menos.





 

jueves, 27 de julio de 2023

Umberto Eco: la biblioteca del mundo




Todos hemos visto -y nos hemos quedado boquiabiertos al verla- alguna imagen de la biblioteca que tenía Umberto Eco. “Umberto Eco: la biblioteca del mundo” (Davide Ferrario, 2022; Festival Atlántida, en Filmin) se inicia con una secuencia en blanco y negro en la que la cámara sigue al escritor por su inmensa biblioteca.
Más adelante aparecerá de nuevo algún trozo de esa inmensa e increíble biblioteca, no sólo en los trozos de entrevista -muy bien seleccionados- en los que Eco dice algo de sumo interés sobre el mundo de las bibliotecas y los libros, sino en grabaciones actuales en las que sus familiares y amigos nos muestran y hablan sobre cómo tenia organizadas alguna de sus partes. Una oportunidad única para conocer un poco esa casa de Milán que compraron para guardar ahí , hace unos cuarenta años, sus entonces 30.000 libros.
No es la única biblioteca que aparece en el documental. También hay imágenes de unas cuantas de las más hermosas y espectaculares repartidas por el mundo, indicadas luego tras los títulos de crédito finales.
Pero quizás la memoria (pues, como dice al principio, biblioteca = memoria) que más se explora en el documental (memoria orgánica, según la clasificación de Eco, que habla también de memorias vegetales y minerales) es la propia de Umberto Eco, de quien, además de declaraciones siempre enjundiosas y muy divertidas, vemos se representa alguna de sus historias.
Por cierto: su hijo (que habla en el documental, como su nieto, su mujer o su hija), se le parece un montón.

Uno de los amigos, que habla, tras intentar con la viuda de Eco hacer un mapa de la biblioteca, nos habla de alguno de sus empeños.

Otro, en una de las hermosas bibliotecas del mundo que aparecen en el documental.


 

miércoles, 26 de julio de 2023

A dragon arrives!


Buena parte del escenario de “A dragon arrives!” (Mani Haghighi, 2016; Atlàntida Festival, en Filmin) parece ser una isla del Golfo de Ormuz con unos paisajes que ríete tú del Monument Valley de John Ford.
Pantalla panorámica, un Impala conducido a toda marcha, levantando una polvareda, por el árido valle hasta rodear una mesa rocosa aún no erosionada y dar con algo parecido a los restos de un arca de Noé.
Para aumentar la sensación de extrañeza, en el relato que hacen, pasado el tiempo, los personajes que han vivido esos fantásticos hechos, un hallazgo de una película de un cineasta histórico, y, en lo relatado mismo, junto al Chevrolet, un personaje años 60 que parece sacado de “Mad man”, un ingeniero de sonido más bien de la época psicodélica californiana y un agente gubernamental ciertamente bizarro. Y todos ellos hablando farsi, porque de una película iraní, aunque no lo parezca, se trata.
Toda esta estética y su estructura narrativa son las que hacen tan atractiva la propuesta. Si luego resulta que no se entiende muy bien la historia, pues qué le vamos a hacer. Todo parece anclado en un hecho y periodo histórico trascendental de Irán, mucho antes de convertirse en terreno vedado para los designios occidentales. Allá sí que deben ligar rápidamente cabos.




 

martes, 25 de julio de 2023

Disturbios

El casi Chéjov inicial.

En los alrededores dela fabrica, con unos fotógrafos fijando en fotografía sus dominios.

La fábrica de relojes.

