El miedo que tenía ayer al ir a ver en la Filmoteca, dentro del ciclo estival que traerá un buen manojo de excelentes westerns, “The Ox-Bow incident” (William A. Wellman, 1943) era por el posible derrumbe de mi valoración previa de la película, vista por vez primera en el productivo y añorado Cine-Club de la segunda cadena de TVE. Pensaba que quizás me había dejado llevar inocentemente por la impresión y ante una tesis con la que no podía sino sentirme reconfortado más que por sus valores cinematográficos.
Algo hay de eso. La película sostiene, con acumulación de marcados caracteres psicológicos prototípicos y discusión entre ellos, una tesis contra el linchamiento similar al de la “Furia” de Fritz Lang de unos años antes, y va dorando la píldora en unos decorados de naturaleza no muy elaborados.
Pero, en contrapartida, el inicio de la película me ha parecido soberbio: Henry Fonda y su compañero llegan a un solitario pueblo del Oeste (primera foto). Sólo se cruza a su paso un tranquilo perro callejero que hace maravillosamente su papel y un borracho, tras lo que ambos entran a continuación en el Saloon (segunda). Allí tiene lugar un estupendo diálogo con el tabernero:
-¿Qué quieren, whisky?
-¿Qué tiene?
-¡Whisky!
Y una serie de acciones que dejan a las claras que tal es la falta de mujeres y cosas a hacer en el pueblo, tanto el aburrimiento, que todos se apuntan como miembros de una partida armada (resto de imágenes) que quiere ir a por un supuesto asesino y, llegado el caso, ahorcarlo.
La moralizante escena final, de nuevo en la cantina, te hace preguntarte qué había por el ambiente en ese año de 1943, contra lo que se quería luchar, dando una lección preventiva, a toda costa.
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