viernes, 26 de marzo de 2021

La eternidad y un día

Dando a su otra fachada, la playa.



Un despiste mío a la hora de reservar las entradas de la Filmoteca me hizo regresar ayer a “La eternidad y un día” (1998) antes de a “La mirada de Ulises” (1995), a la que espero volver hoy.
La hermosa y característica música de Eleni Karaindrou te da la bienvenida a la película, así como te despide al final, tras haber impregnado con su aire melancólico varias secuencias.
Vuelve Angelopoulos en la película a los saltos temporales en la acción, si bien no son tan complejos como los suyos iniciales, obedeciendo en general a la visualización más o menos ortodoxa de sueños y recuerdos. Acude en esos saltos el personaje principal, un famoso escritor (Bruno Ganz) que paró de escribir comprando aquí y allá palabras, a su infancia y a los felices y radiantes días con su esposa, cuando ésta acababa de darle una hija, y lo suele hacer en la vieja casa familiar o sus alrededores, en la playa y otros sitios luminosos.
Vuelve también a los refugiados (en este caso niños, objeto de deplorable trata) y a la frontera, a la bahía de Salónica, a los personajes del impermeable amarillo, a Alexandre como nombre del protagonista, a una celebración de boda entre albaneses a la que los asistentes acuden con su silla de mimbre a cuestas. En ésta como en otras escenas, además de una cámara en mucho movimiento se aprecia el uso dado a las grúas para moverla.
Y vuelve a relacionar a un niño con un viejo, éste en su último día, como la vieja y en su día potente casa a punto de derribo.
Por el final, el niño albanés y Alexandre van en un autobús urbano nocturno y parece que estén efectuando el viaje definitivo, el que lleva (antes era en barca) a ese futuro incierto o directamente inexistente que nos espera. Va bajando el resto del pasaje y solo quedan en el interior del autobús, haciendo el viaje, ellos junto a un joven que transporta una bandera roja y se ha quedado -significativamente- dormido, mientras el cobrador únicamente está absorto contando las monedas recaudadas.
Se mire por donde se mire, con sus alegrías y penalidades, yo diría que esta “La eternidad y un día” sigue siendo lo que se llamaba “un peliculón”.




 

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