sábado, 20 de marzo de 2021

El apicultor

La boda en la casa familiar que, una vez acabada, vuelve a cerrarse, quedando vacía.

Yendo a ver a su mujer, buscando un asidero en lo perdido.

Spyros, de gira con sus colmenas.

“El apicultor” (1986; ayer en la Filmoteca) sigue el camino que emprendió Theo Angelopoulos -también con Tonino Guerra como co-guionista- con su anterior “Viaje a Citera” (1984). Sí decía que este último podría pasar por un introspectivo film europeo de otro realizador de la época -esos años 80...-, ésta con más motivo.
No es que la cámara esté quieta y no aparezcan planos-secuencias (aunque reducen su espectacularidad, hasta el punto de que sólo uno, con un convoy de camiones militares pasando entre la gente, puede resultar similar), ni que no emplee Angelopoulos planos con motivos característicos suyos (las escenas de la bahía, de pueblos del interior en días lluviosos, la proliferación de cafés -alguno con iluminación interior visto desde fuera en la oscuridad de la noche-, demuestran lo contrario), pero aunque estén, como esas numerosas mesas rústicas de café junto al lago (y una base militar) que repetiría en otras ocasiones, no le sirven para auténticas coreografías de masas de un lado para otro ni -sobre todo- para introducir bailes memorables.
El protagonista, interpretado por Marcello Mastroianni, es Spyros (mismo nombre que el viejo protagonista de “Viaje a Citera”), un hombre que -como averiguaremos gracias a la emotiva escena/despedida de Sergi Reggiani viendo por última vez el mar- hizo la guerra y tuvo una postura política combativa, pero está en la actualidad retirado de todo, dedicado al cuidado de unas colmenas esparcidas por el territorio griego que debe ir controlando y reparando.
Como el personaje interpretado por Jean-Luc Bideau en la “Belle” de André Delvaux, Spyros ve y siente como le arrebatan a su hija (acude, como ausente, a una celebración de su boda en la casa familiar en la primera escena del film). Eso completa su soledad tras la separación de su mujer y acentúa su impresión de final de un recorrido.
Que, en estas circunstancias, su choque con una chica jovencísima derive, después de su visión de ella bailando ante el juke-box del bareto, en una auténtica obsesión, deviene hasta justificable.
En muchas escenas Mastroiani se queda quieto como un pasmarote, y cuando habla con alguien lo hace solo con frases cortas (lo que debió rebajar la tensión del actor ante un idioma desconocido...), directas, sin apenas salir de su mundo interior, pero ofrece un retrato convincente de un hombre que no quiere efectuar la mirada atrás a la que está obligado, para el que el paso del tiempo lo es todo, iniciando en su camión recorriendo todos esos pueblos y con esa chica un camino condenado al fracaso.


Los antiguos camaradas, propiciando la última visión del mar por parte del personaje interpretado por Reggiani.

Con la chica, engañándose.


Spyros, con una de esas maletas que pueden representar a todo el cine de Angelopoulos, llegando al destartalado cine Pantheon con la chica.

Con las colmenas, junto a la retama.


 

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