Hay, por supuesto, otros planos más cercanos, e incluso bastantes primerísimos planos, como si se tratase de una visión con lupa, que nos permiten apreciar el trabajo para acoplar piezas en la fabricación de los relojes, pero la mayoría de los planos que pueden verse en “Disturbios” (Cyril Schäublin, 2022; Festival Atlántida en Filmin) son grandes planos generales, con unos pocos personajes en la parte inferior del cuadro, y mucha superficie encima, como si nos estuvieran diciendo lo pequeños de los personajes en relación con lo que les envuelve o, también, que en su pequeñez son como esos minúsculos componentes internos que dan vida y hacen funcionar los relojes, esa otra imagen reincidente en el film.
El plano inicial de la película es uno de éstos. Podríamos encontrarnos ante una obra de Chekov. Una señorita, vestida con su sombrilla y vestido a lo “La dama y el perrito”, está apoyada en una balconada viendo el paisaje. Acuden otras tres, mientras unos hombres quieren sacarlas en una fotografía, ese nuevo invento. Hablan entre ellas en ruso de un medio pariente, Piotr Kropotkin, comentando llenas de curiosidad que se trata de un geógrafo que hace mapas, se ha convertido en anarquista y ha ido a vivir a Suiza.
Todo el resto de la acción se desarrolla en la Suiza de habla francesa, en una localidad donde hay una gran fábrica de relojes, una cooperativa y cantidad de obreras, empleados y policías que, en general, trabajan para la fábrica. Es ahí donde aterriza Kropotkin, con la intención de hacer un mapa que recoja todos los nombres populares del lugar.
Con la impresión de dialogantes y abiertos a las nuevas ideas, mostrando un carácter muy expandido hasta actualmente en Suiza, las fuerzas vivas del pueblo y quienes están a su cargo directo, lo miden, pero también lo controlan todo. Nada les pasa desapercibido.
Veo que es el segundo largometraje de Schäubin. Me gustaría ver el anterior u otra nueva película suya, para confirmar que realmente ha dado a la película una forma adecuada a su tema o, simplemente, le salen así.




 

lunes, 24 de julio de 2023

La Rosière de Pessac




Haciendo ver que anoche no pasó nada por aquí, y que la vida continúa, ahuyentando la pereza ante todo lo que se nos viene encima, yo voy con Eustache:
Se reproducen por muchos sitios las declaraciones que hizo Jean Eustache justificando su interés en volver a filmar, diez años después, la fiesta de La Rosière de su pueblo, Pessac. En ellas comentaba que lo que le habría gustado es que, desde su origen moderno, a finales del siglo XIX (coincidiendo, pues, con el origen del cine) la fiesta se hubiese filmado cada año, ofreciendo así un impresionante retrato histórico.
Ya no podremos nunca ver una “Rosière” de 1990 filmada por Eustache, porque él se apartó del camino a principios de la década de los 80. Y me da por pensar que esa hipotética filmación, nunca realizada, le hubiera profundizado su idea de dejar este mundo.
La proyección de “La Rosière de Pessac” (1979) fue la que clausuró el magnífico ciclo que le ha dedicado la Filmoteca a su autor este verano. Rodada, me da la impresión, salvo alguno de sus planos, de forma bastante más grosera que la de 1968, invita a ir directamente, mediante su visión, a pensar en su tema, sacando en ese campo la conclusión, al comparar con la versión previa, de lo que cambian los tiempos…
No es que el protocolo seguido (elección en el ayuntamiento por un jurado de la reina de la fiesta, desplazamiento del consistorio en pleno hasta la casa familiar de la elegida, desfile con banda hasta la iglesia donde tiene lugar una misa especial, banquete y fiesta final) no sea, con pocas variaciones, prácticamente el mismo. Incluso se capta igual el pase de la bandeja recaudatoria durante la misa por parte de la Rosière ante la mirada inquisitorial del alcalde de turno.
Pero que los tiempos han cambiado en esos años queda evidenciado por el enorme cambio que puede comprobarse, aún siguiendo el protocolo, en la escena inicial de elección entre las candidatas a Rosière presentadas. Frente al sometimiento absoluto a “la autoridad” de 1968, ciertos vientos contestatarios, bastante descreídos, se detectan entre los miembros del jurado, con la presencia honorífica de un alcalde que se nota no imprime a su cometido la pasión que volcaba el de 1968 y que da la impresión de querer pasar página lo más rápidamente posible. Incluso una señora del jurado comenta a su vecina, de forma muy descarada, que la Rosière de hace unos años fue su nieta y, poco después, se enteró de que había abortado, mientras que otra estaba embarazada, ambas cosas radicalmente contrarias a las normas y al objetivo de la tradición de premiar a “una púber reconocidamente virtuosa”.
El mismo pueblo se oye en la banda sonora que es ya una ciudad de 54.000 habitantes (y ahora es un barrio de Burdeos al que se llega con el tranvía municipal…), sin apenas vida agrícola. De hecho, más tarde se nota las dificultades que han tenido para encontrar al más veterano agricultor del lugar al que homenajear, ante el cambio de vida brusco que ha tenido lugar. La chica elegida como Rosière vive en un apartamento situado en un enorme rascacielos de un barrio nuevo, donde se acumulan, sobre todo, recién llegados, que observan el ritual con sorpresa y distancia.
Visualmente también se aprecian mucho los cambios. En vez de el rústico interior donde acontece en 1968 el banquete, en 1979 tiene lugar en los jardines de una propiedad palaciega de la que se deduce se ha hecho cargo o alquilado el ayuntamiento.
Poco antes del final, aparecen en cuadro parte de los técnicos en su cometido durante el rodaje. Eustache, pese a lo que tenia por costumbre en casi todas sus películas, no aparece. Igual ya no estaba para ese tipo de exhibiciones.




