Esa tan austera era la portada de la que debió ser mi primera compra de un ejemplar de la revista “Cahiers du Cinéma”. Corresponde al número de febrero-marzo (su situación económica no era la óptima) de 1974, y me debí hacer con ella en una salida a Colliure o Perpignan.
Como puede suponerse, no confirmó lo que yo tenía in mente sobre tan mítica revista. Ya que en general las revistas de cine hablaban de películas que o no llegaban por aquí o tardaban un montón en hacerlo convenientemente recortadas, sus fotografías se absorbían como si fuesen las mismas películas, pero este ejemplar apenas si lleva unas pocas fotografías, tan pobres que no podían ser sublimadas en demasía. De lo leído me quedé, eso sí, con los nombres de Helio Soto y de René Allio como políticamente defendibles, pero poca cosa más. Las escasas críticas que comprendía eran unos textos áridos de los que no hubo forma que sacara mucho en claro (del apartado sobre Semiología y Lucha Ideológica no hablemos) pero, en vez de aprender la lección y aparcarlo todo ahí, seguí insistiendo y, cada vez que podía, me traía el número que estuviera a la venta. Tal era el poder de su prestigio.
En el número de este verano de Cahiers du Cinema, comprado ya en Barcelona, dentro de un homenaje que le hacen al documentalista Jean-Louis Comolli, recién fallecido, me quedaría con las declaraciones de Jean Narvoni. Ambos eran los redactores de la revista en esa época (de hecho su estancia en la dirección acabó a mitad del 73, pero seguían ahí colaborando), que Narvoni se esfuerza en defender de los ataques actuales.
Primero se lamenta de que el periodo de año y medio de la revista “a la deriva, de vértigo o delirio maoísta” (que sitúa de 1972 a mitad del 73) no deja ver “la riqueza de los años precedentes”. Y, para defenderlo con datos, señala que “al final del año 68, en vez de consagrar el número de Navidad a las mediocridades filmadas durante el movimiento que se decía promovíamos, decidimos hacer un número especial Dreyer”.
Ya fuera de la defensa común a los ataques, refleja unas cuantas características del amigo, al que conoció, en su juventud, en 1958, en Argel, donde participaban ambos en un cine-club. Quizás los que lo conocieron (fue profesor de la Pompeu Fabra cuando se abrió esta universidad, entonces con muchos recursos) podrían contradecir o ratificar:
“La noción de ‘Gran familia del cine”, por ejemplo, le horrorizaba. Él siguió siendo un anarquista romántico, muy activo, muy militante. Se interesaba menos por lo que salía en las salas de cine, pero continuaba viendo o reviendo muchas películas”.
Y acaba con el recuerdo de su última conversación telefónica la víspera de su entrada en coma, en la que le comentó lo siguiente:
“Acabo de colocar la palabra ‘fin’ a un texto de un centenar de páginas’.”
El título del texto: “En attendant les beaux jours”.
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