Una pausa campestre, la salida de dos antiguos íntimos amigos que la vida, el tiempo, ha distanciado, a unas fuentes termales en medio del bosque. Contentos del reencuentro, notan que algo les distancia y seguramente así seguirá. Así se podría resumir “Old Joy” (2006), de Kelly Reichardt, la directora que tanto éxito ha cosechado recientemente con “First Cow” (2019).
En su sencillez, me ha gustado la película, que además tiene la virtud de ser muy corta (76 minutos). Pero la asistencia ayer a la sesión de la Filmoteca dentro del Americana Film Festival me ha llevado además a una serie de reflexiones, que van en la dirección de constatar la enorme influencia del cine norteamericano en nuestro país y, sobre todo, cómo ha cuajado en la gente más joven, que dominaban entre el público que sorprendentemente llenaba (entradas agotadas) la sala Chomón (su 50%, pero de la grande).
Aparecen en el film coches, autopistas y carreteras en medio de los bosques de enormes árboles que llenan amplias zonas de ese país. Surge su música estilo road movie o western y un café de carretera donde desayunar a su estilo. Pocos elementos, pero basta con esos tres o cuatro para atrapar a tanto espectador que los ha interiorizado como piezas básicas del cine que se ha mamado, voluntaria o involuntariamente, hasta en la sopa.
He estado oyendo la presentación de la sesión, solventada por una especie de conversación entre las dos chicas de la izquierda de la fotografía, Francina Ribes y Marta Salicru -la segunda guiando e intentando sonsacar a la primera-, a las que al parecer la responsable del Americana les había encargado hablar de la música en “Old Joy”.
Sí he entendido que la película que íbamos a ver estaba hecha por Kelly Reichardt con abundante sutileza, porque la palabra ha aparecido en la conversación como unas veintidós veces. Pero me han sorprendido dos cosas:
La primera que expresaran que no sabían muy bien qué decir específicamente de la música, porque de ella decían que apenas aparecía, colocada, eso sí, con una gran sutileza. Y que lo que realmente se debía valorar era la banda sonora en conjunto del film. Es verdad que es una banda sonora trabajada, tanto con los ruidos de la ciudad y la carretera en contraste con el aislamiento del bosque como en la captación de los numerosos pájaros que se oyen y hasta se retratan (sin miedo a la utilización de una óptica que deja desenfocado el resto del cuadro, dentro de unos planos en los que, en todo el film, pese a ese viaje a la naturaleza, todo se muestra generalmente, en vez de con grandes panorámicas, casi siempre con todos los planos que componen el cuadro muy cercanos a la cámara, como apelotonados al ser vistos en teleobjetivo), pero no diría yo que no hay una utilización de la música (Yo La Tengo) de las que no se aprecian. Al contrario. Suele corresponder a planos con visiones desde, a través o hacia el coche en medio de carreteras y marcan a fuego las referencias y el ambiente que quiere ofrecer la película.
La segunda sorpresa (o no tanto) es la de la profunda brecha generacional que se advierte entre los conocimientos de los de la mesa de ayer (y supongo que debo incluir a buena parte de su público ayer) y un servidor, sobre todo en lo que al panorama musical se refiere. Empezaron a citar venga nombres para mi absolutamente desconocidos de la escena musical independiente norteamericana y parecía que la relación no tendría nunca fin.
Para acabar hablando de nuevo de la película, diré que quien mejor lo ha pasado, sin cortapisas psicológicas, ha sido la graciosa perrilla que se llevan los dos de excursión, que supongo debe ser el mismo que medio protagoniza “Wendy y Lucy” (2008).
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