 

domingo, 23 de julio de 2023

Offre d’emploi

La primera entrevista de un candidato.

Aunque intenso, desgraciada y necesariamente corto, con la sesión de ayer finalizó el ciclo Jean Eustache de la Filmoteca, que habrá servido a más de uno para confirmar la valía de ese cineasta de la inmediata generación post-nouvelle vague. Unos cuantos echaremos en falta, como alimento esencial, sus sesiones.
“Offre d’emploi” fue, posiblemente, el cortometraje de Eustache que más me gustó cuando pude ver por primera vez toda su filmografía. Las razones hay que buscarlas, creo, en que era el que ofrecía, por su tema y la forma en que se aborda, una lectura política más directa, en una época en que mis valoraciones solían tener esa intención como prioritaria.
Pero había otro punto, de alcance personal, que me hacía aupar el film ante mí. El cortometraje presenta, de forma extremadamente limpia y objetiva, sin toques melodramáticos, el proceso de selección de empleo por parte del gabinete de recursos humanos de una pequeña empresa. La sensación ofrecida, seguramente por esa misma pulcritud de su realización, es demoledor, dejando claramente en evidencia la forma inhumana y totalmente simplificadora con la que toman este tipo de decisiones que afectan por entero a la vida de personas.
Pues bien: recién acabados mis estudios, con el título recién conseguido, entré a trabajar en un consulting que, además de incidir directamente en temas de organización de empresas tenía un apartado de selección de personal, a cargo de una joven psicóloga. Se ve que ésta tuvo que coger una baja por maternidad y se encontraron con algún proceso de selección en curso y sin técnicos para llevarlo a cabo. Me llamaron los directores a su despacho y, sin tener yo la más mínima idea formada sobre esa materia, me convertí temporalmente en la psicóloga de la empresa…
Un primer trabajo de ese campo en el que tuve que emplearme fue, precisamente, en establecer una preselección de las cartas manuscritas solicitadas a los aspirantes al puesto de trabajo, dejando solo dos o tres finalistas. Justo lo que se ve hacer, con soltura, desparpajo y sin ningún tormento ni resquicio de remordimiento, a la expeditiva pelirroja de cabellos rizados del film.
No fue ese también mi caso. Cuando me defendía de la asignación del encargo, apuntando la dificultad para alguien que no tenía formación para ello, me respondieron que eso era muy fácil, casi a efectuar de forma mecánica: únicamente se trataba de valorar el grado de cumplimiento de los requisitos para el puesto de trabajo.
Aún recuerdo frases concretas de una de las cartas recibidas, y los dilemas morales que me ocasionaron, que aún me resuenan por algún lado interno de mi cuerpo.
De la última Rosière de Pessac filmada por Eustache mejor lo comento en otro momento.

Escribiendo en un café la carta manuscrita solicitada.

La expeditiva psicóloga sacando conclusiones rápidamente de las cartas.
 

viernes, 21 de julio de 2023

Dos de los últimos cortos de Eustache

Álex Cleo Roubad describiendo una de las impresiones de sus fotos a Boris Eustache en “Les photos d’Alix”.

