Me golpeó la noticia por lo que me temo tiene de paradigmática de la época en que nos ha tocado vivir, pero además luego me ha vuelto una y otra vez a pasar, incordiante, por la cabeza.
Tras presentar su reciente documental sobre Pere Joan, Emilio Manzano comentó que con él se acababa su tan sólo iniciado ciclo sobre las “figuras esenciales de la cultura balear de las últimas décadas”. Literalmente, achacaba el fin de las producciones a la “insuficiencia de la aportación de televisión pública, cuando la consigo; rechazo de las solicitudes de subvenciones institucionales, etc”. Y añadía que “las aventuras románticas están muy bien, pero la realidad se impone. He de encontrar lo que se denomina un trabajo serio”. Por otro lado comentaba también que ahora se dedicaba “únicamente a la traducción, que hay gente que dice que es un trabajo mal pagado. Yo solo puedo decir que al menos está pagado…”
Como explicó que por el momento Filmin acogía toda su filmografía (con lo que -y esto ya es cosecha mía, porque sé lo infinitamente inferiores que son los ingresos que proporcionan las plataformas con respecto a lo que suponía antes un único pase televisivo- podrá gracias a ello gozar únicamente de unos ridículos euros al mes aunque consiga que sean de lo más visto de la plataforma), he ido a ver de qué piezas constaba y he escogido una de la que apenas recordaba nada.
En el mismo “La verdad sobre el caso Mendoza” (2018), centrado en el camino del escritor hasta la publicación de su primera novela, Eduardo Mendoza ya comentaba los cambios radicales que el paso del tiempo habían introducido en las costumbres y en todo el ambiente que rodeaba al mundo del libro, pero el documental se ve ahora, además de con una sonrisa en la cara, comprobando, adquiriendo conciencia sobre cómo ha transcurrido de rápidamente, para cambiarlo todo, el tiempo en un periodo tan corto.
Parece que estemos ya en otro mundo.
En la radio, leyendo unos divertidos escritos sobre su recorrido autobiográfico.
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