El director se despierta en su moderna casa de la ciudad pensando en la película que está preparando, en la que aparece un hombre anciano que regresa después de mucho tiempo en Rusia: “Soy yo” es la frase que hace repetir a un batallón de aspirantes a hacer el papel.
Con su padre real, llegando a la niebla de las montañas, donde está, cerrada pero llena de recuerdos, la casa familiar.
Un paseo con un amigo superviviente por el viejo cementerio, saludando al resto de amigos, ya desaparecidos.
Por los festivales de cine en que fue presentando su “O Megalexandros” (1980), Theo Angelopoulos, explicando las razones por las que empleaba tanto el plano-secuencia, respondía que creía haber llegado al fondo de esa técnica y que su próxima película sería, en este sentido que tanto afectaba a montaje y ritmo, diferente.
No se debía referir a su (en mi recuerdo extraordinario) documental televisivo sobre Atenas (1983), pero sí a “Viaje a Citera” (1984), que ayer se pasó, prosiguiendo su ciclo, en la Filmoteca.
Una fuente personal con criterio en la cuestión me señaló el otro día que no se podía entender sus películas sin dar de comer aparte, por ejemplo, las que habían tenido como guionista al gran Tonino Guerra. Ésta es, si no voy errado, su primera colaboración conjunta en el guión y ya sea por la intención de cambio anticipada por Angelopoulos, ya sea por estar en la producción también la RAI y el Channel 4 o ya sea por la presencia de Guerra en el guión, lo cierto es que es notoriamente diferente a las anteriores. De hecho, buena parte de su metraje -con ese director de cine, Alexandros, siempre indeciso, pensando ensimismado en un film cargado de huellas autobiográficas y ese cine dentro del cine- podría pasar por una producción europea independiente muy de la época.
Sí que hay -sin el ritmo y pulso de sus películas anteriores- aún elementos suyos característicos. Esas preciosas escenas iniciales con el niño Alexandros en la ciudad llevando por la calle de la amargura a un soldado alemán durante la ocupación; los ecos de guerras y malos tragos vividos que convierten a Spyros, el padre de Alexandros, que regresa después de mucho tiempo al país, en un eterno refugiado; el cerco intuido de la muerte; etc.
Pero en general se aprecian más las diferencias. La que parecía iba a ser la primera típica y esplendorosa escena coral de masas, a tener lugar ya no en la moderna ciudad, sino en un alto de las queridas montañas del realizador, llenas de niebla, olvido y humedad, se queda en agua de borrajas. Sí que hay finalmente un amago de hacer, In extremis, una de esas piezas corales, mediante una fiesta en el café del puerto, pero significativamente, cuando aparece el protagonista en su papel de eterno e indeciso pasmarote, que sólo sabe hacer que ponerse a fumar pensativo, se ve la fiesta con sus canciones únicamente a través del espejo del café. Una forma de decir, podemos interpretar, que ya es cosa de otro mundo, de otra realidad.
Seguramente será ésta la primera realización de Angelopoulos en la que aparezca uno de sus temas luego recurrentes, ese de la barca de Caronte, llevando por el agua hacia el más allá.
Addenda. En todas las películas de Angelopoulos repasadas hasta ahora aparece un elemento que también hace su aparición en ésta. Como hay tantos traslados forzados de un lado para otro en sus películas es normal que se vea a sus personajes acarreando maletas con sus pertenencias. Una cosa que me desquicia, porque me aparta del sentido de realidad que normalmente quieren imbuir las películas, es que se nota a la legua que las maletas, en vez de ir cargadas con todo lo que se supone irían cargadas en esas circunstancia, se han facilitado vacías a los actores para disminuir su esfuerzo. Si están vacías, se aprecia entonces un balanceo delator de las maletas en cuestión, llevándose la verosimilitud, el intentado envolver al espectador en el ambiente, a freír espárragos.
Pues bien: sobre la primera hora de este “Viaje a Citera”, viendo una y luego más maletas vacías representando que están llenas, he llegado a la conclusión de que en las películas de Angelopoulos -y especialmente en las de su clásico estilo- NO me importa lo más mínimo, no me destroza eso la escena, porque ahí veo a un actor haciendo de un personaje y veo de lo más lógico que se vea que el actor está representando, que hace ver que lleva una maleta cargada mediante una maleta notoriamente vacía. No sé si se me entiende lo que quiero decir. Que se utiliza un efecto de la famosa distanciación, vaya.
Spyros, el padre de Alexandros, y Caterina, su madre, ante la vieja casa del pueblo entre las montañas, ya casi sin vida.
La fiesta, las canciones, el inicio de baile, se dan en esta ocasión, por el final, al otro lado del espejo del café del puerto de Tesalónica.
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