La seducción de la palabra. Así podrían haber titulado en la Filmoteca el programa que se repitió ayer dentro del ciclo Jean Eustache, constituido por “Les photos d’Alix” (1980) y “Une sale historíe” (1977). Porque si ambas cautivan el interés del espectador es, desde luego, por el poder de seducción de ciertos relatos.
En “Les photos d’Alix” siempre me ha gustado el papel de Boris Eustache, hijo de Jean, como callado receptor de todas las explicaciones, algunas cargadas de malicia, de la fotógrafa que describe las sensaciones que quería captar mediante las fotografías que va mostrando.
Son explicaciones muy conceptuales, que a veces cuesta llegar a interpretar… hasta que poco a poco vamos viendo que lo que describe no concuerda en absoluto con lo que podemos ver en las fotos descritas. Quizás se trata simplemente de una broma para alertar sobre “la realidad” mostrada por los films…
Recuerdo la turbación que sentí asintiendo, en la Filmoteca de la calle Mercaders, con “Une sale Histoire”, al relato que el actor Michael Lonsdale va haciendo de su historia vivida ocho años antes, y del absoluto desconcierto que me causó que no hubiera por ningún lado el esperado apoyo visual de la historia y, sobre todo, que esa misma historia se volviera a oír explicada a continuación de pe a pa, en esta ocasión por otros actores, en lo que pasa por “el documental -16mm frente a los 35mm del anterior film de ficción- real” sobre los hechos.
Siempre que leía algún escrito sobre “Une sale histoire” consistía en lo mismo, el elogio de esa doble narración, lo que, no muy partidario yo de las películas que sólo son elogiadas por su dispositivo estructural, sin más, hizo que me mantuviera siempre algo alejado del film. Ahora, sin embargo, transcurridos muchísimos años, asistiendo casi al completo al ciclo de Jean Eustache, he salido de su visión mucho más satisfecho de lo que esperaba.
La historia que cuenta en la primera parte Michael Lonsdale y en la segunda Jean-Noël Picq (amigo de Eustache, autor del relato) es, ya se sabe, la de un hombre obsesionado por la visión directa al sexo de las ocupantes de un lavabo de un café, obtenida gracias a una rendija que pasaba desapercibida.
Es una delicia, sobre todo, seguir el juego actoral de ese magnífico actor que es Lonsdale, haciendo disfrutar de su relato al restringido auditorio de una sala de estar, compuesto tanto por hombres como mujeres.
Se ve que Picq (a la vez relator de la misma historia, explicada prácticamente con las mismas palabras, salvo dos o tres mínimas variaciones apenas perceptibles, con otro auditorio diferente, en el que podemos apreciar la presencia de Jean Eustache o Françoise Lebrun) explica que lo suyo es únicamente un relato para hacer notar las diferencias más apreciables entre los de uno y otro género. Será lo que sea, pero lo que puede constatarse, más allá de las deducciones teóricas sobre lo que supone y expresa esa repetición- es lo que decía al principio: lo seductora que puede mostrarse la palabra, cuando ésta bien dicha.

Michael Lonsdale, en la primera parte de “Une sale histoire”, durante su relato.

Dos mujeres de su relato, francamente interesadas.

Y Jean Douchet, también entre el auditorio de la reunión.

Jean Noël Picq relatando esa misma historia, con las mismas frases en las que únicamente se aprecia alguna que otra palabra diferente, en la segunda parte de “Une sale histoire”.

Françoise Lebrun es, en este episodio, una de las oyentes. El propio Eustache, aunque él se mantiene en silencio, es otro de ellos.
 

