miércoles, 3 de marzo de 2021

Jeune femme à sa fenêtre lisant une lettre

Joven realizador leyendo una carta junto a la ventana.

El cuadro volteado cara a la pared, los rayos de sol inciden, juguetones, sobre él.

La ventana en sus múltiples formas y un intento por saber lo que nos oculta. En su marco, un mapa.

En la presentación ayer en la Filmoteca de “Jeune femme à sa fenêtre lisant une lettre” (1983), nos dijeron que Jean-Claude Rousseau la hizo justo en el momento en que abandonó la práctica de las artes plásticas para pasar a lo cinematográfico.
Entendido esto, se apagan las luces de la sala y en la pantalla se ve un lienzo cara a una pared, que va recibiendo en su envés unos rayos de sol, desplazándose a medida que avanza el día. Luego empiezan a verse elementos que, sí lo pensamos bien, corresponden a los que se encuentran en el cuadro de Vermeer: una ventana, una carta, un mapa (aunque éste aparece en realidad en otros cuadros suyos...),... Más tarde, mientras vemos los árboles que hay fuera de la ventana, un texto leído se cuestiona qué debe haber ahí (si mirase la mujer del cuadro, se entiende): si una calle, quizás un canal...
Viendo eso, me tomé literalmente ese cuadro volteado, cara a la pared, como una declaración de abandono total de esa fase anterior de la pintura y la vida que insuflan las ramas al viento de ese castaño, el dinamismo de los planos siguientes como una entrada de lleno en un nuevo lenguaje, el cinematográfico: todo un cambio de coordenadas, como las que vienen a señalar los mapas, precisamente. Los paquetitos amarillos de Kodak junto a la moviola que preceden a cada uno de los cuatro capítulos, los cuatro lotes de bobinas S8 de unos tres minutos que, con sus finales de bobina incluidos, figura que constituyen todo el film, parecían corroborarlo.
Pero llega el coloquio y Jean-Claude Rousseau da su versión sobre lo que intentó hacer con la película. Lo explica diáfanamente y desde luego no tiene nada que ver con lo que me construí mentalmente. Va de la “mise en cadre” y sus consecuencias, con una cierta ficcionalización por el medio (“siempre tiene que haber una història”, dice), pero quizás mejor dejar que sea cada uno, viendo la película o leyendo el libro para la ocasión publicado por Lumière, quien se haga a la idea. Aunque, en cualquier caso, visto lo similar que resulta lo de la “mise en cadre” a lo de la “mise en scène”, tampoco estaba yo tan desencaminado o, por lo menos, yo diría que se pueden combinar ambas líneas explicativas...
Dicho todo esto, este espectador de gustos conservadores (como me calificó un amigo espectador vecino, butaca vacía por el medio) no sólo pudo, pese a sus temores previos, resistir la visión de la película, sino que la siguió con verdadero interés y hasta con cierto placer. Cosa que, desgraciadamente no puede decir lo mismo con la pieza de Michael Snow que la seguía en programa doble por aquello de que también tenía unos ventanales, la tan famosa “Wavenlenght” (1967). Me costó enormemente resistirla, viendo desde poco después del principio que iba a acabar tras sucesivos acercamientos, en feliz iniciativa, en esa fotografía de la pared del fondo y, de haber dispuesto de un mando adecuado, la habría hecho pasar de forma accelerada, hacièndola durar uno o -máximo- dos minutos, en vez de los 47 que dura.
Que me indulten los fervientes de la secta, pese a mi notoria insensibilidad.


En la mesa lo que Rousseau llamó “une visionneuse” (y falto de nombre apropiado yo he llamado montadora) y pilas de bobinas de unos tres minutos cada una en los típicos sobres de Kodak.

Jean-Claude Rousseau ha depositado su sombrero en la mesa y se ha sentado, mientras Marina Vinyes (Filmoteca) organiza la presentación de la sesión, dirigiéndose a Francisco Algarín (Xcèntric) y Carlos Saldaña (Escuela de cine Elias Querejeta). Los dos últimos son los programadores del ciclo y autores del libro de entrevistas con Rousseau editado para la ocasión, mientras que Saldaña es también uno de los alumnos de la escuela de cine que participó en la digitalización de la película).

 

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