miércoles, 3 de marzo de 2021

Reconstrucción

El padre regresa inesperadamente a su casa, tras años trabajando en Alemania.

El juez, junto al jefe de policía y un funcionario (que se presentan en el pueblo con un Land Rover como el que en otra dictadura, España, llevaban también entonces los grises, la policía armada.

Dentro de la casa, la mujer y su hermano.

Primer largometraje de Theo Angelopoulos, “Reconstrucción” (1970) es también la primera película de la retrospectiva que le dedica la Filmoteca, que ha hecho el esfuerzo -y se le agradece en lo que vale- de programarla siguiendo el orden cronológico de realización.
La reconstrucción de que habla el título no es la que sería absolutamente necesaria para un pedregoso pueblo entre montañas que ha perdido casi toda su población de forma acelerada, emigrando en la postguerra todos sus jóvenes a Alemania, sino la de un sórdido crimen pasional (la mujer y su amante asesinan al marido, recién regresado de una larga estancia en el extranjero) por parte de los sospechosos y la policía, siguiendo las instrucciones de un juez.
Por su principio he tenido ocasión de recordar los despistes y desconciertos que me sobrevenían viendo cada película del director griego, hasta retomar el hilo. Y es que aquí, al margen de unos paisanos que visten parecido y tienen una fisonomía similar, la reconstrucción forzada del crimen se altera con secuencias que corresponden a los momentos previos al asesinato, en continuas idas y venidas sin transición. Pero poco a poco se le va cogiendo el tranquillo y al desconcierto le sigue la admiración por unas piezas que casan perfectamente en una estructura de lo más sólido, que debió hacer presagiar un gran futuro a su realizador en el momento de su estreno.
Pero es que, además, la película se recordará como un documento etnográfico de primer orden sobre unos pueblos griegos martirizados por un siglo desastroso y que aún languidecen bajo una gris dictadura. Los interiores de las casas o esas calles medio inservibles, entre ruinas de edificios de los que los abandonaron, marcan a fuego la impresión de algo dejado de la mano de Dios.
No todo es trágico en la película, pese a su tono absolutamente dramático, que revela un estado de auténtica emergencia. Entre los elementos ambientales está muy divertido ver ese autobús de línea -como los de por Soria en los años 60, para entendernos- del que deben apearse los pasajeros para poder superar un charco, o descubrir que cuando la gente sale disparada del autobús posteriormente en una colina... es para una meada colectiva que apenas se podía retener. También la falta de distracciones en el pueblo queda patente al ver como todo el vecindario atiende a las diligencias policiales como si de un auténtico espectáculo se tratase.
Hay sólo un pequeño amago musical en la película. Unos soldados cantan una canción en un bar y por un momento llegamos a pensar en un mínimo embrión de las viguerías coreográficas que en películas posteriores serían la marca de la casa.
Inicialmente rodada con planos medios, notándose la estrechez y bajos techos de las casas, así como rotos los encuadres de la cámara, restando visión, por la maleza que ha invadido los terrenos o la oscuridad que cubre ciertas secuencias, los planos generales y las secuencias corales irán tomando, en su poderoso blanco y negro, una gran amplitud, como si dieran a entender la extensión del drama particular a todo el paisaje.
Por último, un dato para los anales. Gracias a eso de conocer a Pere Alberó, me he podido enterar de que la canción con la que se inicia y finaliza el film, un canto a un limonero, fue la que se tocó con profusión en el entierro de Angelopoulos, muerto ahora hace ya casi diez años, víctima de un tonto atropello durante un rodaje.


La mujer frente al bar que regenta, a la entrada del pueblo.

Aunque virada a marrón, he colgado esta fotografía de rodaje porque se ve el pueblo y aparece Angelopoulos, que va vestido tal como aparece en el film en su pequeño papel de periodista de la televisión.

 

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