miércoles, 19 de julio de 2023

Mes petites amoureuses




¿Qué fue primero? ¿”Pickpocket”, de Bresson, o “Une simple histoire”, de Hanoun? La voz en off de Daniel en “Mes petites amoureuses” (Jean Eustache, 1975; ayer en la Filmoteca) te lleva en ocasiones a una u otra, ambas, como ésta, películas de recorrido por un arduo camino, con pruebas -a veces fallidas, a veces superadas- que el protagonista ha de ir afrontando.
Daniel (el mismo nombre que el del personaje de Jean-Pierre Leaud en “Le père Noël a les yeux bleus”, y hay quien dice que a Eustache, en alguna de sus salidas nocturnas parisinas, oían que le llamaban así) es en el film un adolescente que vive al cuidado de su abuela en el pueblo (como Odette nos explicaba con respecto a Jean Eustache en “Numéro Zéro”) hasta que su madre lo reclama para que vaya a vivir con ella en “la ciudad”, que no es otra que la Narbonne de los años 50, con ese paseo arbolado de ribera, por donde todos se pasean arriba y abajo como casi único método de contacto con el otro sexo.
Narbonne es la ciudad de Charles Trenet y, al empezar la película, Daniel queda encuadrado frente a la puerta de su casa que da al descuidado patio, donde tiene una bicicleta y suena, acompañando todos los títulos de crédito, “Douce France”: “Mes petites amoureuses” será, pues, entre otras cosas, una más de las piezas documentales sobre la Francia de las clases populares de la mitad del siglo XX que, mirado con perspectiva, fue hilvanando Eustache.
Antes, no obstante, como pasa en “La maman et la putain” con Alexandre, la ventana del dormitorio de Daniel revela que ha amanecido, y él deja la cama para salir precipitadamente de la casa.
En “Jour de fête” el niño que entra en el pueblo, se topa con los carromatos del circo que va a instalarse en él por una temporada, y aquí pasa otro tanto. Más tarde, en la plaza, al igual que en la plaza del pueblo del film de Tati, unos con unos mazos golpean los enormes palos de fijación que mantendrán tensa la carpa.
No será ni mucho menos la única referencia a películas de culto que pueden pescarse a lo largo del metraje. Ángel Diez nos demostró irrefutablemente cómo hay secuencias de “Mes petites amoureuses” que están planificadas exactamente igual que otras tantas de “Zéro de conduite”, “Pickpocket” o “Nosferatu”. Pero supongo que insistiendo en la visión de la película irían saliendo más.
Después de esta presentación inicial, tras la bondadosa abuela de Daniel (papel en el que reconocemos emocionados a la madre de “La Maison des bois”, de Maurice Pialat) llevándolo al circo, se suceden varias escenas relatando anécdotas muy divertidas (la imitación del fakir por parte de Daniel, por ejemplo) y, sobre todo, los primeros avances en el proceloso terreno de las intimidades sexuales, que dominarán sobre todo la etapa de Daniel en Narbonne.
En el desentrañamiento de esos misterios y las técnicas a emplear para superar las pruebas que van llegando, consiste el máximo interés de Daniel, mostrándose, como todo el film, a base de escenas sueltas que acaban con un fundido. Para ello cuenta con dos o tres puntos de observación. Uno es el famoso paseo de Narbonne, en un banco del cual vemos no sólo a Daniel, sino hasta al mismísimo Jean Eustache, haciéndose partícipe de ese ver la vida (observa a parejas de jóvenes besándose) pasar. Un segundo punto de observación es el de la terraza del café (recorrida sobre todo en un espectacular y virtuoso travelling siguiendo el itinerario de dos muchachas, reflejadas intermitentemente en las vidrieras del local) desde el que toda esa maltrecha basca de adolescentes observan el paso de unas u otras chiquillas… que les dejan claro a la primera de cambio, la lección bien aprendida, que lo que andan buscando es un matrimonio. Y, por último, un tercer punto de observación serían los ventanales del taller de bicicletas y motocicletas donde trabaja, de los que se sentía muy orgulloso Néstor Almendros, director de Fotografía del film, y a los que se arrima cada noche Daniel para ver cómo abraza y besa una reincidente vecina.
Por mi parte, sólo dos acotaciones finales para acabar esta ya larguísima nota:
-Jean Eustache fue el único cineasta de la Nouvelle Vague (o sucesor de la misma) que tenia un origen obrero. Quizás otro que se acercaría hasta rozar esa categoría fue únicamente Maurice Pialat. Pues bien: Maurice Pialat aparece en una escena de la película, encarnando a un personaje que resta humos al lector y aspirante a estudioso Daniel, al que le desanima y desengaña con un áspero “¡Serás un pobre como nosotros toda la vida!”
-Daniel, una tarde ventosa, sale victorioso ante la peña en la conquista de una chavalita que previamente le había sonreído muy graciosamente desde el coro parroquial. El final de la película nos indicará que la historia continuará. De hecho, sabemos a dónde llegará la cosa: está explicada en “La maman et la putain”.