lunes, 29 de marzo de 2021

El polvo del tiempo

En Taskent, un día histórico de 1953.

El encuentro clandestino de Spyros y Eleni.

Spyros entra en el mundo de una nueva generación.

Nada termina, todo vuelve aunque esté perdido en “El polvo del tiempo”. Algo así dice el cineasta americano de origen griego (Willem Dafoe) cuando acude a Cinecittà para preparar una de sus películas en el inicio del último largometraje completado en vida (2008) por Theo Angelopoulos.
Para saber de ese polvo del tiempo, las escenas siguientes nos llevan a Taskent, donde acudieron algunos comunistas griegos cuando fracasó en su país la revolución, en uno de los escenarios del film más proclive a ofrecer alguna de las escenas corales típicas del realizador.
Luego es verdad que las escenas saltando del Spyros padre al Spyros hijo, de la Eleni abuela a la Eleni nieta, en uno y otro escenario y momento temporal, se vuelven menos espectaculares y algo confusas. Que se ve a Willem Dafoe entregado y hasta algo pasado de rosca ofreciendo momentos de pasión algo desaforados. Que Bruno Ganz protagoniza alguna que otra acción que sorprende que la ejecute o al menos que no la ejecute hasta en el momento en que lo hace. Pero, al menos para mí, es igual.
Digo que es igual porque, viendo cercana la finalización de las sesiones que durante todo el mes me han ido acercando de nuevo o por primera vez a todos y cada uno de los largometrajes de ficción de Angelopoulos, me empezó a entrar una cierta melancolía.
Surge ese sentimiento tanto al ver a Michel Piccoli y Bruno Ganz (ellos también, como dice uno, “balayés par l’histoire) haciendo un brindis por un siglo XXI que, como sabemos, no podía sino resultarles letal. Pero también por otras causas.
Me conozco y ese sentimiento no es nuevo en mí, pues me ha invadido siempre que he notado que finalizaban las retrospectivas que la Filmoteca ha hecho sobre grandes realizadores y a las que yo he asistido últimamente.
Y es que, como me pasó con Bergman, he ido adquiriendo una cierta familiaridad con las cosas, las manías, los guiños, las reiteraciones de Angelopoulos. Igual que Bergman llamaba Karen a muchos de sus personajes femeninos, encontrando una razón poderosa para ello en que ese era el nombre de su madre, resulta que el padre de Angelopoulos se llamaba Spyros, y eso seguramente aclara el por qué suele otorgar al patriarca del clan ese nombre, algo que, desde luego, te lo hace más próximo.
En este “El polvo del tiempo” vuelve a aparecer el nombre de Spyros, pero también muchas otras cosas que son ya, después de este mes de marzo, casi de la familia. Aparecen y se hacen centrales unos personajes en migración continua, refugiados. Se nombra a unos pilotos que van a arreglar algo y te sonríes al oír que, naturalmente, llevaban, como figurantes similares en sus últimas películas, una capucha amarilla. Spyros va a parar (como el protagonista de “Eleni”) a Astoria - Nueva York. Se ve un cementerio de estatuas de Stalin, como había aparecido en un momento significativo de “La mirada de Ulises” la de Lenin. Salen profusión de vías antiguas. Cruzamos varias fronteras en un penoso viaje (en Berlín, el cineasta pasa junto al cartel de “The long way home”) y alguna con espesa niebla, como las innumerables de films previos. Algún que otro personaje, enfrentado a los que sabe serán sus últimos días, se enfrenta directamente a la muerte. El personaje femenino, como en otras películas del ciclo, se llama Eleni, lo que añade, a su resonancia clásica, la representatividad de toda Grecia, y basta contemplar la última escena, algo esperanzador así se observa bien, para entender eso.
No es en absoluto “El polvo del mundo” -la más internacional de las películas de Angelopoulos, hablada en su mayor parte en un inglés que, al no ser el idioma materno de varios de sus principales personajes, te los aleja automáticamente- una de sus grandes películas, pero, en cualquier caso, por alguna escena aislada, deja entrever que podía seguir haciendo cine y que aún le era posible -¿por qué no?- lograr nuevos aciertos. Ya no podrá ser.


En Taskent un órgano anterior a la revolución se descubre que funciona extraordinariamente, ofreciendo una música angelical.

El reencuentro de tres buenos amigos y algo más.

Irene Jacob, a quien anoche -ya es casualidad- volví a ver en un film de 2019.

 

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